Los guionistas se habían tomado el día libre o habían trasladado el piquete a otro lugar de protesta. En Archway Studios cruzamos el control de seguridad sin el retraso del día anterior. Ayudó que Nina Albrecht fuera en el coche de delante y nos abriera paso.
Era tarde y el estudio se estaba vaciando hasta el día siguiente. Patrick aparcó justo delante del bungalow de Elliot. Estaba entusiasmado, porque nunca había estado dentro de un estudio de cine. Le dije que podía echar un vistazo, pero que mantuviera el móvil a mano, porque no estaba seguro de cuánto iba a durar la reunión con mi cliente y necesitaba mantenerme en horario para recoger a mi hija.
Al seguir a Nina al interior le pregunté si había algún lugar donde pudiera reunirme con Elliot distinto de su oficina. Le expliqué que tenía documentos que esparcir y que la mesa que habíamos utilizado el día anterior era demasiado pequeña. Me dijo que me llevaría a la sala de juntas y que podía irme preparando allí mientras ella iba a buscar a su jefe y lo llevaba a la reunión. Le comenté que me parecía bien, aunque la verdad era que no iba a esparcir documentos: sólo quería reunirme con Elliot en un lugar neutral. Si estaba sentado a su mesa de trabajo, enfrente de él, sería Elliot quien tendría el control de la reunión. Eso había quedado claro durante nuestro primer encuentro. Tenía una personalidad fuerte, pero yo tenía que ponerme al mando a partir de ese momento.
Era una sala grande con doce sillas de cuero negro en torno a una mesa oval. Había un proyector cenital y una caja larga en la pared del fondo que contenía la pantalla descendente. Las otras paredes estaban llenas de carteles enmarcados de las películas que se habían rodado allí. Supuse que esas eran las películas con las que el estudio había ganado su dinero.
Tomé asiento y saqué de la mochila los archivos del caso. Al cabo de veinticinco minutos estaba mirando los documentos de revelación de la fiscalía cuando se abrió la puerta y finalmente entró Elliot. No me molesté en levantarme ni en tenderle la mano. Traté de parecer enfadado al señalarle la silla que estaba al otro lado de la mesa.
Nina lo siguió a la sala para ver qué refrescos podía traernos.
—Nada, Nina —dije antes de que Elliot pudiera responder—. Hemos de ponernos en marcha. Ya la avisaremos si necesitamos algo.
Nina Albrecht pareció momentáneamente pillada a contrapié al recibir órdenes de una persona distinta de Elliot. Lo miró a él en busca de una aclaración y él se limitó a asentir. La secretaria se fue y cerró las puertas dobles a su espalda. Elliot se sentó en la silla que yo le había señalado.
Miré a mi cliente un largo momento antes de hablar.
—No le entiendo, Walter.
—¿Qué quiere decir? ¿Qué ha de entender?
—Bueno, para empezar, pasa mucho tiempo reivindicando su inocencia, pero no me parece que se esté tomando esto seriamente.
—Se equivoca en eso.
—¿Ah, sí? ¿Entiende que si pierde el juicio irá a prisión? Y no habrá fianza en una acusación de doble homicidio mientras apela. Si el veredicto es malo, le esposarán en la misma sala y se lo llevarán.
Elliot se inclinó ligeramente hacia mí antes de responder.
—Entiendo exactamente la posición en la que me encuentro. Así que no se atreva a decirme que no me lo tomo en serio.
—Muy bien, entonces, cuando acordemos una reunión, llegue puntual. Hay muchas cosas que preparar y no disponemos de mucho tiempo para hacerlo. Sé que tiene que dirigir un estudio, pero eso ya no es la prioridad. Durante las próximas dos semanas tiene otra prioridad: este caso.
Esta vez me miró un buen rato antes de responder. Podría ser la primera vez en su vida que alguien le regañaba por llegar tarde y luego le decía lo que tenía que hacer. Finalmente asintió con la cabeza.
—Está bien —dijo.
Yo también asentí. Nuestras posiciones estaban claras. Nos encontrábamos en la sala de juntas de su estudio, pero ahora el perro alfa era yo. Su futuro dependía de mí.
—Bien —comencé—. Ahora, lo primero que he de preguntarle es si estamos hablando en privado aquí.
—Por supuesto que sí.
—Bueno, no fue así ayer. Estaba muy claro que Nina oía lo que se decía en su oficina. Eso puede estar bien para sus reuniones de cine, pero no está bien cuando estamos discutiendo su caso. Yo soy su abogado, y nadie debería oír nuestra conversación. Nadie. Nina no tiene privilegios. Podrían citarla a declarar contra usted. De hecho, no me sorprendería que terminara en la lista de testigos de cargo.
Elliot se recostó en el sillón acolchado y levantó la cara hacia el techo.
—Nina —dijo—. Quita el sonido. Si necesito algo te llamaré por teléfono.
Me miró y abrió las manos. Yo hice un gesto para dar a entender que estaba satisfecho.
—Gracias, Walter. Ahora vamos a trabajar.
—Primero tengo una pregunta.
—Claro.
—¿Es esta la reunión en la que le digo que no lo hice y entonces usted me dice que no importa si lo hice o no?
Asentí.
—Si lo hizo o no, es irrelevante, Walter. Es lo que la fiscalía puede probar más allá de… —¡No!
Golpeó la mesa con la mano abierta. Sonó como un disparo. Me sobresaltó, aunque esperaba que no se hubiera notado.
—¡Estoy harto de esa jerga legal! Que no importa si lo hice, sino sólo lo que puede probarse. ¡Sí importa! ¿No lo ve? Importa. Necesito que me crean, maldita sea. Necesito que usted me crea. No me importa que las pruebas estén contra mí, yo no lo hice, ¿lo entiende? ¿Me cree? Si mi propio abogado no me cree o no le importa, entonces no tengo ninguna oportunidad.
Estaba seguro de que Nina iba a entrar a la carga otra vez para ver si todo estaba en orden. Me recosté en mi silla acolchada y aguardé a que apareciera y para cerciorarme de que Elliot había terminado.
Como esperaba, una de las puertas se abrió y allí estaba Nina a punto de entrar. No obstante, Elliot se lo impidió con un gesto de la mano y una orden severa de que no nos interrumpiera. La puerta se cerró otra vez y él clavó su mirada en mí. Yo levanté la mano para impedir que hablara. Era mi turno.
—Walter, hay dos cosas por las que he de preocuparme —dije con calma—: Si entiendo el caso de la fiscalía y si puedo derrumbarlo. —Toqué con un dedo el archivo de revelación de pruebas mientras hablaba—. En este momento entiendo el caso de la fiscalía. Es el abecé de la acusación. El estado cree que tienen motivo y oportunidad a espuertas.
»Empecemos por el motivo. Su esposa tenía una aventura y eso le enfadó. No sólo eso, sino que el contrato prematrimonial que ella firmó hace doce años había prescrito y su única forme de librarse de ella sin dividirlo todo era matarla. Después está la oportunidad. Tienen la hora a la que su coche salió de Archway por la mañana. Han hecho el recorrido y lo han cronometrado una y otra vez, y dicen que podría haber llegado a la casa de Malibú en el momento de los crímenes. Eso es oportunidad.
»Y el estado está contando con que móvil más oportunidad basten para convencer al jurado y ganar el caso, aun cuando las pruebas reales contra usted son escasas y circunstanciales. Así que mi trabajo consiste en encontrar una forma de que el jurado comprenda que hay mucho humo aquí, pero no hay fuego real. Si lo consigo, quedará libre.
—Todavía quiero saber si cree que soy inocente.
Sonreí y negué con la cabeza.
—Walter, le estoy diciendo que no importa.
—A mí me importa. Tanto si es que sí como si es que no, necesito saberlo.
Transigí y levanté las manos en ademán de rendición.
—Muy bien, pues, le diré lo que pienso, Walter. He estudiado el caso del derecho y del revés. He leído todo lo que hay aquí al menos dos veces, y la mayor parte tres veces. He estado en la casa de la playa donde ocurrió este desafortunado suceso y he estudiado la geografía de estos crímenes. He hecho todo eso y veo la posibilidad muy real de que sea inocente de esos cargos. ¿Significa eso que creo que es usted un hombre inocente? No, Walter. Lo siento, pero llevo mucho tiempo haciendo este trabajo y la realidad es que no he visto a muchos clientes inocentes. Así que lo mejor que puedo decirle es que no lo sé. Si eso no es lo bastante bueno para usted, entonces estoy seguro de que no tendrá problema en encontrar a un abogado que le diga exactamente lo que usted quiere escuchar, tanto si lo cree como si no.
Me recliné en mi silla mientras esperaba su respuesta. Él unió las manos sobre la mesa mientras digería mis palabras y finalmente asintió.
—Pues supongo que es lo máximo que puedo pedir —dijo.
Traté de soltar el aire sin que lo notara. Todavía tenía el caso. Por el momento.
—Pero ¿sabe lo que creo, Walter?
—¿Qué cree?
—Que me oculta algo.
—¿Ocultarle? ¿De qué está hablando?
—Hay algo que no sé del caso, algo que me está ocultando.
—No sé de qué está hablando.
—Está demasiado tranquilo, Walter. Es como si supiera que va a salir libre.
—Voy a salir libre. Soy inocente.
—Ser inocente no basta. En ocasiones condenan a hombres inocentes, y en el fondo todo el mundo lo sabe. Por eso nunca he encontrado a un hombre verdaderamente inocente que no estuviera asustado; asustado porque el sistema no funcione bien, porque esté construido para declarar culpables a los culpables y no para declarar inocentes a los inocentes. Eso es lo que le falta, Walter. No está asustado.
—No sé lo que me dice. ¿Por qué debería estar asustado?
Lo miré a través de la mesa, tratando de interpretarlo. Sabía que mi instinto no estaba errado. Había algo que no sabía, algo que se me había pasado en los archivos o que Vincent guardaba en su cabeza en lugar de en sus archivos. Fuera lo que fuese, Elliot no iba a compartirlo conmigo todavía.
Por el momento estaba bien. En ocasiones no quieres sabe lo que sabe el cliente, porque una vez que el humo sale de la botella no puedes volver a meterlo.
—Muy bien, Walter —dije—. Continuará. Entre tanto, vamos a trabajar.
Sin esperar una respuesta, abrí el archivo de la defensa y miré las notas que había tomado en la solapa interna.
—Creo que estamos listos en términos de testigos y estrategias por lo que hace al caso de la fiscalía. Lo que no he encontrado en el archivo es una estrategia sólida para su defensa.
—¿Qué quiere decir? —preguntó Elliot—. Jerry me dijo que estábamos preparados.
—Quizá no, Walter. Sé que no es algo que quiera ver u oír, pero he encontrado esto en el archivo.
Le pasé un documento de dos páginas por encima de la mesa pulida. Él le echó un vistazo, pero no lo miró realmente.
—¿Qué es?
—Es una moción para un aplazamiento. Jerry la redactó, pero no la había presentado. Sin embargo, parece claro que quería retrasar el juicio. El código en el pedimento indica que se imprimió el lunes, sólo unas horas antes de que lo mataran.
Elliot negó con la cabeza y me lanzó otra vez el documento por la mesa.
—No, hablamos de eso y acordamos que teníamos que ir según el calendario.
—¿Eso fue el lunes?
—Sí, el lunes. La última vez que hablé con él.
Asentí. Eso respondía a una de las preguntas que tenía. Vincent mantenía registros de facturación en cada uno de sus casos, y me había fijado en que en el expediente de Elliot había facturado una hora el día de su asesinato.
—¿Fue una conferencia en su oficina o en la suya?
—Fue una llamada telefónica el lunes por la tarde. Me había dejado un mensaje antes y yo le devolví la llamada. Nina puede darle la hora exacta si la necesita.
—Lo anotó a las tres. ¿Habló con usted de un aplazamiento?
—Así es, pero le dije que no lo quería.
Vincent había facturado una hora. Me pregunté cuánto tiempo habían discutido sobre el tema.
—¿Por qué quería un aplazamiento? —pregunté.
—Sólo quería más tiempo para prepararse y tal vez para engordar la cartera. Le dije que estábamos preparados igual que se lo digo a usted. ¡Estamos preparados!
Casi reí y negué con la cabeza.
—Walter, la cuestión es que aquí el abogado no es usted, sino yo. Y eso es lo estoy tratando de decirle, no veo mucho aquí en términos de estrategia de defensa. Creo que por eso Jerry quería un aplazamiento del juicio. No tenía caso.
—No, es la fiscalía la que no tiene caso.
Me estaba cansando de Elliot y de su insistencia en llevar la voz cantante en cuestiones legales.
—Deje que le explique cómo funciona esto —dije con voz cansina—. Y disculpe si ya lo sabe, Walter. Va a ser un juicio de dos partes, ¿de acuerdo? El fiscal va primero y presenta su caso. Nosotros tenemos ocasión de atacarlo por el camino. Luego es nuestro momento y es entonces cuando presentamos nuestras pruebas y las teorías alternativas del crimen.
—Vale.
—Y lo que puedo decir de mi estudio de los expedientes es que Jerry Vincent confiaba más en el caso de la fiscalía que en un caso de la defensa. Hay…
—¿Cómo es eso?
—Lo que estoy diciendo es que estaba bien preparado para la fase de la acusación. Tiene testigos alternativos y planes de contrainterrogatorio para todo lo que va a presentar la fiscalía. Pero se me escapa algo en el lado de la defensa de la ecuación. No tenemos coartada, ni sospechosos alternativos, ni teorías alternativas; nada. Al menos, no está en la carpeta. Y eso es lo que quiero decir con que no tenemos caso. ¿Alguna vez discutió con usted cómo pensaba presentar la defensa?
—No. íbamos a tener esa conversación, pero entonces lo mataron. Me dijo que lo estaba preparando todo. Dijo que tenía la bala mágica y que cuanto menos supiera, mejor. Iba a decírmelo cuando se acercara el juicio, pero nunca lo hizo. Nunca tuvo la oportunidad.
Conocía el término. La «bala mágica» era la tarjeta que te sacaba de la cárcel y te llevaba a casa. Era el testigo o el elemento probatorio que te guardabas en el bolsillo de atrás y que o derribaba las pruebas como fichas de dominó o plantaba firmemente una duda razonable en la mente de todos los miembros del jurado. Si Vincent tenía una bala mágica, no la había reflejado en el expediente. Y si tenía una bala mágica, ¿por qué estaba hablando de un aplazamiento el lunes?
—¿No tiene idea de qué era esa bala mágica? —le pregunté a Elliot.
—Es sólo lo que me dijo, que había encontrado algo que iba a dejar en evidencia a la fiscalía.
—Eso no tiene sentido si el lunes estaba hablando de aplazar el juicio.
Elliot se encogió de hombros.
—Se lo he dicho, sólo quería más tiempo para prepararse. Probablemente, más tiempo para facturarme más horas. Pero le dije que cuando hacemos una película elegimos una fecha, y esa película sale en esa fecha, sea como sea. Le dije que íbamos a ir a juicio sin aplazamiento.
Asentí con la cabeza ante el mantra de no aplazamiento de Elliot, pero mi mente estaba en el portátil de Vincent. ¿Estaba allí la bala mágica? ¿Había guardado su plan en el portátil y no lo había puesto en la copia impresa? ¿La bala mágica era la razón de su asesinato? ¿Su hallazgo había sido tan sensible o peligroso que alguien lo había matado por ello?
Decidí avanzar sobre Elliot mientras lo tuviera delante.
—Bueno, Walter, yo no tengo la bala mágica. Pero si Jerry pudo encontrarla, yo también podré. Lo haré.
Miré mi reloj y traté de dar la sensación exterior de que no me preocupaba no conocerlo que seguramente era el elemento clave en el caso.
—Vale. Hablemos de una teoría alternativa.
—¿Qué significa eso?
—Significa que la fiscalía tiene su teoría y que nosotros hemos de tener la nuestra. La teoría de la fiscalía es que estaba ofendido por la infidelidad de su mujer y que le costaría divorciarse de ella, por eso fue a Malibú y mató a su esposa y a su amante. Luego se desembarazó del arma homicida de algún modo (o la escondió o la lanzó al océano) y posteriormente llamó a la policía para denunciar que había descubierto los crímenes. Esa teoría les da todo lo que necesitan: móvil y oportunidad. Para respaldarlo tienen el RD y casi nada más.
—¿El RD?
—Residuos de disparo. La parte probatoria, por escasa que sea, se basa firmemente en ello.
—¡Ese test fue un falso positivo! —exclamó Elliot con energía—. Yo nunca disparé ningún arma. Y Jerry me dijo que iba a traer al máximo experto del país para demolerlo, una mujer del John Jay College de Nueva York. Testificará que el procedimiento de los laboratorios del sheriff fue torpe y laxo, propenso a dar falsos positivos.
Asentí. Me gustaba el fervor de su negativa. Podría resultar útil si testificaba.
—Sí, la doctora Arslanian va a venir —dije—. Pero ella no es la bala mágica, Walter. La fiscalía contrarrestará con su propio experto, que dirá exactamente lo contrario, que el laboratorio está bien dirigido y que se siguieron todas las normativas. A lo sumo, el RD será un empate. La fiscalía se apoyará con fuerza en móvil y oportunidad.
—¿Qué móvil? La amaba y ni siquiera sabía lo de Rilz. Pensaba que era maricón.
Levanté las manos en un gesto para pedir calma.
—Mire, hágase un favor, Walter, y no le llame eso. Ni en el tribunal ni en ninguna parte. Si es apropiado referirse a su orientación sexual, diga que creía que era gay. ¿De acuerdo?
—De acuerdo.
—La fiscalía dirá simplemente que usted sabía que Johan Rilz era el amante de su esposa, y aportará pruebas y testimonios que indican que un divorcio forzado por la infidelidad de su esposa le habría costado más de cien millones de dólares y probablemente habría diluido su control del estudio. Plantarán todo eso en las mentes del jurado y empezará a parecer que tenía una motivación bastante buena para el crimen.
—Y es todo mentira.
—Y yo podré arremeter contra ello en el juicio. Muchos de sus positivos pueden convertirse en negativos. Será un baile, Walter. Intercambiaremos golpes. Trataremos de distorsionar y destruir, pero en última instancia nos lanzarán más golpes de los que podamos parar y por eso tenemos las de perder, por lo que siempre es bueno para la defensa aportar una teoría alternativa. Le damos al jurado una explicación plausible de por qué mataron a esas dos personas. Nos sacudimos las sospechas y se las echamos a otro.
—¿Como el manco de El fugitivo?
Negué con la cabeza.
—No exactamente.
Recordaba la película y la serie de televisión que la precedió. En ambos casos había un manco. Yo estaba hablando de una cortina de humo, una teoría alternativa urdida por la defensa porque no me tragaba el rap de «yo soy inocente» de Elliot, al menos de momento.
Sonó un zumbido y Elliot sacó un teléfono del bolsillo y miró la pantalla.
—Walter, tenemos trabajo aquí —dije.
No contestó la llamada y reticentemente alejó el teléfono. Continué.
—Muy bien, durante la fase de la acusación vamos a usar el contrainterrogatorio para dejar una cosa cristalina con el jurado. A saber, que una vez que ese test de residuos de disparo salió positivo…
—¡Falso positivo!
—Lo que sea. La cuestión es que una vez que ellos creyeron que había una indicación fidedigna de que había disparado recientemente un arma, todo lo demás se olvidó. Una investigación amplia se concentró mucho en una persona: usted. El caso pasó de lo que llaman una investigación de campo completo a una investigación completa de usted. Así pues, lo que ocurrió es que no investigaron muchas otras cosas. Por ejemplo, Rilz sólo lleva cuatro años en este país. No enviaron ni a un solo investigador a Alemania a enterarse de su pasado o de si tenía enemigos que lo querían muerto. Eso para empezar. Tampoco investigaron a conciencia a este tipo en Los Ángeles. Era un hombre que tenía acceso a las casas y las vidas de algunas de las mujeres más ricas de esta ciudad. Disculpe mi crudeza, pero ¿se estaba tirando a otras mujeres casadas además de a su mujer? ¿Había otros hombres importantes y poderosos que podrían estar ofendidos, o sólo usted?
Elliot no respondió a las crudas preguntas. Se las había planteado de este modo a propósito, para ver si podía arrancarle alguna reacción que contradijera sus afirmaciones de que amaba a su esposa. Pero no mostró reacción alguna.
—¿Se da cuenta de a lo que voy, Walter? El foco, casi desde el primer momento, estuvo en usted. Cuando llegue el turno de la defensa, vamos a ponerlo en Rilz. Y desde allí haremos que las dudas crezcan como mazorcas en un campo de maíz —añadí.
Elliot asintió pensativamente al tiempo que miraba su reflejo en el tablero pulido de la mesa.
—Pero esta no puede ser la bala mágica de la que Jerry le habló —concluí—. Y hay riesgos en ir a por Rilz. —Elliot levantó la mirada—. El fiscal sabe que hubo una deficiencia cuando los detectives investigaron el caso. Ha tenido cinco meses para anticipar que iríamos por este camino y si es bueno, y estoy seguro de que lo es, entonces habrá estado preparándose por si nosotros íbamos en esta dirección.
—¿Eso no saldría en el material de revelación de pruebas?
—No siempre. La revelación tiene su arte. La mayor parte del tiempo lo que no está en el archivo de revelación es lo importante y lo que hay que vigilar. Jeffrey Golantz es un profesional de talento: sabe lo que ha de hacer constar y lo que puede guardarse.
—¿Conoce a Golantz? ¿Ha ido ajuicio contra él antes?
—No lo conozco y nunca me he enfrentado a él. Lo que conozco es su reputación. Nunca ha perdido un juicio. Lleva un resultado de veintisiete a cero. —Miré mi reloj. El tiempo había pasado deprisa y necesitaba mantener el ritmo si quería recoger a mi hija a tiempo—. Vale. Hay otro par de cosas de las que me gustaría ocuparme. Hablemos de si va a testificar.
—Eso no es una pregunta, es un hecho. Quiero limpiar mi nombre. El jurado querrá oírme diciendo que no lo hice.
—Sabía que iba a decirme eso y aprecio el fervor que veo en sus negaciones. Pero su testimonio ha de ser algo más que eso. Ha de ofrecer una explicación y ahí es donde podemos meternos en un berenjenal.
—No me importa.
—¿Mató a su esposa y a su amante?
—¡No!
—Entonces, ¿por qué fue a la casa?
—Tenía sospechas. Si estaba con alguien, iba a confrontarla a ella y a darle una patada en el culo a él.
—¿Espera que el jurado crea que un hombre que dirige un estudio de cine de mil millones de dólares se tomó la tarde libre para ir a Malibú a espiar a su esposa?
—No, yo no soy un espía. Tenía sospechas y fui a verlo por mí mismo.
—¿Y a confrontarla con una pistola? —Elliot abrió la boca para hablar, pero entonces vaciló y no respondió—. ¿Lo ve, Walter? Sube allí y se expone a cualquier cosa, y nada bueno.
Negó con la cabeza.
—No me importa. Es un hecho. Los culpables no testifican, todo el mundo lo sabe. Voy a testificar que no lo hice.
Me señaló con un dedo con cada una de las sílabas de la última frase. Todavía me gustaba su energía. Era creíble. Quizá podría sobrevivir en el estrado.
—Bueno, en última instancia es su decisión —apunté—. Nos prepararemos para que testifique, pero no tomaremos la decisión hasta que estemos en la fase de defensa del juicio y veamos dónde estamos.
—Ya está decidido. Voy a testificar.
Su tez empezó a adoptar un tono carmesí más oscuro. Tenía que actuar con cautela. No quería que testificara, pero no era ético por mi parte prohibirlo. Era una decisión del cliente, y si alguna vez él afirmaba que yo le había impedido testificar, tendría al Colegio de Abogados encima como un enjambre de abejas airadas.
—Mire, Walter —dije—. Es usted un hombre poderoso. Dirige un estudio, hace películas y se juega millones de dólares cada día. Todo eso lo entiendo. Está acostumbrado a tomar decisiones sin que nadie las cuestione. Pero cuando vayamos a juicio, yo soy el jefe. Y aunque es usted quien toma esta decisión, necesito saber que me está escuchando y considerando mi consejo. No tiene sentido continuar si no es así.
Se frotó la cara con la mano. Era difícil para él.
—De acuerdo. Entiendo. Tomemos una decisión final sobre esto después.
Lo dijo a regañadientes. Era una concesión que no quería hacer. A ningún hombre le gustar ceder su poder a otro.
—Bien, Walter —concluí—. Creo que eso nos pone en la misma órbita.
Miré otra vez mi reloj. Había unas pocas cosas más en mi lista y todavía tenía tiempo.
—De acuerdo, continuemos.
—Por favor.
—Quiero añadir a un par de personas al equipo de la defensa. Serán mi ex…
—No. Se lo he dicho: cuantos más abogados tenga un acusado, más culpable parece. Mire a Barry Bonds. Dígame a alguien que no crea que es culpable. Tiene más abogados que compañeros de equipo.
—Walter, no me ha dejado terminar. No estaba hablando de abogados, y cuando vayamos a juicio, le prometo que sólo estaremos usted y yo en la mesa.
—Entonces, ¿a quién quiere añadir?
—A un asesor de selección del jurado y a alguien que trabaje con usted en imagen y testimonio.
—Nada de consultor de jurados. Hacen que parezca que trata de amañar cosas.
—Mire, la persona que quiero contratar se sentará en la galería del público. Nadie se fijará en ella. Se gana la vida jugando al póquer y sólo lee las caras de las personas y busca delatores, gestos que los traicionen. Nada más.
—No, no pagaré por esas paparruchas.
—¿Está seguro, Walter?
Pasé cinco minutos tratando de convencerlo, diciéndole que la elección del jurado podía ser la parte más importante del juicio. Hice hincapié en que en casos circunstanciales la prioridad tenía que ser elegir jurados de mentalidad abierta, que no creyeran que sólo porque la policía o la fiscalía dijeran algo era automáticamente cierto. Aseguré que me enorgullecía de mi propia capacidad en elegir un jurado, pero que me serviría la ayuda de una experta que podía leer caras y gestos. Al final de mi petición, Elliot simplemente negó con la cabeza.
—Paparruchas. Confiaré en su talento.
Lo estudié un momento y decidí que ya habíamos hablado bastante por ese día. Trataría el resto con él la siguiente vez. Me había dado cuenta de que pese a que de boquilla aceptaba la idea de que yo era el jefe en el juicio, estaba claro que él poseía un firme control de la cosas.
Y yo no podía evitar pensar que eso podría llevarlo derechito a prisión.