13

Nos asignaron un fantástico espacio en el aparcamiento ejecutivo. Le dije a Cisco que esperara en el coche y entré solo, llevando las dos gruesas carpetas que Vincent había reunido sobre el caso. Una contenía el material de revelación entregado hasta el momento por la fiscalía, que incluía importantes documentos de investigación y transcripciones de interrogatorios, y la otra contenía documentos y otros frutos del trabajo generado por Vincent a lo largo de los cinco meses que llevaba en el caso. Entre las dos carpetas logré formarme una idea aproximada de lo que tenía y no tenía la fiscalía, así como de la dirección por la cual quería llevar el caso el fiscal. Todavía había trabajo que hacer y faltaban piezas en el caso y la estrategia de la defensa. Quizás esas piezas estaban en la cabeza de Jerry Vincent, en su portátil o en la libreta de su portafolios, pero a no ser que la policía detuviera a un sospechoso y recuperara la propiedad robada, lo que hubiera allí no me sería de utilidad.

Seguí una acera por un césped perfectamente cuidado hacia la oficina de Elliot. Mi plan para la reunión tenía tres aspectos: el primer asunto era asegurar a Elliot como cliente. Hecho eso, solicitaría su aprobación para aplazar el juicio con el fin de darme tiempo para ponerme al día y prepararme para la vista. La última parte del plan sería ver si Elliot tenía alguna de las piezas que faltaban en el caso de la defensa. Las partes segunda y tercera obviamente no importaban si no tenía éxito con la primera.

La oficina de Walter Elliot se hallaba en el Bungalow Uno, al fondo de la parcela del Archway. La palabra «bungalow» daba la impresión de algo pequeño, pero los bungalows eran grandes en Hollywood, una señal de estatus. Era como tener tu propia casa privada en la parcela. Y como en cualquier casa privada, las actividades en el interior podían mantenerse en secreto.

Una entrada con azulejos españoles conducía a una sala de estar con una chimenea que lanzaba llamas de gas en una pared y una barra de madera de caoba instalada en la esquina opuesta. Llegué al centro de la sala, miré a mi alrededor y esperé. Observé el cuadro que había sobre la chimenea. Mostraba a un caballero con armadura en un corcel blanco. Este se había abierto la visera del casco y sus ojos miraban con intensidad. Me adentré unos pasos en la sala y me di cuenta de que los ojos se habían pintado de modo que miraran al observador de la pintura desde cualquier ángulo de la sala. Me seguían.

—¿Señor Haller?

Me volví y reconocí la voz del teléfono de la garita. El guardián de Elliot, la señora Albrecht, había entrado en la sala sin que yo la viera. Elegancia fue la palabra que se me vino a la cabeza. Era una belleza entrada en años que parecía tomarse el envejecimiento con calma. El gris salpicaba su cabello sin teñir y minúsculas arrugas aparecían en sus ojos y boca, que aparentemente no habían sido sometidos a incisión o inyección. La señora Albrecht daba la sensación de ser una mujer que se sentía a gusto en su propia piel, lo cual según mi experiencia era algo poco común en Hollywood.

—El señor Elliot lo recibirá ahora.

La seguí, doblamos una esquina y recorrimos un pequeño pasillo hasta una oficina de recepción. Ella pasó junto a un escritorio vacío —el suyo, supuse— y abrió una gran puerta que daba al despacho de Walter Elliot.

Elliot era un hombre muy bronceado con más pelo gris que aparecía por el cuello de su camisa abierta que el que tenía sobre la cabeza. Estaba sentado detrás de una gran mesa de trabajo de cristal. No había cajones debajo ni ordenador encima, pero sí papeles y guiones esparcidos sobre la mesa. No importaba que se enfrentara a dos acusaciones de asesinato, Elliot se mantenía ocupado. Estaba trabajando y dirigiendo Archway del modo en que siempre lo había hecho. Quizá lo hacía siguiendo el consejo de algún gurú de la autoayuda de Hollywood, pero no era una conducta o una filosofía inusual para los acusados. «Actúa como si fueras inocente y serás percibido como inocente. Finalmente, te convertirás en inocente».

Había una zona para sentarse a la derecha, pero él eligió permanecer detrás de la mesa de trabajo. Tenía unos ojos ósculos y penetrantes que me resultaban familiares, y entonces me di cuenta de que había estado mirándolos: el caballero en el Corcel de la sala de estar era Elliot.

—Señor Elliot, este es el señor Haller —dijo la señora Albrecht.

La secretaria me señaló la silla que estaba al otro lado de la mesa de Elliot. Después de que me sentara, este hizo un gesto sin mirar a la señora Albrecht y ella salió de la sala sin decir una palabra más. A lo largo de los años he representado y he estado en compañía de un par de docenas de asesinos, y la primera regla es que no hay reglas. Los hay de todos los tamaños y medidas, ricos y pobres, humildes y arrogantes, arrepentidos y fríos como el acero. Los porcentajes me decían que lo más probable era que Elliot fuera un asesino, que había eliminado a sangre fría a su mujer y su amante y que había pensado arrogantemente que podría salir impune. Pero no hubo nada en ese primer encuentro que me cerciorara de una cosa o de la contraria. Y siempre era así.

—¿Qué le ha ocurrido a mi abogado? —preguntó.

—Bueno, para una explicación detallada debería preguntarle a la policía. El resumen es que alguien lo mató anoche en su coche.

—¿Y eso dónde me deja a mí? Me juego la vida en un juicio dentro de una semana.

Era una ligera exageración. El inicio del proceso de selección del jurado estaba programado para al cabo de nueve días y la fiscalía no había anunciado que fuera a solicitar la pena de muerte. Pero no hacía daño que estuviera pensando en tales términos.

—Por eso estoy aquí, señor Elliot. En este momento está conmigo.

—¿Y quién es usted? Nunca había oído hablar de usted.

—No había oído hablar de mí porque tengo como norma que no se oiga hablar de mí. Los abogados famosos atraen demasiada atención sobre sus clientes; alimentan su propia celebridad ofreciéndolos. Yo no trabajo de esa forma.

Elliot frunció la boca y asintió. Sabía que me había anotado un punto.

—¿Y se hace cargo de los clientes de Vincent? —preguntó.

—Deje que se lo explique, señor Elliot. Jerry Vincent tenía un negocio de un solo hombre, igual que yo. En ocasiones alguno de nosotros necesitaba ayuda con un caso o a un abogado que se ocupara de algún asunto aquí o allá. Cumplíamos con ese papel por el otro. Si mira el contrato de representación que firmó con él, encontrará mi nombre en un párrafo con jerga legal que autoriza a Jerry a discutir su caso conmigo y a incluirme en los límites de las relaciones abogado-cliente. En otras palabras, Jerry me confiaba sus casos. Y ahora que se ha ido, estoy preparado para llevarlo en su lugar. Hoy mismo la presidenta del Tribunal Superior ha dictado una orden que me sitúa en custodia de los casos de Jerry. Por supuesto, en última instancia es usted quien ha de elegir quién le va a representar en el juicio. Yo estoy muy familiarizado con su caso y preparado para continuar con su representación legal sin demasiada dificultad. Pero, como he dicho, la decisión es suya. Sólo he venido a exponerle sus opciones.

Elliot negó con la cabeza.

—No puedo creerlo. Teníamos el juicio apuntado para la semana que viene y no voy a retrasarlo. ¡He estado esperando cinco meses para limpiar mi nombre! ¿Tiene idea de lo que supone para un hombre inocente tener que esperar y esperar y esperar a la justicia? ¿Leer todas las insinuaciones y mentiras de los medios? ¿Tener un fiscal oliéndome el trasero, esperando que cometa un error para retirarme la fianza? ¡Mire esto! —Estiró una pierna y se levantó la pernera izquierda para revelar el monitor GPS que la juez Holder le había obligado llevar—. ¡Quiero que acabe ya!

Asentí de un modo consolador y supe que si le decía que quería aplazar su juicio, me enfrentaría a que rechazara rápidamente mis servicios. Decidí sacarlo a relucir en una sesión de estrategia después de cerrar el trato, si finalmente lo hacía.

—He tratado con muchos clientes erróneamente acusados —mentí—. La espera de que se haga justicia puede resultar casi intolerable. Pero eso también hace la reivindicación más significativa. —Elliot no respondió y no dejé que el silencio durara—. He pasado la mayor parte de la tarde revisando los archivos y las pruebas de su caso. Estoy seguro de que no tendrá que aplazar el juicio, señor Elliot. Estaré más que preparado para actuar. Otro abogado, quizá no, pero yo estaré preparado.

Ahí estaba, mi mejor apuesta con él, la mayor parte mentiras y exageraciones. Pero no me detuve ahí.

—He estudiado la estrategia del caso perfilada por el señor Vincent. No la cambiaría, pero creo que puedo mejorarla. Y estaré preparado para actuar la semana que viene si es necesario, creo que un aplazamiento sería útil, pero no imprescindible.

Elliot asintió y se frotó la boca con el dedo.

—Tendría que pensar en esto —dijo—. He de hablar con alguna gente y preguntar sobre usted, igual que pedí referencias de Vincent antes de empezar con él.

Decidí jugármela y tratar de forzar a Elliot a una rápida decisión. No quería que me investigara y posiblemente descubriera que había estado desaparecido durante un año. Eso plantearía demasiadas preguntas.

—Es una buena idea —dije—. Tómese su tiempo, pero no demasiado. Cuanto más tarde en decidirse, mayor es la posibilidad de que el juez considere necesario retrasar el juicio. Sé que no es lo que desea, pero en ausencia del señor Vincent o cualquier otro abogado, el juez probablemente ya se está poniendo nervioso y lo está considerando. Si me elige a mí, trataré de comparecer ante el magistrado lo antes posible y decirle que aún estamos preparados para ir.

Me levanté y busqué una tarjeta en el bolsillo de la chaqueta. La dejé sobre el cristal.

—Estos son mis números. Llámeme cuando quiera.

Esperaba que me dijera que me sentara y que empezáramos a planificar el juicio. Sin embargo, Elliot se limitó a inclinarse y recoger la tarjeta. Parecía estar estudiándola cuando lo dejé allí. Antes de que llegara a la puerta de la oficina, esta se abrió desde fuera y allí estaba la señora Albrecht. Me sonrió afectuosamente.

—Estoy segura de que estaremos en contacto —dijo. Me dio la sensación de que había oído todo lo dicho entre su jefe y yo.

—Gracias, señora Albrecht —respondí—. Ciertamente así lo espero.