CAPÍTULO 5

LA MISIÓN DE LA FILOSOFÍA POLÍTICA

No pretende este libro exponer ni defender por extenso la filosofía de la ley natural, ni trazar las líneas de la ética de la ley natural centrada en la moralidad de las personas. Tiene el propósito de desarrollar una ética social de la libertad, esto es, de elaborar la subsección de ley natural que analiza el concepto de derechos naturales y se ocupa de la esfera propia de la «política», es decir, de la violencia y no-violencia, como modalidades de las relaciones interpersonales. En resumen, desea describir una filosofía política de la libertad.

Desde nuestro punto de vista es patente que la principal misión de la «ciencia política» o, por mejor decir, de la «filosofía política», es construir aquella parte del edificio de la ley natural que se relaciona con las realidades políticas. Es más que evidente que esta tarea ha sido casi enteramente ignorada por los politólogos de nuestro siglo. La ciencia política, o bien ha perseguido un «modelo de construcción» positivista y científico, en vana y engreída imitación de la metodología y los contenidos de las ciencias físicas, o ha emprendido una investigación meramente empírica de los hechos. Los politólogos contemporáneos creen que pueden evadirse de la necesidad de emitir juicios morales y que pueden contribuir a construir sistemas o programas públicos sin tener que asumir una posición ética personal. Pero lo cierto es que, apenas alguien esboza cualquier sugerencia política, por reducida o limitada que sea, está emitiendo, lo quiera o no lo quiera, un juicio ético[1]. La diferencia entre el científico político y el filósofo político es que los juicios morales del primero están encubiertos y, al no estar sujetos a un rigurosos escrutinio, están más expuestos a la posibilidad de error. Además, cuando se evitan los juicios éticos explícitos se abre la puerta a los juicios de valor predominantemente implícitos de los científicos políticos —en beneficio del status quo político imperante en una sociedad dada—. Y, en definitiva, esta falta de ética política sistemática impide que los científicos políticos puedan convencer a nadie del valor de cualquier cambio frente al status quo.

Los filósofos políticos contemporáneos se limitan, por su parte, en virtud de una especie de Wertfrei o actitud neutra frente a los valores, a descripciones y exégesis de anticuario sobre las opiniones de otros, a gran distancia de su papel de filósofos de la política. Al actuar así, están eludiendo la principal misión de la filosofía política o, en palabras de Thomas Thorson, «la justificación filosófica de las posiciones de valor aplicables a la política»[2],[3].

De todas formas, si se quiere abogar por un sistema o un programa público, es preciso construir, para cimentarlo, un sistema de ética social o política. Ésta fue, en el pasado, la función fundamental de la filosofía política. Pero en el mundo actual, la teoría política ha expulsado, en nombre de una «ciencia» espuria, a la filosofía ética y se ha tornado estéril como guía de los ciudadanos que formulan preguntas. Esta misma senda recorren las diversas disciplinas de las ciencias sociales y de la filosofía cuando abandonan los procedimientos de la ley natural. Renunciemos, pues, a las vanas ilusiones de la Wertfreiheit, del positivismo y del cienticismo. Ignorando las demandas imperiosas de un arbitrario status quo, elaboremos fatigosamente —por muy tópica y desgastada que parezca la idea— criterios basados en la ley natural y en los derechos naturales con los que poder recomponer lo prudente, lo sabio y lo honrado. Intentemos, más en concreto, establecer firmemente la filosofía política de la libertad y delimitar la esfera propia de la ley, de los derechos de propiedad y del Estado.