LA LEY NATURAL FRENTE A LA LEY POSITIVA
Si, pues, la razón descubre, a partir de las «inclinaciones básicas de la naturaleza humana… la ley natural absoluta, inmutable y de validez universal en todos los tiempos y lugares», se sigue que esta ley natural proporciona un cuerpo objetivo de normas éticas en virtud del cual se pueden juzgar las acciones humanas en todo tiempo y lugar[1]. En esencia, la ley natural es una ética profundamente «radical», porque marca límites al status quo actual, que tal vez viole gravemente la ley natural, olvidando la incesante e inflexible luz de la razón. En el ámbito de la política de la acción del Estado, la ley natural se presenta al hombre como un conjunto de normas que pueden suponer una crítica radical a la ley positiva en vigor impuesta por el Estado. En este punto, nos limitaremos a señalar que la existencia de una verdadera ley natural al alcance de la razón constituye una amenaza potencialmente grave frente al predominio de costumbres ciegamente tradicionales o frente a la voluntad arbitraria del aparato estatal.
De hecho, pueden establecerse los principios legales de toda sociedad por tres diferentes caminos: a) siguiendo las costumbres tradicionales de la tribu o de la comunidad; b) obedeciendo la voluntad arbitraria y ad hoc de quienes dirigen el aparato del Estado; o c) utilizando la razón humana para descubrir la ley natural —resumidamente: por conformismo servil a la costumbre, por arbitrio caprichoso o por el uso de la razón humana—. Éstas son, en esencia, las únicas vías posibles para establecer la ley positiva. Aquí nos limitaremos a consignar que este último método es, desde siempre y para siempre, el más adecuado al hombre y el más noble y plenamente humano, a la vez que el de mayores potencialidades «revolucionarias» frente a todo tipo de status quo.
En nuestro siglo, una difundida ignorancia y desprecio por la verdadera existencia de la ley natural ha limitado el apoyo activo de los ciudadanos a las estructuras legales bien a la opción a), o a la b), o a una combinación de ambas. Y esto favorece a quienes intentan cortar la senda hacia un sistema de libertades individuales. Hay libertarios que estarían dispuestos a aceptar lisamente y de manera acrítica el derecho civil a pesar de sus numerosas vetas antilibertarias. Otros, como Henry Hazlitt, querrían desechar todas las limitaciones constitucionales del gobierno para confiarse únicamente a la voluntad de la mayoría tal como se expresa en cada legislatura. Ninguno de estos dos grupos parece haber entendido la idea de que la estructura de la ley natural racional debe ser utilizada a modo de poste indicador para modelar y remodelar cuantas leyes positivas puedan promulgarse[2].
Aunque la teoría de la ley natural ha sido con frecuencia erróneamente utilizada en defensa del status quo político, sus implicaciones radicales y «revolucionarias» fueron brillantemente comprendidas por el gran historiador y liberal católico Lord Acton. Acton advirtió con meridiana luz que el profundo fallo de la antigua concepción griega de la filosofía política de la ley natural —y el de sus posteriores seguidores— consistió en identificar la política con la moral y en considerar, por tanto, al Estado como agente supremo de la moral social. Desde Platón y Aristóteles, se viene fundamentando la proclamada supremacía del Estado en la tesis de que «la moralidad no se distingue de la religión, ni la política de la moral; y que en religión, moralidad y política hay un solo legislador y una única autoridad.»[3]
En opinión de Acton fueron los estoicos quienes desarrollaron los principios correctos, no estatales, de la filosofía política de la ley natural, que reaparecieron más tarde, en la época moderna, con Grocio y sus seguidores. «A partir de entonces, ha sido posible hacer de la política una cuestión que atañe a los principios y a la conciencia». La reacción del Estado a estos avances teóricos fue el horror:
Cuando Cumberland y Pufendorf expusieron el verdadero alcance de las enseñanzas [de Grocio], toda autoridad establecida y todo interés rampante retrocedieron espantados… Era patente que todas las personas que aprendían que la ciencia política es un asunto de conciencia, más que de poder y de conveniencia, debían considerar a sus adversarios como hombres sin principios…[4]
Acton comprendió claramente que todo cuerpo o conjunto de principios morales objetivos enraizado en la naturaleza misma del hombre debe entrar inevitablemente en conflicto con el derecho civil y con la ley positiva. Para él, este conflicto inevitable era uno de los atributos esenciales del liberalismo clásico: «El liberalismo busca lo que debe ser, sin tener en cuenta lo que es.»[5] Como Himmelfarb escribió acerca de la filosofía de Acton:
No se le concedía autoridad ninguna al pasado, excepto cuando estaba conforme con la moralidad. Admitir que tomar en toda su profunda seriedad la teoría liberal de la historia y otorgar la primacía a «lo que debe ser» por encima de «lo que es» equivalía a instalar en la práctica una «revolución permanente»[6].
Y así, para Acton, lo individual, equipado con la moral de la ley natural, configura una sólida posición desde la que criticar los regímenes y las instituciones existentes, para situarlas bajo la luz cruda y dura de la razón. También John Wild, aunque con orientaciones políticas mucho menos acentuadas, ha descrito en términos tajantes la naturaleza intrínsecamente radical de la teoría de la ley natural:
La filosofía de la ley natural defiende la dignidad racional de cada persona humana y su derecho y deber de criticar de palabra y de hecho, desde los principios universales de la moral que sólo la inteligencia individual puede alcanzar, todas y cualquiera de las instituciones o estructuras sociales existentes[7].
Si, pues, el concepto genuino de ley natural es esencialmente «radical» y profundamente crítico frente a las instituciones políticas existentes, ¿a qué se debe que se le califique de ordinario como «conservador»? El profesor Parthemos entiende que la ley natural es «conservadora» porque sus principios son universales, fijos e inmutables y tienen, por tanto, la categoría de principios de justicia «absolutos»[8]. Absolutamente cierto. Pero que los principios sean fijos, ¿implica que sean «conservadores»? Al contrario, el hecho de que los teóricos de la ley natural deduzcan de la verdadera naturaleza del hombre una estructura fija de la ley independiente de tiempos y lugares, de costumbres, autoridades o normas grupales, hace de la ley un poderoso motor de cambio radical. La única excepción sería el caso de que ocurriera que la ley positiva coincide en todos y cada uno de sus aspectos con la ley natural percibida por la razón humana[9]. Un caso auténticamente insólito.