El creciente número de publicaciones de ciencia ficción evidenciaba la existencia de un mercado lucrativo en los Estados Unidos. Y con un público mucho más sensible a la ciencia ficción, como resultado de los avances científicos desde la guerra. No había otro momento más a propósito para la expansión.
El hecho se reflejó también con el aumento de las películas de ciencia ficción. Dos de ellas fueron especialmente influyentes en aquella época: Destination Moon (Con destino a la Luna) (1951), basada en un relato de Robert Heinlein y producida por George Pal, que trató de mostrar con todo detalle el primer viaje tripulado a la Luna; y The Day the Earth Stood Still (Ultimátum a la Tierra) (1951), basada en un excelente relato de Harry Bate, Farewell to the Master (Adiós al maestro), publicado por «Astounding» en 1940. En esta última película, un embajador de paz llega a la Tierra, procedente de otro mundo, para que el planeta conozca los peligros de su armamento nuclear. Ambas películas constituyeron un gran éxito y contribuyeron a despertar el interés del público por la ciencia ficción.
La bola de nieve empezaba a rodar.
«Science Fiction Quarterly» resucitó en mayo de 1951 bajo la dirección de Robert Lowndes. Se trataba de otra publicación barata que ofrecía relatos amenos, pero sin nada relevante aparte de Rugue Princess (La princesa bribona) (febrero de 1952) de L. Sprague de Camp, una divertida muchacha que viaja en el tiempo. Durante el año 1952, «Future combined with Science Fiction Stories» simplificó por fin su nombre, quedando simplemente como «Future Science Fiction». En noviembre, Lowndes añadió otra publicación barata a su séquito: «Dynamic SF». Contenía algunos cuentos de valor, en particular I am Tomorrow (Yo soy mañana) de Lester del Rey, y The Chapter Ends (El capítulo termina) de Poul Anderson, pero «Dynamic» no salió de lo normal. Sobrevivió seis números y desapareció en enero de 1954. Por aquel entonces la Columbia había llegado a sus propias conclusiones sobre las revistas de tipo barato; de esto hablaremos posteriormente.
En marzo de 1952 se incorporó al género una nueva empresa editora, la cadena Quinn de Kingston, Nueva York, con «If, Worlds of Science Fiction», Quinn contrató los servicios de Paul W. Fairman como primer director.
Fairman era un nombre muy relacionado con las revistas de la Ziff-Davis. Su primera obra publicada fue No Teeth For The Tiger (Ningún diente para el tigre) («Amazing», febrero de 1950), y pronto se convirtió en uno de los escritores típicos de la revista, colaborando con su propio nombre y seudónimos de la casa, en especial con el de Ivar Jorgensen. Dos de sus relatos (The Cosmic Trame [La estructura espacial] de «Amazing», y Deadly City [La ciudad mortal] de «If») fueron trasladados después a la pantalla con los títulos de Invasión of the Saucer Man (Invasión del platillo) (1955) y Target-Earth (Objetivo: la Tierra), respectivamente. Las relaciones de Fairman con Ziff-Davis fueron evidentes ya en los primeros números de «If». Aparte de ofrecer obras de Howard Browne, Ray Palmer, Richard Shaver, Rog Phillips y Milton Lesser, Fairman también inició una serie titulada «Personalidades de la ciencia ficción», que empezó en el número de «If» de mayo de 1952 con Ray Palmer. Palmer respondió inmediatamente en «Other Worlds» (junio de 1952), corrigiendo determinados detalles.
Tras editar tres números, Fairman abandonó «If» para unirse a Ziff-Davis en calidad de director adjunto, dejando que Quinn se las arreglara con «If» hasta contratar los servicios de Larry Shaw a partir de mayo de 1953.
Es cierto que «If» no publicó clásicos en sus primeros años, pero tampoco ofreció literatura de baja calidad. El número de septiembre de 1953, por ejemplo, presentó A Case of Conscience (Un caso de conciencia)[8] de James Blish, una de las primeras apariciones de la religión en el género, en la que un sacerdote aterriza en un planeta que desconocía el pecado original, Júpiter V de Arthur C. Clarke, en torno al descubrimiento de una estatua en el satélite más próximo a Júpiter, también apareció por vez primera en «If» (mayo de 1953). La mejor descripción que puede hacerse de «If» es que la revista «entretenía invariablemente».
Las revistas iban surgiendo con una rapidez angustiosa, «Space Science Fiction» fue lanzada en mayo de 1952, editada por Lester del Rey. Del Rey había sabido por su agente que se estaba preparando una nueva revista de ciencia ficción y que la editorial precisaba novelas cortas inéditas, pero desconociendo el género. El editor era John Raymond, entonces más conocido por sus revistas «de chicas». El auge que se estaba produciendo en la ciencia ficción había llevado al distribuidor de Raymond a sugerir que se entrara en aquel campo. Del Rey se personó en las oficinas y Raymond empezó, a documentarse en ciencia ficción. Finalmente, sugirió que Del Rey editara la revista y, aunque este último no estaba muy satisfecho con la idea, su esposa y varios agentes le convencieron. Del Rey lo explica así: «Preparé el primer número en un santiamén con lo que tenía más a mano. Mi trabajo incluyó efectuar todas las compras, hacer el bosquejo de la revista, leer todas las pruebas y efectuar frecuentes visitas a los impresores. Descubrí que debía dedicar tres días de trabajo real por cada número».
Pese a las prisas, el número 1 de «Space SF» resultó de primera categoría, con una impresionante cubierta de Paul Orban, y conteniendo como novela de fondo Pursuit (Persecución), del propio Del Rey, que narra una cacería en la que intervienen multitud de poderes psi. Henry Kuttner volvía a la escena, esta vez con su divertida The Ego Machine (La máquina del ego), y también Isaac Asimov con Youth (Juventud). «Space» era de tamaño reducido (digest), constaba de 160 páginas y valía treinta y cinco centavos.
Del Rey demostró ser un excelente director. La segunda «Space SF» incluyó una aventura de Robert E, Howard Conan, The God in the Bowl (El dios en el cuenco), completada por L. Sprague de Camp. Se trataba de la primera de las muchas narraciones de Conan que iban a publicarse. Del Rey también contribuyó con una novela realista, cruda, en torno a las colonias de Marte, Police Your Planet (Vigilad vuestro planeta), publicada como folletín en «Space» durante el año 1953 con el seudónimo de Erik Van Lhin.
Raymond supo después que otro distribuidor quería tener una revista de ciencia ficción, por lo que sugirió a Del Rey que editara una segunda publicación de menos calidad y centrada en la acción. Así nació «Science Fiction Adventures», que salió al mercado en noviembre de 1952. Sería la primera de las cuatro revistas que llevarían dicho nombre. Del Rey consta como responsable editorial (con su auténtico nombre, Ramón Álvarez) y director (con su seudónimo Philip St. John). La revista iba dirigida a lectores más jóvenes que los de «Space», pero la literatura que se ofrecía distaba mucho de estar escrita para un público «inferior». Por el contrario, presentó obras de gran madurez, sin hacer concesiones, como The Fires of Forever (Los fuegos de siempre) de Chad Oliver, que encabezó el primer número y que describe un intento por salvar la Tierra de la destrucción. Aparte de su excelente literatura, «SF Adventures» ofreció también una sección de crítica de libros que estaba a cargo de Damon Knight y que se denominaba «The Dissecting Table» (Mesa de disección), el mismo nombre que Knight había usado tres años antes en la sección análoga de «Worlds Beyond». Knight iniciaba su crítica advirtiendo a los lectores que sus comentarios podrían parecer algo desagradables y polémicos, pero que él trataba de explicar lo que pensaba. Con el paso de los años la porfía de Knight le otorgó gran reputación como crítico, y en 1956 sus reseñas fueron editadas en un libro, In Search of Wonder (En busca de lo portentoso), que le permitió ganar un Premio Hugo especial como mejor crítico de ciencia ficción de aquel mismo año.
A propósito, las reseñas bibliográficas iban convirtiéndose en una parte esencial del panorama de la revista del género. En octubre de 1951, «Astounding» contrató a P. Schuyler Miller como crítico fijo encargado de «The Reference Library», sección de la que se ocuparía regularmente a partir de entonces y hasta su muerte en 1974. Miller puede ser considerado perfectamente como el decano de los críticos de ciencia ficción y también recibió un Hugo especial en 1963 como premio a su trabajo.
En marzo de 1953 apareció la tercera revista de Del Rey, «Fantasy Magazine», incluyendo otro cuento de Conan completado por De Camp, The Black Stranger (El forastero negro). A partir del segundo número pasó a denominarse «Fantasy Fiction». El ligero cambio se produjo debido a que Ziff-Davis había amenazado con emprender acción judicial por la duplicación de su titulo «Fantastic».
«Fantasy Fiction» ofreció diversas y espléndidas cubiertas de Hannes Bok y en contenido soberbio, siendo ahora pieza obligada para los coleccionistas. Por desgracia, sólo duró cuatro números.
Una cuarta revista, «Rocket Stories», se había estado planeando durante varios meses. Apareció por fin en abril de 1953, siendo su director Wade Kaempfert. «Rocket» era una imitación en tamaño reducido (digest) de «Planet Stories», conteniendo algunas narraciones maduras y muy bien escritas, como Jackrogue Second de John Jakes, en el primer número. Este relato gira en torno a un hombre al que se ha devuelto la vida sólo para enfrentarse a una amarga oposición por parte de todas las personas que encuentra.
A mediados de 1953, Del Rey y Raymond estaban en desacuerdo sobre la situación desesperada de la editorial. No hace mucho, Del Rey me explicó lo que sucedió:
En Raymond Publications siempre reinaba la confusión. Las revistas se programaban al capricho de Raymond. (Como cuando me informó repentinamente de que iban a ser mensuales… y nunca se preocupó de que tal cosa fuera una realidad). Me llamaba, o esperaba a que yo recopilara los manuscritos, luego anunciaba que «Space» (o la revista que fuera) debía salir, y yo debía presentar una copia al día siguiente. (Dicho sea de paso, yo tenía plena autoridad respecto a lo que se compraba; John W. Campbell llamo a Raymond y le convenció de que un director debía tener libertad de acción. John hacía favores así.) En cualquier caso, esto significaba que debía ponerme en contacto con los agentes, recopilar los relatos, examinar los manuscritos y elaborar un número antes de que transcurriera un día. Así funcionó todo la mayoría de las veces. Pagábamos únicamente después de la publicación, por lo que nunca intenté hacerme con un catálogo; disponía de algunas obras pendientes de revisión, pero en cuanto a los relatos de fondo, o bien llamaba a los agentes pidiéndoles algunos que conocía, o, desesperado, escribía uno yo mismo (a menudo en una noche). Era un modo miserable de editar una revista.
Las revistas ganaban dinero. Pese a lo que se ha dicho respecto a que la fantasía no tiene un mercado apropiado, aquella revista vendía unos setenta mil ejemplares por número, y «SF Adventures», algo menos (pero más que «Galaxy»), Yo cubría gastos con cuarenta y cinco mil ejemplares, por lo que estábamos obteniendo excelentes ganancias con las revistas. («Space» y «Rocket» tenían más problemas de distribución, pero también daban beneficios.) Pero en vez de reinvertir el dinero en las revistas, Raymond lo empleaba en Dios sabe qué: expandir su negocio, empresas arriesgadas. Nunca había dinero disponible, excepto el adelanto hecho por el distribuidor después de que las revistas estaban impresas.
Le propuse aumentar el nivel de las revistas, pagando mejor y con más rapidez, y una retribución decente para mí. Le demostré que bastaba con vender muy pocos ejemplares más para justificar tal cosa, y le dije que en caso contrario me vería obligado a dimitir. Estuvo de acuerdo. Y no salió nada de aquello. Un día entré en el despacho en son de guerra (y pensando en dimitir) porque había descubierto que no se había pagado a varios autores. Él no estaba allí, pero su director artístico me dijo que Raymond tenía planes nuevos: el pago máximo sería de un centavo por palabra para todas las revistas, no habría más ilustraciones con excepción de las hechas por el director artístico y las páginas se reducirían a 144. Aseguré que renunciaba y me marché a casa. No me arrepentí.
Raymond informó a todo el mundo de que me había despedido, y su abogado amenazó con demandarme por «calumnia y libelo» porque yo había devuelto los manuscritos a los autores, declarando que el nuevo precio estaba en vigor. Mi réplica convenció al abogado para que dijera a Raymond que me dejara tranquilo y cesara de inventarse historias en torno a mi persona.
Raymond contrató un nuevo director, Harry Harrison. Éste se negó a encargarse de «Fantasy Fiction», por lo que Raymond solicitó los servicios de Fletcher Pratt. Pratt preparó un número, pero no quiso entregarlo hasta que se pagara a los autores. No se efectuó el pago y Raymond abandonó la revista. Las otras publicaciones prosiguieron durante algún tiempo con Harrison, pero Raymond se aburrió del género y acabó resueltamente con los títulos restantes. El último en desaparecer fue «SF Adventures» (mayo de 1954), que había alcanzado un gran éxito con la publicación en forma de folletín de The Syndic (El síndico), novela de Cyril Kornbluth sobre un espía en un mundo futuro de gobiernos pervertidos.
Las revistas de Del Rey son recordadas afectuosamente como precursoras de la buena ficción, y siguen siendo un ejemplo excelente de lo que un director inteligente puede lograr frente al irritante muro de ignorancia que la mayoría de editoriales erigen cuando de ciencia ficción se trata. «Space SF» fue la primera revista en publicar un cuento de Algis Budrys, Walk to the World (Paseo por el mundo) (noviembre de 1952). Retrospectivamente, la muerte de estas revistas representó una gran pérdida para el mundo de la ciencia ficción.
En 1952, «Amazing» casi había superado el estigma del período Shaver. Por alguna razón inexplicable, Browne trató de sustituir el atractivo esotérico de la revista por algo más «respetable». Es de suponer que la solución al problema llegó con Master of the Universe (Maestro del universo), supuesta historia futura del período 1975-2575 revelada en un manuscrito encontrado cerca de las costas españolas. Toda la narración, publicada como folletín en «Amazing» entre abril y noviembre de 1952, resultó absolutamente tediosa.
No obstante, Browne volvió a lograr el visto bueno para ensayar su línea pulcra, que se materializó en marzo de 1952 con la publicación de «Fantastic», fechada en el verano. «Fantastic» era de tamaño reducido, constaba de 160 páginas y se vendía a treinta y cinco centavos. La cubierta del primer número, a todo color, fue obra de Barye Phillips; la cubierta posterior reprodujo una obra de arte y en el interior había ilustraciones a color. Entre los relatos estaban The Smile (La sonrisa) de Ray Bradbury, What if de Isaac Asimov, el cautivante Six and Ten are Johnny (Seis y diez son Johnny) de Walter Miller y, sobre todo, Professor Bingo's Snuff (El rapé del profesor Bingo) de Raymond Chandler. Las ventas fueron tan fenomenales que «Fantastic» fue rápidamente reprogramada, pasando de trimestral a bimestral. Los editores empezaron a ver un futuro poco prometedor para las publicaciones de tipo barato y transformaron «Amazing Stories» en formato reducido a partir del número de abril-mayo de 1953. En consecuencia, el precio aumentó hasta treinta y cinco centavos, y, para ir sobre seguro, la periodicidad de «Amazing» pasó a ser bimestral, alternándose con «Fantastic». «Fantastic Adventures» fue unida a «Fantastic» con el número de mayo de 1953.
La primera «Amazing» en formato reducido volvió a enfocarse hacia un público profano. El relato de fondo fue Mars Confidential (Marte confidencial), supuesta revelación escandalosa de los periodistas Jack Lait y Lee Mortimer. También estuvieron presentes grandes escritores famosos en las revistas «pulcras»: Ray Bradbury, Robert Heinlein, Theodore Sturgeon, Murray Leinster y Richard Matheson. El impresionante relato The Last Day (El último día), obra de Matheson, se ofrece en este volumen.
Browne iba a recibir felicitaciones. «Amazing» pasó la transición a formato reducido con tanta eficacia que a partir de entonces se la consideró como algo completamente nuevo, y la revista se enfrentó al futuro con renovado vigor.
Vale la pena recordar, de pasada, que el público dispuso de dos «Fantastic» en el verano de 1952: la de Ziff-Davis y «Fantastic Science Fiction». La última era una publicación de gran formato que constaba tan sólo de 48 páginas, por lo que se la distinguía al instante. Contenía obras juveniles de poca calidad y buenas ilustraciones realizadas por artistas procedentes de los cómics. El único nombre reconocible era el de Walter Gibson, que escribió la novela de fondo y dirigió la revista. Gibson era famoso como creador de las novelas del superdetective The Shadow (La sombra), cuyas aventuras habían aparecido en la revista del mismo nombre desde noviembre de 1931 hasta el verano de 1949. Anteriormente, Gibson había dirigido la publicación que por muy poco tiempo sería rival de «Weird Tales». «Tales of Magíc and Mystery», de la que se editaron cinco números en los años 1927-1928. «Fantastic SF» fue menos afortunada: un primer número en agosto y un segundo en diciembre de 1952.
Para que la confusión de títulos fuera total, Standard Magazines publicó en octubre de 1952 «Space Stories», después de que Del Rey hubiera hecho lo propio con «Space SF». Pero «Space Stories» era una revista de tipo barato y por entonces daba la impresión de que el público no deseaba nuevas publicaciones de esta clase. La revista desapareció, por consiguiente, tras publicar cuatro números bimestrales.
Lo mismo sucedió con «Tops in SF». Malcolm Reiss decidió beneficiarse de la tendencia en favor de las reediciones extrayendo material de los archivos de «Planet Stories», y formando con el una nueva publicación barata, «Tops in SF». La primera edición, en marzo de 1953, debió atraer con toda certeza a cierta parte del público, pero se perdió entre todas las demás revistas del mismo tipo. Así, Reiss cambió a formato reducido (digest) en el segundo número, que apareció en octubre. Pero lo hizo demasiado tarde y fracasó: «Tops» dejó de publicarse.
Más y más revistas pasaron fugazmente por el mercado. Muchas de ellas debieron de proyectarse antes de que el auge alcanzara su apogeo, esperando subir al tren de la fama y sin comprender que el tren iba a estar atestado. Cada revista era poco más que una gota en el océano y por ello no importaba si eran buenas o malas. El público no las vería, ni las compraría, a menos que se exhibieran en los quioscos de modo adecuado. Ésta fue la causa más corriente de su temprana defunción.
En 1952, por citar un ejemplo, Wollheim abandonó Avon Books y sus dos revistas, «Fantasy Reader» y «Science Fiction Reader», que desaparecieron del mercado tras haber publicado dieciocho y tres números, respectivamente. Pero en enero de 1953 se puso a la venta una revista híbrida, «Avon Science Fiction and Fantasy Reader», dirigida por el responsable de cómics de Avon, Sol Cohen. Esta publicación, cuidada y de formato reducido, contenía obras inéditas (a excepción de una), ofreciendo un contenido de gran calidad firmado por hombres importantes del género. Las ilustraciones interiores estaban soberbiamente realizadas, concentrándose sobre todo en lo erótico. Aun siendo una publicación por encima del nivel medio, la revista dejó de editarse tras el segundo número de abril.
Chester Whitehorne, que en 1945 había dirigido por algún tiempo «Planet Stories», reapareció en 1953 con una revista de formato reducido muy voluminosa, «Vortex SF». La nueva publicación planeaba ofrecer relatos ultracortos, e incluyó veinte de ellos en su primer número. La acogida fue alentadora, y al cabo de seis meses apareció un segundo número conteniendo veinticinco relatos. Pero esta idea no podía durar mucho…, y lo mismo sucedió con «Vortex». Nunca más volvió a verse. Whitehorne no se desanimó. En 1954 se presentó repentinamente con una revista de planteamientos muy racionales, «Science Fiction Digest», aportando nuevas pruebas en torno a la popularidad del formato reducido (digest). La idea consistía en seleccionar obras de diversas publicaciones no especializadas en el género y de otras revistas, convirtiéndose de hecho en una colección de «Lo mejor del año» en forma de revista.
Era un buen proyecto, y debía haber tenido éxito. Pero la selección de relatos de Whitehorne dejó mucho que desear, al igual que la presentación. Pese a ofrecer artículos notables como My Experience with the Supernatural (Mi experiencia con lo sobrenatural) de Eartha Kitt. «SF Digest» desapareció también al cabo de sólo dos números.
A mediados de 1953 todo el mundo editorial pareció haberse vuelto frenético, sobre todo desde que Ballantine Books iniciara en febrero una serie regular de antologías en rústica incluyendo únicamente relatos inéditos, «Star Science Fiction Stories», dirigida por Frederik Pohl. Los escritores de ciencia ficción nunca habían tenido un panorama mejor: mientras aparecieran revistas todos los días, sus obras se venderían inevitablemente. Los escritores noveles disponían de amplias oportunidades para colocar sus creaciones y, también, para experimentar. Esto implicaba que se publicaba más literatura de poca calidad, pero ésta aparecía, por regla general, en publicaciones menores. Las revistas importantes, como «Galaxy», «Astounding» y «F & SF», con más prestigio y pagando mejor, seguían acaparando a los autores famosos.
En 1953, uno de los acontecimientos que atrajeron más la atención dentro de la ciencia ficción fue el regreso de Hugo Gernsback. Este había dejado el campo en 1936 al entregar «Wonder Stories» a la Standard, pero Gernsback Publications había proseguido con diversos periódicos científicos. El mismo Gernsback había dado charlas y publicado ocasionalmente jocosas publicaciones anuales como «Newspeek» y «Quip». En marzo de 1953 surgió el primer número de «Science Fiction Plus». No era una publicación de formato reducido ni tampoco de tipo barato, sino una esplendorosa revista «pulcra», de gran formato (21,6 × 28 cm), con 64 páginas. Costando solamente treinta y cinco centavos, la revista debía venderse.
Como es lógico, la curiosidad atrajo hacia ella a numerosas personas. Gernsback era el director-editor, en tanto que Harvey, su hijo, que contaba cuarenta años de edad, era el director. Pero el hombre que realizó todo el trabajo de leer y encontrar material, compilarlo y presentarlo fue Sam Moskowitz. Era un importante seguidor de la ciencia ficción, ya famoso como historiador del género merced a la obra The Immortal Storm (La tempestad inmortal) (1954), historia del fandom organizado. Moskowitz obtuvo relatos de numerosos hombres importantes de la ciencia ficción y recuperó famosos nombres del pasado: Eando Binder, Raymond Z. Gallun, Richard Tooker y Harry Bates. Gernsback escribió amplios artículos científicos, como «The World in 2046» (El mundo en 2046) o «World War III - In retrospect» (Visión retrospectiva de la tercera guerra mundial), además de sus acostumbrados editoriales. En uno de ellos ridiculizó la pseudociencia ficción que se estaba publicando, afirmando que los escritores debían ser más objetivos en la ciencia que empleaban. Por tal motivo, confeccionó un símbolo con las letras «SF» superpuestas en una esfera negra rematada por una estrella, y lo situó junto a todo relato que incluyera nuevas ideas científicas de evidente realización práctica en el futuro. El símbolo no acompañó a demasiadas obras… ¡aparte las del propio Gernsback!
Frank R. Paul retornó como director artístico, aunque su trabajo tan sólo ilustraba normalmente las extrapolaciones de Gernsback. Los relatos iban acompañados por camafeos fotográficos de los autores. Las antiguas secciones de Gernsback, «Science Questions and Answers» y «Science Quiz», aparecieron de nuevo e incluso hubo una novela traducida del francés. Era «Wonder Stories» más pulida y modernizada. ¿La aceptaría el público?
Los primeros informes fueron favorables. «SF Plus» se presentó con cuatro números mensuales. Luego las ventas empezaron a descender y la periodicidad se alargó. La revista desapareció en diciembre de 1953 tras publicar su séptimo número. ¿Por qué? Como producción «pulcra» que era no podía haberse confundido entre el tumulto de revistas baratas o de formato reducido. Las publicaciones periódicas de Gernsback en torno al tema de la radio disfrutaron de distribución saludable, por lo que no tuvieron tal problema. Esencialmente, la razón residía en la actitud del público de la época. En 1953, y desde los tiempos de la «Wonder» de Gernsback, había crecido toda una generación de revistas. Toda persona nacida en 1926, año en que apareció «Amazing», habría descubierto la ciencia ficción a una edad aproximada de quince años, es decir, en 1941, cuando la «Astounding» de Campbell estaba en su apogeo. El desarrollo de estas personas fue el subsiguiente de la ciencia ficción. «SF Plus» era un anacronismo. Ofrecía algunas obras excelentes, como Spacebred Generations (Generaciones espaciales) de Simak, Nightmare Planet (Planeta de pesadilla) de Leinster y Strange Compulsion (Extraña compulsión) de Philip José Farmer, pero para el público de 1953 el planteamiento de la revista resultaba torpe y los lectores temían hundirse en un concentrado de prognosis científica. Preferían seguir con «Galaxy» o «Astounding».
La misma reticencia era atribuida al resto de las nuevas publicaciones. «Orbit SF», dirigida por Jules Saltman, mostraba obvias indicaciones de ser una «Galaxy» de segunda mano. «Cosmos Science Fiction and Fantasy» se leía como un sucedáneo de «Imagination». Que la revista hiciera alarde de relatos obra de Poul Anderson, Arthur C. Clarke, Robert Sheckley… o cualquier otro, no servía de nada porque así lo hacían casi todas las demás. Sólo el fan entusiasta de la ciencia ficción adquiriría todas y cada una de las revistas, y esto no bastaba para sufragarlas todas. El factor vital era el momento: estar en los quioscos en la ocasión propicia para la venta. Si el vendedor recibía un nuevo lote de revistas mientras los estantes estaban todavía repletos, el lote se quedaría empaquetado hasta que hubiera espacio o alguien pidiera un ejemplar de aquella revista. Tratándose de una nueva publicación, el público raramente la solicitaría y, así, sin importar su calidad, la revista estaba condenada al fracaso. Incluso ahora, más de un cuarto de siglo después, los coleccionistas que buscan algunas publicaciones y encuentran en ellas una rica amalgama de nombres, a menudo con relatos de primera categoría, contienen sorprendidos la respiración y piensan: «¿Por qué fracasó esta revista?»
Louis Silberkleit, de la Columbia, decidió arriesgarse y publicó una «Science Fiction Stories» en formato reducido y sin fecha en la cubierta. Esto significaba que el vendedor tampoco tenía fecha de devolución para la revista, por lo que se quedaba con ella hasta que hubiera espacio en los estantes y, de modo invariable, acababa exhibiéndola. Tan sólo cuatro meses más tarde, «Science Fiction» se había vendido lo suficiente como para permitir un segundo número, y Lowndes reemprendió el trabajo sobre la misma base. Los números aparecieron en agosto de 1953 y julio de 1954 respectivamente, obteniendo muy buenas ventas. Silberkleit estaba preparado, y en junio de 1954 «Future» cambió su formato de tipo barato pulp) a reducido digest). Pero no así «SF Quarterly». Dominaba la opinión de que el público seguía considerando a los «Quarterlies» como algo especial. No parecía correcto lanzar una «Quarterly» de bolsillo, y por ello la publicación continuó como de tipo barato.
Por qué «Fantastic Universe» sobrevivió mientras las demás revistas desaparecían, es algo poco claro. Se puso a la venta por primera vez en junio de 1953, en el mismo apogeo del boom, y por fuerza debía fracasar. Pero no lo hizo. La publicaba Leo Margulies de King-Size Publications, Park Avenue, Nueva York, y disfrutaba de buena distribución en tanto que publicación hermana de «The Saint Detective Magazine», revista que lograba elevadas ventas. Éste era un punto a su favor. Otro lo constituía el hecho de que Sam Merwin fuera su director. La combinación Margulies/Merwin había obtenido gran éxito en la década de 1940 con «Thrilling Wonder», y los entusiastas de la ciencia ficción debían por fuerza estar prendados de ella. Además, por los treinta y cinco centavos que indicaba la cubierta, se compraba una revista de formato reducido con 192 páginas, más páginas que cualquier otra. Aun cuando la cantidad de hojas se redujo tras el segundo número, y pese a que Merwin abandonó la revista para convertirse en director adjunto de «Galaxy», «Fantastic Universe» había captado ya suficientes lectores en su primera etapa como para asegurarse un público viable.
Ése no fue el caso de «Spaceway», la publicación del infatigable William Crawford. La «Fantasy Book» de Crawford había muerto por desnutrición, sobre todo por falta de una distribución adecuada, tras su octavo número, de enero de 1951. Poco después, Crawford recibió una oferta para dirigir una nueva revista cuyo título aprovecharía el nombre del rey cinematográfico de Hollywood en lo que a ciencia ficción se refería, George Pal, y que se llamaría «George Pal Tales of Space Conquest». Como sucede a menudo con estas ideas de altos vuelos, la revista nunca se convirtió en realidad. Mas Crawford, que había contactado con un nuevo distribuidor y preparado e impreso un número de «Pal», decidió correr un nuevo riesgo, esta vez con «Spaceway». El número 1, tamaño de bolsillo y fechado en diciembre de 1953, estaba mejor planeado que «Fantasy Book», pero ¡ay!, el distribuidor volvió a fallar. Crawford quedó una vez más sin un céntimo. Se esforzó todo lo que pudo, pero «Spaceway», con menos capital y recursos, fue deteriorándose rápidamente hasta quedar reducida a una producción más bien vulgar. Crawford intentó lograr una edición británica, pero esto no bastó. «Spaceway» llegó hasta el octavo número y desapareció en enero de 1955…, pero no para siempre.
Ray Palmer, ya vuelto al trabajo después de su accidente, pudo contemplar todo este carrusel como si fuera algo exterior a él. El auge de la ciencia ficción se centraba en Nueva York, y, si la distribución fallaba, era muy raro que el mercado se resintiese en esa ciudad. Palmer se encontraba en Chicago con su «Other Worlds», y tan sólo «Imagination» de William Hamling le hacía la competencia. Por supuesto, había otras revistas, pero Palmer disfrutaba de mayores oportunidades en cuanto a exponer en los quioscos las suyas. Y por esa razón organizó su propio mini-boom. En junio de 1953 se puso a la venta una nueva revista de formato reducido, publicada por George Bell de Bell Publications, North Clark Street, Chicago. Se trataba de una producción cuidada, pretendiendo lograr niveles elevados y presentando algunas obras importantes de autores famosos. Ray Palmer entró en la editora, y «Universe», a partir del tercer número, fue dirigida por él y Mahaffey, ofreciendo excelentes ilustraciones de Virgil Finlay, Lawrence Stevens y Edd Cartier, tres de los mejores especialistas. Sus obras abarcaban un extenso campo, desde The Hungry Hercynian (El hambriento herciniano), cuento de espadas y brujería de L. Sprague de Camp, hasta Everest de Isaac Asimov, que supone la existencia de marcianos en dicho monte. Era una buena revista.
Palmer cambió el título «Other Worlds» por «Science Stories», convirtiéndola en publicación hermana de la anterior. Luego lanzó otra revista, «Mystic», en esta ocasión una compañera de «Fate» en el género de lo oculto. Estrictamente hablando, se halla fuera del alcance de esta obra, pero la menciono porque su número de enero de 1954, en el que Palmer vuelve a referirse al Misterio Shaver, ofrece sus puntos de vista y su relato completo basado en hechos, The Devil's Empire (El imperio del diablo), que explica cómo Lucifer conquistó la Atlántida. Es la narración mejor escrita de todas las que tratan este mito, sorprendentemente amena y digna de leer por su novedad.
En la Navidad de 1953, cuando la ola de la ciencia ficción se había encrespado, sobrevivían aún 27 títulos relacionados con el género, tan sólo en los Estados Unidos. Únicamente siete de ellos eran de tipo barato, porque hasta «Weird Tales» había cambiado a formato reducido (digest) en septiembre de 1953. Pero para esta última revista, pilar de la literatura fantástica desde 1923, el fin estaba próximo. El golpe definitivo llegó cuando la American News Corporation, la principal distribuidora de publicaciones baratas, se negó a manejar más revistas de este tipo, alegando que habían dejado de ser rentables. La industria del cómic estaba floreciendo, las revistas no especializadas en ciencia ficción eran mucho más ventajosas económicamente y se estaba iniciando una nueva línea: Hugh Heffner acababa de lanzar «Playboy», su revista para hombres, con sorprendentes resultados. Al distribuidor le interesaban únicamente los beneficios, y las publicaciones baratas no los proporcionaban. La misma lógica valía para los anunciantes, que pagaban más a las revistas «pulcras» para asegurarse una propaganda más amplia. Todo ello estaba acabando con las revistas de tipo barato, gozasen de un público adicto o no. Las publicaciones de este tipo se encontraban encalladas y era demasiado tarde para cambiar. Demasiado tarde para introducir correcciones.
«Weird Tales» murió en septiembre de 1954. «Thrilling Wonder», en enero de 1955. «Fantastic Story Magazine», en abril de 1955. «Planet Stories», en junio de 1955. «Startling Stories», en octubre de 1955…
Algunos de los títulos más famosos dentro del campo de la ciencia ficción, con muchos años de experiencia, desaparecieron al cabo de un año porque nadie quería seguir distribuyéndolos.
Pero se marcharon con las cabezas bien altas. «Thrilling Wonder» y «Startling» habían sido publicaciones descollantes en sus últimos años de vida. Sufrieron un gran contratiempo en 1952 cuando falleció Earle Bergey, principal artista encargado de sus cubiertas. Era un hombre insustituible. Bergey había simbolizado las revistas, y sus cubiertas, con los monstruos de ojos saltones y mujeres rubias de atrevidos escotes, representaban toda una época. Pero una nueva generación de artistas había entrado en la ciencia ficción, destacando Alex Schomburg, Ed Emshwiller y Jack Coggins, ocupando el lugar de Bergey con sus propias habilidades y estilos.
Samuel Merwin había dirigido las revistas hasta el verano de 1951, momento en el que se marchó con la idea de escribir más obras. Pero reapareció en «Amazing» como crítico de libros, luego dirigiendo los primeros números de «Fantastic Universe» y después ayudando a «Galaxy». Su puesto en la Standard lo ocupó Samuel Mines, que por aquel entonces era probablemente el más liberal de todos los directores. Pedía relatos de calidad literaria. No le importaban en absoluto los tabúes, y la prueba es que publicó el relato que pasaría a la historia como el primero que introducía el sexo en la ciencia ficción: The Lovers (Los amantes) de Philip José Farmer. Apareció en forma de novela completa en el número de «Startling» de agosto de 1952, y Mines lo utilizó como vía de prueba para sondear los límites de la ciencia ficción. Me gustaría disponer de espacio para publicar íntegramente aquel editorial, no sólo por su sensibilidad, sino, también, porque demuestra que Mines fue un personaje clave en el ensanchamiento de las fronteras del género. El editorial incluía los siguientes párrafos:
En forma editorial y por otros medios, hemos sostenido desde hace mucho tiempo que la ciencia ficción debe ser algo más que ciencia prometedora; debe ser también buena literatura. Debe contener las exigencias básicas del drama, estar bien narrada, representar personajes reales, ser tan sincera en sus valores emotivos como en el cálculo de la velocidad de una nave espacial maniobrando en una ruta ultragaláctica. Hasta que se logre tal cosa, los críticos del «Time» seguirán haciendo menospreciadoras comparaciones con los westerns.
Sostenemos que todo puede hacerse en ciencia ficción… y que debe ser hecho. En realidad, es el más amplio de todos los medios, porque su creatividad es ilimitada. Numerosos autores actuales del género son tan sobresalientes como pueden serlo dentro de su particular tipo de relato, pero este tipo se ha convertido en una rutina. Escriben básicamente la misma narración que escribían hace quince años…
Merwin retó a los escritores a experimentar con temas osados y puso en primer plano The Lovers como el descubrimiento de la década. Confiaba en que esta obra haría recapacitar a los escritores y exclamar: «¡Demonios, no creía que pudiéramos hacer algo así en ciencia ficción!». Los mismos argumentos innovadores serían utilizados por Harlan Ellison en 1967 con su antología Dangerous Visions, arremetiendo contra los temas tabú. Pero estamos refiriéndonos aquí a una revista barata publicada quince años antes.
En The Lovers, los humanos aterrizan en un planeta en el que sus habitantes humanoides surgen de insectos mediante un proceso de metamorfosis. Las hembras, que se desarrollan hasta adquirir el aspecto de una mujer humana, sólo pueden procrear uniéndose con un auténtico varón humano. Después del embarazo, la madre muere y la cría abandona la carne. Los insectos, llamados lalitha, averiguan que una bebida especial evita el embarazo, pero cuando uno de los humanos se enamora de una lalitha, deduce que la humanoide es adicta a la bebida. Desconociendo el verdadero fin, diluye el líquido y la lalitha concibe y muere.
La obra está maravillosa e impresionantemente narrada, y evidenció con gran eficacia cómo el sexo podía ser parte integral de un relato sin convertirlo en obsceno. The Lovers fue sin duda un gran acontecimiento en la ciencia ficción, pero sólo un hombre lo comprendió así en aquel momento: Samuel Mines, director de una revista barata con el resonante nombre de «Startling Stories» (Narraciones sorprendentes). No podía haber narración más «sorprendente» que aquélla. Y The Lovers, ¡oh sorpresa!, había sido rechazada anteriormente por Campbell y Gold. Estuvo en un tris de no ser publicada, puesto que Farmer no era entonces conocido en ciencia ficción. La obra significó su presentación, y a partir de ella y merced a su infatigable trabajo, Farmer se ha convertido en uno de los autores más fecundos, originales y admirados del género.
The Lovers no fue un éxito aislado de Mines. Adquirió también What's It Like Out There? (¿Qué se siente allí fuera?) de Edmond Hamilton, obra que se publicó en «Thrilling Wonder» en diciembre de 1952. Mines se refiere a ella en el mismo editorial citado antes, diciendo que «está tan alejada de sus relatos sobre el Capitán Futuro como para convencer a cualquiera de que es obra de un escritor distinto». ¡Hamilton había escrito una primera versión del relato ya en 1933! Pero su crudeza al describir una imagen torva y demasiado realista de la primera expedición a Marte motivó que fuera rechazada entonces por los directores. Hamilton había sido catalogado por sus calamidades cósmicas, ganándose el apodo de «World Wrecker» (demoledor del mundo). Una fama como la suya, y la fórmula de publicación barata, no podían tomarse en consideración.
Pero al acabar la guerra, la ciencia ficción necesitaba precisamente realismo y, por fin, los escritores descubrieron que podían romper con los viejos moldes. The Lovers había roto la barrera del sexo, y las tradiciones y tabúes del género estaban siendo aplastadas en todas partes. Hasta entonces, la religión había sido algo sacrosanto. Pero Ray Bradbury puso manos a la obra. Samuel Merwin consiguió para «Thrilling Wonder» (febrero de 1949) The Man (El hombre); una nave espacial aterriza en otro planeta y descubre que Cristo acababa de llegar el día anterior. In This Sign (En este signo), en la que Bradbury describe un Marte libre de pecado, fue comprada por Ray Palmer pero publicada en «Imagination» de Hamling (abril de 1951).
Ray Palmer adquirió varios de los relatos más polémicos de Bradbury, lo que demuestra que no era tan insensible como algunos afirmarían. Pese a la aceptación que disfrutaba Bradbury en las revistas «pulcras», Way in the Middle of the Air (Camino en medio del cielo) fue rechazado por «Harper's», apareciendo, por contra, en «Other Worlds» (julio de 1950). El relato describe un planeta Marte habitado por negros que están preparándose para el apartheid al saber que se acerca un cohete repleto de blancos. La secuela, The Other Foot (El otro pie), se publicó nada menos que en «New Story» (marzo de 1951). En este cuento, la vida sobre la Tierra está casi extinguida y los blancos aceptan hacer de limpiabotas o lo que sea con tal de que los negros los rescaten a todos.
La explosión sin precedentes en la publicación de ciencia ficción, ocurrida al iniciarse la década de 1950, trajo consigo una nueva liberación. Fue un resultado directo de la era nuclear, logrando para el género mayor aceptación por parte del público y, a su vez, incitando a los escritores a refinar su estilo y puntos de vista: la ciencia ficción emergió fulgurante. Vista desde nuestros días, la ciencia ficción de principios de aquella década parecerá muy poco liberada, pero hay que considerarla con la visión de los años cuarenta. Era realmente revolucionaria.
El auge estadounidense iba teniendo su propio eco en Gran Bretaña, y si bien es cierto que tal eco no se reflejaba en avance alguno de las corrientes literarias, estaba poniendo al descubierto todo un caudal de talentos ocultos.