7. La intrépida «New Worlds»

Mientras tanto, ¿qué ocurría en Inglaterra, país que aún padecía escasez de papel y otras restricciones típicas de la guerra? Mi colega, Phil Harbottle, que ha colaborado en la investigación de toda esta historia, ha realizado un estudio especial en torno a la ciencia ficción británica a principios de la década de 1950, tema que siempre le ha fascinado. Su período de director de la revista de ciencia ficción «Vision of Tomorrow» le permitió conocer a numerosas personalidades de la época. Phil, torciendo el gesto, recuerda que «cuando no estaba sonsacándoles nuevos relatos, ¡les pedía información sobre los viejos!»

El fruto de esta investigación está contenido en una inmensidad de correspondencia con autores importantes, directores y entusiastas del tema. Muchas de las cartas son, en efecto, historias personalizadas y ensayos definitivos sobre el desarrollo de las revistas británicas del género. Estos auténticos documentos merecen ser publicados en un libro, y Phil confía en poder hacerlo cuando termine sus investigaciones. Mientras tanto, ha tenido la amabilidad de prestármelos. En el cuerpo del siguiente capítulo tendré el privilegio de presentar diversos relatos de primera mano sobre las historias de las revistas británicas de ciencia ficción, Brave New World (Intrépido mundo nuevo) (1932), la clásica novela de Aldous Huxley sobre una Tierra dominada en el futuro, fue editada de nuevo en Inglaterra en 1948. Se trató de un pequeño consuelo para los partidarios de la ciencia ficción, cuya intrépida «New Worlds» había desaparecido el año anterior después de tres números de vida. Pero John Carnell, su director, pensaba seguir luchando y estaba resuelto a encontrar empresa editora. Reproduciendo el siguiente extracto del propio relato de John Carnell sobre el renacimiento de «New Worlds», pretendo rendir un merecido tributo al más ilustre de los directores británicos:

El período invernal de 1947-1948 que siguió al fin de Pendulum Publications fue muy triste, al menos para mí, alegrado tan sólo por las periódicas reuniones semanales de autores y entusiastas en la White Horse Tavern de Fetter Lane, Las limitaciones de importación del período de la guerra seguían en pie y las únicas revistas estadounidenses de ciencia ficción que circulaban eran las conseguidas privadamente a través del intercambio mutuo. Las ediciones británicas de reimpresiones se esforzaron en reducir el vacío, pero eran meras sombras de las revistas originales.

No obstante, el optimismo renació en la primavera, excitado por la Convención de Ciencia Ficción de Whitsun, que duró un día, celebrada en la White Horse y presidida por Walter Gillings. En aquella reunión pude informar a los delegados de que se estaba siguiendo un plan con la perspectiva de formar nuestra propia empresa editora y que tendrían la oportunidad de comprar acciones. La idea surgió inocentemente en una típica reunión del jueves durante la interminable discusión en torno a los editores cegatos, cuando una voz anónima preguntó: «¿Por qué no formamos nuestra propia empresa? Podríamos publicar nuestras revistas». La idea no era nueva, pero sí para Frank Cooper, oficial retirado de las RAF que había dedicado parte de su gratificación a una librería en Stoke Newington, con una popular sección de ciencia ficción. Se había unido recientemente a los parroquianos de la taberna y aceptó la idea, comprometiéndose a obtener toda la información precisa para poner en funcionamiento una empresa.

De hecho, se debió totalmente a sus admirables esfuerzos que el proyecto de la empresa fuese por fin diseñado, aprobado y remitido a una lista de cuatrocientos nombres recogidos a partir de diversas fuentes. Se ofrecieron acciones a libra cada una, exigiendo una compra mínima de cinco. Cerca de cincuenta entusiastas suscribieron un capital inicial aproximado de seiscientas libras, que se suponía suficiente para lanzar la empresa. El agente de Frank facilitó los detalles de formación; Madge, la esposa de Walter Gillings, pensó el nombre Nova Publications Ltd., y al finalizar el año el sueño iba tornándose real.

Los seis primeros directivos (en horas libres, sin cobrar) fueron John B. (Wyndham) Harris, presidente; G. Ken Chapman, tesorero; Frank C. Cooper, secretario; Walter Gillings, publicidad; Eric C. Williams, suscripciones, y yo mismo, John Carnell, responsable editorial. Se localizó una imprenta de primera categoría cercana a Stoke Newington; el papel estaba superando el racionamiento y los impresores se alegraron de recibir un nuevo pedido. En la primavera de 1949 la nueva empresa estaba en funcionamiento y se planeó el número 4 de «New Worlds» como un ensayo: formato en octavo marquilla (21,6 × 13,8 cm), 96 páginas al precio de un chelín y seis peniques, teniendo en mente una periodicidad trimestral. Dicho número se puso a la venta en junio, con un tradicional cohete en una órbita de frenado cercana a la Luna, pintado por «Dermis», con ilustraciones interiores de White, joven estudiante de arte que se alojaba en nuestra casa en aquella época. El contenido era el mismo que se planeó para la difunta edición de Pendulum. El número también presentó un vigoroso artículo de Arthur C. Clarke titulado «The Shape of Ships to Come» (La forma de las naves futuras), en el que se postulaba la posibilidad de naves espaciales en forma de haltera para los viajes interplanetarios…, usadas diecisiete años más tarde en la épica película 2001.

Para economizar, Nova realizó su propia distribución, una proeza de no poca importancia para un grupo de aficionados, pero Frank Cooper y su administrador, Leslie Flood, demostraron su capacidad para esta monumental tarea, y en julio confiábamos en poder lanzar adelante una publicación trimestral regular. En realidad, el número 5 se publicó en septiembre, y el 6, fechado en la primavera de 1950, en enero de ese año. Mientras se imprimía el quinto número, fui uno de los invitados de honor en la Séptima Convención Mundial de Ciencia Ficción en Cincinatti, viaje realizado gracias a un pasaje parcialmente sufragado por Forrest Ackerman y por aportaciones de ambos lados del Atlántico. Me abrumó por completo la generosidad mostrada por infinidad de editores, autores y entusiastas estadounidenses hacia el primer representante del Reino Unido que establecía relaciones con los Estados Unidos. Regresé con muchísimas ideas y contactos prácticos.

Realmente, «New Worlds» no podía ser defraudada por sus colegas del otro lado del Atlántico. Sus dimensiones, formato y línea editorial imitaban a «Astounding», pero la revista conservaba un matiz eminentemente británico. Sus cubiertas reflejaban más sosiego, apelando, pues, al lector medio más que al público juvenil e inconstante que en los quioscos se sentía atraído por las cubiertas de acción trepidante de las revistas baratas de la década de 1940. En el caso de «New Worlds», como en el de «Astounding», prácticamente puede afirmarse que la edad media de sus lectores era superior a la de los que leían revistas baratas. También los relatos reflejaban una cualidad británica, esa sensación de vida tranquila y retirada que ha constituido nuestra herencia, en contraposición a la agitada existencia estadounidense. A gran parte de la ópera espacial estadounidense se la acusaba de ser novelas del oeste con fondo interplanetario. Y ésta no era la visión británica, aunque algunos autores la imitaban. «New Worlds» estaba alcanzando gran popularidad en Gran Bretaña, donde anteriormente la escasez de material indígena había sido total.

Desde la defunción de «Fantasy», Walter Gillings había publicado en privado su «Fantasy Review», de aspecto altamente profesional, conteniendo noticias, críticas e información sobre el género. Después del número 15, Gillings cambió el título por el de «Science-Fantasy Review», y hasta la primavera de 1950 aparecieron tres números más. En esa época se puso en práctica la siguiente parte de los planes de Nova: crear una revista hermana de «New Worlds», «Science-Fantasy», bajo la dirección de Gillings, El primer número, englobando «Science-Fantasy Review», apareció en el verano de 1950. Su tamaño, también reducido (digest), era algo menor que el de «New Worlds», y sus 96 páginas valían lo mismo: un chelín y seis peniques, Se iniciaba con The Belt (El cinturón) de J. M. Walsh. Walsh (1897-1952) era una figura eminente en el mundo de la ciencia ficción británica, habiendo vendido en 1931 una novela importante, Vandals of the World (Vándalos del mundo), a «Wonder Stories Quarterly» de Gernsback. La falta de un mercado británico significaba que Walsh debía concentrarse en obras de misterio y horror para ganarse la vida, pero escribía ciencia ficción siempre que le era posible. The Belt narra cómo una masa espacial errante choca con la Luna, provocando la explosión del satélite, y que éste forme un anillo en torno a la Tierra, El estilo era altamente profesional y estableció una buena pauta para la revista. Si digo que esta obra fue seguida por Time's Arrow (Flecha del tiempo) de Arthur C. Clarke, no hago más que recalcar la importancia que para «Science-Fantasy» tenía la palabra «funcionar». De hecho, la revista estaba haciéndose con los mejores relatos inéditos que Gillings había guardado, anteriormente para «Fantasy» de la Temple Bar.

Puesto que Gillings no sólo era director y lector, sino también erudito y coleccionista de ciencia ficción, «Science-Fantasy» incluyó una selecta combinación de artículos y reseñas, Uno de estos trabajos, «The Jinn in the Test-Tube» (Los genios en la probeta), obra de Herbert Hughes (Gillings), examinaba las opiniones de personas ajenas al género sobre el actual boom de la ciencia ficción en los Estados Unidos y, en particular, los comentarios del muy respetado profesor Jacob Bronowski, ya fallecido, que bautizó la ciencia ficción como «el folklore de la era atómica».

En enero de 1951 apareció un segundo número de «Science-Fantasy», incluyendo History Lesson (Lección de historia) de Arthur C. Clarke, obra muy reeditada. Este relato había sido publicado anteriormente en «Startling Stories» (mayo de 1949), demostrando que Clarke estaba obteniendo tanto provecho de su literatura como el boom lo permitía. A causa de la expansión de los mercados de ciencia ficción, tanto en Gran Bretaña como en los Estados Unidos, los autores podían finalmente vender sus relatos más de una vez y recibir una remuneración más apropiada a sus esfuerzos.

Se consumió todo un año antes de que apareciera el tercer número de «Science-Fantasy» (invierno de 1951-1952). El precio había aumentado a dos chelines, el formato reducido (digest) era mayor, compatible con «New Worlds» y no estaba dirigida por Walter Gillings, aunque éste escribió el editorial. Nova Publications había decidido que no resultaba económico tener dos directores y se votó en favor de que Carnell dirigiera ambas revistas. En cierta forma, fue decisivo el hecho de que la elaboración de «Science-Fantasy» fuera más costosa que la de «New Worlds». Gillings perdió también el control de «Science-Fantasy Review», que desapareció de las páginas de la revista en favor de un contenido literario total. Esto, unido a una tragedia familiar, fue la causa de que Gillings, el hombre decisivo para crear una revista británica de ciencia ficción a partir de 1934, se retirara al anonimato. En realidad, iba a estar casi veinte años sin tomar parte activa en el campo profesional del género. Ahora, afortunadamente, ha vuelto al redil, y es posible que algún día vuelva a dirigir una revista de ciencia ficción.

«Science-Fantasy» prosiguió apareciendo intermitentemente como la hermana pobre de «New Worlds». Los retrasos en su publicación fueron frecuentes porque, según afirmaba Carnell, el material bueno era insuficiente. «Science-Fantasy» nunca obtendría la popularidad de «New Worlds», pero en general su calidad literaria era superior.

A principios de 1951, cuando las revistas de la Nova eran el pilar de la ciencia ficción británica, aparecieron otras publicaciones, demostrando que el género se vendía bien. Por desgracia, las nuevas revistas no alcanzaban la relativa madurez e inteligencia de «New Worlds» o «Science-Fantasy». Los editores explotaban el hecho de un público privado de su material de lectura favorito. Editores surgidos de la noche a la mañana empezaron a publicar monstruos mal impresos y de baja calidad escritos por gente con muy poca, o ninguna, experiencia en ciencia ficción. Violaron el género y crearon un vástago débil, pueril y malsano. Otros trataron de contratar los servicios de experimentados autores de ciencia ficción y, así, publicaron algunas novelas aceptables. Pero, tristemente, la mayoría de ellas ofrecía un lamentable aspecto y, en aquella época, las obras de ciencia ficción en rústica eran consideradas en Gran Bretaña como lo más despreciable que se podía ofrecer al público.

Una de las editoriales que mayor parte de culpa tuvieron a este respecto fue John Spencer & Co., de Shepherds Bush, Londres. En el verano de 1950 lanzó un tropel de revistas: no una, sino cuatro, todas en un formato reducido muy similar al de las novelas en rústica, pero conteniendo relatos cortos escritos por encargo, vulgares. La primera que se puso a la venta fue «Futuristic Science Stories», incluyendo Nightmare Planet (Planeta de pesadilla) del mismo Norman Lazenby, que había aparecido en «Fantasy» y «New Worlds». ¡Áy!, muchos escritores habían sucumbido a la tentación de ganar dinero rápidamente escribiendo para el mercado. Esto no perjudicó a Lazenby, capaz de escribir buena ciencia ficción, pero perder tiempo escribiendo no le daba de comer. Al final acabó dedicándose a obras de gangsters. En cualquier caso, los editores pagaban precios muy bajos en esta época y por ello cuanta más literatura se escribiera y vendiera, tanto mejor resultaba el asunto. En realidad, el Nightmare Planet de Lazenby era tolerable si se comparaba con el nivel de las revistas de Spencer. Igual que Worlds of Fear (Mundos de miedo) de J. Austin Jackson. Este había publicado en «Fantasy» tres años antes, y este relato puede haber sido perfectamente un sobrante. Pero mientras las publicaciones se iban sucediendo, extinguido ya el pequeño residuo de literatura bien escrita por autores más expertos, la calidad descendió vertiginosamente. En rápida sucesión, surgieron «Worlds of Fantasy», «Wonders of the Spaceways» y «Tales of Tomorrow». El equipo de hombres asociados a las revistas estaba formado por Hamilton Donne, Frank Kneller y D. R. Mencet, ninguno de los cuales podía hacer nada excepcional. Lazenby alcanzó pronto el punto más bajo de su carrera en el número 2 de «Futuristic» con Plasma Men Bring Death (Los hombres de plasma traen la muerte), que se desarrolla en un planeta llamado Earthkin, una Tierra en miniatura, cuando dicho planeta es invadido por el cruel forajido Arturo Korlin y sus hombres de plasma. El mismo número incluía el espantoso Vultures of the Void (Buitres del vacío) de Clifford Wallacem, narrando las extravagantes aventuras espaciales del capitán Starlight y sus muchachos, los Tubby Masters. ¡Ambas narraciones eran tan horribles como sus títulos!

Los lectores británicos de ciencia ficción habían estado hambrientos de su material favorito, pero esto no era lo que deseaban. Es más: se trataba de un hecho nocivo para el género, ya que daba una impresión totalmente equivocada y creaba una atmósfera hedionda. Por fortuna, una recesión editorial durante el año 1951 mantuvo alejadas del mercado las revistas de Spencer, pero retornaron en 1952, más absurdas que nunca. Es difícil explicar algo en su favor. Suministraron un mercado en el que algunos escritores pudieron ganar algo de dinero escribiendo por encargo, concentrándose mientras tanto en una literatura de calidad superior. También proveyeron un campo de entrenamiento en el que los escritores ejercitaron su talento. Así fue como E. C. Tubb, el escritor británico más prolífico durante la década de 1950, vendió algunos relatos firmando con el seudónimo de Charles Grey, al mismo tiempo que escribía material de más calidad para «New Worlds». De forma similar, Ian Wright, uno de los hombres de confianza de Nova, realizó su primera venta, Heritage (Herencia), a Spencer. Se trataba de un relato moderadamente legible en torno a las tácticas bélicas en el espacio, y apareció en el número 6 de «Futuristic Science Stories» a principios de 1952.

Las ventas de las revistas de Spencer fueron suficientes para mantenerlas en el mercado hasta 1954, apareciendo cerca de una cincuentena de números. Es obvio, por lo tanto, que atrajeron público. Y más tarde este público se convirtió en lector de las revistas para adultos. En realidad, la principal publicación que sirvió como aprendizaje para los jóvenes talentos en cierne no fue una revista, sino un tebeo: «Eagle».

Al acabar la década de 1940, la oposición británica cuestionó el creciente culto a los «cómics de horror» estadounidenses, que muchas personas temían que ejercieran influencia adversa en la psicología de sus hijos. Los espeluznantes detalles descritos en determinadas publicaciones horrorizaron a los padres de familia. Todo acabó con una ley de Cómics de Horror aprobada por el Parlamento en 1955» por la que se frenaban las importaciones británicas de tebeos estadounidenses. Esto podría haber creado un vacío, de no haber sido porque existía una alternativa apropiada. El emprendedor reverendo Marcus Morris había propuesto a Hulton Editores la publicación de un tebeo que pudieran leer los niños, de carácter religioso y educativo, Hulton aceptó, y Morris preparó «Eagle», que se puso a la venta el 14 de abril de 1950 en medio de una gran publicidad. El personaje principal fue el famoso Dan Daré, En un principio, Morris lo había ideado como el reverendo Dan Daré, pero Hulton, por fortuna, adoptó una línea más convencional. La tira de Dan Daré era dibujada y escrita por Frank Hampson, artista ex miembro de las RAF, que había adquirido una técnica especial realista, de rasgos nítidos, revolucionaria en el arte del cómic. Impreso en papel de alta calidad, «Eagle» tenía un soberbio aspecto profesional, y su publicidad por adelantado logró que los padres de familia se apresuraran a comprarlo para sus hijos. Su éxito fue reflejado por John Carnell en el editorial que escribió para «New Worlds» (verano de 1950) y que reproducimos parcialmente:

[…] Me resultó muy agradable saber que este semanario juvenil nacional se vendía en todas partes. Editado por un clérigo, que lo ideó y diseñó antes de presentarlo a Hulton Press, ofrece una historieta de aventuras en Venus y material periódico de ciencia ficción con un vigoroso atractivo juvenil. No sin cierto orgullo, el escritor Clarke me informa de que ha vendido un relato a «Eagle».

Nunca una publicación juvenil como «Eagle» sirvió tanto a las revistas adultas de ciencia ficción para ganar nuevos lectores. Esto se debió, y no en pequeña medida, al experto conocimiento que poseía Hampson respecto a ciencia ficción y a la notable inspiración de sus ilustraciones.

Hulton comprendió el valor potencial de la ciencia ficción con el atractivo despertado por Dan Daré, y se puso en contacto con diversos miembros del círculo de Londres para efectuar consultas. William F. Temple recuerda con gran amargura como se le encargó que editara un «Dan Daré Annual». Temple perdió un tiempo considerable solicitando cuentos y artículos a todos los escritores importantes, además de escribir él mismo una novela corta sobre Dan Daré. Pero los planes de Hulton se torcieron, y no precisamente por culpa de Temple, ya que éste cumplió a la perfección las exigencias iniciales de la editorial. Todo cambió, y cuando apareció el definitivo «Dan Dare's Spacebook» ya no era la obra de Temple, sino una mera sombra de su concepción original. Temple pudo convertir su novela en la posterior serie «Martin Magnus».

Un desastre similar afligió a Herbert J. Campbell» miembro de la fraternidad londinense de ciencia ficción. Hulton le encargó que editara una nueva revista del género, Campbell preparó cuatro números piloto…, y se encontró con que Hulton había vuelto a cambiar de idea en favor de una compañera femenina para «Eagle» lógicamente titulada «Girl».

Por fortuna, la experiencia y contactos obtenidos por Campbell en su abortado trabajo editorial no se perdieron, Campbell se convirtió en director técnico de una nueva aventura de la firma Hamilton & Co., de Goldhawk Road, Londres. El hombre a cargo de la política editorial de Hamilton era Gordon H. Landsborough. Nombre poco familiar para los seguidores de la ciencia ficción, fue, pese a ello, un personaje de gran influencia en la conformación del género en Gran Bretaña. Con Panther Books (de Hamilton) y, después, con Four Square Books, Landsborough jugó un papel decisivo en la publicación de un material de más categoría. Actualmente es un editor respetado y próspero, recordando vividamente sus primeros contactos con la firma Hamilton, y la creación de la que iba a ser una importantísima revista de ciencia ficción, «Authentic Science Fiction»:

En 1949, a las pocas semanas de pasar a encargarme de las producciones de Hamilton, ya había efectuado cambios. Me deshice del antiguo personal contratado y, en su lugar, solicité los servicios de periodistas como escritores; se sintieron atraídos por el sueldo, algo mejor. No estoy seguro de cómo llegué hasta los escritores de ciencia ficción. Creo que se presentaron en respuesta a los anuncios que salieron en el «World's Press News» de entonces. Había de todo, pero al menos era una mejora respecto a los escritores de obras de gangsters que habían sido contratados para «hacer algo de ciencia ficción». Cuando leía las supuestas obras de ciencia ficción que ocasionalmente aparecían en el catálogo de Hamilton, me daban escalofríos. Aquella basura contenía el germen de la autodestrucción.

A veces expresaba mis opiniones explosivamente. El editor las aceptaba de buen humor y se limitaba a decir: «De acuerdo, consigue mejores relatos». Fue entonces cuando se me permitió ofrecer una libra por mil palabras de buena ciencia ficción, ¡aunque debía buscar y obtener todo el material posible a precios inferiores!

Me pareció que frente a aquella masa de basura compitiendo debíamos hacer algo distinto que nos permitiera ganar un público fiel. Así, tras establecer un programa de dos títulos de ciencia ficción mensuales, puse una franja en la cubierta y los denominé «Science Fiction Fortnightly». Estos primeros relatos formaban más bien un revoltijo, pero argüí que el título no perjudicaría las ventas y con el tiempo podría empezar a comprobarlas. Entonces mi editor tuvo una idea. Dijo que le gustaría publicar una revista mensual de ciencia ficción.

No me puse muy contento. Yo había sido un editor de prensa y sabía que el trabajo editorial necesario era diez veces mayor que publicar una novela corta. Ya tenía trabajo más que suficiente para un hombre. Además, ¿dónde iba a encontrar buenos autores para completar cada número, pudiendo ofrecer únicamente una libra por mil palabras? Cuando insistí en que se subiera el precio, el editor reculó y cambió de tema. Al final llegamos a un acuerdo. Publicaríamos una «revista» en rústica, de formato convencional, pero consistiría en una novela de treinta y cinco mil palabras con un breve artículo editorial, y un solo relato corto como relleno. Murió «Science Fiction Fortnightly» y nació «Authentic Science Fiction». El título fue idea del editor. A mí no me gustó mucho, pero nunca se deben discutir menudencias: al menos, sería un detalle identificativo y atraería lectores a nuestros relatos de calidad superior a la media.

«Authentic» se convirtió en la publicación regular más vendida de Hamilton. Al cabo de dos años se vendían veinte mil ejemplares a dos chelines, frente a los trece mil aproximados de otras producciones que se vendían a un chelín y seis peniques.

Sólo algún tiempo después supe por qué Hamilton había tenido tantas ganas de iniciar una revista de ciencia ficción. Una editorial de Londres, Atlas, estaba obteniendo un gran éxito con la reedición británica de «Astounding», que me parecía muy por delante de todo lo que se hacía en el Reino Unido. Se rumoreaba que «Astounding» vendía cuarenta mil ejemplares mensuales, y la firma Hamilton deseaba hacer algo inmediatamente.

Hamilton & Co. estuvo de acuerdo en contratar artistas con cierto conocimiento de la ciencia ficción y constituyeron una mejora evidente respecto a ciertos desastres anteriores, demasiado extravagantes y faltos de inspiración. Hasta que nació «Authentic», nadie había comentado favorablemente nuestras cubiertas. Así que cuando empezaron a llegar las alabanzas comprendí que estábamos progresando. Hasta entonces, Hamilton había pagado solamente nueve guineas por una cubierta, y ésta, por si fuera poco, debía incluir título, autor y el comentario elogioso rotulados a mano. Ahora el pago aumentó a quince guineas, y los letreros se hacían aparte.

La serie «Authentic» se lanzó en la primera semana del mes de enero de 1951. La primera novela lució el horrendo título Mushroom Men from Mars (Los hombres hongo de Marte), obra de Lee Stanton. Dos semanas después siguió Reconnoitre Krellig II (Explorad Krellig II) de Jon J. Deegan. Esta novela fue la presentación pública de «Old Growler», una achacosa nave espacial, y su pintoresca tripulación. La acción de sus aventuras espaciales, lineal, sin pretensiones, alcanzó gran popularidad y aparecieron nuevas novelas «Old Growler» de Deegan, reforzando la aceptación de la serie de «Authentic». El título de la publicación cambió de «Science Fiction Fortnightly» a «Science Fiction Monthly» con el número nueve (mayo de 1951), y finalmente a «Authentic SF» en septiembre de 1951. En octubre de 1952 se añadió al contenido un folletín, que empezó con Frontier Legión (Legión fronteriza) de Sydney J. Bounds. En enero de 1953 «Authentic» ya se parecía más a una revista, incluyendo artículos y relatos cortos. Por aquel entonces, Gordon Landsborough, que había editado la serie usando el alias L. G. Holmes, abandonó la firma Hamilton, sucediéndole Herbert J. Campbell. El propio Landsborough vuelve a tomar el hilo de la narración:

Una nueva casta de autores estaba llegando al equipo de Hamilton: Bert Campbell, con su negra barba, y excelentes manuscritos, John Brunner, Bryan Berry, S. Fowler Wright, Ken Bulmer, Syd Bounds y muchos otros. El cienciólogo L. Ron Hubbard escribía para nosotros. Igual que E. C. Tubb y Bill Temple. Otros dos nombres que recuerdo son los de Roy Sheldon y Jon J. Deegan. Yo los inventé antes de «Authentic». Aparte de algunos escritores muy conocidos, como John Russell Fearn, aquel tipo de editor siempre insistía en utilizar un seudónimo para sus autores. Deliberadamente, asignaban ese seudónimo a varios escritores de modo que no pudiera pertenecer a ninguno. Era una manera de controlar a un autor: si se hacía famoso con un seudónimo no podría ir a otra editorial llevándose el nombre con él.

E! problema residía en que, pese a la mejora en los estipendios, seguían siendo insuficientes para mantener el entusiasmo de los buenos escritores. Yo había forzado a mi editor a que ofreciera el máximo que pudiera, Se quedó en una libra por mil palabras, ¡No se pueden construir imperios literarios pagando una libra por un miliar de palabras!

Mientras tanto, «Authentic» continuó progresando. Pero no todo iba bien. Se me había prometido ser responsable editorial de todo el catálogo de Hamilton & Co. Y una de las primeras cosas que había hecho fue cerrar la espita de las desagradables y sexualmente sádicas novelas de gangsters estadounidenses. Aún quedaban algunas en la tubería y ésas las consentía de mala gana, Pero no deseaba tener entre manos ninguna más.

Por eso me sorprendió que un día viniera a verme el editor y dijera que quería conservar su catálogo estadounidense de obras de gangsters. Seguía habiendo un mercado aprovechable para ellas. Pensé en la situación. Estos sádicos libros eran aburridos, si no nauseabundos; su redacción era tan oscura que me disgustaba editarlos. Por eso dimití.

El editor se quedó pasmado, pero me rindió un gentil tributo. Me pidió que me quedara tres meses más y le buscara un sucesor. De hecho, proporcioné dos directores a Hamilton, uno para ocuparse de las novelas del oeste y las publicaciones «sofisticadas», y otro muy capacitado para encargarse de mi favorita, «Authentic». Este último fue Herbert J. Campbell.

Bert era el hombre ideal para el cargo. Mejor dicho, era demasiado bueno para ocupar tal cargo. Había escrito novelas de ciencia ficción para mí desde antes del lanzamiento de «Authentic», y era un hombre que me interesaba. Era científico antes que escritor, por más que descollara en esta última faceta. Poseía un buen gusto literario, pero, también, un fondo científico, lo que inevitablemente significaba que aceptaría tan sólo relatos cabales. Bert era difícil de contentar y nada alcanzaba nunca el nivel que exigía, Y ésa es la cualidad que define a un buen director. Editó de mala gana, incapaz de blasfemar ante la peor de las atrocidades intelectuales, tal como yo había hecho, Bert se merecía la buena fortuna de que le hubieran propuesto editar para una empresa importante. No obstante, «Authentic» mejoró considerablemente durante el período en que Bert fue su director. Algunos años después de abandonar la firma Hamilton me encontré con Bert, y quedó muy claro que estaba harto del mundillo editorial. Se proponía firmemente iniciar una carrera de investigación científica. Al final triunfó en su propósito, y lo perdimos para la literatura de ciencia ficción. En la actualidad es un respetado y experto científico, autor de varios libros importantes en el campo de la investigación cerebral y, consecuentemente, un hombre feliz.

Es más que probable que Campbell fuera el hombre oculto tras el seudónimo de Jon J. Deegan. Sí, la ciencia ficción británica debe mucho a sus infatigables esfuerzos, y estoy satisfecho de rendirle tributo en esta historia.

En 1952, «Authentic» ya estaba establecida con firmeza e igualaba la popularidad de «New Worlds». Pero había una nueva competidora, en esta ocasión surgida de Glasgow, Escocia. La revista era «Nébula», y uno de sus principales colaboradores sería más tarde Kenneth Bulmer. Bulmer fue un gran admirador de «Nébula». Éste es su relato:

Cuando en el otoño de 1952 apareció en las librerías británicas una nueva revista de ciencia ficción, pocos lectores pudieron prever que iba a convertirse en la revista que numerosos entusiastas considerarían como la más querida. Los rumores y noticias en torno al inminente debut de «Nébula» habían abundado muchos meses antes de que apareciera realmente, por lo que el primer número pudo incluir una sección de cartas al director con felicitaciones de los principales seguidores del momento. Éste sería un rasgo vigoroso de «Nébula»: su continua relación con fandom y su generosa dedicación a los intereses de estos entusiastas.

El relato principal fue Robots Never Weep (Los robots nunca lloran) de E. R. James, un cartero de Yorkshire. Se trataba de una narración muy larga, ya que ocupó nada menos que 103 de las 120 páginas. El tamaño era el mismo que el de «New Worlds», que tenía solamente 96 páginas, pero el tipo de letra de «Nébula» era mayor. En el momento en que «Nébula» irrumpió en la escena, «New Worlds» había publicado, su decimoséptimo número, ya había adoptado como fijo el formato empleado para alcanzar aquel excelente objetivo y publicaba material que haría famosos a muchos escritores británicos. «Authentic» proseguía aún con su tamaño pequeño, publicando obras que no mejorarían hasta que Bert Campbell, tomando toda la responsabilidad editorial, pudo controlar la política de la revista. La nueva revista fue muy bien acogida.

Ninguna gigantesca corporación editorial o combinación de entusiastas respaldaba esta aventura, ni tampoco se trataba de una publicación cínica y oportunista obra de editores puramente comerciales, impresa por lo que el comercio denomina «Kipper Box Printers». No, fue la concepción de un joven seguidor escocés que, amando en extremo la ciencia ficción, invirtió todos sus escasos recursos en la creación de su propia revista profesional, Peter Hamilton, atormentado por una salud enfermiza que algunas veces puso en peligro su vida, acababa de ser dado de baja en una clínica de reposo cuando nació «Nébula». Apareciendo en una época en la que las librerías estaban inundadas por llamativas inmundicias disfrazadas de ciencia ficción, «Nébula» fue una producción de calidad que constituyó el tercer miembro en el desarrollo de la ciencia ficción británica responsable: «Nébula», «New Worlds» y «Authentic».

Durante las sesiones de la convención de ciencia ficción celebrada en 1953 en el Bonnington Hotel de Londres, y pese a la imprevista asistencia de L. Ron Hubbard, Peter Hamilton causó un indudable impacto con su reposado buen humor y obvia dedicación al género. Siendo abstemio, Hamilton se mareó oportunamente cuando el comité de la convención sucumbió en bloque a escribir otra página escarlata en la historia de la ciencia ficción.

Peter Hamilton trabajó sin descanso mejorando la calidad de su revista en todos los aspectos, aceptando a menudo diálogos íntimos con sus lectores, invitándolos a cooperar en el desarrollo de «Nébula». Sus editoriales fueron invariablemente vivaces y honestos, con un auténtico sentimiento de comunicación entre director y lector. El famoso seguidor Walter Willis se encargó de una sección periódica dedicada a los entusiastas y Forrest J. Ackerman, de las noticias cinematográficas.

Con el paso de los años, numerosos autores de ciencia ficción famosos en la actualidad, publicaron en «Nébula» sus primeros cuentos —muy a menudo el primero de ellos—. Brian Aldiss, por ejemplo, logró que su primer relato fuera aceptado por Peter Hamilton. Y lo mismo les pasó a Robert Silverberg y Bob Shaw. Peter siempre ayudó a los seguidores que pugnaban por ser escritores. Tal como dice Brian Aldiss: «Hamilton resultaba simpático al principiante. También era un director paciente». Casi todos los escritores más conocidos de la época gustaban de que «Nébula» publicara su material. ¡Y entre ellos, Bert Campbell, de «Authentic»!

El autor más fecundo y popular era E. C. Tubb, que realizó la proeza nada despreciable de aparecer sin excepción desde el segundo al undécimo número de la revista y que, en consecuencia, ganó el Premio al Mejor Autor. Otros colaboradores prolíficos fueron Wilüam F. Temple, Brian Aldiss, Phillip High, Eric Frank Russell y yo mismo. Y también resultaron habituales los nombres de Harían Ellison, John Rackham, John Kippax, Dan Morgan, James White, Arthur Sellings y el siempre joven Sydney Bounds.

John Newman escribió excelentes y numerosos artículos científicos, y, en colaboración con Kenneth Johns, se ocupó extensamente de temas científicos de actualidad en el popular artículo de la cubierta posterior, que ofrecía fotografías únicas en aquel tiempo.

Las cubiertas de «Nébula» fueron obra de numerosos artistas, algunos muy conocidos en ese campo, como Quinn y Rattigan, Clothier y Hunter. Otro artista, Peter, se enorgulleció explicando que él había descubierto al fallecido y largamente llorado Ken Mclntyre. A partir del décimo número de la revista se introdujo una ilustración en blanco y negro en la última página, dibujada la mayoría de las veces por Arthur Thomson. Esto confirió a la publicación un gran sello personal y una dignidad inigualable por cualquier tipo de anuncio que se pudiera poner en la última página.

Aunque el formato de «Nébula» le daba muy a menudo una apariencia poco profesional, esto creó un sentimiento de simpatía. Como además Peter pagaba a sus colaboradores bastante más que otras revistas profesionales, «Nébula» pese a su nombre, no fue nunca «nebulosa».

Tal vez sea mejor resumir lo que significó «Nébula» con estas sentidas palabras de Ted Tubb: «[…] muchos autores consideraron «Nébula» no simplemente como otro mercado más, sino como algo con lo que podían experimentar una peculiar afinidad emocional. […] Los autores escribían para «Nébula» pensando en la recompensa financiera como cuestión secundaria, y siendo lo más importante el deseo de presentar un buen relato. […] El director siempre estaba dispuesto a experimentar y publicar narraciones que para otras revistas fueran inaceptables. El resultado final era una especie de Gestalt; a los escritores y colaboradores les parecía que «Nébula» era su revista, y todo esto se convirtió en una familia feliz y unida».

Es evidente que «Nébula», ya al terminar 1953, se había convertido en una publicación de prestigio, contribuyendo a situar con firmeza la ciencia ficción británica en el mapa mundial. Sí, en el mapa mundial. La ciencia ficción había dejado de ser patrimonio de los Estados Unidos y Gran Bretaña. Estaba floreciendo por todo el mundo. Así pues antes de volver a los Estados Unidos y al apogeo del boom, es el mejor momento para examinar brevemente cómo se desarrollaba la edición de revistas del género en los demás países.