El primer número de «Magazine of Fantasy», como se la tituló al principio, estaba fechado en otoño de 1949. Fue publicado por el sello Fantasy House de Mercury Press, bajo la mano experta de Lawrence Spivak, también responsable de la prestigiosa publicación «American Mercury» y la afamada «Ellery Queen's Mystery Magazine» (y actualmente famoso productor de radio y televisión). Por treinta y cinco centavos, el lector pudo adquirir 128 páginas tamaño reducido (digest). La cubierta, una joven atrapada por un monstruo verde, era una fotografía, hecho muy extraño en las revistas de ciencia ficción, aunque Palmer y Campbell ya lo habían experimentado. La de «Magazine of Fantasy» fue obra de Bill Stone y resultó tremendamente efectiva. La narración que abría el número fue Bells on His Toes (Cascabeles en los dedos de los pies) de Cleve Cartmili, pero el que más atrajo la atención fue Theodore Sturgeon con su divertido relato The Hurkle Is a Happy Beast (El hurkle es un animalito feliz), que los directores Bleiler y Dikty incluirían posteriormente en su selección Year's Best, La revista era una mezcla escogida de relatos originales y reediciones. Las cuatro reediciones del primer número variaban entre Men of Iron (Hombres de hierro)[6] de Guy Endore y Thurnley Abbey (El monasterio de Thurnley), la famosa historia de fantasmas de Perceval Landon. En realidad, el primer número se decantó hacia la fantasía. Con el dos (invierno-primavera de 1950) el título se amplió a «The Magazine of Fantasy and Science Fiction» (normalmente abreviado como «F & SF»), y el contenido de ciencia ficción predominó.
«F & SF» exigió calidad literaria ya desde su lanzamiento. El alcance de la revista era ilimitado, abarcando cualquier tipo de fantasía desde ciencia ficción pura hasta fantasmas. La única condición era que el relato estuviera magistralmente narrado y sumamente bien escrito. Podría pensarse que el exigir un relato bien escrito no era nada del otro mundo, pero numerosos autores de fama tuvieron dificultades en sus ventas a «F & SF» a causa de la severidad de los directores.
Anthony Boucher y J. Francis McComas eran los dos directores que se encargaban de «F & SF». Mick McComas se inició como director en 1941, cuando tenía treinta y un años. En 1946 se asoció con Raymond J. Healy, editando conjuntamente Adventures in Time and Space (Aventuras en el tiempo y el espacio), antología de ciencia ficción de 997 páginas que sigue siendo considerada uno de los hitos fundamentales entre este tipo de publicaciones. Boucher se llamaba en realidad William Anthony Parker White, pero, probablemente, no era suyo un relato firmado con ese nombre que apareció en «Weird Tales» en enero de 1927. En dicho año, Boucher, que había nacido en Oakland, California, en agosto de 1911, contaba sólo quince años de edad. Conservó el seudónimo Boucher para sus obras de fantasía y ciencia ficción, usando otro, H. H. Holmes, para las de misterio. En los primeros años de la década de 1940, «Unknown» publicó un número considerable de brillantes obras de fantasía escritas por Boucher. Además, se hizo famoso dentro de la ciencia ficción con The Barrier (La barrera) («Astounding», septiembre de 1942), una narración en torno al viaje en el tiempo. Los dos directores, Boucher y McComas, poseían conocimiento completo y práctico de todo el campo de la fantasía, y, lo que es más importante, no habían estado restringidos a las publicaciones baratas.
«F & SF» causó impacto, pero con retraso, debido a sus primeras apariciones esporádicas y porque se la menospreciaba con facilidad entre el tumulto de nuevas revistas que estaban siendo lanzadas. Con todo, en cuanto los editores comprendieron el poder potencial de «F & SF», dedicaron todos sus esfuerzos a ella. Un cambio de dirección de este tipo ya había sucedido antes. En la década de 1930 muchos escritores sacrificaron de buena gana la literatura en aras de la ciencia. Luego, en 1938, Campbell dictó con firmeza su línea en favor de las narraciones que subrayaran los efectos de la ciencia más que la ciencia en sí. Y en este momento, Boucher y McComas daban mayor importancia al ángulo literario. Fue inevitable, pero tardó mucho tiempo en producirse el fenómeno. ¡Había hecho falta una guerra mundial y una bomba atómica de pesadilla!
Muchos lectores de ciencia ficción pueden haber pasado por alto el primer número de «Magazine of Fantasy» pero, tan sólo un mes después, pudieron ser testigos de la continuación de una leyenda: la aparición de «Other Worlds Science Stories».
El primer número de «Other Worlds» (noviembre de 1949) causó impresión. En tamaño reducido (digest), costaba treinta y cinco centavos y constaba de ciento sesenta páginas. «Astounding» tenía la misma extensión, por supuesto, pero su papel era de mejor calidad. «Other Worlds» estaba impresa en un grueso papel de pulpa (barato) que daba a sus ejemplares un grosor aproximado de trece milímetros y, por lo tanto, la impresión de que el dinero estaba bien invertido.
La maravillosa cubierta de Malcolm Smith ilustraba The Fall of Lemuria (la caída de Lemuria) de Richard S. Shaver. Sí, volvemos a encontrar esta firma. ¿Cómo es que Shaver escribía para otra revista? Y para más extrañeza, ¿quién era el hasta ahora desconocido director de la revista, Robert N. Webster, que en su editorial alardeaba de tener veintiséis años de experiencia en el campo de la ciencia ficción? Los entusiastas debieron estrujarse la mente preguntándose, ¿Robert, qué?
Serían ellos mismos los primeros en desvelar el secreto. Los asistentes a la Convención Mundial de Ciencia Ficción, celebrada en Cincinnati los días 3, 4 y 5 de septiembre de 1949, oirían a Ray Palmer explicar cómo había dimitido de Ziff-Davis para fundar su propia empresa editora, Palmer detalló los planes en cuanto a «Other Worlds», e incluso contrató a una estusiasta local, Beatrice Mahaffey, como subdirectora. Con veintiún años recién cumplidos, la muchacha asistía a su primera convención, ¡y poco podía imaginar lo que iba a encontrar allí!
Raymond A. Palmer nació en Milwaukee el 1 de agosto de 1910. A los siete años, un camión le golpeó y partió la espalda. La curvatura de columna resultante dio a Palmer un aspecto enano, pero superó su escasa estatura con imaginación y vitalidad, A partir de su contacto con Shaver, Palmer se interesó cada vez más por lo oculto. Es posible que Palmer ansiara, de modo subconsciente, aceptar la raza «deros» como causa directa de su trágico accidente (y los posteriores), y que canalizara su odio en esa dirección y no contra la humanidad. Era una salida, no puede negarse, Palmer se dedicó a todo lo que fuera extraño. Aparte de publicar el Misterio Shaver en «Amazing», empezó a defender la causa de los platillos volantes, que recibieron creciente publicidad después de la guerra. Palmer se interesó por Kenneth Arnold, vendedor de equipo contra incendios que el 24 de junio de 1947, mientras sobrevolaba con su propia avioneta el monte Baker, en Washington, divisó una serie de nueve misteriosos objetos en forma de platillos. Investigando, se encontró inmerso en una fantástica sucesión de acontecimientos que, finalmente, le llevaron a un punto muerto.
Palmer se preocupó por estos hechos, y Shaver los apoyó como prueba adicional de sus propias teorías. Cuando, al mismo tiempo, la dirección de «Amazing» pidió a Palmer que publicara menos material sobre el Misterio Shaver, el director ya estaba preparado para la ruptura. Todavía trabajando en Ziff-Davis, y como director nominal de «Amazing» (William Hamling se encargaba ya por completo de editar «Fantastic Adventures»), Palmer emprendió los diversos planes necesarios para establecer su propio negocio, Clark Publishing Company, en Evanston, suburbio de Chicago. En la primavera de 1948 lanzó el primer número de una nueva revista, «Fate», dedicada a lo oculto. Puesto que el apellido Palmer seguía apareciendo en la cabecera de «Amazing», ideó un alias, Robert N. Webster. «Fate», trimestral al principio, aumentó pronto su periodicidad y llegó a convertirse en una publicación modelo en el campo de lo oculto. Y aún sigue apareciendo, pero Palmer ya no mantiene ninguna relación con ella, A partir de 1954 surgió una reedición británica cuyo título ha llegado a nuestros días, aunque ahora las dos ediciones, estadounidense e inglesa, son independientes.
Palmer se iba de «Amazing». El Misterio Shaver había producido fricciones entre él y el fandom, y Palmer ridiculizaba con frecuencia a los entusiastas (fans), enervándolos aún más, llamándolos «la fracción lunática». Como es lógico, tal comentario no le ganó las simpatías del fandom y, finalmente, Palmer decidió enmendarse. En el número de «Amazing» de marzo de 1948 inauguró la sección «The Club House» para resucitar las publicaciones y actividad de aquéllos. Se encargó de la sección Rog Phillips, convirtiéndose en un gran amigo de los entusiastas. Estos recibieron la novedad con los brazos abiertos y, con el tiempo, se la consideró como la principal sección de fans de las revistas profesionales. Con el Misterio Shaver ya desaparecido de «Amazing», la mayoría de los aficionados olvidaron las peleas.
Y luego Shaver reapareció en «Other Worlds», La editorial de «Webster» era típica de Palmer, hecho que tan sólo pudo pasar inadvertido a los recién llegados al género» «Webster» elogió la «Amazing» de Palmer y alabó a Shaver. Palmer lanzó la idea de que «Other Worlds» sería una mezcla de la literatura publicada en «Astounding Worlds» y «Thrilling Wonder», además de una «Other Worlds» especial. Pero añadió, apresuradamente, que esperaba que sus lectores contribuyeran con sus ideas para determinar la línea definitiva de la revista.
«Other Worlds» triunfó. Las cartas publicadas en el segundo número de la revista, entre ellas una de Theodore Sturgeon, fueron elogiosas.
El apellido Palmer desapareció definitivamente de las producciones Ziff-Davis tras el número de diciembre de 1949, y luego apareció de nuevo en «Other Worlds». El sucesor de Palmer en Ziff-Davis fue Howard Browne. Nacido en abril de 1908, Browne había trabajado como subdirector de las revistas, pero se había retirado en 1947 para dedicarse profesionalmente a escribir para Hollywood. Al volver a tomar el control de «Amazing» y «Fantastic Adventures», se apresuró a declarar sus intenciones en cuanto a devolver a la revista cierta calidad literaria y que la publicación no fuera campo abonado para cualquier tema ocultista, Browne desechó el material comprado a Shaver, por un valor aproximado de siete mil dólares, y discutió con la dirección para que convirtieran la revista en una publicación de tamaño reducido (digest), aumentando el precio de venta y adquiriendo relatos escritos por autores de calidad, Ziff-Davis dio el visto bueno y Browne inició el trabajo. ¡Ay!, la entrada de los Estados Unidos en la guerra de Corea trajo consigo una reducción de los gastos extra, forzando a Browne a retrasar sus planes y sufrir durante algunos años más. Sí, sufrir es la palabra adecuada. Browne era en esencia un escritor de obras de misterio que había llegado a director diciendo: «En realidad, la ciencia ficción confirmó que yo era una especie de Jesús…» Con todo, sus exigencias de sentido común tuvieron su efecto, y editó un par de revistas muy interesantes.
Mientras tanto, Ray Palmer no estaba contento con sólo un par de buenas revistas de ciencia ficción. Con «Fate» y «Other Worlds» felizmente lanzadas, inició planes para una tercera que debería llamarse «Imagination». Beatrice Mahaffey pasó a ser directora de «Other Worlds» a partir del número de marzo de 1950, aunque Palmer seguía teniendo gran influencia. Luego, Palmer, propenso a los accidentes, sufrió otra calamidad: el 4 de junio de 1950 quedó paralizado de cintura para abajo. Los médicos estaban convencidos de que la dolencia sería permanente, pero Palmer era un luchador. No se rindió, y en el transcurso del año siguiente empezó a mostrar signos de una milagrosa recuperación.
Bea Mahaffey se quedó, pues, repentinamente sola, con toda la responsabilidad de «Other Worlds» y siendo aún inexperta. Aceptó el desafío sin dudarlo un momento, y merece ser elogiada, puesto que actuó admirablemente. Empleó a una ayudante, Marge Budwig Saunder, para dar la primera lectura a los trabajos y efectuar la mayor parte de las tareas auxiliares. Por su parte, Mahaffey recurrió a escritores y agentes, y obtuvo obras de autores importantes. En consecuencia, «Other Worlds», al principio de su existencia, evitó la caída con la mayor dignidad. Allí estaban Theodore Sturgeon, Eric Frank Russell, Lester Del Rey, William F. Temple, Poul Anderson, Fredric Brown, Robert Bloch, Gordon Dickson…, todos colaborando a que «Other Worlds» fuera una revista esmerada y muy interesante. Palmer, como es lógico, no estaba totalmente aparte.
La publicación de octubre de 1951 ofreció su contribución por capítulos I Flew in a Flying Saucer (Yo volé en un platillo volante), firmada por el propio Ray Palmer y un misterioso capitán A. V. G. El relato fue presentado como una ficción basada en hechos. Palmer volvía con sus trucos…
¿Y qué paso con «Imagination»? ¿Se dio carpetazo a la revista tras el accidente de Palmer? Ya se habían preparado los dos primeros números, y se puso a la venta en octubre de 1950. Idéntica a «Other Worlds» en su formato, la revista se subtitulaba «Stories of Science and Fantasy», y se pretendía que fuera la publicación hermana en cuanto a fantasía, tal como «Fantastic Adventures» lo había sido para «Amazing». Luciendo una evocadora cubierta de Hannes Bok, se iniciaba con The Soul Stealers (Los ladrones de almas), novela corta de Chester Geier, e incluía colaboraciones de Willard Hawkins, Kris Neville, Rog Phillips y Edward Ludwig (el último se iniciaba en el género). El lanzamiento fue un éxito. Pero el futuro de la revista era incierto, ya que Palmer estaba paralítico y Bea Mahaffey totalmente ocupada con «Other Worlds».
Así las cosas, otra empresa editora se fundó en Evanston: Greenleaf Publishing Company. El hombre que la impulsaba era William Lawrence Hamling. Nacido en Chicago en junio de 1921, se entusiasmó por la ciencia ficción antes de cumplir los quince años. Asistió a la gran Lane Technical High School de Chicago, y se convirtió en director de la revista «Lañe Tech Prep», que tenía una circulación de diez mil ejemplares, insertando ciencia ficción en sus páginas. Colaboró en un cuento con Mark Reinsberg, compañero de escuela, y ambos lo vendieron a «Amazing» en 1938, aunque Hamling no prosiguió inmediatamente por aquellos derroteros. En 1940, sin embargo, inició la edición de un fanzine[7], de aspecto muy profesional, «Stardust», que duró cinco números, entre marzo y noviembre, y que incluyó varios relatos de autores importantes. Hamling fue llamado por Palmer en 1946 para colaborar en «Fantastic Adventures», debido a problemas personales del segundo. La eficiencia que demostró hizo que Ziff-Davis le contratara, y en enero de 1948 se convirtió en director de ambas publicaciones, posesionándose efectivamente del cargo mientras Palmer creaba su propia empresa. Cuando Browne sucedió a aquél, «Amazing» planeaba ya el traslado de sus oficinas editoriales de Chicago, reinstalándolas en Nueva York, Hamling no deseaba mudarse, y por ello, en 1950, se fue y formó su propia compañía editora. Poco después, Palmer le facilitó «Imagination», asumiendo Hamling toda la responsabilidad a partir del tercer número de la revista (febrero de 1951). Todo esto tuvo un desarrollo tan sencillo como si ya hubiera estado planeado desde 1946.
Popular Publications había tanteado el mercado de la revista de ciencia ficción y lo había encontrado favorable. Palmer se había metido de lleno, logrando el éxito. «F & SF» surgió demasiado pronto, pero seguía a flote. Ahora, la Standard disponía de su ocasión para adentrarse en aguas más profundas.
La Standard decidió jugar sobre seguro. Un aspecto popular de «Startling Stories» era su «Hall of Fame» (Antesala de la fama), clásica sección dedicada a las reediciones. «Famous Fantastic Mysteries», de la Popular, incluía fundamentalmente reediciones, obteniendo éxito. «Fantasy Reader», de la Avon, también se basaba en reediciones, habiendo publicado once números y siguiendo adelante. Así, la Standard tomó la firme decisión de iniciar su propia revista de reediciones…, que en realidad fueron dos publicaciones, una trimestral y otra anual, al igual que otros títulos de la Standard, ambas fueron del tamaño de las publicaciones baratas. «Fantastic Story Quarterly» apareció por primera vez en la primavera de 1950, presentando como novela principal Hidden World (Mundo oculto) de Edmond Hamilton, procedente de «Science Wonder Quarterly» (otoño de 1929). También contenía un relato corto, Trespass (Transgresión), que significó la presentación de Gordon R. Dickson, uno de los escritores de ciencia ficción más apreciados actualmente. En el verano de 1950 surgió «Wonder Story Annual», fornida revista de tipo barato de 196 páginas que incluía varias novelas cortas y una novela, The Onslaught from Rigel (La embestida de Rigel) de Fletcher Pratt, extraída de «Wonder Stories Quarterly» (invierno de 1932).
Tanto la publicación trimestral como la anual constituyeron un éxito instantáneo. Junto con revistas anteriores, dieron cuerpo a la revitalización de la ciencia ficción, y otros editores decidieron que era el momento para unirse al mercado.
El primero en seguir el ejemplo fue Louis Silberkleit, de Columbia Publications. Antes de la guerra había publicado «Science Fiction», «Future Fiction» y «Science Fiction Quarterly», con muy buenos resultados. El director inicial de las tres revistas fue Charles D. Hornig, y luego se hizo cargo de ellas Robert Lowndes. Durante la guerra, cuando se abandonó su publicación, Lowndes permaneció en la Columbia como director editorial, encargándose de la mayoría de publicaciones baratas. Mayo de 1950 vio el regreso de «Future combined with Science Fiction Stories», y Lowndes estaba de nuevo al timón.
La aparición de «Future» fue la confirmación auténtica de que la ciencia ficción estaba a punto de experimentar un boom. Y fue, también, el primer «elemento perturbador». Hasta entonces, las revistas habían tenido su propia identidad y la habían violado muy poco. Desde «Astounding», la principal en cuanto a ciencia ficción, pasando por «Thrilling Wonder» y «Amazing» (conservando intacta su imagen de obra apresurada hecha para ganarse la vida), hasta «Planet», con su ópera espacial, y «F & SF», con su aspecto de experta en todos los detalles, toda publicación poseía un campo propio claramente delimitado.
Pero ahora «Future» era un caso difícil ¿En qué parte de la estructura encajarla? No tenía una línea independiente y, a diferencia de «Other Worlds», no pretendía ser un compuesto de todas las revistas. Debido a esto, y a su minúsculo presupuesto, «Future» no tenía otra opción más que la de ser un término medio entre la mayoría de revistas, incluyendo tanto lo mejor como lo peor de los principales escritores de ciencia ficción. No poseía una nómina regular de autores, ni disponía de muchas posibilidades para lograrla. Lowndes, como cualquier otro director, leía material procedente de escritores primerizos pero, dada la expansión del mercado de ciencia ficción, tales autores podían irse a cualquier otro sitio. El mercado del director estaba transformándose con rapidez en el mercado del autor.
Lowndes, pues, podía hacer poco más que buscar lo mejor. Pero disponía de una ventaja: era, con mucho, un director personal. Le gustaba el contacto entre director y lector, del que Campbell se mantuvo alejado. Aunque Lowndes había roto con el fandom de ciencia ficción durante la década de 1940, la alentadora respuesta a la renacida «Future» despertó su antiguo entusiasmo, y pronto ésta se convirtió en la revista personal. El lector tenía la impresión de conocer al director, y de haberlo conocido toda su vida. Así lo deseaba Lowndes, y se preocupó por cualquier reacción que el escritor produjera en el lector. Esto le permitió animar a los autores, ya que su literatura recibiría una respuesta, Lowndes pudo, igualmente, confiar en sus numerosos y antiguos amigos dentro del género de la ciencia ficción y que, desde que los conociera, estaban labrándose un nombre: James Blish, Frederik Pohl, Damon Knight, etcétera. Sin embargo, era evidente que la calidad empezaba a escasear. El primer número de «Future», por ejemplo, incluía las firmas de George O. Smith, Lester del Rey, James Blish y Murray Leinster, todos ellos muy asociados a «Astounding», «Super Science» y «Thrilling Wonder». Era el principio de la lucha por la supervivencia, y muy pronto todas las revistas se preocuparían exclusivamente de sí mismas.
«Future» fue la primera revista en tener una personalidad, pero sin línea alguna. Conservó el antiguo tamaño propio del género, pero, con sólo 114 páginas, se ponía a la venta a quince centavos, siendo la más barata. Como es lógico, su precio contribuyó a asegurar sus ventas, aunque, sin duda alguna, necesitaría un número inmenso de lectores para permitir el lanzamiento de más revistas.
Y, como caído del cielo, ese número inmenso de lectores se materializó. Surgieron nuevas publicaciones en el mercado, aunque no siempre con un futuro muy claro, y eso ya desde el lanzamiento. Por ejemplo, en mayo de 1950 llegó, aparte de la renacida «Future», el número 1 de «Fantasy Fiction», revista de tamaño reducido (digest) editada y publicada por Curtis Mitchell en la calle 67 Este de Nueva York. Su cubierta, que mostraba una fémina seductora y una calavera, era una fotografía, de nuevo obra de Bill Stone. La revista parecía una copia al carbón de «F & SF», sobre todo porque también publicaba literatura original y reediciones. La única diferencia residía en el hecho de que Mitchell incluía relatos «realmente sobrenaturales», como por ejemplo ¡The Moose That Talked (El alce que hablaba)! Pero «F & SF» ya había adquirido para entonces un público leal. «Fantasy Fiction» cayó; un segundo número, con el nuevo título de «Fantasy Stories», apareció en noviembre de 1950, pero nunca más volvió a verse. Puesto que «A. Merritt's Fantasy» había desaparecido un mes antes, parecía que la ciencia ficción estaba venciendo ahora a la fantasía. De hecho, fantasía se estaba convirtiendo en una palabra obscena, comercialmente hablando.
En julio de 1950 apareció una nueva revista de Avon Books dirigida por Wollheim. Pero se trataba de una publicación barata pulp), no de bolsillo. Llamada «Out of This World Adventures», era una flagrante copia de «Planet Stories» decantada hacia el mercado del cómic, ya que incluía una sección de tiras a todo color. La idea partió del editor Joseph Meyers, al que una imprenta le había ofrecido hacer publicaciones baratas en condiciones económicas muy ventajosas. Meyers sugirió que las páginas de cómics que sobraran se añadieran en el centro de la revista formando un paquete «de ganga». Aunque los dibujos estaban bien ejecutados por John Giunta, y pese al guión moderadamente bueno de los escritores John Michel y Gardner Fox, levantó aullidos de horror entre los entusiastas veteranos. En cualquier caso, Meyers era un hombre caprichoso, y el impresor perdió la confianza en él. La oferta fue retirada y «Out of This World Adventures» desapareció tras un segundo número publicado en diciembre. En marzo de 1951 nació otra publicación de este tipo, «Ten Story Fantasy». Wollheim efectuó una selecta compilación de relatos, y no hubo sección de cómics. Luego Meyers volvió a cambiar de opinión y la revista fue abandonada con tan sólo el primer número publicado. Actualmente se recuerda sobre todo a «Ten Story Fantasy» porque señaló la presentación del relato Sentinel of Eternity (El centinela de la eternidad) de Arthur C. Clarke, que más tarde constituyó la base para la espectacular película 2001: una odisea del espacio, ¿Quién podría creer que tal película tuvo su origen en una revista barata que sólo publicó un número y que está casi olvidada?
Wollheim me ha explicado que Meyers padecía con frecuencia aquellos caprichos. A principios de 1949 acarició la idea de una revista barata de ciencia ficción y Wollheim reunió y compró los relatos precisos. Luego se lo pensó mejor y la revista nunca apareció. Wollheim se limitó a publicar el material, en forma de libro, en The Girl with the Hungry Eyes and Other Stories (La chica de los ojos hambrientos y otros relatos), antología en rústica. Dicha publicación, una de las primeras antologías de ciencia ficción completamente originales, es, pues, una revista con la apariencia de libro. En rústica obtuvo críticas enardecidas, se lo recuerda con gran veneración y es todo un artículo de coleccionista. ¿Habría pasado lo mismo si hubiera aparecido como revista de tipo barato? Lo más probable es que hubiera sido despreciada y que ahora no lo recordara nadie a excepción de los coleccionistas empedernidos, al igual que en el caso de «Ten Story Fantasy». ¡Así es la justicia en el mundo de la revista!
Meyers no volvió a pensar en las publicaciones baratas. En lugar de eso, Wollheim logró poner a la venta una nueva revista de formato reducido(digest) y dedicada a las reediciones. «Avon Science Fiction Reader» obtuvo una acogida mucho mejor.
Al terminar 1950, el lector y el director sensibles aprendieron una lección sobre lo que sucedía en el mundo de la ciencia ficción, Recuérdenlo, la publicación de revistas de este género crecía. En el verano de 1950 existían unas veinte publicaciones, mientras que cuatro años antes sólo había ocho. ¿Y quién apoyaba a esas veinte? ¿Los mismos y leales entusiastas de la ciencia ficción? Sí, eran parte del público, pero no la totalidad. La curiosidad atraía nuevos lectores a las revistas; muchos habían descubierto la ciencia ficción a través de antologías recientes y revistas «pulcras». Por lo tanto, les llamaban más la atención las que ofrecían una perspectiva saludable y madura, cosa que las publicaciones de tipo barato no podían hacer. No, quienes apoyaban a estas últimas en conjunto eran la vieja guardia de los entusiastas de la ciencia ficción y los lectores más jóvenes que las descubrían por primera vez. Las revistas de formato reducido (digest) recibían la simpatía de esos mismos lectores y de aquellos que habían sido ganados de otros medios. Es obvio: la batalla se desarrollaba entre publicación barata y formato reducido, y el momento culminante de la misma estaba muy próximo.