Introducción: De la bomba atómica al boom

1. En la era nuclear

«—Soñabas con la vida, una vida mejor, para el mundo. Pero ya lo has visto: ¡le habrías dado la muerte!

»—Podemos controlarla.

»—Todo los hombres, los buenos y los malos, dispondrán de ella, y no habrá defensa.

»—Liberará al mundo.» —Lo destruirá.»

Muchos de ustedes recordarán esta cita. Procede de The Power and the Glory (El poder y la gloria), un relato breve de Charles Willard Diffin aparecido en «Astounding Stories» en 1930. La sensibilidad de Diffin dio voz al temor de muchas personas: el resultado de la conquista del átomo por el hombre iba a convertirse en la perdición de la humanidad.

Quince años después de que se publicara esta narración, aquellos temores dejaron de ser hipotéticos. Durante seis años el mundo presenció la segunda guerra mundial. Y después, el lunes 6 de agosto de 1945, una bomba atómica cayó sobre Hiroshima y otra, tres días más tarde, sobre Nagasaki. La segunda guerra mundial terminó repentinamente: Japón se rindió al cabo de una semana. El mundo se vio abocado a la era nuclear.

En 1949 Theodore Sturgeon, escritor de ciencia ficción, declaraba:

Hay buenas razones para creer que, aparte de los altos cargos de las fuerzas armadas y las personalidades del distrito de Manhattan, sólo los aficionados a la ciencia ficción —lectores entusiastas, directores y autores— comprendieron enteramente lo que había sucedido el 6 de agosto de 1945. Hiroshima ejerció un tremendo efecto en mí. Yo conocía los fenómenos nucleares; en 1940 vendí un relato que exponía un método de separación del isótopo 235 a partir de uranio puro. Años antes del Proyecto, y antes de la guerra, ya habíamos agotado los artificios y aspectos llamativos de la energía atómica y nos dedicábamos a escribir narraciones en torno a las implicaciones filosóficas y sociológicas de esta nueva y terrible realidad.

La narración de Sturgeon y muchas similares habían sido publicadas en las revistas de ciencia ficción y leídas por el selecto grupo de aficionados citado más arriba. Antes de la guerra, la ciencia ficción era tildada de escapismo pueril por los académicos. Con el advenimiento de la era nuclear, el público en general tomó conciencia de avances científicos que anteriormente sólo eran aceptados como cosa normal por los entusiastas de la ciencia ficción.

Cierta dosis de ciencia ficción aparecía en forma de libro, pero la mayor parte del material ya había sido publicado en las revistas del género. Lo que ocurrió desde el nacimiento de la primera de ellas, «Amazing Stories» (1926), ya ha sido explicado en otro de mis libros[1]. Durante su primera década, la ciencia ficción produjo tres revistas importantes, todas en los Estados Unidos, donde Hugo Gernsback, un emigrante luxemburgués, había creado con anterioridad «Amazing Stories». Al perder el control de esta última en 1929, Gernsback inició la publicación de «Science Wonder Stories», que en 1930 pasó a denominarse «Wonder Stories». Aquel mismo año William Clayton, editor de publicaciones baratas (pulps), lanzó «Astounding Stories», revista que duró hasta 1933. En dicho año Street y Smith, una de las principales editoras estadounidenses de publicaciones baratas, compró la revista. Tremaine fue el nuevo director, y con una atrevida línea de relatos excitantes y originales, «Astounding» se convirtió pronto en la publicación más importante. En 1937, cuando la revista aún se hallaba en la cumbre de la popularidad, Tremaine cedió su puesto al legendario John W. Campbell, que alcanzó logros todavía mayores. Campbell cultivó talentos como Isaac Asimov, Robert Heinlein, Theodore Sturgeon, A. E. van Vogt, L. Ron Hubbard, Fritz Leiber, L. Sprague de Camp y Lester del Rey. En sus páginas apareció casi toda la ciencia ficción más importante publicada entre 1938 y 1945, incluyendo las series foundation (Fundación) de Asimov, las narraciones (Historia futura) de Heinlein y las series City (Ciudad) de Simak.

Gernsback abandonó el campo de la ciencia ficción en 1936, y «Wonder Stories», con director y editor nuevos, pasó a llamarse «Thrilling Wonder Stories». Ésta, junto con otra publicación hermana surgida posteriormente, «Startling Stories», enfocó su contenido hacia un público más juvenil. Lo mismo hizo la renovada «Amazing Stories», también con director nuevo, que trasladó su redacción a Chicago. El año 1939 fue testigo del inicio de un boom en las revistas baratas de ciencia ficción. Se sucedieron numerosos títulos, pero su existencia fue poco duradera. La guerra, con las consiguientes restricciones de papel y tinta, acabó con muchas de estas revistas. En el invierno de 1945-1946 sólo sobrevivían seis en los Estados Unidos: «Amazing Stories», «Astounding SF», «Thrilling Wonder», «Startling Stories», «Famous Fantastic Mysteries» (que se basaba en gran medida en la nostalgia, ya que reeditaba obras clásicas) y «Planet Stories» (que se concentraba por entero en cuentos interplanetarios con una tendencia muy juvenil). También existían dos publicaciones próximas a la ciencia ficción: «Fantastic Adventures» (hermana de «Amazing») y «Weird Tales» (la principal revista estadounidense de literatura fantástica que sobrevivía desde 1923 y ofrecía bastante ciencia ficción). El tema de este volumen se centra precisamente en exponer cómo afectó a estas revistas el advenimiento de la era nuclear y, por consiguiente, cómo evolucionó la ciencia ficción en los diez años siguientes.

En general, el mundillo interesado en esta materia buscaba nuevos derroteros en «Astounding». La mayor parte de las demás publicaciones, en especial «Amazing» y «Planet», se concentraban en la aventura escapista. En cambio, «Astounding», a través de su cuadro de autores maduros y bajo la experta batuta de John W. Campbell (1910-1971), no cesaba de extender las fronteras de la ciencia ficción hacia nuevos territorios. Los lectores consideraban que los temas de la bomba atómica estaban ya anticuados. Aún tenían fresco en su recuerdo lo ocurrido con Deadline, una narración breve y vulgar escrita por Cleve Cartmili y publicada en el número de marzo de 1944. La trama se desarrollaba en torno a los intentos de un agente para impedir la detonación de un artefacto nuclear. La inteligencia militar cayó sobre Campbell y Cartmili acusándoles de atentar contra la seguridad, pero ambos pudieron demostrar que la narración se basaba en datos fácilmente obtenibles en cualquier librería. De esta forma, la ciencia ficción subió otro peldaño más en la escalera de la respetabilidad.

Es cierto que las autoridades avisaron repetidamente a Campbell en el sentido de que restringiera el número y contenido de relatos nucleares que publicaba, pero el director hizo caso omiso. Con todo, en 1946 el secreto dejó de serlo: la bomba atómica fue un hecho científico. Campbell, pues, animó a los escritores a que exploraran las consecuencias de la era nuclear. La destrucción de Hiroshima y Nagasaki había conmocionado al mundo. Ni siquiera el ambiente de la ciencia ficción que había previsto tales resultados, estaba preparado para los horrores de la realidad. Con estos antecedentes, los autores se dedicaron decididamente a producir nuevas narraciones advirtiendo del peligro atómico.

Una de las primeras, sin lugar a duda, fue Memorial (Monumento conmemorativo) de Theodore Sturgeon, publicada en «Astounding» en abril de 1946. Sturgeon invocó la creación de un monumento perpetuo para advertir a las generaciones futuras de los horrores de una guerra nuclear. Poco después escribió Thunder and Roses (Trueno y rosas) («Astounding», noviembre de 1947), donde describía a los Estados Unidos asolados por un ataque nuclear y cómo un hombre evitaba el disparo de los cohetes de represalia para que las generaciones futuras pudieran sobrevivir. En una guerra atómica entre dos bandos, sería imposible que hubiera supervivientes.

El inmenso alivio que produjo el fin de la guerra mitigó hasta cierto punto el auténtico horror de la bomba. Varios escritores emprendieron la tarea de impresionar a sus lectores mostrándoles las consecuencias de una guerra nuclear total. El número de mayo de 1946 de «Amazing» ofreció Atom War (Guerra atómica) de Rog Phillips. En esta narración los Estados Unidos son atacados por un país imaginario que amenaza bombardear las principales ciudades, Australia ayuda a los estadounidenses…, y es borrada del mapa. Estalla la guerra total. Transcurren solamente quince horas antes de que se destruya al enemigo imaginario, pero en ese lapso de tiempo mueren setenta millones de personas, únicamente en los Estados Unidos. Phillips escribió una continuación. So Shall Ye Reap! (¡Ésa será vuestra cosecha!) («Amazing», agosto de 1947), en la que examina la posguerra y describe las mutaciones producidas por la lluvia radiactiva: una nueva raza de superhombres.

El efecto mutante de la radiación atómica se convirtió en un tema popular de ciencia ficción al acabar la guerra, Poul Anderson lo utilizó en su primera narración, Tomorrow's Children (Los hijos del mañana) («Astounding», marzo de 1947), en la que un equipo de científicos persigue a los mutantes, y en la continuación de ésta, Logic (Lógica), que hace hincapié en las consecuencias. El tema fue tratado a fondo, en especial, por Henry Kuttner. Tuvo gran acogida su Way of the Gods (Ruta de los dioses) («Thrilling Wonder», abril de 1947), en la que los mutantes, dotados de alas, son acosados y exterminados como monstruos. En el número de agosto de 1947 «Thrilling Wonder» incluyó Atomic (¡Atómico!), otro relato de Kuttner, en el que una guerra final, que dura tres horas, deja una secuela de centenares de anillos letales, evitados por los supervivientes y que contienen formas grotescas de vida sensible. El mismo número ofreció una segunda narración de Kuttner, Dark Dawn (Amanecer sombrío), firmada con el seudónimo de Keith Hammond, En ella la radiación amenazaba la vida de una raza de seres marinos.

En julio de 1947 «Astounding» publicó The Figure (La estatua) de Edward Grendon, que, pese a su brevedad (apenas dos mil palabras), produce una tremenda impresión. Se desarrolla a partir de los efectos radiactivos que provocan en los insectos los bombardeos de Nuevo México y Japón. Surgen insectos gigantescos, y cuando dos científicos, que realizan experimentos con sondas de tiempo, logran recuperar un artefacto del futuro, se horrorizan al descubrir que se trata de una estatua con evidentes rasgos religiosos y que representa una cucaracha. Siete años después, Hollywood comprendió el valor potencial de este tipo de argumentos y realizó la película Them! (La humanidad en peligro) (1945), con insectos gigantescos que aparecen en el desierto de Mojave. Como siempre, la idea había partido de las revistas de ciencia ficción.

Un año o dos después de Hiroshima, los escritores de ciencia ficción habían explorado todo el campo de las narraciones de advertencia atómica. La saturación era total y los editores dieron por concluido el tema, aunque todavía seguirían apareciendo esporádicamente algunos relatos de este tipo en los años siguientes. La ciencia ficción «nuclear» acababa de iniciarse, y muy pronto, en cuestión de pocos años, iba a comprobarse que el tema «explotaría» igual que había explotado la bomba atómica.

Después de la guerra, la diferencia entre las principales revistas era patente. «Astounding», aún diestramente dirigida por John W. Campbell, era la de más calidad. Publicada por Street & Smith Publications de la calle 42 Este, de Nueva York, había sido la única revista de ciencia ficción que mantuvo una periodicidad mensual en el transcurso de la guerra, habiendo superado las restricciones de papel, primero, mediante el sacrificio de su legendaria compañera, «Unknown Worlds», y, después, a partir de noviembre de 1943, cambiando su formato, el normal de la publicación barata (17,8 × 25,4 cm), por otro más pequeño (14 × 20,3). Al ser la única publicación periódica de ciencia ficción de tamaño reducido (digest) que había en las librerías, repletas de otras revistas baratas, el nuevo formato le otorgó una apariencia más elegante y madura, realzada por el buen gusto de William Timmins en la ejecución de las cubiertas.

Entretanto, «Thrilling Wonder Stories», rival número uno de «Astounding», mejoraba por momentos. Esta revista y «Startling Stories» eran publicadas por Standard Publications de la calle 40 Este, de Nueva York. Samuel Merwin, de la misma edad que Campbell, era el nuevo director de ambas revistas. Los anteriores, Mort Weisinger y Osear J. Friend, se habían inclinado más hacia el público juvenil. Las cubiertas, obra de Earle K. Bergey, habían sido de las más llamativas. A éste, más que a ningún otro artista, se le asoció con el estigma del «monstruo de ojos saltones», es decir, una criatura extraña, grotesca, empeñada en escaparse con una rubia bellísima, de atrevidos escotes, pese a los heroicos esfuerzos del protector humano de la muchacha. Merwin se esforzó en elevar el nivel de ambas revistas, sobre el de «Thrilling Wonder», mejorando la calidad y la presentación de los relatos. Pese a la limitación del formato de publicación barata, empezó a utilizar algunas cubiertas de Bergey, mejoradas en su estilo, como, por ejemplo, la que ilustró Way of the Gods de Kuttner. Compró trabajos a los principales escritores de «Astounding», entre ellos Murray Leinster, George O. Smith y L. Sprague de Camp, Hacia 1946 y 1947, los lectores dejaron de considerar juveniles las revistas de Merwin.

«Famous Fantastic Mysteries», de periodicidad regular, era publicada por All-Fiction Field Inc., subsidiaria de Popular Publications, la mayor cadena de editores de publicaciones baratas. La dirigía Mary Gnaedinger, cariñosamente conocida como «La reina de la ciencia ficción», y su redacción se encontraba en la calle 42 Este, donde también radicaba el despacho de Campbell. «Famous Fantastic Mysteries» (llamada «FFM» por conveniencia) era en esencia una revista dedicada a las reediciones, extrayendo su material de entre la inmensa cantidad de ciencia ficción publicada en «Argosy» y «All-Story» en los cuarenta años precedentes. En los últimos meses había cambiado algo su línea, incluyendo algunas novelas que hasta aquel momento habían sido muy poco distribuidas en los Estados Unidos. Era una revista indispensable como fuente de la ciencia ficción y fantasía «perdida» de grandes autores como Rider Haggard, William Hope Hodgson, S. Fowler Wright y John Taine.

«Planet Stories» era el hogar indiscutible de la «ópera espacial». No publicaba nada más que relatos interplanetarios, muchos de los cuales representaban el más puro escapismo. La producía Fiction House, de la Octava Avenida de Nueva York, y era dirigida normalmente por Malcolm Reiss, aunque en abril de 1946, fecha en la que iniciamos este estudio, el peso del trabajo editorial había pasado de Paul Payne a Chester Whitehorne. Lo excepcional de «Planet» era que entre sus habituales aventuras espaciales se podían encontrar algunas obras sorprendentes. Narraciones de Ray Bradbury, entre ellas numerosas de su serie Martian Chronicle (Crónicas marcianas), e ingeniosos cuentos de Leigh Brackett y Fredric Brown, aseguraron la captación constante de lectores.

A finales de 1945, todas estas revistas, excepto «Astounding» eran trimestrales. (La publicación hermana de «Astounding», «Doc Savage», que publicaba una novela de fondo en torno a las extrañas aventuras del personaje de igual nombre, también era mensual.) La mayor parte de las revistas precisaron de uno a dos años para recuperarse y aparecer más a menudo, pero hubo una que pasó a ser mensual casi de la noche a la mañana y que, antes de 1946, obtuvo una circulación récord. Se trataba de «Amazing Stories», y la forma en que triunfó fue la auténtica sensación de la década. Ni el pensamiento de la bomba atómica había originado tantos estremecimientos como esta revista produjo en el mundo de la ciencia ficción. Todo el secreto residió en el Misterio Shaver.