Capítulo 7

Las invocaciones no son, ni por asomo, tan molonas como parecen en las películas. En esencia, es el proceso inverso a cómo hago desaparecer a un espíritu. Cierro los ojos y me imagino tirando de un fantasma para sacarlo, en vez de darle un empujón para expulsarlo.

Lo ideal sería que tuviese un objeto perteneciente al fallecido. Había empleado una sudadera con capucha perteneciente a Liz antes de que la madre de Tori me la confiscase. No tenía nada de mi tía. Así que el único modo de que aquello funcionase era que estuvieran rondando por allí, esperando establecer contacto.

Sospechaba que había un espíritu rondando por allí; el gañán de esa mañana. Aunque estaba tentada a continuar interrogándolo, una voz en mi cabeza que mostraba un sospechoso parecido a la de Derek me advirtió que no lo hiciese. Antes él no se había mostrado muy comunicativo y, además, yo lo había cabreado al expulsarlo. Así que, al sentarme en el suelo de nuestro cuarto, procuré recrear en mi mente imágenes muy nítidas de mi tía y de Liz, alternando entre una y otra.

Mientras que por un lado esperaba no ver a mi tía, sí quería contactar con Liz, mi antigua compañera de cuarto en la Residencia Lyle. La habían asesinado la noche que llegué yo. Le había llevado cierto tiempo creerse que estaba muerta, pero una vez que lo hizo se negó a pasar al otro lado. Se quedó y ayudó.

Un fantasma no sólo era el espía perfecto, sino que Liz pertenecía a la misma clase de semidemonio que el espíritu de esa mañana: telequinético, es decir, un fenómeno extraño. Por lo tanto, sí, Liz podía ser muy útil en ese preciso momento, pero, más que eso, yo sólo quería verla, asegurarme de que se encontraba bien.

—Se supone que ese colgante sirve para que no puedas ver fantasmas, ¿no? —preguntó Tori tras unos instantes de invocaciones fallidas.

Simon abrió la boca para reñirle por interrumpir, pero lo atajé.

—Es obvio que los veo, a pesar de todo —dije—. Si no funciona o si las cosas pudiesen ser mucho peor sin esto, es algo que sin duda comprobaré con el tiempo. Quiero hablar con Margaret sobre el asunto.

—De acuerdo, pero si eso mantiene apartados a los fantasmas, quizá sea precisamente por eso que Liz no viene.

Tenía parte de razón. Y, a pesar de todo… toqué el colgante. Si funcionaba, ¿qué otras cosas estaría bloqueando? ¿Algo peor que el fantasma de un jovencito semidemonio telequinético?

—¿Por qué no te lo quitas? —propuso Tori.

—Porque ella… —saltó Simon, y después se contuvo—. Deja que lo intente un poco más con eso puesto. Estas cosas llevan tiempo, y no tenemos prisa. Si te aburres, nuestra habitación está vacía.

Pareció que Tori se disponía a replicar, pero no pudo, no cuando él lo había dicho de modo tan razonable.

—Estoy bien —dijo, y yo reanudé la invocación.

Como Liz era a quien de verdad quería ver, fue en ella en quien me concentré, lanzando sólo llamadas ocasionales a mi tía y rogando para que no fuesen contestadas. Al final, cuando Liz respondió, incrementé las llamadas a tía Lauren. Si quería tranquilizarme asegurándome de que aún estaba viva, necesitaba saber que había intentado invocarla con tanta fuerza como pude.

—No lo hagas —susurró Tori.

Abrí los ojos de par en par.

—¿Que no haga qué?

Frunció el ceño.

—Has dicho «no lo hagas» —espeté.

—Esto… No, yo no he abierto la boca.

—No ha dicho palabra —confirmó Simon—. Debes de haber oído a un fantasma.

Cerré los ojos y me concentré en Liz.

—No lo hagas —susurró la débil voz femenina—. Por favor, pequeña.

Sentí un nudo en el estómago. No era Liz. Pero esas cosas tampoco eran las que me llamaba tía Lauren, ¿o sí? No estaba segura.

—Si estás aquí, seas quien seas, por favor, muéstrate.

Nada.

—El amuleto —susurró Tori—. Si no puede salir, quizá sea porque eso se lo está impidiendo.

Estiré una mano hacia el colgante.

—¡No! —susurró la voz—. No es seguro.

—¿No quieres que me lo quite?

No hubo respuesta. Mis manos temblaban tanto que el amuleto golpeaba contra mi cuello.

—Continúa —dijo Simon—. Estamos justo aquí. Si sucede algo te lo devolveré.

Comencé a levantarlo.

—¡No! Por favor, pequeña. Es demasiado peligroso. No aquí. Vendrá él.

—¿Quién vendrá?

Silencio. Después creí oírle susurrar algo, pero fue demasiado débil para que yo lo entendiese.

—Intenta advertirme de algo, pero no puedo oírlo —dije.

Simon me indicó con un gesto que me quitase el colgante. Lo levanté por encima de mi cabeza…

—¿Qué demonios estás haciendo? —rugió una voz.

Derek entró en la sala con paso resuelto y me bajó el amuleto de un tirón.

—¿Ibas a invocar sin tu amuleto? ¿Te has vuelto loca? Un fantasma te engañó y te llevó a una trampa en el tejado, podría haberte matado.

Simon se puso en pie.

Tranqui, ¿vale? Intentábamos contactar con Liz. Entonces el espíritu de una mujer quiso advertir a Chloe de algo, pero no podía oírla, así que le propusimos que se quitase el colgante para ver si eso ayudaba a materializarlo.

El ceño fruncido marca de la casa de Derek no flaqueó.

—Que os hayáis limitado a proponerlo no significa que ella deba escucharos. Ella sabe más que vosotros.

—No, pero la propuesta tenía sentido —dije—. Iba teniendo cuidado. Lo habrías visto si te hubieses parado a observar antes de lanzar la caballería.

Derek continuó fulminándome con la mirada, alzándose por encima de mí. Nadie se erguía como Derek, pero yo tenía experiencia suficiente para mantener mi posición.

—Me dejaré el colgante puesto —dije—, pero voy a intentarlo de nuevo. Si todavía está aquí, entonces podré quitármelo.

—¿Quién es?

—Y-yo —titubeé, sintiendo una presión en el pecho—. Qui-quizá mi tía. N-no creo, pero… Debería intentarlo otra vez.

En ese momento parte de la ira desapareció de su rostro. Se pasó una mano por el pelo, suspiró y luego asintió.

—De acuerdo. Deberías. Si regresa y parece advertirte, entonces… veremos qué podemos hacer con el colgante.

Pude haber señalado que en realidad eso era decisión mía, pero se estaba calmando y no tenía intención de darle cuerda otra vez.

Así que lo intenté una vez más. No hubo suerte.

—No quiere que la invoque aquí —dije.

—¿De veras? Quizá tema que puedas llamar también a ese semidemonio gañán —Derek hizo una pausa y después suavizó un poco el sarcasmo—. Mañana iremos a dar un paseo, nos alejaremos bastante de la casa y lo intentaremos de nuevo.

—Iré yo también —dijo Tori—. Y si el idiota aparece…

Levantó los dedos. Apareció una bola de energía arremolinándose sobre las puntas. Mostró una amplia sonrisa y sacudió la mano, arrojándola como si fuese una pelota blanda. La bola golpeó contra el muro y explotó formando una lluvia de chispas, chamuscando el envejecido papel de pared.

—¡Epa! —exclamó.

Derek giró hacia ella.

—¿Qué demonios crees que estás haciendo?

—Lucirme. No sabía que fuese a hacer eso.

Él se encaminó a la pared y la frotó. Las marcas permanecieron.

—Nadie las va a notar —dijo Tori—. Y, si alguno lo hiciese, seguro que no va a culpar a mis hechizos.

—No me importa. Alguien podría haberte visto.

—Entonces, si me meto en líos por dejar una marca en el papel de pared, seré capaz de sobrevivir.

—No lo comprendes, ¿verdad? No podemos hacer cosas como ésas. Ya están preocupados por lo poderosos que somos. Necesitamos bajar un poco el perfil o los pondremos tan nerviosos que pensarán que deberíamos estar encerrados en un laboratorio.

—Vale, eso ya es ir un poco lejos —intervino Simon. Cuando Derek se volvió hacia él, levantó las manos y bajó la voz—. Mira, sé por qué estás flipando…

—Yo no estoy flipando.

—Vale, sólo… Creo que debemos andarnos con ojo, pero ellos ya saben de los experimentos. No esperan que seamos sobrenaturales corrientes. Sí, tú probablemente no deberías ir tirando muebles y Tori debería dejar las bolitas, pero en general… Bueno…

—Ellos deberían saber —dijo Tori—. Si vamos a intentar convencerlos de que el Grupo Edison nos arruinó la vida, necesitan ver la prueba. Deberían saber que puedo hacer cosas como ésta. Deberían saber que tú puedes lanzar un sofá al otro lado de la sala. Deberían saber que Chloe es capaz de levantar a los muertos.

—No —como nadie replicó, Derek pasó su mirada por el rostro de cada uno de nosotros, hasta fijar su ceño en mí—. Por supuesto que no.

—Vaya, y yo que pensaba mantener la boca cerrada —dije.

—Sólo digo que, por el bien de todos, deberíamos mantener un perfil bajo. No podemos darles ninguna clase de razón… —levantó la mirada con un gesto repentino—. Viene Andrew. —Miró por última vez el papel chamuscado y nos sacó de la habitación a empujones.

* * *

Andrew nos quería en la cama, así que Simon fue a realizar su medición nocturna de azúcar en la sangre. Yo bajé por algo de agua, y estaba sirviéndome un vaso cuando apareció Andrew.

—Simon me dijo que tienes problemas para dormir, así que voy a darte esto —colocó una pequeña píldora en la palma de mi mano—. Es la mitad de la dosis de un somnífero sin receta. No te estoy recomendando que la tomes. No voy a preguntarte si lo has hecho antes. Estoy seguro de que tuviste bastante somníferos en la Residencia Lyle. Sólo que me parece importante para ti que logres tener una buena noche de descanso. Si decides tomarla, hay agua en el frigorífico.

Salió. Bajé la vista y me quedé mirando la píldora. Tomarla se me antojaba escurrir el bulto. Debía aprender a manejarme con los fantasmas, porque ellos no iban a desaparecer en un futuro próximo. Pero tenía razón… Necesitaba dormir. Estar descansada me ayudaría a entrenarme mejor por la mañana. Y, con todo…

—Tómatela.

Di un respingo. Derek se acercó a la encimera y cogió dos manzanas del frutero.

—Necesitas descansar. Resistirte a ello no va a impresionar a nadie. Sólo es una estupidez.

Ay, Derek, siempre tan alentador.

—¿Y qué pasa contigo? —pregunté—. Creíste que volvías a estar cerca de una transformación.

—No sucederá esta noche. Pero, si pasa, yo iré… —se encogió de hombros y mordió la manzana.

—¿Irás a buscarme?

Descarao —farfulló con la boca llena de manzana.

Llené mi vaso con la jarra del frigorífico.

—Entonces, ¿qué piensas…?

Me volví a media frase y descubrí que estaba hablando sola mientras la puerta de la cocina se cerraba.