Entonces la transformación de Derek llegó más deprisa, y quizá se produjo con mayor facilidad; en esa ocasión no hubo vómitos. Al final terminó y él cayó de costado, jadeando, temblando y estremeciéndose. Después se estiró para cogerme de la mano, sujetándomela con fuerza, y yo entrelacé mis dedos con los suyos, acercándome más y empleando mi mano libre para apartarle de la cara el cabello empapado de sudor.
—Bueno —dijo una voz que hizo que ambos diéramos un respingo.
Simon se encontraba en la entrada a nuestro rincón, con un puñado de ropa en sus manos.
—Creo que tendrás que vestirte antes de empezar con esto.
—No estoy empezando con nada —dijo Derek.
—De momento… —le tendió el montón de ropa que llevaba en las manos—. La doctora Fellows te ha sacado ropa de enfermero, de esa verde. Vístete y después… Lo que sea.
—No estábamos… —comencé a decir.
—¿Todavía tienes mi nota?
Asentí.
—Dásela.
Saqué la cuartilla doblada del bolsillo y se la tendí a Derek. Mientras estuvo distraído con ella, Simon dejó que la sonrisa se desvaneciese de sus labios mientras observaba a su hermano.
—¿Se encuentra bien? —vocalizó.
Asentí. Le pasé los trapos a Derek mientras volvía a doblar la nota, después me di la vuelta para dejar que se vistiera.
—¿Vamos bien? —preguntó Simon.
—Descarao —dijo Derek, bajando la voz.
Un chirrido de suelas de goma cuando Simon se volvió para marcharse. Derek lo llamó, gruñó al levantarse y luego sus pies descalzos sonaron en el suelo a medida que se acercaba. Una conversación breve, desarrollada entre susurros. Después el manotazo de Simon en la espalda de Derek y luego el sonido de sus pasos retirándose.
El susurro del tejido mientras Derek se vestía. Después una mano en mi cintura, un toque ligero, indeciso. Di media vuelta y allí estaba Derek, con su rostro encima del mío y sus manos deslizándose a mi alrededor mientras levantaba mi cara…
—¿Qué co…?
Ambos dimos un respingo; otra vez. Tori se encontraba al lado, observándonos sin apartar la mirada, con Simon tras ella, sujetándola por un brazo.
—Te dije que no… —comenzó a decirle.
—Sí, claro, pero no me dijiste por qué. Y desde luego no esperaba… —negó con la cabeza—. ¿Soy la última en saber qué está pasando aquí?
Liz llegó corriendo.
—¿Qué pasa?
—Derek está listo —dije—. Tenemos que largarnos.
* * *
Teníamos un arma, un licántropo, un fenómeno extraño, una lanzadora de hechizos sobrecargada, un lanzador de hechizos no tan sobrecargado y una nigromante perfectamente inútil, aunque Liz se apresuró a apostillar que me necesitaba para dar a conocer sus palabras.
Sin embargo, nuestro plan conllevaba algo más sencillo que un enfrentamiento entre sobrenaturales. Estábamos recurriendo al consejo que el padre de Derek le había dado en caso de que tuviera que enfrentarse a un rival mucho más fuerte: corre como si te persiguiese el mismísimo Satanás.
Intentaríamos llegar a la puerta de salida mientras Liz vigilaba la sala de operaciones. ¿Y si fracasábamos? Entonces sería cuando el arma, el licántropo, el fenómeno extraño y los lanzadores de hechizos entrarían en juego.
Según Liz, en aquella sala había cinco personas; la señora Enright, el doctor Davidoff, el trajeado jefe, su ayudante y el guardia con uniforme de los servicios especiales. Parecían dispuestos a quedarse allí, ocupando la sala de apoyo logístico, mientras los empleados se dedicaban a la búsqueda. De vez en cuando uno de esos empleados aparecía para actualizar información o recibir órdenes. Sólo debíamos de rogar para que eso no sucediese durante los escasos minutos que tardaríamos en llegar a la puerta.
Derek se situó a mi lado mientras coordinábamos un plan de contingencia. Tía Lauren no dejaba de dedicarnos miradas extrañas. No estábamos haciendo nada para ganárnoslas, pero ella continuaba mirándonos y frunciendo el ceño.
Al final dijo:
—Derek, ¿puedo hablar contigo?
Se irguió sorprendido y me lanzó una mirada como diciendo: «¿qué querrá?».
—No te-tenemos tiempo para… —comencé a decir.
—Sólo será un segundo. Derek, por favor.
Le hizo una seña hacia el otro lado de la sala. Tori y Simon discutían sobre hechizos y Liz estaba en el pasillo, así que nadie se dio cuenta. Tía Lauren le dijo algo a Derek. Fuera lo que fuese, no le gustó y su vista se disparó en mi dirección al tiempo que fruncía el ceño y negaba con la cabeza.
¿Le estaba diciendo que se mantuviese apartado de mí? Podía esperar que ese día hubiese comprendido que no era peligroso, incluso que hubiese advertido lo que sentía por él, pero supongo que eso era esperar demasiado.
Quise acercarme e interrumpirlos, pero antes de que pudiera hacerlo Derek dejó de discutir. Volvió a relajarse, con la cabeza gacha y el flequillo colgando sobre su cara, ensimismado. Después hizo con la cabeza un lento asentimiento. Ella se estiró y lo cogió del brazo, atrayéndolo para decirle algo más, con el rostro tenso por el apremio. Él continuaba con la mirada baja, asintiendo. Quise suponer que él sólo le estaba diciendo lo que ella quería oír para que pudiésemos marcharnos, pero debo admitir que me sentí mucho mejor cuando lo vi caminar hacia mí, gruñendo:
—Tú, ¿preparada?
Nos hicimos a un lado cuando tía Lauren trajo a Simon y a Tori.
—¿Estaba diciéndote que te mantuvieses apartado de mí? —pregunté.
Hizo una pausa y después contestó.
—Descarao —me apretó la mano fuera de la vista de tía Lauren—. Está bien. Todo está bien.
Nos dirigimos al pasillo.
* * *
Nuestra mayor preocupación había sido el fuerte chasquido de la cerradura, pero Derek escuchó y me hizo una indicación para que la abriese mientras los hombres hablaban. Después se situó en la vanguardia por si acaso entraba de pronto alguien por la puerta de escape. Yo iba tras él, Simon a mi espalda, después Tori y tía Lauren cerrando el paso.
Esos diez metros me parecieron diez kilómetros. Deseaba salir disparada hacia la puerta, abrirla de un empujón y largarme, pero teníamos que movernos en silencio, lo cual implicaba hacerlo con una pavorosa lentitud.
Habríamos recorrido unos tres metros cuando alguien en la sala de apoyo logístico dijo:
—Tenemos una brecha, señor. Un hechizo perimetral.
—¿Dónde?
Derek apretó el paso, sólo un poco.
—Un momento —dijo el hombre—. Parece ser justo fuera…
—¿Chloe? —el fuerte susurro de tía Lauren flotó a lo largo del pasillo.
Giré en redondo a tiempo de verla correr en dirección contraria, hacia la sala donde se encontraban el equipo del Grupo Edison y los tipos del Conciliábulo. Volvió a pronunciar mi nombre, como si me estuviese buscando.
Abrí la boca. Una mano me la tapó y un brazo pasó alrededor de mi pecho, sujetándome e inmovilizándome. Sentí la voz de Derek en mi oído, susurrando:
—Lo siento.
—Creo que los he oído —dijo el doctor Davidoff.
—¿Chloe? —tía Lauren corría entonces a toda velocidad, con sus zapatos golpeando el suelo de linóleo—. ¿Chloe?
Viró para entrar en su habitación y gritó.
—Hola, Lauren —dijo la madre de Tori—. ¿Has vuelto a perder a tu sobrina? —con un hechizo de sujeción paralizó a mi tía—. Veo que aún tienes esa arma. Déjame que la coja, antes de que mates a alguien más.
Derek hizo un gesto hacia los demás indicándoles que continuasen avanzando mientras yo me debatía. Apenas vi a Simon y a Tori rebasándome cuando Derek me levantó en brazos y se dirigió hacia la salida, y supe que eso era lo que tía Lauren le dijo que hiciese, eso fue lo que discutían. Si había problemas, ella iba a sacrificarse para salvarnos. Su labor consistía en sacarme de allí.
Volví la cabeza para ver a la señora Enright sosteniendo el arma contra tía Lauren, aún paralizada.
—Es hora de librarnos de un gran inconveniente…
—¿Un arma, Diana? —preguntó una voz masculina—. Veo que tu encanto no es el único poder que subestimas.
Un hombre dobló la esquina. Tenía más o menos la edad de mi padre y era unos cinco centímetros más bajo que la señora Enright, esbelto y con un cabello negro de hebras plateadas. Estaba sonriendo, y esa sonrisa era una que conocía muy bien, a pesar de no haber visto jamás a aquel hombre.
—¡Papá! —gritó Simon, patinando hasta detenerse.