Capítulo 46

Recogimos a Simon y a Tori justo cuando ellos se disponían a rescatarme a mí. Después de una sucinta explicación acerca del terremoto y del lobo que nos acompañaba, pregunté a Simon si había podido ponerse en contacto con su padre. Su rostro se oscureció, indicándome que la respuesta no sería agradable de oír.

—Buzón de voz —anunció.

—¿En serio?

—Decía que no estaba disponible y saltó el buzón de voz. Dejé un mensaje. Tal vez tenía el teléfono fuera de cobertura o…

No terminó la frase, pero todos sabíamos a qué se refería. «No disponible» podía significar un montón de cosas, y no todas tan inocentes como encontrarse en un lugar sin cobertura.

—Volveremos a llamar en cuanto hayamos salido —dijo tía Lauren—. Cosa que sucederá pronto.

Nos dirigimos a la salida más cercana. Habríamos avanzado una veintena de pasos cuando Liz llegó corriendo.

—Tres de ellos —anunció— vienen hacia aquí.

—¿Armas? —pregunté. Asintió.

Si hubiesen sido tres miembros de la plantilla, desarmados, incluso aun con poderes sobrenaturales, estaría dispuesta a enfrentarme a ellos. Pero las armas ya eran otra cosa. Se lo dije a los demás.

—Hacia el oeste hay un ala que no se emplea —dijo tía Lauren—. No vigilarán esa salida porque se llega a ella a través de una puerta de seguridad.

La seguí y empleé la llave magnética para introducirnos en el ala. En cuanto hubimos pasado, Derek se detuvo de repente, se le erizó el pelo del lomo y torció los labios en un silencioso gruñido.

—¿Hueles a alguien? —susurré.

Sacudió la cabeza de modo repentino, con un gruñido, como si dijese «lo siento», y reanudamos el avance, pero él iba más vigilante, mirando constantemente a un lado y otro.

—Conozco este lugar —murmuró Simon—. He estado aquí.

—Vuestro padre solía traerte al trabajo cuando eras pequeño —dijo tía Lauren.

—Ya, lo sé, pero este lugar… —miró a su alrededor, después se frotó la nuca—. Me pone los pelos de punta, sea lo que sea.

—La salida está a la vuelta de la esquina, después hay que bajar hasta el final —indicó tía Lauren, indicándonos—. Va a dar a un patio. Tendremos que escalar el muro, pero ésa es otra razón por la que no la vigilan.

Continuamos avanzando. Simon y Derek no eran los únicos que sentían escalofríos. El lugar estaba muy silencioso. Un lugar vacío, muerto. Las sombras se agazapaban en las paredes, fuera del alcance de las luces de emergencia. Y también apestaba al antiséptico que empapaba el suelo, como un hospital abandonado.

Lancé un vistazo por la primera puerta abierta y me detuve en seco. Pupitres. Cuatro pequeños pupitres. Una pared de carteles con animales puestos en orden alfabético. Una pizarra todavía con rastros de números. Parpadeé. Sin duda, no veía bien.

Derek me empujó la pierna, para indicarme que siguiera moviéndome. Lo miré y después miré el aula.

Allí era donde había crecido Derek. Cuatro pequeños pupitres. Cuatro niños pequeños. Cuatro jóvenes licántropos.

Pude verlos, durante un segundo; tres niños trabajando en los tres pupitres agrupados, Derek solo en el cuarto, un poco más lejos, inclinado sobre sus tareas, intentando no hacer caso a los otros.

Derek volvió a golpearme, soltando un suave gañido, y bajé la mirada para verlo observando la habitación, erizado todo el pelo de su cuello, ansioso por alejarse de aquel lugar. Murmuré una disculpa y seguí a los demás. Rebasamos dos puertas más, y entonces Liz regresó corriendo.

—Viene alguien.

—¿Qué? —dijo tía Lauren cuando les pasé el mensaje—. ¿Desde ahí abajo? No puede ser. Eso está…

El sonido de unos pasos torpes la cortó en seco. Miró en ambas direcciones y nos indicó con un gesto la puerta más cercana.

—Chloe, la llave magnética, ¡rápido!

La abrí y nos lanzamos todos dentro. La cerradura corrió con un zumbido cuando cerré la puerta. Miré a mi alrededor, entornando los ojos para intentar ver algo sólo con el brillo de una luz de emergencia.

Nos encontrábamos en una gran sala de almacén llena de cajas.

—Muchos lugares donde esconderse —susurré—. Sugiero que busquemos uno.

Nos separamos mientras el ruido de pasos resonaba por el pasillo. Me volví, y a punto estuve de tropezar con Derek. Él no se había movido. Se limitaba a no dejar de observar la sala, con el pellejo erizado.

Miré a mi alrededor. Vi cajas, muchas cajas, pero en la pared opuesta vi algo más; cuatro camas.

—¿E-eso era…? —comencé a decir.

—¿Dónde está todo el mundo? —tronó una voz desde el pasillo.

Derek dio un respingo al oírla, me sujetó una manga entre los dientes y tiró de mí hacia lo más profundo del mar de cajas. Encontramos un lugar en la esquina posterior donde los embalajes estaban apilados en alturas de tres, dejando un pequeño hueco donde escondernos. Derek me empujó hacia allí. Susurré llamando a los demás mientras él regresaba para reunirlos.

En cuestión de un minuto todos estuvimos apiñados en aquel hueco, en cuclillas o sentados. Derek se situó en la entrada, vigilándola, girando sus orejas. Cuando se acercaron los pasos no necesité tener su oído para distinguir lo que decían las voces.

—Científicos —resopló un hombre—. Creen que contratando a unos cuantos semidemonios como guardias de seguridad ya están preparados para algo como esto. Arrogantes hijos de… —siguió una retahíla de insultos—. ¿A qué distancia está el señor Saint Cloud?

—Su vuelo llegará en setenta y cinco minutos, señor.

—Entonces tenemos una hora para limpiar esta porquería. ¿Cuántos críos han vuelto esta vez? ¿Cuatro?

—Capturaron a tres. El cuarto, el licántropo, no, pero hay motivos para pensar que ha entrado en el edificio.

—Genial. Sencillamente, genial —sus pasos retumbaron frente a la puerta—. De acuerdo, éste es el plan. Necesito a dos supervivientes. Si podéis conseguirme dos, el señor Saint Cloud se pondrá contento. Y eso no incluye al licántropo.

—Por supuesto, señor.

—Necesitamos un lugar donde montar la base de operaciones. El equipo llegará aquí dentro de cinco minutos.

—No parece que empleasen esta ala, señor —una puerta chirrió—. Esta habitación incluso tiene pupitres y una pizarra.

—Bien. Comienza a organizarlo y localiza a Davidoff por radio. Lo quiero aquí abajo ahora.

Le indiqué a Liz que echara un vistazo.

Todos nos esforzamos por escuchar, rogando para que encontrasen algún problema en la sala o hallaran otra mejor. No sucedió.

—Al menos se encuentran al otro lado de nuestra ruta de escape —dijo Tori.

—No importa —intervino Simon—. Tenemos un equipo de las fuerzas especiales pertenecientes al conciliábulo destacado pasillo abajo. Vamos aviados.

Liz regresó corriendo.

—Hay dos tipos con trajes y otro que viste lo que parece un uniforme militar. Más otros cuatro como ése subiendo por el pasillo.

Unas pisadas de botas pautaron sus palabras.

—Nos mantendremos a la espera —dije—. Enviarán a esos tipos a buscar por ahí; espero que a otra parte. Huiremos a la menor oportunidad.

Derek se alegró y se deslizó por detrás de mí, dejando que me apoyase contra su cuerpo, tan cálido y confortable que comencé a relajarme, y al hacerlo yo lo hizo él; sus músculos se destensaron y se ralentizó la cadencia de su corazón.

—Entonces vosotros dos vinisteis por vuestra cuenta —le pregunté a Liz—. ¿Cómo?

—Conduciendo.

—Pero Derek no tiene carnet.

Simon rió.

—Eso no significa que no sepamos conducir. Nuestro padre nos dejó comenzar el año pasado, dando bandazos por aparcamientos desiertos.

—Eso son unos minutos por el barrio, no ocho horas de autopista.

Derek gruñó, como diciendo que no había sido para tanto, aunque estoy segura de que no debió de resultarle fácil.

—Tomamos prestada la furgoneta de Andrew —dijo Liz—. Después de que encontrásemos… Después de que Derek encontrase su… Bueno, ya sabes. Es probable que no fuésemos muy por detrás de vosotros. Yo hice de copiloto.

—¿Cómo os comunicasteis?

—Lápiz y papel. Asombrosos inventos. Da igual, una vez que llegamos a Búfalo lo traje hasta aquí. No fuimos capaces de idear un modo de entrar y comenzó a estresarse y, al parecer —lo señaló con un gesto—, eso es lo que pasa cuando un hombre lobo se estresa. Para entonces se abrió la puerta del garaje, y un tipo de la plantilla metía un coche. Le echó un vistazo a Derek y decidió que era buen momento para buscarse un nuevo empleo.

Unos ruidos resonaron en el pasillo. Liz salió a investigar. A mi espalda, uno de los flancos de Derek sufrió un espasmo. Lo acaricié con aire ausente, su músculo saltó bajo mis dedos. Después formulé la pregunta que había estado temiendo desde que había vuelto a encontrarme con tía Lauren.

—Rae está muerta, ¿verdad? —pregunté—. El doctor Davidoff dijo que fue transferida, pero puedo suponer qué significa eso. Lo mismo que significó para Liz y Brady.

La expresión en el rostro de tía Lauren en ese momento… No puedo describirla, pero si tenía alguna duda de cuánto lamentaba la función que había desempeñado en los hechos, lo vi al pronunciar sus nombres. No dijo nada durante un instante. Después dio un respingo, como si se hubiese sobresaltado.

—¿Rae? No, Rae no está muerta. Alguien entró por la fuerza y se la llevó. Creen que fue su madre.

—¿Su madre adoptiva?

Tía Lauren negó con la cabeza.

—Su madre biológica. Jacinta.

—Pero el doctor Davidoff dijo que estaba muerta.

—Dijimos un montón de cosas, Chloe. Contamos un montón de mentiras, intentando convencernos a nosotros mismos de que era lo mejor para vosotros, aunque, en realidad, sólo lo hacíamos porque era lo más fácil. Si Rae creía que su madre estaba muerta no preguntaría por ella. No obstante, por lo que oí, ellos creían que fue ella quien…

El flanco de Derek volvió a contraerse. Al mirar pude ver un músculo contrayéndose. Otro comenzaba a formarse en su hombro. Cuando advirtió mi mirada gruñó, indicándome que no era nada, que prestase atención y no le hiciese caso.

Mientras tía Lauren hablaba yo froté el hombro de Derek y él se inclinó sobre mi mano. Sabía que eso no sería de gran ayuda. Estaba preparado para la Transformación.

—Tenemos que largarnos —dije—. Llamaré a Liz.

Ella apareció corriendo a través de las cajas antes incluso de que hubiese terminado de invocarla. La madre de Tori se había unido al equipo de fuerzas especiales, en la habitación contigua. Al parecer, Derek no la había dañado tanto como yo había supuesto. Sufría un espantoso dolor de cabeza… y un horrible rencor. Dispararían contra Derek en cuanto lo viesen; dispararían a matar, no con tranquilizantes.

Estaban de camino unos refuerzos de la oficina adjunta del conciliábulo para que sus componentes inundasen el edificio con fuerza de choque y fuerza de hechizos. Estaban decididos a encontrarnos antes de que llegase ese tipo llamado Saint Cloud.

—Vamos a escapar —dije—. En cuanto se calme…

Derek sufrió otra convulsión, y a punto estuvo de arrojarme a un lado.

—A alguien no le gusta tu plan —señaló Tori—. Y eso que estaba pensando en cómo mola que no tenga voz. Pero eso no le impide seguir discutiendo.

—No se trata de eso —dije, mientras Derek padecía otra convulsión—. Vuelve a transformarse.

—¿No puede esperar? Porque…

Todo el cuerpo de Derek sufrió un espasmo, sus cuatro patas se estiraron al máximo; con una zarpa trasera arañó a Simon, con una de las delanteras le dio un manotazo a Tori. Ambos se apartaron dando un brinco.

—Creo que eso es un no —dijo Simon.

—Tenemos que alejarnos —les indiqué—. Como bien podéis ver, esto requiere espacio. Y puede que no sea muy agradable de ver.

—Diles que secundo eso —terció Liz—. Apenas vi un poco y fue suficiente —hizo una mueca y se estremeció.

Los eché de allí y después regresé junto a Derek, que se había tumbado sobre un costado, jadeando.

—Ya has hecho esto tú solo, así que supongo que no necesitas…

Sujetó la pernera de mis vaqueros entre sus dientes, tirando con suavidad mientras sus ojos pedían que me quedase. Les dije a los demás que me quedaba, y que si oían algún indicio de que los servicios especiales iban a registrar aquel pasillo, se marcharan de allí; todos ellos.

—No vamos a dejaros —dijo Simon.

Derek gruñó.

—Él está de acuerdo conmigo —dije—. Por una vez. Tenéis que ir. Con un poco de suerte, supondrán que Derek y yo nos encontramos en alguna otra parte.

A Simon no le gustaba la idea, pero se limitó a farfullarle a Derek que se diese prisa.

Tía Lauren se quedó después de que los demás se hubiesen ido.

—Si algo sucediese, Chloe, tú vendrás con nosotros. Derek puede cuidar…

—No, no puede. No en este estado. Me necesita.

—No me importa.

—A mí sí. Me necesita. Así que me quedo.

Nos miramos la una a la otra. De nuevo cierta expresión cruzó sus ojos, sorpresa y quizás un poco de pesar. Yo ya no era su pequeña Chloe. Jamás volvería a serlo.

Me acerqué a ella y la abracé.

—No te preocupes por mí, estoy bien.

—Lo sé —me devolvió el abrazo, con fuerza e intensidad, y luego fue a reunirse con los demás.