Agarré mi collar y me lo puse sin dejar de correr hacia la puerta. Estaba a punto de virar rodeando el cuerpo del guardia cuando éste se levantó, poniéndose en pie como si sus huesos no estuviesen rotos por una docena de lugares. Comencé a rodearlo.
—¡Para! —tronó.
Me detuve sin que sepa aún por qué. No tengo ni idea. Fue sólo la fuerza de esa voz.
Me volví para ver al cuerpo del guardia en pie, erguido, con la barbilla levantada y los ojos brillando con un sobrenatural color verde. Podía sentir el calor radiando de eso, a pesar de encontrarme a casi dos metros de distancia.
—¡Diriel! —rugió escudriñando la sala.
—Esto… Por aquí, mi señor —respondió el semidemonio—. ¿Puedo deciros que es un placer veros…?
El cuerpo giró en su dirección y, al hablar, su voz sonó con una extraña melodía. Se parecía a la del semidemonio, pero más recia, más profunda, masculina, hipnótica incluso. Yo me quedé allí, clavada en el suelo, sin hacer nada sino escuchar.
—No has hecho caso a mis convocatorias durante más de dos décadas. ¿Dónde has estado?
—Bueno, ya sabéis, es una historia un poco extraña. Y la verdad es que me encantaría contárosla tan pronto como haya…
—¿Me estás pidiendo que aguarde según tu conveniencia? —hablaba en voz baja, pero me hizo tiritar a pesar del calor.
—Por supuesto que no, señor, pero es que he llegado a un acuerdo con esta…
—¿Mortal? —se giró, como si me viese por primera vez—. ¿Has hecho un pacto con una niña mortal?
—Como os he dicho, es una historia un poco rara, y os va a encantar…
—Es una nigromante —avanzó un paso hacia mí—. Ese resplandor…
—¿No es bonita? Hay tanta variedad entre estos mortales sobrenaturales. Incluso el más débil de ellos tiene algo, como ese hermoso resplandor.
—El resplandor de un nigromante es indicativo de su poder.
—Por supuesto, y también eso es algo bueno, porque al ser un nigromante tan débil, necesita un resplandor muy fuerte para atraer a algún fantasma.
Él soltó un resoplido desdeñoso y caminó acercándose a mí. No me moví ni un milímetro, pero sólo porque estaba helada de terror.
Eso era un demonio. Un demonio completo. Lo sabía con tal certeza que me flaquearon las piernas.
Se detuvo frente a mí e inclinó la cabeza, mirándome con recelo. Después sonrió.
—Entonces —dijo Diriel, el semidemonio—, sólo voy a ayudar a esta pobre e indefensa niña nigromante…
—Por la bondad de tu corazón, supongo.
—Bueno, no, parece que, accidentalmente, esta estúpida mocosa me ha liberado. Ya sabéis cómo son los críos, siempre jugando con las fuerzas de la oscuridad. Así que al parecer me ha hecho un favor, y si me permitís cumplir mi parte del trato, señor, enseguida estaré con vos…
—¿Cómo de poderosa ha de ser una niña nigromante para liberar a un semidemonio? —reflexionó en voz alta—. Puedo sentir tu poder, pequeña. Han hecho algo contigo, ¿verdad? No tengo ni idea qué, pero es maravilloso.
Sus ojos destellaron, y los sentí diseccionándome como si escudriñase el corazón mismo de mi poder, y volvió a sonreír una vez lo hubo hecho, y eso hizo que me estremeciera.
—Es posible, pero no es más que una cría, mi señor. Vos sabéis lo que el Tratado de Berithia estipula acerca de los jóvenes perdidos. Es bastante injusto, lo admito, pero no tardará en convertirse en una adulta y si me permitís cultivar a la niña completando mi parte del trato…
Él lanzó una mirada en mi dirección.
—Sea cual sea el trato al que has llegado con esta cría, podrá cumplirse en cualquier otro momento. No voy a permitir que te escabullas con tanta facilidad. Tienes cierta tendencia a desaparecer.
—Pero ella…
—Es lo bastante poderosa para invocarte siempre que lo desee —se volvió hacia mí, y antes de que pudiese apartarme, ya me había colocado una mano bajo la barbilla, sujetándola mientras yo sentía una extraña calidez en los dedos del guardia. Giró mi cara hacia la suya y murmuró—: Crece y hazte fuerte, pequeña. Fuerte y poderosa.
Un golpe de aire cálido. Diriel susurró:
—Lo siento, pequeña.
Y después se marcharon.
Salté sobre el cuerpo caído del guardia y corrí hacia la puerta. El picaporte giró antes de que lo tocase. Miré a mi alrededor, preparada para correr, pero no había ningún sitio hacia el que salir corriendo. Saqué el arma y me apoyé de espaldas a la pared. Se abrió la puerta. Una figura echó un vistazo dentro.
—Tí-tía Lauren —susurré.
Me fallaron las rodillas. Hubo un tiempo en que me irritaban los constantes mimos de tía Lauren, pero después de dos semanas de depender de mí y de otros chicos que estaban tan asustados y perdidos como yo, su mirada de preocupación fue como recibir una cálida manta en el frío de la noche, y quise arrojarme a sus brazos y decirle «cuida de mí. Arregla todo esto».
Sin embargo, no lo hice. Fue ella quien corrió y me abrazó y, por maravilloso que fuese en su momento, pasó aquella emoción de querer ser rescatada y la separé de mí para decirle:
—Vamos, conozco el camino.
Nos apresuramos a salir, pero, al hacerlo, volvió la vista hacia la sala y vio el cuerpo del guardia.
Reprimió un grito.
—¿Ése no es…?
La interrumpí sin perder un instante, tartamudeando:
—N-no sé lo qué ha pa-pasado. Me asusté y acababa de llegar aquí y…
Me abrazó, susurrando:
—No te preocupes, cari.
Ella me creyó, por supuesto. Yo todavía era su pequeña Chloe, que jamás había planteado siquiera la idea de levantar a los muertos.
Mientras nos deslizábamos por el pasillo vio el arma y me la quitó antes de que me diese cuenta de lo que estaba haciendo. Cuando me quejé, me dijo:
—Si es imprescindible usarla, seré yo quien apriete el gatillo. Sabía que intentaba protegerme evitando que disparase a alguien. Yo no tenía intención de disparar a nadie, pero había algo en el hecho de entregar el arma que me irritaba, la sensación de ser empujada a una situación que ya no controlaba.
—Simon y Tori están en la oficina del doctor Davidoff —susurré.
—Iremos por ahí. Daremos más vuelta, pero es menos probable que nos encontremos con alguien.
Doblamos una esquina y un guardia casi calvo salió de una habitación. Intenté tirar de tía Lauren para hacerla retroceder, pero ya nos había visto.
—No te muevas, Alan —dijo tía Lauren, levantando el arma—. Regresa a la sala y cierra…
—Alan —dijo una voz detrás de él.
Se volvió. Sonó un disparo. El guardia cayó. Allí estaba la señora Enright, bajando su arma.
—Odio estos chismes —dijo, levantando el arma—. Son tan primitivos… Pero creí que podrían resultar prácticas.
Miré a tía Lauren. Estaba helada con un hechizo de sujeción.
—Mira lo que ha hecho tu tía, Chloe —la señora Enright hizo un gesto con la mano hacia el guardia, tendido inmóvil en el suelo—. Menuda vergüenza. Esta vez no va a librarse con un simple arresto domiciliario.
Desplacé mi mirada de tía Lauren al cadáver del guardia.
La señora Enright rió.
—Estás pensando en levantarlo, ¿verdad? Eres una chica con recursos. Supongo que debemos agradecerte todo esto —agitó su mano libre hacia las grietas de las paredes—. Esto es lo que me gusta de ti. Inteligente, con recursos y, al parecer —volvió a señalar al guardia—, con más y más confianza en tus poderes cada vez que nos encontramos. Casi me gustaría dejar que lo levantases, sólo para ver cómo lo haces.
—Déjanos marchar o…
—Soy yo quien tiene el arma, Chloe. Tu arma tarda más en activarse. Si a él se le ocurre hacer un movimiento, un temblor, será tía Lauren quien nos dirá adiós. Cualquier trato será iniciativa mía, y todavía estoy bastante dispuesta a negociar contigo. Creo que podríamos…
Una forma oscura saltó sobre su espalda. Al caer giró sólo para ver a un enorme lobo negro tumbándola en el suelo. Abrió la boca para soltar un hechizo, pero Derek la agarró por el cuello de la camisa y la sacudió contra la pared. La mujer se recuperó, rodando a un lado y recitando unas palabras en una lengua extranjera. Él la cogió y volvió a sacudirla. Golpeó emitiendo un crujido y cayó inerte.
Corrí hacia ellos.
—¡Chloe! —gritó tía Lauren, liberada del hechizo de sujeción.
—Es Derek —dije.
—Lo sé. No…
Yo ya estaba allí, cayendo a su lado mientras él tomaba bocanadas de aire con sus costados temblando, haciendo esfuerzos para controlarse. Agarré un puñado de pelaje y hundí el rostro en él, con las lágrimas a punto de rodar.
—Estás bien —dije—. He estado tan preocupada.
—No eras la única —dijo una voz.
Levanté la mirada y vi a Liz.
—Gracias.
—Sólo aproveché el viaje. Después de que pasase eso… —señaló a Derek con un gesto—. ¿Ves cómo las personas ciegas necesitan a los lazarillos? Bien, pues al parecer los licántropos necesitan fenómenos extraños que les abran las puertas.
Derek soltó un gruñido desde lo más profundo de su pecho y me dio un topetazo.
—Tenemos que irnos. Lo sé.
Comencé a ponerme en pie, pero él se inclinó hacia mí. Pude sentir su corazón acelerado. Apretó la cabeza contra mi cuello, respirando con profundidad, estremeciéndose, y su corazón se ralentizó. Al volver a olfatear, su nariz se dirigió a la parte posterior de mi cabeza, donde encontró sangre y gruñó con preocupación.
—Es sólo un chichón —dije—. Estoy bien.
Envolví mis manos entre su pelaje una última vez, abrazándolo con fuerza, y después me levanté. Me volví hacia tía Lauren. Allí estaba ella, en pie, mirando sin apartar la vista. Sólo miraba.
—Tenemos que marcharnos —dije.
Su mirada se levantó hacia mí y se quedó un rato más observándome, como si estuviera viendo a alguien a quien no conocía.
—Liz está aquí —anuncié—. Ella despejará el camino.
—Liz… —tragó saliva y después asintió—. De acuerdo.
Hice un ademán hacia la madre de Tori.
—¿Está…?
—Está viva, pero se ha llevado un buen mamporro. Debería estar un rato inconsciente.
—Bien. ¿Derek? Necesitamos recoger a Tori y a Simon. Sígueme. Liz, ¿podrías ir por delante y asegurarte de que tenemos el camino despejado?
Ella sonrió.
—Sí, jefe.
Di unos pasos y entonces me di cuenta de que tía Lauren no me estaba siguiendo. Me volví. Aún estaba con la mirada fija en mí.
—Estoy bien —le dije.
—Sí, estás bien —comentó, con voz suave, y luego, con más firmeza—: Estás bien.
Nos pusimos en marcha.