Tal como había anunciado el semidemonio, los elementos más importantes se encontraban en la sala de reuniones. Dado lo reacios que eran a aceptar los problemas, confiábamos en que no se hubiesen apresurado a informar al resto de guardias de la muerte de su colega, de modo que a nadie con quien nos encontrásemos le parecería raro verlo escoltando a los prisioneros por el edificio.
Al final resultó que los pasillos estaban vacíos. Nos abrimos paso hasta la oficina de seguridad sin ver ni oír a nadie. La puerta no estaba cerrada con llave. El semidemonio la abrió. Dentro había un guardia sentado; nos daba la espalda mientras vigilaba las pantallas de los monitores. Me quedé detrás del semidemonio, pero cuando el guardia se volvió vi lo suficiente de él para que se me encogiese el corazón. Era el que antes había estado con nosotras.
Retrocedí de un salto, ocultándome, y me pegué a la pared del pasillo.
—Hola, Bob —saludó el semidemonio.
—¿Nick? —respondió el guardia. Su silla chirrió arrastrándose por el suelo al levantarse con torpeza—. Creí que estabas…
—También yo —le interrumpió el semidemonio—. Parece que hace falta algo más que el hechizo de una bruja para matarme. Sea lo que sea que use ese chamán, Phelps, es cosa buena.
—¿Llamaron a Phelps? —El guardia suspiró—. No pensé que lo hicieran. La doctora Fellows es buena, pero…
—No es un chamán sanador. Aunque es más agradable a la vista que el viejo Phelps.
Ambos rieron con eso.
—Bueno, sea como sea, el caso es que vuelvo a la acción y, al parecer, estar a punto de morir no me ha hecho merecedor de un descanso el resto del turno. Quieren que vayas a la fachada y te ocupes de la puerta frontal. Trudy está nerviosa con el regreso de esos chicos.
—Y no la culpo. No entiendo por qué siguen intentando rehabilitarlos. Después de lo que te hizo esa mocosa, yo los encerraría y tiraría la llave. De todos modos, continuaré acompañando a Trudy. —Chirrido de calzado y después una inhalación—. ¿Qué es ese olor?
—¿Qué olor?
—Como a algo quemado.
—Quizás a Trudy se le hayan vuelto a quemar las palomitas de maíz en el microondas.
—No, no es a palomitas de maíz. —Un nuevo chirrido—. Viene de…
Un grito ahogado. Después el golpe sordo de un cuerpo al caer al suelo. Entré de un salto en la habitación. El semidemonio arrastraba al guardia hacia una esquina.
—¿Es que has visto un fantasma? —preguntó sin volverse.
—N-no.
—Entonces es que no está muerto, ¿verdad? —lo ocultó casi por completo detrás de unas sillas. Después me cogió de las manos y las presionó contra el cuello del guardia, donde su pulso latía con fuerza—. Vas a darme la primera oportunidad de liberarme que he tenido. ¿Crees que voy a estropearlo?
Miró al guardia, y después lanzó una mirada astuta en mi dirección.
—Y ésta es una oportunidad excelente de obtener un cuerpo mucho más adecuado para mí, uno que nadie crea muerto.
Le miré atónita.
La mujer suspiró.
—Bueno, pues vale. Encontremos a tus amigos.
Estudié los monitores mientras ella vigilaba la puerta. No había rastro de Tori, pero eso no me sorprendió, sólo significaba que estaba en una de las celdas desprovistas de cámaras. Encontré a Simon, todavía en el quirófano, todavía atado, con un dispositivo intravenoso en el brazo y sin rastro de guardias.
Comprobé las otras pantallas. El doctor Davidoff estaba inmerso en un profundo debate con la señora Enright, Sue, Mike, el tipo de seguridad, y los otros dos en una sala de reuniones.
El resto de las salas estaban a oscuras, todas excepto una apenas mayor que el vestidor que tenía en casa, abarrotada con dos camas gemelas, un pequeño pupitre y una silla.
Alguien estaba sentado en el escritorio, con la silla situada lo más lejos posible del alcance de la cámara. Sólo podía ver un hombro y un brazo, pero reconocí aquella blusa de seda de oscuro color púrpura. Había acompañado a tía Lauren cuando la compró ese mismo invierno.
La mujer se levantó y ya no me cupo duda. Era tía Lauren.
Acerqué al semidemonio hasta mí y señalé la pantalla.
—¿Qué habitación es ésa y por qué está mi tía ahí?
—Se ha portado mal. Al parecer, el rechazo a los apresamientos es cosa de familia. Apenas estuvo un día confinada en una celda normal antes de que intentase fugarse. Decidieron que necesitaba una vigilancia más estricta.
—Entonces, ¿es una cautiva?
—Te ayudó a escapar. ¿Crees que iban a organizar un banquete en su honor? ¿Sacrificar una o dos cabras?
—Dijeron que había cambiado de idea y admitido que cometió un error.
El semidemonio se rió.
—¿Y tú te lo creíste? Por supuesto que sí, porque ellos han demostrado siempre contigo una honestidad impecable, ¿no?
Sentía mi rostro ardiendo.
—Sí, intentaron hacer que comprendiese lo erróneo de su conducta —prosiguió el semidemonio—. Le ofrecieron perdón, inmunidad y una almohada de plumas. Ella es un miembro muy valioso del equipo. Pero lo rechazó —me miró y suspiró con fuerza—. Supongo que también querrás rescatarla.
Asentí.
—Entonces vamos allá.
La cogí del brazo antes de que se alejase.
—Rae. La chica que era un semidemonio de fuego. Dijeron que fue transferida. ¿También está aquí?
El semidemonio dudó, y al hablar hubo cierta suavidad en su voz.
—No, pequeña, ella no está aquí. Y no sé qué ha sido de ella, así que no me preguntes. Un día por la tarde estaba aquí, y a la mañana siguiente ya no estaba.
—Ellos mataron…
—No hay tiempo para eso. Tus amigos esperan —señaló a la reunión del Grupo Edison—, y ellos no van a quedarse ahí para siempre.
* * *
Liberamos a Tori en primer lugar.
Intenté prepararla para la impresión de ver entrando primero a un hombre muerto, caminando, pero ella apenas le echó un vistazo y, después de una sorpresa que duró una fracción de segundo, dijo:
—Buena idea.
Iba a explicarle que yo no había hecho del guardia un zombi esclavo, pero el semidemonio ya se encontraba en la siguiente puerta, comprobando la tercera celda con Tori justo a su espalda. Pensé que si a Tori le parecía bien que levantase a los muertos en beneficio propio, no había ninguna razón para explicarle que había cerrado un trato con un demonio.
La cosa no funcionó tan bien con Simon, que sabía que no me dedicaba a dominar a gente muerta y me quedaba tan ancha. Y no pude emplear la socorrida excusa de «no hay tiempo para explicaciones», pues tuvimos tiempo mientras soltábamos sus correas, le sacábamos el aparato intravenoso, lo vendábamos y buscábamos sus zapatos, con el semidemonio vigilando la puerta.
Así que finalmente les conté la verdad. Tori se lo tomó con calma. Empezaba a creer que Tori se lo tomaba todo con calma.
Simon no dijo nada durante un instante, y me preparé para oír un «¿Es que te has vuelto majareta?». Pero Simon era como era. Se deslizó fuera de la cama, se agachó a mi lado mientras yo miraba bajo la mesa en busca de sus zapatos y susurró:
—¿Estás bien?
Sabía que se refería al hecho de haber levantado muertos y, cuando asentí, escrutó mi rostro y dijo:
—De acuerdo.
Le aseguré que había sido cuidadosa con el semidemonio y él añadió:
—Lo sé, y seguiremos siendo cuidadosos.
Eso fue todo.