Y así, después de una semana a la fuga, acabé exactamente en el mismo lugar donde había comenzado. En la misma celda. Tumbada en la misma cama. Sola.
El doctor Davidoff me había sacado de allí antes de que tía Lauren llegase para ver al guarda. Pensé que quizá querría dar un vistazo a mi sangrante nariz, pero se limitó a traerme un paño húmedo y alguna prenda limpia, escogida entre la ropa que tenía en la Residencia Lyle, diciéndome que podría ver a mi tía en cuando estuviese calmada y lista para escuchar. Como recompensa, pasar un rato con mi tía, que de nuevo había vuelto a convertirse en traidora, no era en realidad muy atractivo.
Durante la semana anterior había soñado con el día en que regresaría para rescatar a tía Lauren y a Rae. En esos momentos ya estaba allí, y no tenía a nadie a quien salvar. Tía Lauren había vuelto al redil. Rae había muerto.
Cerré los ojos con fuerza, pero aun así las lágrimas encontraron el camino hasta mis mejillas.
Debería haberme mostrado más firme a la hora de persuadir a Rae para que me acompañase. Debería haber regresado a buscarla antes.
Rae estaba muerta. Y la siguiente era Tori. Su madre había asesinado al guardia para tenderle una trampa e incriminarla. No alcanzaba a comprender la tremenda maldad de tal acto, pero supe qué se proponía. Diana Enright quería a su hija muerta. Se había convertido en un problema, en una amenaza.
Tori iba a morir y yo no tardaría mucho en seguir el mismo camino. ¿Y qué pasaría con Simon? ¿Y con Derek? Me enjugué las lágrimas y me incorporé. Tenía dos opciones: huir o aceptar mi destino. No pensaba aceptarlo. Ni entonces ni nunca.
Miré a mi alrededor intentando encontrar algo que me pudiera ser útil. En cuanto a la habitación, no había cambiado nada. Respecto a mí, todo lo que tenía era la ropa que llevaba puesta; la camisa nueva y los vaqueros aún manchados con la sangre de Andrew. Intenté no pensar en eso.
Palpé mis bolsillos, esperando encontrar mi inseparable navaja. Desaparecida.
No obstante, uno de los bolsillos crujió. Papel. Lo saqué y lo desplegué. Comencé a doblarlo de nuevo al recordar que era el dibujo que Simon había hecho para Derek, pues ya lo había visto, un boceto de mí acuclillada tras un lobo, pasando un brazo alrededor de su cuello, y recordé a Simon diciéndome:
—Dale esto y dile que está bien.
Me escocían los ojos. Volví a doblar el mensaje con manos temblorosas y lo guardé en el bolsillo. Después me estiré y sacudí la cabeza con fuerza. Aún guardaba un importante as en la manga. Levanté las piernas hasta ponerlas sobre la cama, cerré los ojos e invoqué a la mujer semidemonio.
Apenas había terminado de invocarla cuando su aire cálido me hizo cosquillas en la coronilla.
—Bueno —susurró su voz cantarina—, esto parece un dejá vu.
—Quisiera que me ayudaras.
—Esto sí es una novedad. Y que me complace, debería añadir. Lo primero que debes hacer es liberarme. Después haremos que se desencadene el infierno sobre quien convenga.
—Te liberaré en cuanto me hayas ayudado. Y nos saltaremos la parte del desencadenamiento infernal.
—Ay, pero si es muy divertido… Todos esos tormentos del infierno y los ríos de magma. Demonios batiendo sus alas desgarradas, alentando las llamas. —Hizo una pausa, y después suspiró profundamente—. El sarcasmo se ha perdido entre los jóvenes y los crédulos, ¿verdad? Lo decía en sentido figurado. Causar estragos, si prefieres. Dar una buena tunda a nuestros enemigos comunes.
—Nada de tundas.
—No te gusta divertirte, ¿no? Muy bien. Libérame y…
—Después de que me hayas ayudado.
—Minucias, detalles. Supongo que quieres volver a escaparte. No acabo de entender el motivo, porque al parecer eres bastante aficionada a volver aquí.
La miré.
—Sí, quiero que me ayudes a escapar, pero rescataremos también a Simon y a Tori, y si Derek está aquí también vendrá con nosotros.
—Presumo que te refieres al chico licántropo, pero ése no ha entrado aquí desde que se marchó hace ya años. No obstante, si lo trajeran, lo incluiré en el plan. Tengo por norma jugar siempre limpio en mis tratos con los mortales.
Había visto suficientes películas acerca de desastrosos pactos con el diablo, y era consciente de que tenía que blindar el acuerdo. El problema residía en que yo no sabía exactamente qué quería que hiciese ella. Sacarme de allí, de eso no tenía dudas, pero ¿cómo?
Ella tenía una idea, cosa que no debiera sorprenderme. Tampoco me sorprendía que no me gustase.
—¿Hay algún otro modo?
—Siempre hay algún otro modo. Personalmente, prefiero a esa bruja de Diane Enright. Soy bastante aficionada a las brujas, como bien sabrás. Es verdad que aún está viva, pero eso tiene fácil solución. Dile al guardia que deseas hablar con ella y te guiaré a lo largo de todo el proceso. El método más sencillo es partirle el cuello, pero eres un poco canija para hacer eso, así que…
—Ni hablar.
—Entonces regresamos a mi propuesta original, ¿de acuerdo?
Un minuto después me encontraba arrodillada sobre la alfombra, haciendo algo que me había jurado no volver a considerar siquiera: Devolver al fantasma de un humano a su cadáver. En esos momentos era el único modo que se me ocurría de evitar convertirme yo misma en un cadáver.
Me concentré en el recuerdo de su rostro, ordenándole que regresase.
—Un poco más —murmuró el semidemonio—. Sí, eso es. Ahora llámalo para que venga a ti.
Lo hice, y me preparé para los chillidos.
—Están todos en la sala de reuniones —dijo el semidemonio, como si me hubiese leído el pensamiento—. Tú tráelo hasta aquí, deprisa.
Un minuto después la cerradura magnética de la puerta hizo un chasquido metálico. La puerta se abrió de par en par. Y allí estaba el guardia que la señora Enright había matado.
Antes sólo había sido «el guardia». No supe su nombre. No quise saberlo. Tuve que esforzarme para recordar su rostro y hacer la invocación. Él era sólo un compinche anónimo al servicio del Grupo Edison. Y entonces, cuando con tanta desesperación quería deshumanizarlo, lo que veía era a un hombre. Joven. Cabello corto y de color castaño. Pecas. Rastro de acné en las mejillas. ¿Era mucho mayor que yo? Tragué saliva y cometí el error de levantar la mirada hasta verle los ojos. Ojos castaños, oscurecidos por el odio y la ira. Me miré los pies.
Él aún mantenía la llave magnética en la mano, levantada, y me fijé en ella. Otro error. Una alianza destelló en su dedo.
Ay, Dios, tenía esposa. ¿Hijos? ¿Quizás un bebé? Alguien a quien jamás vería…
Cerré los ojos con fuerza.
«Tú no has tenido nada que ver con su muerte».
Sin embargo, había hecho algo que me hacía sentir igual de mal. Lo había vuelto a la vida. Y al mirarle a la cara comprendí lo terrible que era; el odio, la furia, la repugnancia.
—Cierra la puerta —susurró el semidemonio.
Lo hice.
El guardia me observó, con los ojos entornados y la llave magnética aún levantada, como si le encantase la idea de clavármela en la garganta. Ver cómo me asfixiaba con ella.
Al hablar, sus palabras sonaron confusas.
—Sea lo que sea lo que quieras pedirme, no lo haré.
El semidemonio rió entre dientes.
—Entonces es que sabes muy poco de nigromantes, y sobre todo de ésta —dijo, aunque sabía que él no la podía oír.
—No quiero nada —respondí—. Siento mu…
—¿Que lo sientes? —escupió las palabras avanzando hacia mí. Su chaqueta se abrió, mostrando un agujero carbonizado en su pecho. El hedor a carne chamuscada invadió la habitación. Me entraron náuseas y se me llenó la boca de bilis. Dio otro paso hacia mí.
—Detente —dije con voz trémula.
Lo hizo, y se quedó allí, atravesándome de lado a lado con aquellos ojos ardientes.
—¿Puedo sugerir que le desarmes? —ironizó el semidemonio—. Sólo para estar segura.
Bajé la vista. Sus dedos descansaban sobre la empuñadura de su pistola.
—No te muevas —dije.
Desenfundé el arma de un tirón.
—Pretendes utilizarme para escapar, ¿no? No lo harás. Perteneces a este lugar. Tenían razón. Sois monstruos. Espero que os maten a todos —me miró con desdén—. No, en realidad no espero que os maten. Espero que os encierren y experimenten con vosotros. Que os machaquen y os sometan a tantas pruebas como se les ocurran hasta que deseéis estar muertos.
Una semana atrás me hubiese estremecido al escuchar semejantes palabras. Pero no me cohibían ni amenazas ni insultos, y no temía hacer lo que debía hacer.
Le dije que se sentase. Lo hizo. No tenía más opción. Después liberé su alma, imaginando no una liberación, sino un cambio. Cerré los ojos, sentada en el suelo con las piernas cruzadas y el collar a escasos centímetros de mi mano. Por favor, funciona. Sólo…
—Bueno, esto está mejor —dijo el guardia, con una voz en la que el tono huraño se había trocado en una cadencia de extraña musicalidad. Se aclaró la garganta—. No, eso está mejor —dijo con su voz normal.
Volví a ponerme el collar. El guardia soltó una risita afeminada. Sus ojos brillaron con un destello anaranjado. Parpadeó y movió los hombros, después volvió a carraspear y su risa se hizo más profunda. Sus ojos se hicieron negros y después castaños.
—¿Pasaré por él? —preguntó el semidemonio desde el interior del cuerpo del guardia.
Recogí el arma del suelo.
El semidemonio se rió.
—¿De veras crees que voy a dispararte y condenarme a pasar la eternidad en la putrefacta cáscara de un cuerpo mortal? Soy tan esclava como este mortal, y prometo obedecerte con quejas muchísimo menos indecorosas que las suyas.
Me levanté, con el arma aún en la mano.
—Supongo que querrás quedártela —dijo—, pero necesitarás un lugar donde esconderla.
La metí en la parte posterior de mi cinturón. Siempre que veía hacer eso en la gran pantalla ponía los ojos en blanco y pensaba: «un movimiento en falso y acabarás pegándote un tiro en el culo». Pero en ese momento fue el único lugar en que pensé.
Mis dedos temblaron al ajustar la camisa por encima. Respiré profundamente un par de veces.
—Sí, lo sé —añadió el semidemonio—. Esa experiencia no tuvo nada de agradable, pero al menos lo puso furioso.
Sus cejas se arquearon al mirarle.
—¿Hubieses preferido que se mostrase agradecido? ¿Feliz por ser resucitado? ¿Rogando por unos últimos minutos junto a su familia?
Tenía razón. Di un último tirón para bajarme la camisa, y después me peiné con los dedos.
—Tienes un aspecto maravilloso, querida —dijo, y señaló la puerta con el pulgar por encima del hombro—. ¿Nos vamos? —Hizo una pausa—. Vamos a volver a intentar eso: A ver, cría —su voz volvió a sonar áspera—, ¿preparada para salir?
Lo estaba.