—Parece que Derek y tú volvéis a llevaros bien —dijo Simon—. ¿Cómo es eso? ¿Te ha puesto su mirada?
—¿Su mirada?
—Ya sabes, esa mirada de cachorrillo apaleado, que te hace sentir como un zafio por haberle golpeado.
—Ah, ésa. ¿Contigo también funciona? Resopló.
—Funciona hasta con mi padre. Nos rendimos, le decimos que no se preocupe y no tarda en volver a mordisquearte las zapatillas.
Me reí.
Simon se dejó caer sobre una butaca.
—El problema es que sabes que intenta hacer lo correcto. ¿Y qué pasa si no piensa lo bastante en sí mismo? ¿Preferiríamos que fuese un gañán egocéntrico? —Negó con la cabeza y luego añadió—: ¿Querías hablar?
—Hay algo que necesito proponer, pero… A Derek no le gustará.
—Venga.
Le conté lo que tenía en mente. Al terminar, soltó un taco.
—¿Te parece mala idea? —pregunté.
—No, es una buena idea. Pero tienes razón; jamás lo aceptará. Incluso si llegases a proponerlo, creería que se trata de una prueba, así que, o bien se cabrearía, o bien te seguiría la corriente, cosa que no serviría de ayuda porque si nos sigue la corriente no se quedará allí.
—¿Quedarse dónde? —preguntó una voz. Observamos a Tori entrando en la habitación.
—Me ha parecido oír a Derek llamándome —dijo—. ¿Qué pasa?
Le conté mi idea.
—Deberíamos haber hecho eso en el preciso instante en que supimos que le andaban a la caza —comentó—. ¿Por qué iba a quejarse? No es que le estéis diciendo que se pierda, sólo que se oculte durante unas horas, que les haga creer que se ha marchado —se sentó en el sofá—. Tienes mi voto, aunque ya sé que no cuenta demasiado.
—Sí cuenta —dije yo—. Eres parte de esto. Y tenemos que empezar a actuar en consecuencia.
Miré a Simon.
Él se encogió de hombros.
—Supongo que sí.
—¡Caramba! Jamás me había sentido tan querida —dijo Tori.
—Confío en que no me apuñales por la espalda sólo por diversión —replicó él—. Pero quizá tus intereses lo hagan inevitable, ¿no? Así que no te daré la espalda. Sólo por si acaso.
—Vaya, he pasado de ser la reencarnación del Mal a una vulgar arpía. Puedo sobreponerme a eso —estiró las piernas—. Y bien, ¿quién se lo dirá a Derek?
—Nadie —contesté—. Ése es el problema. Él no lo hará, e incluso la simple proposición…
—¿Quieres que vaya a tumbarme? —el profundo murmullo procedente de la entrada hizo que todos levantásemos la mirada—. ¿Simular que me he pirado? —se dirigió a Simon—. ¿Es eso lo que quieres?
—Eso es —respondió Simon.
—¿Chloe?
—No se trata de lo que queramos —objeté—. ¿A quién atacó Andrew anoche? ¿A quién vigilan todos? Quieren que desaparezcas, Derek, y yo, sinceramente, no creo que hagan nada hasta que eso ocurra.
Cruzó su mirada con la mía, escrutándola como si buscase algo más en ella. Debió de encontrarlo, pues hizo un asentimiento.
—Pues vale. Tenéis razón. Necesitamos que se relajen, y no lo harán conmigo suelto por ahí.
No era exactamente el razonamiento que esperaba de él, pero lo acepté.
* * *
Decidimos que el mejor lugar para Derek era el ático. Allí había ventanas desde las que podría saltar con facilidad, así que suponía un lugar más seguro que el sótano. Más sucio, pero más seguro.
Mientras Simon ayudaba a Derek a reunir mantas y comida, yo salí y llamé a Liz.
—Necesito saber si puedes llegar al ático —le dije.
—Voy un paso por delante de ti. Puedo llegar al tejado, al ático y a esa especie de sótano, aunque no tan bien.
Le hablé de nuestros planes para Derek.
—¿Quieres que le haga compañía? —mostró una amplia sonrisa—. Podemos jugar al tres en raya sobre el polvo —vio la expresión de mi rostro y dejó de sonreír—. No es buen momento para chistes, ¿no?
—Estoy preocupada por él. No se le da demasiado bien cuidar de sí mismo.
—¿Y podría emplear a un fenómeno extraño como guardaespaldas?
Asentí.
—Cuida de él por mí. Por favor.
—No te preocupes.
* * *
Lo siguiente fue soltar a Andrew. Le contamos cómo Derek había llegado a la conclusión que marcharse de allí era lo más seguro para todos. Habíamos intentado retenerlo, pero se escabulló entre la arboleda donde, según todos los indicios, iba a ocultarse hasta encontrar el modo de abandonar el terreno de la propiedad.
No le contamos a Andrew que también nosotros confiábamos en encontrar un modo seguro de largarnos. Él estaba convencido de que nosotros estábamos dispuestos a seguir sus planes.
Margaret se presentó mientras tomábamos el desayuno, y entonces descubrimos otra ventaja añadida a la desaparición de Derek: era una buena excusa para mostrarnos ansiosos e inquietos.
Sonó el timbre mientras terminábamos. Los tres dimos un respingo, Simon tiró su cuchara en el tazón haciendo ruido.
—Supongo que no será Derek el que llama a la puerta, ¿no? —dije yo.
—Es capaz —respondió Simon—. Ya voy.
Sabía lo que pensaba; lo que esperaba. Que fuese su padre. La posibilidad de que el señor Bae llamase al timbre de una casa donde retenían a sus hijos era una posibilidad bastante remota, pero fui tras él aunque sólo fuese para alejarme de Andrew y Margaret.
Llegué a la puerta en el momento en que Simon la abría de par en par. Allí estaba Gwen.
—Hola, chicos —nos saludó con una sonrisa forzada. Levantó una caja—. Esta vez no he traído donuts, aprendí la lección, sino unas magdalenas tremendas. Puedes comer eso, ¿verdad?
—Esto… Claro —respondió Simon.
Simon retrocedió para dejarla entrar, y luego me dijo con la mirada: «¿Y ésta qué hace aquí?».
—Andrew ha tra-tratado de ponerse en contacto contigo —le dije.
—Lo sé. Trabajo. Ya sabes cómo son a veces esas cosas —una sonrisa forzada—. No, supongo que no; tenéis suerte, chicos. Disfrutad mientras podáis porque, si queréis saber la verdad —se inclinó hacia nosotros y susurró—: la vida de los adultos es un rollo. Pero, bueno, ya estoy aquí y preparada para la acción. El mensaje de Andrew especificaba que hoy nos íbamos a Búfalo.
Asentí.
—Genial. Entonces he llegado a tiempo. Entremos y comámonos las magdalenas. Están tremendas.
* * *
Intenté evaluar la reacción de Andrew y Margaret al llegar con Gwen a la cocina. Ambos parecieron sorprendidos. Para Andrew era una agradable sorpresa. No tanto para Margaret. No parecía furiosa, sólo molesta con la voluble muchacha que podía entrar y salir a su antojo.
Pasaron a la sala de estar. Nosotros tres nos largamos de allí enseguida con pretextos absurdos.
—Miente —dijo Tori—. No lo tontina que sea, pero nadie deja de responder a media docena de llamadas urgentes y después se presenta con magdalenas de arándanos.
—Russell la envía como espía —señaló Simon—. Ese tipo trama algo.
—No importa —dije—. Vamos a marcharnos a tiempo, sea cual sea su plan. Limitémonos a mantenerla vigilada. Diré a Liz que busque rutas de escape.