Capítulo 32

Me retiré a mi cuarto a las nueve. Tori ya estaba allí, enfrascada en El conde de Montecristo. No hizo más que un saludo con la mano hasta acabar el capítulo. Charlamos un rato. Nada importante. Sólo charlar, esforzarnos por mantener la calma mientras rogábamos que se acelerase el tiempo. Aunque ya casi se nos echaba encima. Sólo unas cuantas horas más…

* * *

Derek dijo que Andrew nunca se acostaba antes de medianoche. Si queríamos sorprenderlo cuando estuviese profundamente dormido, deberíamos aguardar hasta las dos de la madrugada.

Para sorpresa mía, yo me quedé tan profundamente dormida que no oí la alarma del reloj que antes me había dado Derek. Desperté cuando Tori me sacudió una mano, mientras con la otra intentaba apagar la alarma.

Bostecé y parpadeé con fuerza.

—Huir después de apenas haber dormido en una semana no es una buena idea —dijo—. Por suerte, me he anticipado a la situación.

Abrió una lata de Coca-Cola y me la tendió.

—No es tan buena como el café —comentó—. Pero supongo que no tomas café, ¿verdad?

Negué con la cabeza mientras tragaba.

—Críos —dijo, poniendo los ojos en blanco.

La puerta se abrió de par en par y Simon entró a toda velocidad.

—¿Perdona? —dijo ofendida Tori.

—Se trata de Derek —espetó en un susurro—. No puedo despertarlo.

Salimos corriendo de la habitación. Derek aún estaba en la cama, despatarrado, con las sábanas tiradas por el suelo. Yacía boca abajo vestido sólo con sus calzoncillos.

Le agité un hombro. Mis dedos estaban fríos por el refresco, pero ni así conseguí que se moviera.

—Respira —susurró Simon—. Pero no se despierta.

Tori caminó hacia la cama. Vi, por el rabillo del ojo, que le echaba una miradita a Derek.

—¿Sabes? Desde este ángulo no tiene mala pinta —me dijo.

La censuré con la mirada.

—Sólo digo…

Me incliné sobre Derek, llamándolo tan alto como me atrevía a hacerlo.

—Yo, personalmente, soy una chica más aficionada a los delanteros —comentó—. Pero si te gustan del tipo defensa, está…

La fulminé con la mirada, haciéndola callar.

—Me quitas la luz —dije, haciendo un gesto para apartarla a un lado.

—Chloe, ¿tú sabes de primeros auxilios?

Negué con la cabeza.

—Entonces eres tú quien me quita la luz. Arrea de aquí.

La dejé pasar. Comprobó el pulso de Derek y su respiración, dijo que ambos parámetros parecían normales y después se inclinó sobre su rostro.

—Nada raro en su aliento. Huele como a… dentífrico.

Los ojos de Derek se abrieron y lo primero que vio fue el rostro de Tori a escasos centímetros del suyo. Dio un respingo y balbuceó una palabrota escatológica. Simon soltó una carcajada. Yo hice gestos como una loca para que mantuviese el silencio.

—¿Estás bien? —le pregunté a Derek.

—Ahora lo está —intervino Simon—. Tori le ha puesto el corazón en marcha.

—No podíamos despertarte —dije—. Tori estaba asegurándose de que te encontrabas bien.

Él continuó parpadeando, desorientado.

—Tengo una Coca-Cola en mi… —comencé a decir.

—Voy a por ella —se ofreció Tori.

Me volví hacia Derek. Aún estaba parpadeando.

—¿Derek?

—Ya —farfulló, como si estuviese chiflado; después hizo una mueca y se aclaró la garganta.

—¿Cómo te encuentras? —pregunté.

—Cansado. Debo de haberme quedado dormido.

—Como una marmota —apostilló Simon.

—¿Te sientes mareado? —pregunté.

Descarao —volvió a hacer una mueca—. ¿Qué comí anoche? Sentí un escalofrío.

—¿Tienes la boca como pastosa?

Descarao —renegó e hizo un esfuerzo para levantarse. Cogí la Coca-Cola de manos de Tori en cuanto regresó.

—Lo han drogado.

—¿Drogado? —Simon hizo una pausa de apenas un segundo y después dijo—: Andrew.

—Cogeré nuestras mochilas —anunció Tori. Las habíamos llevado por la noche a nuestra habitación, temerosas de que las encontrasen en el armario del piso de abajo.

Cogí la de Derek mientras él seguía bebiendo el resto de Coca-Cola.

—Andrew nos trajo refrescos anoche, antes de acostarnos —dijo Simon mientras cogía su mochila.

—¿Y dijo cuál era para Derek?

—No le hizo falta, los míos siempre son sin azúcar.

Miré a Derek mientras se pasaba una mano por la boca.

—¿Vas a ponerte bien?

—Pues claro. Sólo deja que me vista.

¿Por qué iba Andrew a drogar a Derek? ¿Pretendían ir a por él esa misma noche? ¿O acaso nuestra paranoia era justificada y el grupo sabía qué tramábamos? En cualquier caso, nuestro mejor combatiente estaba fuera de servicio.

—Me quedaré con Derek —dije—. Simon, ¿puedes cubrir a Tori e ir hasta la habitación de Andrew?

Echó un vistazo a Derek en busca de confirmación. Derek parpadeó con fuerza, enfocando, y después se las arregló para arrastrar unas palabras:

—Sí, descarao. Hazlo.

—Pero ten cuidado —dije—. Quizás Andrew no se encuentre en su cama.

Regresaron diez minutos después.

—No está aquí —susurró Simon.

—¿Cómo?

—No hay señal de él por ninguna parte —dijo Tori—. La camioneta está fuera, pero no hay luces encendidas en toda la casa.

—Y faltan sus zapatos —añadió Simon.

—Se ha reunido con alguien —murmuré—. Alguien debe de estar aquí para llevarse a Derek, y Andrew está ahí fuera con él, planeando cómo hacerlo.

—O lo han raptado —aventuró Tori.

Derek se frotó la cara, después hizo una brusca negación con la cabeza.

—Olvidaos de Andrew. Concentrémonos en largarnos y tener cuidado.

* * *

Simon pasó un brazo por encima de los hombros de Derek, a pesar de las protestas de su hermano. Yo cargué con la mochila de Derek, así como con la mía, mientras Tori se ocupaba de la de Simon.

Dimos un vistazo al oscuro pasillo. Derek olfateó. El último rastro de Andrew era antiguo, de lo cual dedujimos que no había vuelto a subir después de llevarles los refrescos. Derek se situó en el pico de la escalera principal y escuchó; después negó con la cabeza. No llegaban sonidos de abajo.

Nos dirigimos a las escaleras de la parte posterior de la casa, las estrechas que encontrásemos antes, con toda probabilidad empleadas en otro tiempo sólo por el personal de servicio. Era una zona que Tori no había limpiado y, al parecer, nadie lo había hecho en años, así que me cubrí la nariz y la boca con la mano para no ponerme a estornudar.

Me encontraba en cabeza al llegar abajo, con Tori inmediatamente detrás y Simon ayudando a Derek en la retaguardia. Las escaleras acababan en una puerta. Moví el picaporte despacio, intentando no hacer ruido. Giró hasta cierto punto y luego se detuvo. La puerta no iba a abrirse.

Tori me rebasó apartándome con un hombro y lo intentó.

—Cerrada con llave —susurró—. Muchachos, pensaba que vosotros…

—¿Comprobamos las puertas la otra noche? —dijo Simon—. Pues sí, lo hicimos. Y estaba abierta.

—Apartaos —dijo Derek, hablando entre dientes, con la voz aún espesa.

Nos apretujamos a un lado. Arrancó el picaporte y el cerrojo crujió, haciéndome dibujar una mueca al oír el ruido.

Las escaleras se abrían hacia una sala oscura, de techo bajo. Una antigua despensa, o algo así. Tori movió su linterna. La habitación estaba mugrienta y vacía; otra razón por la que nadie empleaba esas escaleras. En esta ocasión ella fue la primera en llegar a la puerta. Pero supe qué descubrió antes incluso de que lo anunciase.

—Cerrada con llave.

—¿Lo dices en serio?

Derek los rebasó, caminando entonces con paso resuelto. Retorció el picaporte y, de nuevo, el pestillo crujió. Tiró de la puerta. La hoja no se movió. Tiró con más fuerza, haciendo que chirriasen sus goznes.

—Es un hechizo de cierre —dijo una voz a nuestra espalda.

Nos volvimos para ver a Andrew bajando por el hueco de entrada. Los dedos de Simon volaron formando un hechizo defensivo. Derek se volvió para atacar. Andrew movió su mano hacia mí. Unas chispas brotaron de sus dedos. Ambos, Simon y Derek, se detuvieron.

Andrew dibujó una sonrisa sardónica.

—Me pareció que esto podría funcionar. Simon, ya sabes cómo va el asunto. Tengo un hechizo preparado para lanzar. Sólo me hace falta una palabra para terminarlo.

—¿Qué cla-clase de hechizo? —susurré, hipnotizada por aquellas chispas que revoloteaban frente a mí.

—Letal —respondió Andrew.

Derek gruñó. Un gruñido de verdad, tan parecido al de un lobo que puso los pelos de punta.

Tori, a un lado, me vocalizó algo. No pude entenderlo, pero supuse que me advertía de que iba a lanzar uno.

—No —dijo Derek, pronunciando una palabra que aún era un gruñido. Tenía la mirada fija en Andrew, y creí que le hablaba a él, pero entonces sus ojos se deslizaron hacia Tori—. No.

—Haz caso a Derek —dijo Andrew—. Si creyese que existe algún modo de llegar a mí antes de que lanzase el hechizo, lo haría él mismo. Tori, colócate delante de mí, por favor, para que pueda verte los labios. Simon, siéntate sobre tus manos. ¿Derek?

Miré a Derek. Su mirada estaba clavada en Andrew, le salía fuego por los ojos y tenía tensos los maxilares. Andrew volvió a pronunciar su nombre, pero él no pareció oírlo mientras abría y cerraba los puños a los costados.

—Derek —repitió Andrew, en tono más cortante.

—¿Qué? —otro gruñido que parecía una palabra.

Andrew se estremeció, después se recompuso y cuadró los hombros.

—Date la vuelta.

—No.

—Derek.

Derek se limitó a atravesarlo con la mirada. Después inclinó la cabeza y pude ver su expresión, pero había algo en ella que hizo retroceder a Andrew, sólo un poco. Su nuez de Adán subió y bajó. Intentó volver a enderezarse, intentó enfrentarse a la mirada de Derek, pero no podía soportarla. Sus dedos se flexionaron con las chispas revoloteando sobre ellos, pero no pudo ni acercarse.

—¿Derek? —le dije—. Por favor, no hagas eso.

Se sobresaltó con el sonido de mi voz, rompió el contacto visual con Andrew y, en el instante en que lo hizo, su expresión cambió, el lobo se retiró, Derek regresaba.

—Haz lo que dice —le pedí—. Por favor.

Asintió y se dio la vuelta despacio hasta quedar de cara a la pared.

—Gracias —dijo Andrew—. Confiaba en poder evitar esto, pero veo que me quedé corto con la dosis. No quería hacerte daño, Derek. Por eso te dejé fuera de combate. No quiero haceros daño a ninguno de vosotros. Estoy aquí para protegeros. Siempre lo he hecho.

Simon resopló con desdén.

Descarao, claro que no quieres hacerle daño a Derek. Le pediste a esos dos licántropos que lo matasen sin dolor, ¿verdad?

—No intenté matar a Derek.

—No, contrataste a alguien para que lo hiciera. Eres demasiado cobarde para mirarlo a los ojos y apretar el gatillo. O quizá lo que te preocupaba era ensuciarte. Sé cuánto te preocupa tu ropa. Las manchas de sangre son muy putas de quitar.

—Yo no…

—¡Encontramos los correos! —Simon se levantó de un salto y después, a una mirada de Derek, se detuvo y volvió a sentarse en el suelo—. Sabemos que estás metido en el ajo.

—Sí, formaba parte del plan para entregar a Derek a la Manada. Eso es lo que encontrasteis, ¿verdad? Ninguna autorización para matarlo. Eso fue obra exclusiva de Russell. Nuestro plan consistía en entregarlo a la Manada. Tomás y yo nos enteramos de todo lo que pudimos acerca de ellos hasta convencernos de que no iban a matar a un hombre lobo de dieciséis años. Son como cualquier otro grupo de sobrenaturales organizados; un lugar para los de su raza donde aprender cómo dominar sus poderes y vivir en el mundo de los humanos. Un lugar donde puedan estar con los de su propia especie.

Observé a Derek preparándome para descubrir un destello indicador de que eso era lo que quería. Pero él se limitó a mantener la vista fija en la pared, con la mirada vacía, sin emoción.

—Eso es lo que creo mejor para ti, Derek —prosiguió Andrew—. Los licántropos tienen que estar con los licántropos.

—Y los hijos con sus padres —dije en voz baja.

El cuerpo de Andrew se tensó. Su mirada se disparó hacia mí, a la expectativa.

—También encontramos esos correos —dije—. Mantuviste a su padre apartado de ellos.

Una pausa. Y después:

—Sí, lo hice. Y hay una razón.

—Seguro que la hay —terció Simon con un tono empapado de sarcasmo—. Déjame adivinar. En realidad, nuestro padre es un brujo perteneciente a un conciliábulo maligno. O un agente doble al servicio del Grupo Edison. Puedes elegir. Es un tipo malo, tan malo que nos hubiese matado de haber tenido la oportunidad.

—No, Simon —respondió Andrew, suavizando la voz—. Tu padre es el mejor padre que conozco. Lo abandonó todo, su carrera, sus amigos, su vida, para darse a la fuga y protegeros. Se negó a entrar en nuestro grupo porque eso podría poneros en peligro. Su prioridad sois vosotros dos, no derribar al Grupo Edison. Él jamás me habría permitido que os volviera a llevar al laboratorio para ayudar a detenerlos. Si lo hubiese llamado, os hubiese cogido a todos, a los cuatro, y habría echado a correr. Me diría que detuviese al Grupo Edison sin vosotros.

—No parece mala idea —dijo Tori.

Andrew negó con la cabeza.

—Chicos, si Kit os lleva estaréis a salvo. Si estáis a salvo, mi gente no tendrá motivos para disolver el Grupo Edison. He pasado años intentando convencerlos para hacer eso y ahora están preparados para actuar, pero sólo si existe una amenaza inmediata. Si os vais, retomarán sus labores de simple vigilancia. Y eso si deciden permitir que vayáis con él.

—¿Por qué no iban a hacerlo? —dijo Simon—. Eso los libraría de nosotros.

—Para muchos de ellos ésa es la menor de sus preocupaciones, muy por detrás de su inquietud ante la amenaza que a largo plazo suponéis para el mundo de los sobrenaturales. Si vuestro padre viene… —cambió de postura, flexionando la mano, y el hechizo flaqueó por una fracción de segundo antes de fortalecerse de nuevo—. Espero que Russell actuase por su cuenta cuando les dijo a esos licántropos que matasen a Derek y a Chloe, pero, a decir verdad… No lo sé.

—Buenos amigos los que tienes por aquí.

—Sí, algunos de ellos son amigos míos, Simon, pero la mayoría son como los miembros de cualquier otra asociación. Compartimos un interés común, y nada más. Ese interés es proteger nuestro mundo. Para mí, eso significa acabar de una vez con el Grupo Edison, para algunos de ellos…

—Significa acabar con nosotros —murmuré.

—No le escuches, Chloe —dijo Simon—. Es un embustero y un traidor. Si esa gente está tan preocupada por nosotros, ¿por qué nos dejan sólo contigo para vigilarnos?

—No son tan estúpidos. Por eso tengo que deteneros antes de que pongáis un pie al otro lado de esa puerta.

Simon rió. No fue una risa agradable.

—Claro, porque están acechando en la oscuridad, esperando a machacarnos con hechizos de rayos de energía. No, espera, quien hace eso eres tú, ¿no?

Andrew bajó sus dedos apenas un ápice, como si quisiera anular la amenaza.

—Sí, ahí están ellos, Simon. No justo detrás de la puerta, pero lo bastante cerca, vigilando las posibles rutas de escape. Porque eso es lo que más temen. Que escapéis. Que corráis al encuentro de los humanos y nos descubráis. O que perdáis el control y nos expongáis. Huisteis de la Residencia Lyle y huisteis del Grupo Edison. ¿Qué es lo primero que vais a hacer si os oléis problemas? Correréis y…

Derek dio una zancada, me golpeó en un hombro, tirándome al suelo y cayendo encima de mí. Su cuerpo dio una sacudida, como si hubiese sido alcanzado por el hechizo, y yo grité pugnando por levantarme, pero él me mantuvo abajo, susurrando:

—Está bien. Está bien.

Hasta que las palabras hicieron efecto.

Levanté la cabeza y pude ver a Andrew atrapado con un hechizo de sujeción, al tiempo que Simon se lanzaba a sus pies. Lo placó y le retorció las manos a la espalda. Derek se levantó para ayudarles. Él inmovilizó a Andrew.

—¿Estás bi-bien? ¿Te golpeó con un hechizo? —pregunté, acercándome con las rodillas temblando.

—Me dio, descarao.

Andrew levantó la cabeza.

—Y, como puedes ver, fue un no-letal. Ya te dije que no pretendía hacerte daño, Derek. Tampoco le haría daño a Chloe. Sólo necesitaba que me escuchaseis.

—Ya te hemos escuchado —replicó Derek—. Simon, creo que había una cuerda en el taller. Chloe, quédate aquí. Tori, cubre a Simon por si hubiese alguien más en la casa.