Capítulo 31

Para entonces ya éramos expertos en eso de escapar. Pusimos a Tori al corriente y después nos dividimos para reunir lo que necesitábamos: ropa, dinero, comida. Hicimos turnos; dos se ocupaban de la impedimenta, mientras otros dos andaban por ahí, charlando para que Andrew no se preguntase por qué una casa con cuatro adolescentes dentro se había vuelto de pronto tan silenciosa. Gracias a Dios, Andrew pasó todo el tiempo en la cocina. No creo que ninguno de nosotros hubiese podido presentarse frente a él.

Tori y yo fuimos a cumplir con el susodicho deber de hacernos notar mientras Derek se escabullía con una brazada de chaquetas de esquí.

—Las encontré en el sótano —dijo—. La última vez hizo frío —a mí me pasó una roja y a Tori le dio la azul—. Simon está buscando una que le quede bien, después subirá. Saldremos por la puerta de atrás. Vosotros tres iréis por delante. Yo me quedaré aquí dentro para asegurarme de que Andrew no salga hasta que os encontréis a salvo en el bosque.

—¿Y si sale? —pregunté.

Derek se frotó la boca, indicando que prefería no hacer planes frente a esa posibilidad.

—No me digas que te supondría algún problema dejarlo fuera de combate —dijo Tori—. ¿Después de lo que os hizo? Yo propongo que nos encarguemos de él ahora, y nos ahorremos andar por ahí escabulléndonos. Yo emplearé un hechizo de sujeción. Vosotros, muchachos, lo atáis.

—Por mí está bien —dijo Simon, apareciendo detrás de nosotros—. Todavía recuerdo los nudos de mis tiempos de excursionista.

Derek dudó. Después me miró, lo cual me cogió un poco por sorpresa, y dije:

—Yo… Yo estoy de acuerdo —en realidad no estaba segura de qué buscaba él, pero asintió, y añadí con más aplomo—: Es la mejor manera. De otro modo, en cuanto se imagine que nos vamos, va a…

Sonó el timbre de la entrada. No fui la única que dio un respingo. Derek agarró las mochilas, preparado para salir como un relámpago.

—¿Muchachos? —llamó Andrew—. ¿Puede alguien abrir la puerta? Es Margaret.

—Esto se complica un poco —murmuró Tori—. Pero no mucho. Es vieja, y sólo una nigromante —entonces me miró—. Perdón.

—¿Muchachos?

Los pasos de Andrew sonaron pasillo abajo.

—¡Ya voy! —dijo Simon.

—Neutralizaremos primero a Margaret —murmuró Derek—. Tori puede sujetarla. Simon puede atarla. Yo iré por Andrew. ¿Chloe? Coloca esos abrigos y las mochilas en el armario, sólo por si acaso.

¿Que colocase los abrigos y las mochilas? La verdad es que a veces deseaba que mis poderes fueran un poco más, bueno, más poderosos. Levanté dos mochilas mientras Derek se dirigía a la cocina y Simon y Tori se dirigían a la puerta principal.

Estaba regresando a por mi segunda carga cuando oí la voz de Margaret. ¿Había fallado el hechizo de sujeción de Tori?

—Os presento a Gordon —decía Margaret—. Y ella es Roxanne. Ya que Russell y Gwen se han marchado me ha parecido que sería más seguro traer a algunos miembros más para conoceros. Ahora, vamos a revisar nuestros planes.

* * *

Tori quería neutralizar a los cuatro, pero no lo propuso con suficiente convencimiento. Cuatro adultos contra cuatro adolescentes no nos concedía muchas posibilidades, sobre todo porque no sabíamos a qué clase de sobrenaturales pertenecían Gordon y Roxanne. Nuestro plan se transformó sobre la marcha en escabullirnos en cuanto comenzasen su reunión. Pero contaban con nosotros como asistentes a esa reunión. Simon optó por no acudir, se sentía incapaz de mantenerle la mirada a Andrew, así que Derek y yo le cubrimos. De todos modos, yo era con quien más deseosos estaban de hablar, para hacerme más preguntas acerca del laboratorio y de la plantilla del Grupo Edison.

Tuve que recurrir a todos mis años de dramaturgia para llevar a cabo la representación. Eso, y no mirar en dirección a Andrew más de lo absolutamente imprescindible. Me pasé el rato bullendo por dentro, pues sabía que no les importaba lo que les estaba diciendo, que no tenían ninguna intención de volver. No tenía idea de lo que estaban tramando, sólo que no íbamos a quedarnos allí el tiempo suficiente para averiguarlo.

Al final nos soltaron.

—Ve a buscar a Simon —susurró Derek a Tori, mientras nos apresurábamos pasillo abajo—. Me llevará las mochilas fuera, y las dejaré entre los árboles. ¿Chloe? Tú me cubrirás.

Hubiese tenido más sentido que eso de cubrirlo lo hiciese Tori, ella era la chica de los hechizos, pero no lo propuse. Derek todavía no confiaba en ella lo suficiente.

Tori ni siquiera había logrado llegar a las escaleras cuando una voz nos llamó.

—¿Muchachos? ¿Estáis por ahí atrás?

Derek renegó. Era Gordon, el tipo nuevo.

—Por aquí —contesté, avanzando por el pasillo hacia él. Derek me siguió.

Gordon tenía una edad cercana a la de Andrew, era de estatura media, tenía panza y barba entrecana; la clase de tipo que uno contrataría para representar el papel de Papá Noel.

—¿Nos necesitan de nuevo? —pregunté.

—No, están ocupados trazando planes, así que pensé en venir a saludaros. No tuvimos muchas oportunidades de charlar ahí dentro —caminó hacia Derek y dibujó una amplia sonrisa, estrechándole la mano—. No me recuerdas, ¿verdad? Tampoco me sorprende. Sólo eras un niño pequeño la última vez que nos vimos. Yo solía trabajar con tu padre. Los martes solíamos jugar al póquer —posó una mano sobre el hombro de Derek y lo condujo al cuarto de estar—. Andrew me dijo que eres un genio para las ciencias. Yo enseño física en…

Gordon continuó charlando, introduciendo hacia la siguiente sala a Derek, que me dedicó una mirada de fastidio mezclado con frustración. No obstante, al abrir la boca él hizo un gesto de negación con la cabeza. Estábamos atrapados. De nuevo.

—¿Nos vamos? —susurró Tori, regresando con Simon.

—Todavía no.

* * *

Al final Gordon acabó llamándonos dentro a todos. Había conocido a mi tía y a la madre de Tori, por eso quería conocernos también a nosotras un poco mejor. El día anterior estábamos emocionados con la oportunidad de causar una buena impresión y demostrar que éramos chicos corrientes. Sin embargo, en ese momento nos horrorizaba la idea de contarle nuestras vidas a un individuo que podría estar dispuesto a matarnos si nuestros poderes resultaban tan incontrolables como temía que fuesen.

Tras la reunión, todos decidieron quedarse a cenar y no hubo modo de escabullirnos, por lo menos no los cuatro con nuestras mochilas.

—¿Podemos dejarlos ahí? —pregunté—. Tenemos dinero. ¿Qué pasa si…?

—¿Tori? —llamó Andrew—. ¿Podrías echarme una mano con la cena?

—Bueno, en realidad… —comenzó a decir ella.

Andrew asomó la cabeza al otro lado de la esquina. Al vernos a los cuatro reunidos en el pasillo, frunció el ceño y después forzó una sonrisa.

—¿Interrumpo algo?

—Sólo planeábamos una fuga —respondió Tori.

Sentí un retorcijón en el estómago y mis ojos se abrieron como platos.

—Esperábamos escabullirnos para ir a comprar helados después de cenar —explicó.

—Ah —dijo Andrew, pasándose la mano por el pelo, con aspecto incómodo—. Puedo suponer, chicos, que estáis cansados de vivir aquí metidos…

—Estamos desarrollando un síndrome de lata de sardinas algo serio —dijo Tori—. Además, mi salario como empleada del hogar me está quemando en el bolsillo. Tendremos cuidado y regresaremos antes de que oscurezca.

—Ya, pero… No, muchachos. Lo siento. No más salidas —intentó esbozar una sonrisa—. Mañana nos marcharemos a Búfalo y os prometo parar en alguna heladería que encontremos de camino. Y, ahora, Tori, si puedo contar con tu ayuda…

Se la llevó.

* * *

—Lo sabe —dijo Simon mientras nos sentábamos en la sala de juegos, simulando echar una partida de dados.

—Estoy segura de que intuye algo —dije—, pero, ¿no será que nos estamos poniendo un poco paranoicos?

Ambos miramos a Derek.

Él se dedicó durante un rato a agitar los dados sobre la mesa, sumido en sus pensamientos, y después dijo:

—Creo que estamos bien. Sólo un poco nerviosos.

—Queremos salir, así que parece como si nos pusieran impedimentos —suspiró Simon, intentando acomodarse sobre su asiento, tamborileando con los dedos sobre la pierna.

—Deberíamos esperar al anochecer —señaló Derek—. Ir a la cama y largarnos después, cuando Andrew esté dormido. Los otros se habrán marchado hace tiempo, y eso nos proporcionará un poco más de margen; nadie descubrirá que está en apuros hasta mañana por la mañana.

—Eso tiene sentido —acordó Simon—. La cuestión es si vamos a poder esperar tanto tiempo sin acabar majaras…

Se detuvo cuando Derek ladeó la cabeza, y después giró hacia la puerta.

—¿Problemas? —susurró Simon.

—Un teléfono móvil.

—Claro, descarao, todos tienen móvil. Entonces…

—Ellos están en esa dirección —dijo Derek, señalando a la izquierda—. Estoy oyendo una señal amortiguada procedente de la puerta principal, donde dejaron los abrigos.

—Vale, todavía no… —Simon se irguió sobre el asiento—. Teléfono móvil. Papá —se levantó con torpeza—. ¿Dónde está el número?

Derek sostuvo el papel con el número justo fuera de su alcance.

—Suave.

—Vale, vale —Simon tomó otra profunda respiración en un esfuerzo para relajarse—. ¿Suavizado?

Derek se lo entregó.

Volví a mantenerme al margen, sin deseos de entrometerme, pero Derek me indicó que los acompañase. Al acercarnos a la puerta principal le hizo un ademán a Simon para que procediese, susurrándole que nosotros haríamos guardia mientras él llamaba.

—Entonces, ¿qué opinas de ese libro que Andrew quiere publicar? —preguntó Derek.

Me quedé mirándolo con la boca abierta. Era muy atractivo, sin la menor duda.

—Habla conmigo —susurró Derek.

—Claro. Lo siento. De momento…, está bien. Yo…

—No hay cobertura —siseó Simon, asomándose por una esquina.

—Muévete por ahí —le respondió Derek con otro murmullo—. Andrew ha estado empleando el suyo.

Mientras Simon se ocupaba de eso, yo simulé hablar acerca del libro, cosa en absoluto sencilla si se tiene en cuenta que no había leído más de una línea. Así que me dediqué a pronunciar halagos empleando generalidades acerca del ritmo y el estilo hasta que Simon apareció de nuevo, haciendo gestos frenéticos con el teléfono en la oreja mientras vocalizaba:

—¡Está sonando!

Derek le indicó con un gesto que volviese al otro lado de la esquina y después me pidió que continuase hablando. Lo hice, aunque no pude evitar oír a Simon.

—¿Papá? Soy yo. Simon —se le rompió la voz y carraspeó—. Bien. Bueno, vale. —Una pausa—. Está justo aquí. Conmigo. Estamos con Andrew. —Pausa—. Lo sé. Intentamos ir… —Pausa—. No. No en casa de Andrew. Es una casa franca. Pertenecía a un tipo llamado Todd Banks. Vieja, grande… ¿Papá? ¿Papá?

Derek se largó con paso resuelto mientras me indicaba con una seña que continuase de guardia.

—Cobertura —susurró Simon.

Derek comenzó a decir algo, después se asomó por la esquina fijando la mirada pasillo abajo. Como no podía ser de otro modo, un segundo después oí pasos.

—¡Muchachos! —era Andrew—. ¡A cenar!

—¡Ya vamos! —respondí.

—Déjame intentar… —dijo Simon.

—No —contestó Derek—. Tengo que borrar la llamada saliente. Vete a la cocina con Chloe. Volveremos a llamar esta noche desde la gasolinera.

* * *

Todos picoteamos en la cena, haciendo esfuerzos para tragar y no despertar recelos. Derek no hacía más que susurrar que comiésemos, que llenásemos nuestros estómagos, pero él apenas terminó lo suyo, demasiado pendiente como estaba por oír la señal del móvil, preocupado porque su padre pudiese devolver la llamada y descubrirnos frente a ellos.

No lo hizo. Por lo que había oído acerca de su padre, Derek había heredado de él su vena cautelosa. Mientras una persona corriente hubiese devuelto la llamada sin pensárselo dos veces al perder la conexión, sospechaba que él habría mirado primero el número y algo en él, quizás el nombre de Gordon apuntado en la agenda, hizo que se detuviese.

Tampoco había intentado llamar a Andrew. El hecho de que el propio Andrew no le hubiese dicho que estábamos con él auguraba problemas. No iba a establecer contacto. Se limitaría a venir en busca de sus chicos.

¿Había oído la parte donde le informaban de que estábamos en la casa del doctor Banks? ¿Sabía dónde se encontraba ese lugar? Si era así, entonces, ¿llegaría demasiado tarde, sería capturado al intentar salvar a sus hijos después de que éstos hubiesen huido?

Me recordé a mí misma que la gasolinera se encontraba a sólo un cuarto de hora de paseo. Podríamos avisar al señor Bae antes de que intentase hacer cualquier cosa. A no ser que se encontrase lo bastante cerca de la casa para venir a buscarnos antes de que nos marcháramos… Una idea agradable, aunque sabía que no iba a poder contar con ella y, probablemente, ni siquiera esperarlo. Teníamos un plan. Salir a un lugar seguro, encontrar al señor Bae y, con su ayuda, rescatar a tía Lauren y a Rae.