Capítulo 30

¿Andrew? —eché un vistazo por la cocina, donde estaba picando algo con los muchachos.

—¿Hmmm?

—Me propusiste dejarme leer un manuscrito…

—Ah, claro. Mi portátil está en mi despacho. Debería estar cargado.

—¿Hay alguna contraseña?

—No, por valiosos que me parezcan los originales no publicados, no existe un verdadero mercado negro de ellos. En el escritorio hay un acceso directo para que lo abras.

Me dijo el título.

—Tori también quería echarle un vistazo, ¿de acuerdo?

—Por supuesto. Cuanto más reacciones conozca del público en potencia, mejor. Si algo os suena mal, o encontráis problemas con la trama, con el léxico, o incluso erratas, hacédmelo saber.

* * *

Tori puso los ojos en blanco ante la falta de seguridad en el ordenador portátil de Andrew. Como mucha gente que no poseía habilidad en la materia, era de los que suponían que cuando eliminaba alguna cosa, eliminada quedaba. O quizá supiese que deja huellas, pero suponía que no sabríamos cómo encontrarlas. Y estaría en lo cierto… Si no estuviera allí Tori.

Comenzamos con una búsqueda de correos y encontramos los que había intercambiado con Margaret, eliminando así cualquier duda que pudiese cabernos respecto a él. También había unos pocos entre Tomás y él en los que Andrew parecía decidido a garantizar una entrega segura de Derek a la Manada. ¿De veras había estado tan preocupado por la seguridad de Derek? Liam, era evidente, tenía órdenes de matar si era necesario. ¿Acaso esa decisión se había tomado a espaldas de Andrew? Eso explicaría que se asustara cuando supo lo que nos había pasado a Derek y a mí.

O quizá fuese que yo aún no estaba preparada para aceptar que Andrew podía ser uno de los malos. Me había gustado ese tipo. Me había gustado de veras. Sin embargo, sólo necesité leer un correo electrónico más para que todos esos sentimientos se evaporasen: uno que no tenía nada que ver con Liam, ni con Russell ni con el Grupo Edison. Ambas lo leímos una y otra vez cuando Tori lo encontró, y ninguna de las dos dijo una palabra hasta que me las arreglé para pronunciar un trémulo:

—Será me-mejor que se lo diga a los muchachos.

—Comprobaré si hay más —dijo ella mientras yo salía corriendo.

* * *

Al final logré encontrar a Derek. Estaba solo, en la biblioteca, hojeando un libro.

—Al fin te encuentro —dije, con un suspiro de alivio.

Se volvió. Sus labios se curvaron formando una ligera sonrisa, y su mirada se suavizó de un modo que provocó algo en mi interior que me hizo detener en seco, olvidando por un instante el porqué estaba allí.

—¿Anda Simon p-por aquí?

Pestañeó y luego se volvió hacia la estantería.

—Está en el piso de arriba. Se ha cabreado mucho con lo de Andrew, así que es probable que ése sea el lugar más seguro para él hasta que estemos preparados para irnos; de otro modo, le dirá algo que no queremos que le diga. ¿Lo necesitas para algo?

—En realidad qui-quizá debería enseñártelo primero a ti.

Me miró por encima del hombro, frunciendo el ceño.

—Encontramos algo.

—Ah —hizo una pausa, como si estuviese cambiando de marcha mental; después de un asentimiento me siguió fuera de la sala.

* * *

Tori hizo girar su silla cuando entramos.

—Hay más —anunció—. Enviaba uno cada dos semanas. El último fue hace unos días.

—Bien —dije—. Tori, ¿te importaría vigilar a Andrew?

—Voy —dijo, y se marchó.

—Espera —sujeté a Derek por una manga al ir éste a ocupar la silla que había dejado Tori. Quería decirle algo. No sabía qué. Pero no había manera de decirle aquello sin ocasionarle una fuerte impresión, así que terminé murmurando como una estúpida—: No importa.

Tras leer lo que estaba en la pantalla, se quedó completamente quieto, como si ni siquiera respirase. Unos cuantos segundos después tiró del ordenador portátil, acercándolo hacia sí, y se inclinó hacia delante para leerlo otra vez. Y otra más. Al final echó la silla hacia atrás y exhaló.

—Está vivo —dije—. Tu padre está vivo.

Levantó su mirada hacia mí y, no pude evitarlo, lancé mis brazos alrededor de su cuello y lo abracé. Después caí en la cuenta de lo que estaba haciendo. Lo solté, retrocediendo, apartándome, tropezando con mis propios pies, tambaleándome.

—Perdona. Es sólo que… Me alegro por ti.

—Lo sé.

Él, todavía sentado, se estiró y me atrajo hacia sí. Nos quedamos allí, mirándonos el uno al otro, con su mano aún envuelta en el borde de mi camisa y mi corazón tan desbocado que estaba segura de que podía oírlo.

—Hay más —dije después de unos segundos—. Tori ha dicho que hay otros correos electrónicos.

Asintió y giró volviendo al ordenador, haciendo un sitio para mí. Al acercarme, despacio, pues no quería importunar, tiró de mí hasta situarme delante de él y yo trastabillé, y a punto estuve de caer en su regazo. Intenté erguirme como pude, con las mejillas ardiendo, pero él tiró de mí hacia abajo, hasta sentarme sobre su rodilla, pasando luego un brazo vacilante alrededor de mi cintura, como diciendo «¿Está bien así?». Estaba perfecto, aun cuando la sangre latía en mis oídos con tanta fuerza que no podía ni pensar. Por suerte le estaba dando la espalda, pues estaba segura de que entonces mis mejillas eran escarlata.

Antes no había malinterpretado su mirada. Esto era algo. O iba a convertirse en algo, esperaba. Dios mío, lo esperaba de veras. Aunque, en ese preciso instante, estaban sucediendo muchas cosas más, demasiadas. Lo odiaba, pero en cierto modo también me alegraba de poder dar tiempo a mi cerebro para que dejase de girar como una peonza.

Un segundo después, todavía encaramada en la rodilla de Derek, me obligué a mí misma a concentrarme en la pantalla.

Volví a leer el primer correo. Estaba fechado un par de meses atrás y formaba parte de una cadena de tres mensajes, el primero de ellos breve y directo.

Soy Kit. Me he metido en algunos problemas. ¿Sabes dónde están los chicos?

Andrew contestó:

No, no lo sé. ¿Qué clase de problemas? ¿Cómo te puedo ayudar?

La respuesta era menos escueta:

Los Nasts me han alcanzado. Vieron un artículo en D. Me dieron caza antes de que pudiese huir. Me fui con ellos para alejarlos de los chicos. Me retuvieron con ellos unos cuantos meses, hasta que les di lo que querían. Los chicos hace tiempo que se marcharon. Pensé en el G.E., pero en el laboratorio no había rastro de ellos. ¿Puede que los Nasts? ¿Los del servicio de menores? Ni idea. Necesito ayuda, amiguete. Cualquier cosa que puedas hacer. Por favor.

Terminó con la anotación de un número de teléfono e indicando que tanto éste como la dirección de correo eran provisionales, pero que volvería a ponerse en contacto al cabo de dos semanas.

Pasé al siguiente correo mientras Derek leía por encima de mi hombro. Había tres más del mismo tipo: el señor Bae solicitaba tener noticias, y Andrew decía estar buscando a Simon y a Derek, pero que su enlace en el Grupo Edison juraba que los chicos no estaban allí.

El último remitido por el señor Bae estaba fechado tres días antes, cuando se suponía que Andrew era rehén del Grupo Edison. Eso significaba que había recibido el mensaje después de saber dónde se encontraban Simon y Derek.

—Hay uno más en el hilo —señaló Derek—. Debe de ser la respuesta.

Lo era, enviada la noche en que Andrew y los demás vigilaron su casa de campo, esperando a realizar su simulación de redada al estilo de los comandos de asalto y reunirnos a todos.

Todavía nada. Tal vez tenga una pista. Un muchacho que trabaja para los Corteses dice que circula el rumor de que retienen a un par de chavales adolescentes. Te llamaré en cuanto tenga algo.

—¿Corteses? —pregunté.

—Es un conciliábulo, como los Nasts. Empresas dirigidas por hechiceros. Ricas y poderosas. Más parecido a la mafia que a Wall Street.

—Entonces, Andrew mentía.

—No sólo mentía. Intentaba despistar a mi padre mandándolo a perder el tiempo por ahí cuando sabía exactamente dónde estábamos.

—Esto lo cambia todo.

Asintió.

—Tenemos que salir de aquí.

Volvió a asentir, pero no se movió. Me incliné hacia delante para coger un bolígrafo y papel del escritorio de Andrew, y después apunté a toda prisa la última dirección de correo y el número de teléfono. Se lo tendí a Derek, y a éste aún le costó un segundo ver mi mano extendida hacia él.

—¿Estás bien? —pregunté, retorciéndome para poder mirarlo a la cara.

—Sí, descarao, sólo que… Andrew… Podría comprender que quisiera librarse de mí. Pero mantener alejado a mi padre… Mi padre confiaba en él.

—Ahora nosotros no podemos confiar en él —dije—. Y todo esto apesta, pero lo más importante es que vuestro padre está vivo.

Sonrió, al principio sin convicción, y después se abrió paso una ancha y resplandeciente sonrisa que hizo que mi corazón derrapase con un chirrido. Me recuperé, le devolví la sonrisa e iba a pasarle los brazos alrededor del cuello, pero en ese momento me detuve, sonrojándome. Antes de que pudiese apartarme me cogió por los codos y colocó mis brazos alrededor de su cuello llevándome a un abrazo.

Entonces saltó, y la silla giró tan rápido que casi salí volando. Oí ruido de pasos por el pasillo y logré salir de su regazo justo cuando Simon entraba, respirando con dificultad, como si llegase a la carrera.

—Tori me ha dicho que queríais verme; algo sobre papá.

Me aparté a un lado de modo que Derek pudiese mostrarle los correos, y después salí al pasillo para dejarlos solos y también para vigilar por si llegaba Andrew. Era la noticia que estaban esperando y habían pasado un auténtico calvario pensando que jamás llegaría, así que intenté no oír nada de lo que hablasen.

—¿Chloe? —Derek apareció bajo el marco de la puerta. Me indicó con una seña que volviese a entrar. Simon estaba situado frente al teclado, con la ventana de panel de control abierta.

—No hay conexión a Internet, si es eso lo que estás buscando —dije—. Tampoco teléfono.

—Andrew tiene un móvil —señaló Simon.

—Demasiado arriesgado —intervino Derek—. Hay una cabina en la gasolinera. Podremos llamar cuando salgamos, acordar un lugar donde reunirnos con él.

Los ojos de Simon se iluminaron con la idea de hablar, por fin, con su padre. Después se oscurecieron de ira, como consecuencia de la lucha interior que libraban la emoción de tener noticias de su padre en guerra y el dolor por la traición de Andrew.

—Así que nos marchamos ya, ¿no? —pregunté.

Descarao —respondió Derek—. Nos largamos.