Derek se abrió paso a través de la sección plana del tejado. Vestía vaqueros y camiseta, pero llevaba los pies descalzos.
—¡Cuidado! —advertí—. Hay cristales rotos.
—Ya veo. Quédate donde estás.
—Vale. Sólo voy a retirarme un poco y… —la madera crujió bajo mis pies—, o quizá mejor no.
—Quédate donde estás. La madera está podrida. Sostendrá tu peso mientras estés quieta.
—Pero si salí andando hasta aquí, debe de…
—No vamos a demostrar ninguna teoría, ¿vale?
No había rastro de su acostumbrado tono de brusca impaciencia, lo cual significaba que estaba preocupado de verdad. Y si Derek estaba preocupado, sería mejor que me quedase donde estaba. Me agarré a la barandilla.
—¡No! —gritó—, quiero decir que sí, que te sujetes, pero no cargues peso sobre ella. Tiene toda la base podrida.
Genial.
Derek miró a su alrededor como si buscase algo que pudiera emplear. Después se quitó la camisa. Intenté no apartar la mirada. No es que tuviese mal aspecto sin camisa. En realidad, era justo al revés, y por eso mismo… Bueno, dejémoslo en que los amigos están mucho mejor cuando van vestidos.
Derek se acercó tanto como pudo, después hizo un nudo en una esquina de la camisa y la tiró hacia mí. La cogí al segundo intento.
—No voy a tirar de ti —advirtió.
Una buena idea, pues con su fuerza de licántropo lo más probable es que me la arrancase de las manos y yo cayese del tejado de espalda.
—Tira viniendo hacia…
Se detuvo al ver que ya lo estaba haciendo. Avancé hasta la zona plana, di un paso tembloroso y entonces noté que mis rodillas comenzaban a ceder. Derek me cogió por el brazo, el que no tenía puntos, vendajes ni rasguños de bala, y yo me dejé caer, despacio.
—Sólo vo-voy a sentarme un momento —dije con una voz más temblorosa de lo que me hubiese gustado.
Derek se sentó junto a mí, con la camisa de nuevo puesta. Podía sentirlo observándome, inseguro.
—Yo estaré bi-bien. Dame sólo un segundo. Estamos seguros aquí sentados, ¿verdad?
—Pues claro, la pendiente sólo tiene unos veinticinco grados, o algo así… —Al ver mi expresión, añadió con firmeza—: Es seguro.
Se estaba levantando la niebla, y por todos lados pude ver árboles extendiéndose en la distancia, con un camino de tierra serpenteando a través de ellos hasta la casa.
—Había un fantasma —dije al fin.
—Descarao, lo suponía.
—Sabía que no de-debía seguirlo, pero… —me detuve, pues al estar tan temblorosa aún no me sentía preparada para dar una explicación completa—. Me quedé junto a tu puerta con la esperanza de que me oyeses. Supongo que me oíste, ¿no?
—Más o menos. Estaba echando una cabezada. Me desperté confuso, por eso tardé un rato en venir hasta aquí. Tuve un golpe de fiebre.
Entonces lo advertí, su piel enrojecida y sus ojos brillantes.
—¿Estás…? —comencé a preguntar.
—No me estoy transformando. No hasta dentro de un tiempo. Ahora sé qué se siente cuando sucede, y aún me queda un buen rato. Por lo menos otro día. Más, si Dios quiere.
—Apuesto a que esta vez te transformarás por completo —dije.
—Ya, puede ser —el tono de su voz delataba su inseguridad.
Lo miré a hurtadillas mientras nos quedamos allí sentados. A sus dieciséis años, me sacaba más de treinta centímetros. También tenía una constitución sólida, con hombros anchos y músculos que ocultaba bajo ropas sueltas para parecer menos intimidatorio.
Desde que comenzase su transformación, la madre Naturaleza pareció trabajar un poco más en él. Su piel se estaba limpiando. Su oscuro cabello ya no parecía grasiento. Su flequillo aún colgaba sobre su rostro, pero no tenía nada que ver con los emo; sólo que no se había molestado en cortarlo durante una temporada. Últimamente, aquella era la menor de mis preocupaciones.
Intenté relajarme y disfrutar de la vista surcada de niebla, pero Derek no se quedaba quieto ni dejaba de estremecerse, lo cual me distraía más que si se hubiese comportado como solía y exigiera saber qué había pasado.
—Así que ahí estaba ese fantasma —conté al final—. Me dijo que era un volo semidemonio. Un ser telequinético pero de una especie más poderosa que la del doctor Davidoff. Probablemente del mismo tipo que Liz. Me trajo aquí fuera con subterfugios, bloqueó la puerta y después comenzó a lanzarme cosas.
Derek dirigió una mirada amenazadora a su alrededor.
—Lo hice desaparecer.
—Bien, pero nunca deberías haberlo seguido, Chloe.
Su tono era sosegado, razonable, tan poco «estilo Derek» que me quedé mirándolo mientras me pasaba por la cabeza la extraña idea de que ése no era Derek. Antes de escapar del laboratorio del Grupo Edison, conocí a un semidemonio encadenado como fuente de poder. Había poseído a alguien, pero sólo a un fantasma. ¿Podría Derek estar poseído?
—¿Qué? —preguntó mientras yo lo miraba fijamente.
—¿Estás bien?
—Claro, sólo… —se frotó la nuca, moviendo y girando los hombros—. Cansado. Me siento mal. Verdaderamente mal. Demasiado… —se esforzó por encontrar la palabra—. Estar aquí. Encontrarse a salvo. Todavía estoy haciéndome a la idea.
Eso tenía sentido. La vena sobreprotectora de Derek, característica del hombre lobo, se había mantenido hiperactiva durante días, haciéndolo permanecer despierto o en guardia. Tener entonces a alguien cuidando de nosotros resultaba extraño. Sin embargo, el hecho de no machacarme por seguir a la ligera a un fantasma cualquiera hasta llegar al tejado era algo tan opuesto a Derek que supe que debía haber algo más.
Al preguntarle qué le preocupaba me respondió que no era nada. Lo dejé pasar, y estaba a punto de contarle más cosas del fantasma, cuando espetó:
—Es Tori. No me gusta su historia de cómo huyó.
El Grupo Edison pilló a Tori la noche pasada, cuando a punto estaban de pescarnos a todos. Sin embargo, al reconcentrar sus esfuerzos para afrontar la mayor amenaza, Derek, dejaron a la joven bruja al cargo de un solo guardia. Ella lo bloqueó con un hechizo de sujeción y escapó.
—¿Crees que la dejaron huir?
—No digo eso… Es sólo… No tengo pruebas.
Era eso lo que lo hacía sentirse incómodo, que sus recelos no se basasen sino en una corazonada. El as de las Ciencias y la Matemática prefería tratar con hechos.
—Si crees que ha sido una infiltrada desde el principio, puedo asegurarte que no lo es —comenté, y luego bajé la voz—. No le digas que te lo he dicho yo, ¿vale? Cuando me ayudó a escapar, ella sólo quería apartarse del Grupo Edison y volver corriendo con su padre. Así que lo llamó. En vez de ir él, envió a su madre; la mujer de la que acabábamos de huir. Tori se sintió herida, herida de verdad. Incluso conmocionada. No podía haber simulado todo eso.
—No creo que estuviese conchabada desde hace tanto tiempo.
—¿Sólo que arreglase un acuerdo anoche?
—Descarao.
—¿Tori nos entregaría bajo la promesa de recuperar su vida anterior? Es posible, y deberíamos andarnos con ojo, pero yo sí me creí su historia. A no ser que su madre les dijese que Tori estaba empezando a entender cómo lanzar hechizos, cosa que dudo, según la información en poder del Grupo ella sólo tiene estallidos aleatorios de energía. Su hechizo de sujeción pudo haber eliminado a un guardia solitario. Sí, yo la he visto emplearlo. Y ella no necesitó ni siquiera pronunciar una indicación. Es como si con pensarlo pudiese hacerlo.
—¿Sin gestos? ¿Sin prácticas? —negó con la cabeza—. No le cuentes eso a Simon.
—¿Que no le diga a Simon qué? —preguntó una voz a nuestra espalda.
Nos volvimos a tiempo de ver a Simon saliendo por la puerta.
—Que Tori no necesita hacer ninguna clase de movimiento para hechizar —respondió Derek.
—¿En serio? —Renegó—. Tiene razón. No me lo digas —cruzó el tejado con precaución—. Mejor aún, no le digas a ella que yo necesito hacer indicaciones y semanas de práctica y, aun así, mi estilo apesta.
—Estuviste muy bien anoche con ese hechizo defensivo —le animé.
Mostró una amplia sonrisa.
—Gracias. Y, ahora, ¿puedo osar preguntar qué estáis haciendo aquí escondidos, chicos? ¿O es sólo para ponerme celoso? —un gruñido.
—Por supuesto que no.
—Entonces, ¿no estáis teniendo otra aventura? —Simon se agachó hasta situarse a mi lado, tan cerca que me rozaba, y posó su mano sobre la mía—. Pues sí que parece un buen lugar para tener una. Un escondite en el tejado, una escapada por la ventana. Se trata de eso, ¿a que sí? ¿Una escapada por la ventana?
—Descarao. Y eso de ahí está podrido, así que ten cuidado —le advirtió Derek.
—Lo tengo. Entonces, ¿hay aventura?
—Una pequeña —respondí.
—Vaya, tío. Siempre me las pierdo. Vale, contádmelo despacio. ¿Qué ha pasado?
Se lo expliqué. Simon lanzaba miradas a su hermano mientras escuchaba, atento y preocupado. Hermano de acogida, especificarían algunos, pues bastaba con echarles un vistazo para ver que no guardaban parentesco sanguíneo. Simon tenía quince años, seis meses más que yo, era delgado y atlético, con ojos oscuros y almendrados y pelo rubio peinado con puntas. Cuando Derek tenía unos cinco años se fue a vivir con Simon y su padre. Eran los mejores amigos y hermanos que pudiese haber, con lazos de sangre o sin ellos.
Le conté tanto como le había dicho a Derek hasta entonces. Después él dejó de mirarme a mí y miró a su hermano.
—Yo debía de estar dormido como un tronco si no me enteré de esas voces —dijo Simon.
—¿Qué voces? —preguntó Derek.
—¿Quieres decir que Chloe acaba de contarte que siguió a un fantasma hasta el tejado y no le has berreado lo suficiente para que te oyeran en Canadá?
—Esta mañana está un poco bajo de forma —tercié.
—Más que un poco, diría yo. ¿No vas a preguntarle por el resto de la historia? ¿Por la parte en la que ella explica por qué siguió al fantasma? Porque estoy seguro que alguna buena razón tendría…
Sonreí.
—Gracias. Se trataba de un adolescente que sabía cosas del Grupo Edison y sus experimentos.
—¿Cómo? —la cabeza de Derek giró, y la palabra pareció un gruñido más que una pregunta.
—Por eso lo seguí. Aquí hay un chico muerto que debió de ser otro elemento de estudio, y si él murió aquí…
—Entonces ahí hay un problema —apuntó Simon. Asentí.
—Mi primer pensamiento, naturalmente, fue: «Dios mío, nos han llevado a una trampa».
Simon negó con la cabeza.
—Andrew no. Él es de los buenos. Lo conozco de toda la vida.
—Pero yo no, y por esa razón investigué al fantasma, aunque estaba claro que no lo había reconocido. Andrew dijo que este lugar perteneció al tipo que comenzó su grupo y estaba implicado en los experimentos. Si hay un vínculo con ese chaval, creo que lo encontraremos aquí.
—Podemos preguntarle a Andrew… —comenzó a decir Simon.
Derek lo atajó en seco.
—Buscaremos nuestras propias respuestas.
Simon y Derek se miraron a los ojos. Un segundo después, Simon murmuró algo acerca de complicar las cosas, pero no discutió. Si Derek quería entretenerse jugando a los detectives, pues bien. De todos modos, pronto no marcharíamos de allí, para regresar al rescate de aquellos a quienes habíamos dejado atrás y acabar con el Grupo Edison… O eso esperábamos.