Capítulo 26

¿Cómo? —dijo Simon, moviéndose hacia delante—. ¿Tu madre está aquí?

—No —negué moviendo la cabeza con fuerza—. No está. Yo… Yo… Yo… —respiré profundamente y estrujé mis temblorosas manos—. No sé por qué dije eso.

—Estás agotada —dijo Derek.

—¿Qué pasa si estuviese? —preguntó Simon.

Vi la mirada de Derek indicándole que se callase, pero aun así me preguntó:

—Si ahí hay un fantasma, ¿querrás seguir intentándolo? —me miró a los ojos—. Es probable que no sea ella.

—Lo sé.

Cerré los ojos. Quería que eso fuese mi madre. Desde el día en que supe que podía hablar con los muertos había apartado esa posibilidad de mi mente con toda mi fuerza. Incluso pensar en hablar con ella hacía que sintiese una opresión en el pecho.

No obstante, también estaba aterrada. Mi madre era un recuerdo lejano y feliz. Ella representaba la risa, los abrazos y todo lo bueno de mi infancia. Pensar en ella era como volver a tener tres años, acurrucada en su regazo, sintiéndome amada y completamente a salvo. Pero yo ya no tenía tres años, y sabía que ella no era la madre perfecta que habitaba en mis recuerdos.

Mi madre me había incluido en aquel experimento. Había deseado tanto tener un hijo que se inscribió en el estudio del Grupo Edison. Sí, le dijeron que arreglarían los efectos secundarios que llevaron a su hermano a la muerte. Pero, con todo, ella debía de saber que estaba corriendo un riesgo.

—¿Chloe? —dijo Simon.

—Lo si-siento. Déjame intentarlo de nuevo.

Cerré los ojos y me olvidé de todo eso. Si era mi madre quería verla, y no me importaba lo que hubiese sido en realidad, ni me importaba lo que hubiese hecho.

Así que al invocar me permití imaginarme a mi madre, llamándola por su nombre.

—¿… me oyes? —su voz regresaba de nuevo, tan débil que sólo podía oírla mientras estaba concentrada en eso. Tiré un poco más fuerte.

—¡No!… Basta… no es seguro.

—¿Qué no es seguro? ¿Invocarte?

Su respuesta fue demasiado débil para entenderla. Abrí los ojos y escudriñé los alrededores buscando alguna señal de fantasmas. Advertí un resplandor a mi izquierda, como un calor elevándose desde el suelo. Le tendí el collar a Derek.

—¡No!… —dijo la voz—. Ponlo… no es seguro.

—Pero quiero verte.

—… No puedes… siento, pequeña.

Sentí una opresión en el pecho.

—Po-por favor. Sólo quiero verte.

—… Sé… No puedes… collar… seguro.

Derek me lo devolvió. Yo me lo pasé por la cabeza, pero volví a invocar, esta vez más fuerte, tirando…

—¿Chloe? —su voz sonó tan áspera que mis ojos se abrieron de par en par—. No tan fuerte… lo traes.

—¿A Royce? Ya me las he apañado con él antes. Quiero hablar contigo —volví a invocar.

—¡Chloe…! Sigue…, me iré…, no debería estar aquí. No… permitido.

—¿Qué no está permitido?

—No se te permite hablar con ella —murmuró Derek—. Se supone que los nigromantes no son capaces de contactar con sus parientes difuntos. Eso he oído. No quería decir nada porque no estaba seguro. Es evidente que puedes contactar con ella, sólo que no muy bien. Y no quiere que lo intentes con más fuerza por si acaso atraes a Royce.

—Pero necesito a…

Ni siquiera había acabado la frase, cuando el aire comenzó a brillar y una forma empezó a perfilarse. Mi madre, tan débil que apenas podía verla, pero lo suficiente para reconocerla. Lo sabía. Comenzaron a brotar lágrimas. Las atajé con un parpadeo y ella volvió a desaparecer.

—Fuiste tú aquella noche en casa de Andrew —dije—. En los bosques. Cuando nos perseguían. Intentabas ayudar. Me has estado siguiendo.

—No siempre… no puedo… intentaba avisar… Ay, pequeña…, corre…

—¿Correr?

—… No es seguro… No es lugar seguro… No para vosotros… Demasiadas mentiras… huid…

—No podemos echar a correr —dije—. El Grupo Edison nos encontró aquella noche en…

—No… Eso es… intento decir… —su voz empezaba a apagarse. Me esforcé por oír, pero continuó alejándose. Me quité el collar.

—Esto, ¿Chloe? —dijo Simon—. Si tu madre dice que te dejes eso puesto…

—Intentaba decirme algo, y está desapareciendo.

—Vuelve a invocarla —propuso Derek, cogiendo el collar—, pero con cuidado.

Tiré con suavidad mientras la llamaba. Derek se colocó a mi lado con el collar estirado entre sus manos, preparado para pasármelo por la cabeza al primer signo de complicaciones.

—Se ha ido —dije al final. Volvieron a picarme las lágrimas. Las corté con un parpadeo y me aclaré la garganta.

—¿Qué ha dicho? —preguntó Simon.

—Que para nosotros no hay lugar seguro, cosa que ya sabíamos. Pero había algo más. Algo que quería decirme acerca de la noche en casa de Andrew.

—Si quieres seguir intentándolo, adelante —dijo Derek—. Si cazas a Royce, puedes volver a meterlo otra vez, ¿no?

Asentí. Margaret dijo que no era seguro, pero yo no me sentiría mal por arrojar a ese fantasma en concreto a la dimensión equivocada. Así que, aún de rodillas, le di a la manivela del poder, intentando invocar…

—¿Buscas a alguien, pequeña nigro?

Di un respingo y perdí el equilibrio. Me sujetaron los dos, Simon y Derek; Derek cogiéndome de la mano mientras me pasaba con cuidado el lazo del amuleto por encima de la cabeza. Me lo bajé al pecho y miré a mi alrededor.

—Royce —llamé—. ¿Puedo verte? ¿Por favor?

Soltó una risita y apareció parcialmente, como había hecho antes.

—Te gustó lo que viste, ¿eh?

Dicen que uno no puede simular un sonrojo, pero yo desde luego que lo intenté. Era el modo de tratar con ese majadero. Alargarlo, por doloroso que resultase.

—Tenías razón —le dije—. Necesitamos tu ayuda. Las cosas se están complicando.

—Sorpresa, sorpresa.

—¿Tú eras… como nosotros? ¿Parte del proyecto Génesis?

—Estoy modificado genéticamente, pero no soy como vosotros, imitaciones.

—¿Imitaciones?

—Del modelo original. Yo. Bueno, Austin y yo.

—Creí que éramos los primeros elementos.

—Lo llamaban Génesis Dos —murmuró Derek—. Creía que el dos se refería a un segundo lugar tras el acontecimiento bíblico. Aludían a un segundo estudio. Debieron de hacer uno antes del nuestro.

Royce rió.

—Vosotros, chavales, sois idiotas de verdad. ¿De veras pensáis que éste es su único experimento? Descarao, sois la segunda hornada… del proyecto Génesis. Después está el proyecto Ícaro, el proyecto Fénix…

El doctor Davidoff había insinuado que el Grupo Edison se encontraba implicado en otros experimentos, pero actué como si todo aquello fuese una novedad.

—¿Cómo sabes todo eso?

—Soy listo.

«Y tu tío fue uno de los dirigentes del grupo».

—¿Qué salió mal? —pregunté.

—¿Mal?

—Estás muerto. Austin está muerto. El doctor Banks está muerto… ¿Tiene eso algo que ver con Austin y contigo?

La ira invadió su rostro.

—Algo funcionó mal —presioné—. Con vosotros dos. Así fue como supo…

Fingió un bostezo.

—¿A nadie más le parece aburrida tu charla? Animemos a los vivos con un juego —se acercó caminando a Simon—. Tú antes bromeabas con un pasadizo secreto.

—No puede oírte, ¿recuerdas? —le dije.

—Pequeña, ¿quieres hacer feliz a tu amigo? Te diré dónde está el pasaje secreto. Sabes que hay uno. Si la casa es así de grande, así habrá de ser el sótano.

Les dije a los chicos lo que me estaba contando Royce.

—No necesariamente —comentó Derek—. En aquellos tiempos lo habitual era no construir sótanos…

—Aburrido. Hay un pasaje que lleva a otra habitación; a una que quieren que encontréis. Sobre todo tú, pequeña nigromante. No querrían que hicieses regresar a todos esos cadáveres y te enterases de sus historias.

Dudé. Simon me preguntó qué me había dicho y se lo conté.

—Creo que está vacilando —terció Derek—, pero me lo tragaré. ¿Dónde está el pasadizo?

Royce señaló y yo lo imité.

—El taller —dijo Derek—. Ahí no hay nada. Ya está comprobado.

—¿Por qué crees que la puerta está cerrada? —preguntó Royce.

—Porque eres un semidemonio alterado genéticamente y tienes poder telequinético —dije—. Como prototipo, querían mantenerte bajo una cuidadosa supervisión, pero en un ambiente normal. Así que, en vez de en el laboratorio, tú vivías aquí con tu tío, el doctor Banks.

—Aburrido de solemnidad…

—Y tu poder, al ser telequinético, implica que puedes mover objetos con la mente, ¿cierto?

—Esto… Descarao. ¿Quieres otra demostración?

—No. Sólo puntualizar una cosa. Tú vives aquí. Puedes mover objetos con la mente. Allí hay una habitación llena de herramientas —señalé el taller—. ¿Por qué está cerrada? Creo que resulta bastante obvio.

Simon rió. El fantasma giró hacia él, pero con Simon no funcionó.

—Abre esa puerta —dijo Royce.

—¿Para qué? ¿Para que puedas sacar alguno de tus juguetes? Me parece que no.

Simon resopló una carcajada.

Una escoba salió volando desde la pared, yendo directa hacia mí como una jabalina. Una jabalina rígida, debo añadir. Me agaché para evitar el impacto con facilidad, y Derek la atrapó en pleno vuelo con la misma facilidad.

—Buenos reflejos, muchachote —dijo el fantasma.

Se dirigió con paso resuelto hacia unos cuantos cubos de plástico colocados contra la pared y destapó uno de ellos.

—Oh, mira, pero si el tío Todd guardó mis cosas. Fue un detalle tan delicado que guardase mis cosas justo después de asesinarme.

—¿T-te asesinó? —pregunté, a mi pesar. Rebuscó en una caja.

—Prepárate para hacerlo regresar —susurró Derek, y después, dirigiéndose a Simon—: Ve arriba.

Simon negó con la cabeza.

—Yo…

Royce giró como un lanzador de peso, arrojándonos algo. Me tiré al suelo, para apartarme, Derek cogió el objeto al vuelo, era una bola de boliche, y luego gruñó a Simon:

—¡Sube!

—Aaaah, buenos reflejos, fuerza sobrehumana y un gruñido muy persuasivo. Creo que tenemos a un licántropo entre nosotros —situó su rostro justo frente al de Derek—. ¿Qué te parece un pequeño uno contra uno, nene lobo? ¿Echamos una batalla de superpoderes?

Cerró los ojos y me imaginé a Royce deslizándose, volviendo. Pero él, simplemente, continuó zahiriendo a Derek.

—Quizá debiéramos subir todos —dijo Simon—. Apartémonos de esta mierda.

—Nos seguirá —señaló Derek.

—Ah, no le hagas caso —dijo Royce—. Seguro. Vamos arriba. Allí hay cantidad de cosas divertidas con las que jugar. Cuchillas. Tijeras. Cuchillos. —Sonrió y me susurró al oído—: Los cuchillos me gustan de verdad. Hay tantas cosas que puedes hacer con ellos…

Eché un vistazo hacia Derek. Parecía inquieto, mirándonos a Simon y a mí, como si no pudiese decidir entre dejarme terminar de hacer desaparecer a Royce y obligarnos a salir antes de que resultásemos heridos.

—Estoy intentándolo —le dije—. De verdad, yo…

—Lo sé. Tómate tu tiempo —echó una mirada arrogante, marca de la casa, en dirección al fantasma—. No es peligroso. A menos que pueda matar a alguien dándole a la lengua.

El fantasma se revolvió arrojando una barra. El objeto fue hacia nosotros, pero con torpeza, como si hubiese fallado el tiro. Derek se movió despacio, burlándose, y la recogió antes de que golpease el suelo. Continué haciendo desaparecer a Royce.

Royce comenzó otra vez a rebuscar en la caja.

—¿Dónde está esa barra…? Ah, sí, ya la usé —volvió a colocarse frente al rostro de Derek—. Para reventarle los sesos a mi hermano mientras dormía. ¿Tú duermes, nene lobo?

Mi cerebro vaciló, destellaban imágenes del cuerpo de Austin, la sangre, sangre por todas partes…

—¿Chloe? —dijo Derek.

—Lo te-tengo.

—No tiene nada —intervino Royce—. Ella me trajo aquí y no voy a regresar.

—¿Simon? —susurró Derek—. Arriba. Ahora.

Yo tenía que permanecer allí para hace desaparecer a Royce y Derek debía quedarse para protegerme, pero Simon era sólo un transeúnte, alguien que podía acabar siendo objetivo del fantasma.

Simon se marchó. Lo oí detenerse en las escaleras, no muy deseoso de marchar por si acaso pudiésemos necesitarlo.

Un golpe. Mis ojos se abrieron de par en par a tiempo para ver a Derek en pie, y a Royce recogiendo del suelo de cemento un trozo de plato roto.

—Oh, mira —dijo Royce, pasando un dedo por el borde roto—. Afilado. Me gusta afilado.

Derek se situó frente a mí. Me quedé mirando a su espalda y vacié mi mente de todo excepto de la imagen de Royce, deslizándose de regreso a otras dimensiones, a cualquiera de las otras dimensiones. Me concentré hasta que me dolieron las sienes. Y, aun así, nada.

«No puedes hacerlo. Deja de intentarlo y busca un lugar seguro».

Sin embargo, no había un lugar seguro. No frente a ese fantasma. Tenía que librarme de él.

—¿Cuánto sabes acerca de los licántropos? —dijo Royce, paseando mientras hacía girar la esquirla de loza entre sus dedos—. Nosotros, Austin y yo, crecimos con esa porquería. Todo formaba parte de nuestra formación cultural, decía mi tío.

—¿Qué está diciendo? —preguntó Derek.

—Intento no escuchar.

—Pues adelante —dijo Derek—. Dímelo.

Royce avanzó una zancada hacia Derek, volteando la esquirla como el filo de un arma. Derek se hizo a un lado, esquivándola, y después continuó describiendo un amplio círculo alrededor de Royce, despistándolo para que se alejase de mí, indicándome con gestos que retomase la expulsión del espíritu.

Royce atacó. La esquirla de loza pasó un poco demasiado cerca de Derek, confiriéndole a mi empujón mental un brío, fruto del pánico, que logró estremecer la forma medio materializada de Royce.

Joyce volvió a girarla de nuevo, con mucha fuerza. Esta vez la esquirla se escapó de su mano. Corrió hacia ella. Derek llegó primero y pisó el trozo aplastándolo con su zapatilla de deporte.

Royce se apresuró a coger el resto del plato. Derek consiguió ponerse encima del trozo más grande, pero Royce agarró otro. Le di un buen empujón más. Volvió a tambalearse.

Royce retrocedió, sin dejar de mirar a Derek. La mirada de Derek continuaba pegada a la nueva esquirla, siguiendo a Royce.

—Te gusta la Ciencia, ¿verdad? —dijo Royce—. Bien, pues voy a intentar realizar un experimento propio. Como ya te estaba preguntando antes, ¿cuánto sabes acerca de las leyendas del hombre lobo?

De nuevo volví a repetir sus palabras. Derek todavía continuaba sin decir nada, sólo retrocedía manteniendo la atención de Royce centrada en él, permitiéndome trabajar en la desaparición del fantasma.

—No recuerdo la mayoría de ellas —continuó diciendo Royce—. Eran cosas bastante aburridas, al menos las que nos contaba tío Todd. Pero él sabía otras; libros que no quería que leyésemos. Estaba aquél acerca de los juicios a los hombres lobo. Al parecer, cada asesino en serie de la Edad Media intentaba librarse con la defensa del hombre lobo. Allí estaba aquella historia tan molona del tipo que le dijo al tribunal que era un hombre lobo. El único problema era que lo habían visto matar a alguien, y entonces tenía aspecto humano. Entonces, ¿sabes qué contestó?

Derek me hizo un gesto para que transmitiese el mensaje. Lo hice, lo mejor que pude.

—Dijo: «mi pelaje está por dentro» —replicó Derek.

Royce rió.

—Supongo que no soy el único al que le gustan las viejas historias sangrientas. Así que, muy bien, dile a la pequeña nigro cómo terminó. ¿Qué hizo el tribunal?

Dudé si pasarle la pregunta, pero Derek insistió en recibir el mensaje, y después dijo:

—Le cercenaron los brazos, las piernas y lo abrieron en canal buscando el pelaje debajo de la piel.

Royce me miró.

—Es triste, pero no había. Aunque les ahorró el escándalo y la molestia de llevar a cabo un juicio.

Giró y corrió hacia Derek. Las manos de Derek se alzaron deprisa para defenderse. La esquirla le cortó en el dorso de la mano, y brotó sangre.

Royce retrocedió bailando.

—Yo no veo ningún pellejo, ¿y tú? Supongo que tendremos, sencillamente, que continuar, hacer un experimento completo.

Vi la sangre goteando por la mano de Derek, cerré los ojos y propiné un empujón lleno de rabia. La esquirla repicó contra el suelo. Royce aún se encontraba allí, aunque su imagen era muy tenue, con los dientes apretados y los tendones muy tensos, luchando por quedarse.

Caminé hacia él empujando con mi mente, observándolo difuminarse hasta que fue sólo un resplandor y después…

—¿Qué has hecho? —rugió una voz a mi espalda.