Regresamos al lugar donde Derek había dejado su ropa antes de su primera transformación. Mientras él se vestía, yo analicé el teléfono de Liam. Derek se acercó por detrás de mí y miró por encima de mi hombro.
—Empleaba iniciales para los nombres. RRB. Pero esto es un prefijo de zona, el 212. Eso corresponde a la ciudad de Nueva York, así que aún puede tratarse del Grupo Edison empleando a un contacto local para ocuparse del trabajo.
—Ya, claro.
—No pareces muy convencido.
Miró en dirección a la casa.
—¿Crees que es alguno de ellos? —pregunté—. Pero si nos encontramos a Liam mientras nos dirigíamos a casa de Andrew.
—Tal vez supieran que iba de camino, y enviaron a Liam para interceptar la ruta del autobús.
—¿Cómo? Por entonces Andrew estaba en manos del Grupo Edison. No sabía que estábamos a punto de llegar, y me refiero a que tampoco lo sabía nadie del grupo.
—Pudieron haber estado vigilando la casa, ver a Simon y a Tori, suponer que íbamos de camino, hacer unas cuantas llamadas a las compañías de autobuses, averiguar que dos chicos salieron de Albany la noche anterior. Es un poco forzado. Pero… —se encogió de hombros.
—Es una posibilidad —volví a comprobar las iniciales—. ¿Sabes el segundo nombre de Russell? Ramón dijo que el contacto era un sanador. Russell es un chamán. A menos que Ramón se refiriese a un hechicero.
—Los hechiceros no son sanadores. Las brujas lo son, bueno, algo así, pero si es un hombre se trata de un chamán.
—Necesitamos pruebas. Y sé cómo conseguirlas —dije alzando el teléfono.
Derek negó con la cabeza.
—Demasiado arriesgado. No se me da bien imitar voces.
—No tienes por qué. Liam le dijo al tipo que si quería algo más le enviase un mensaje. Así que, presumiblemente, él también le enviaría un mensaje al tipo.
—Buena idea —Derek se estiró para coger el teléfono—. Le diré…
Puse el móvil fuera de su alcance, y me quedé mirándole. Comprendió el mensaje, frotándose la barbilla y asintiendo.
—Adelante.
Mientras tecleaba, retrocedió e intentó no mirar por encima de mi hombro. No era fácil; no hacía más que moverse hacia delante para echar un vistazo. Pero resistió el impulso de hacerlo él, y se lo agradecí. Después le dejé leer lo que había escrito e hizo un gesto de aprobación.
Según el mensaje, Liam tenía acorralados a Derek y a la chica. Podía capturarlos con vida, pero si lo intentaba quizá volviera a perderlos. ¿Qué quería el jefe que hiciesen Ramón y Liam?
Quienquiera que estuviese al otro lado debía de encontrarse pegado a su móvil, esperando, pues la réplica llegó en cuestión de segundos. Fueron sólo tres palabras: «ocupaos de ellos».
Le envié otro más, para estar absolutamente segura, diciéndole que si pretendía que nos encargásemos de los cadáveres iba a costarle un diez por ciento más. De nuevo una respuesta rápida, pero esta vez de una sola palabra. Bien.
Miré a tiempo de ver a Derek con la vista clavada en el mensaje. Sólo miraba, como si aún creyese que Liam y Ramón sólo habían intentado asustarnos y tenían orden de dejarme en paz a mí y a él entregarlo a la Manada.
—¿Estás bien? —le pregunté.
Asintió. Pero no parecía encontrarse bien, con el rostro pálido y los ojos fijos en la pantalla.
—¿Derek?
El teléfono vibró. Otro mensaje, del mismo remitente, en el que dejaba claro que ese diez por ciento extra cubría las molestias causadas por ambos cuerpos. Y si atrapaban a Derek vivo, yo debía desaparecer.
—Porque si regresara podría contarle a Andrew qué ha pasado —dije—. Es mejor que desaparezcamos, así puede presentarse el caso como una fuga.
Le eché un vistazo a Derek. Había adoptado un extraño tono verdoso, como si estuviese mareado.
—Lo siento mucho —dijo, al final. Sus palabras eran poco más que un susurro—. Iban a matarte porque saliste aquí conmigo. Para ayudarme. Yo te pedí que vinieses.
—¿Cómo que es culpa tuya? —no quería sonar arisca, pero estaba cabreada. No con Derek, sino con ellos… Con todos los que lo hacían sentirse así.
Cerró los ojos con fuerza, antes de que pudiese disculparme, y la desazón desapareció; entonces supe que mi ira había funcionado mejor que cualquier palabra de consuelo.
—Fueron a por ti porque eres un hombre lobo —dije—. Se trata sólo de eso. No es algo que hicieses, o algo que puedas cambiar. Es problema de ellos.
—Ya, pero sabiendo que es un problema no debería haber puesto en peligro a nadie más.
—¿Habrías salido aquí fuera tú solo? Eso es…
—No es sólo eso. Os he puesto en peligro a Simon y a ti sólo con…
—¿Con estar aquí? ¿Y cuál era la alternativa? ¿Escapar? ¿Dejar de buscar a vuestro padre? ¿Dejar a Simon?
Parpadeó.
—No, no lo habría dejado… Pero me siento como…
—¿Te sientes como qué?
Negó con la cabeza, apartando la mirada. Me desplacé rodeándolo para situarme frente a él.
—¿Te sientes como qué, Derek? ¿Cómo si debieses haberte marchado? ¿Cómo si nosotros pudiésemos estar mejor si tú hubieses hecho eso?
Giró los hombros, encogiéndolos a medias, después volvió a apartar la mirada. Yo tenía razón. Lo que le pasaba es que no le gustaba oír sus propias reflexiones en voz alta; se parecían mucho a la autocompasión.
—Nadie estará mejor si te vas —le dije.
—Seguro —respondió, murmurando la palabra y expresando su incredulidad.
—Simon te necesita.
Asintió y se quedó mirando al bosque.
«Yo te necesito». No lo dije, por supuesto. ¿Cómo podría hacerlo sin que sonase demasiado raro? Pero lo sentía, igual que sentía mi corazón martillando mis costillas, y no se trataba de una estupidez romántica del estilo «no podría soportar estar sin ti». Se trataba de algo más profundo, más desesperado.
Al pensar en la marcha de Derek, el suelo pareció desaparecer bajo mis pies. Necesitaba algo a lo que sujetarme, algo sólido y real cuando todo a mi alrededor cambiaba tan deprisa. Aunque en algunas ocasiones pensaba que todo sería más fácil sin Derek pululando por allí, dispuesto a arrancarme la piel a tiras al menor desliz, en cierto modo también confiaba en eso; en tener a alguien que me hiciese continuar pensando, continuar esforzándome por hacerlo mejor y evitar que enterrase mi cabeza como un avestruz rezando para que todo se arreglase por sí solo.
Debió de ver todo eso plasmado en mi rostro al volverse hacia mí. A pesar de lo rápido que intenté ocultarlo, no fue suficiente y, al mirarme, la manera de mirarme…
Pánico. Sentí pánico, como si de pronto desease estar en cualquier lugar excepto allí y en ningún otro sitio más que allí, y quería, quería…
Arranqué mi mirada llevándola a otra parte y abrí la boca para decir algo, pero él se me adelantó.
—No voy a irme a ninguna parte, Chloe —se frotó la parte posterior de un hombro, frunciendo el ceño como si estuviese tratando un hematoma—. No pretendo hacer que todos os sintáis…
—¿Angustiados?
Una carcajada breve y cortante.
—Descarao, supongo que sí. Últimamente las cosas son bastante angustiantes. La verdad es que me encuentro mejor cuando hay acción.
—Te entiendo —levanté el teléfono móvil—. Y quizá con esto podamos poner en marcha esa acción. ¿Listo para ir a hablar con Andrew?
Asintió y nos dirigimos hacia la casa.
* * *
No fue hasta haber regresado cuando los sucesos de la noche nos impactaron de pleno. Alguien quería a Derek muerto. Ese mismo alguien se había mostrado deseoso de dejarme morir porque… Bueno, supongo que sólo porque eso no importaba. Yo no importaba. Sólo era un obstáculo para lograr el objetivo.
¿Cómo podía alguien contemplar a unos chavales que nunca habían hecho nada malo y ver sólo una amenaza que era hubiese hecho no era nadie mejor que el Grupo Edison?
Alguien quería a Derek muerto porque era un monstruo. Sin embargo, Derek había sufrido y seguía sufriendo después de haber matado a Liam por accidente, y a pesar de lo justificado que fuese su acto.
Entonces, ¿quién era el verdadero monstruo?
La casa estaba en silencio. Eso resultaba extraño. Era como si hubiésemos despertado de una pesadilla y volviésemos a meternos en la cama como si nada hubiese pasado.
Dejé que Derek fuese a buscar a Andrew.
Me encontraron en la mesa de la cocina. Derek dijo:
—Hay un asunto del que es preciso que hablemos.
Por la mirada de Andrew, me pareció que se disponía a oír que Derek me había dejado embarazada. Pareció como si fuese una especie de alivio descubrir que el problema se reducía a que unos licántropos sicarios habían intentado darnos caza; o al menos eso pareció hasta comprender que no fue el Grupo Edison quien los había enviado. Las cosas cambiaron una vez vio el mensaje de texto y confirmado que se trataba del teléfono de Russell. Entonces, por fin, Andrew se convirtió en la clase de tipo que necesitábamos que fuese.
Estaba furioso, deambulando por la cocina y jurando, si no venganza, al menos respuestas. Y seguridad. Nos prometió que no volvería a suceder nada parecido, aunque eso significase apartarnos de los demás y ocuparse del Grupo Edison en solitario.
Llamó a Margaret y le dijo que se acercase hasta la casa. No le importaba que fuesen las cuatro de la madrugada, el asunto no podía esperar hasta la mañana. No pudo localizar a Gwen, pero le dejó el mismo mensaje.
A continuación despertamos a Tori y a Simon, y yo hablé con ella mientras Derek hablaba con él. Me sentí bastante contenta por no tener que enfrentarme a Simon justo en ese momento.
Le narré a Tori lo sucedido. O una versión de los hechos equilibrando la seriedad de la amenaza con una situación que no la hiciese flipar de miedo. Tampoco Derek, ni yo, se lo habíamos contado todo a Andrew, pues no queríamos que flipase más de lo necesario. Según nuestra versión, Derek no había completado su transformación. Ya bastante preocupados estaban todos con él sin falta de que admitiésemos que ya era todo un licántropo. Tampoco especificamos que Liam estaba muerto, sino que Derek lo había dejado fuera de combate y que, acto seguido, Ramón propuso dejarlo en tablas antes de cargar con su amigo y llevárselo de allí.
Derek quería que todos nos dedicásemos a preparar nuestras mochilas y corriésemos. Sabía que él quería eso porque eso también era lo que yo quería. Pero, de momento, eso no era una opción. Todavía no.
En todo caso, lo sucedido esa noche no fue sino la apertura de una nueva ventana a los peligros que se cernían sobre nosotros más allá de las murallas del castillo. Supongo que sería melodramático decir que nos encontrábamos bajo asedio, pero así es como lo sentíamos.
De estar en una película, habríamos corrido a enfrentarnos con Ramón, Russell y los sicarios del Grupo Edison. Quienes se hubiesen negado a salir del castillo serían tachados de chiquilicuatros y cobardes. Pero hay una razón por la cual la gente comete estupideces en las películas; nadie quiere ver a una caterva de chavales deambulando, discutiendo y angustiándose mientras esperan que los adultos aparezcan con un plan. Tampoco es que a nosotros nos gustase demasiado pero, de momento, esto es lo que había.