—Yo… Yo no quería… —comenzó a decir Derek.
Salió como pudo de debajo de Liam. El cuerpo del licántropo cayó inerte a un lado con la cabeza torcida, el cuello roto, sin vida.
Derek tragó saliva. El sonido hizo eco en medio del silencio.
—Yo no… Yo sólo… Intentaba detenerlo.
—Tú no pretendías hacerlo, Derek —le dije con voz suave—. Pero él sí.
Me miró, pero sus ojos se negaban a enfocar.
—Te habría matado —señalé—. Nos habría matado a ambos si hubiese llegado el caso. Puede que no quisieras hacerlo, pero…
No terminé. Podría haber dicho que el mundo era un lugar mejor sin Liam, pero ambos sabíamos que la cuestión no radicaba en si el tal Liam merecía o no morir, sino en si Derek merecía soportar el cargo de conciencia por haber matado a alguien. Y no lo merecía.
—Para ti no era un combate a muerte, pero para él sí.
Derek asintió y se frotó la nuca, haciendo una mueca de dolor cuando sus dedos tocaron un arañazo.
—¿Estás bien? —pregunté.
—Descarao. Sólo tengo unos cuantos cortes y magulladuras. Cicatrizo rápido. Quizás aquí necesite uno o dos puntos…
Echó un vistazo hacia el corte manchado de sangre en su costado… Y cayó en la cuenta de que no llevaba nada de ropa. Estaría mintiendo si dijese que yo tampoco me había dado cuenta. Es obvio. No era probable que se dedicase a buscar su ropa antes de lanzarse a detener a Liam.
Por fortuna, dadas las circunstancias, yo aún no había tenido tiempo para pensar en su carencia de ropa. Durante la pelea, y en esos momentos, acuclillado como estaba, no vi más de lo que ya había visto antes cuando estaba en ropa interior. Pero nada de eso evitó que sus mejillas enrojecieran.
Me quité la chaqueta, se la tendí sin decir palabra y él se la ató alrededor de la cintura murmurando un «gracias» antes de decir:
—Deberíamos ponernos en marcha.
Pero no nos pusimos en marcha. Nos quedamos en silencio, con Derek aún en cuclillas junto al cuerpo de Liam, la cabeza gacha y los brazos y la espalda cubiertos por una capa de sudor. Se estremeció.
—Iré a buscar tu ropa —le dije, poniéndome en pie.
Me sujetó por el codo.
—Ramón.
—Bien.
Cerré los ojos con fuerza, me sentía mareada; supongo que por la impresión. Uno de nosotros tendría que pensar con claridad, y Derek parecía paralizado, incapaz de apartar la mirada del hombre que acababa de matar.
—Tenemos que sacarlo de aquí —dije—. De momento, al menos llevarlo a los matorrales para ocultar el cadáver. Después, mañana, tendremos que volver para enterrarlo.
No podía creer lo que estaba diciendo. ¿Ocultar un cadáver? ¿Un cadáver?
«¿Y cuál es la alternativa? ¿Dejarlo tendido en el sendero y confiar en que jamás ningún vecino salga a pasear por aquí?»
Deshacerse de un cadáver era sin duda una de las cosas que nunca hubiese esperado hacer fuera de los guiones cinematográficos, pero así era mi vida entonces. Adaptarse o morir.
Me levanté y cogí un brazo de Liam, dando un tirón de prueba.
—Yo me ocupo —dijo Derek—. Yo lo llevaré. No podemos dejar marcas de haber arrastrado algo, ni de cualquier otra cosa, y tenemos que enterrarlo enseguida para que los perros no lo encuentren.
—¿Enterrar a quién? —preguntó una voz a mi espalda.
Pegué tal respingo que el corazón me subió a la garganta.
—¿Chloe? —preguntó Derek.
Me volví para ver a Liam caminando hacia nosotros.
—¿Chloe? —volvió a decir Derek.
—Es Li-Liam. Su fantasma.
Liam se detuvo.
—¿Fantasma? —me miró. Después miró su cuerpo tendido en el suelo. Lanzó un juramento.
—Estás muerto —le dije.
—Eso ya lo veo. Y eso debe de hacer de ti una de esas personas capaces de hablar con los difuntos.
Echó un vistazo a los cuerpos del perro y el conejo, frunciendo los labios.
—Y levantar a lo muertos.
Su mirada regresó a su propio cadáver y volvió a renegar.
Carraspeé.
—Ya que estás aquí, tengo que hacerte unas preguntas.
Me miró, enarcando las cejas.
—Estás de guasa, ¿no?
—No —me arrodillé junto a su cuerpo y registré su bolsillo.
—¿Chloe? —Derek se acercó, frunciendo el ceño.
Saqué el teléfono móvil de Liam.
—Alguien lo llamó. Alguien que parecía haber preparado todo este asunto, alguien que me conocía, sabía mi nombre —miré al fantasma de Liam—. ¿Quién es?
Ahogó una carcajada.
—¿Hablas en serio? Acabo de morir. Ese de ahí, tu novio, me ha matado. ¿De verdad esperas que me quede por aquí de charla? Me encantaría, pero ahora me siento un poco traumatizado. Quizá más tarde.
Se volvió para irse. Corrí a interponerme en su camino.
—Estás a punto de ir a la Otra Vida —anuncié—. Es tu última oportunidad de hacer algo bueno.
—Esto… Bueno, ya que lo planteas así… —puso los ojos en blanco—. No me interesan las segundas oportunidades. No hice nada de lo que me arrepienta. Si quieres respuestas…
Avanzó un paso, alzándose sobre mí. Resistí el impulso de retroceder, pero debí de ponerme rígida, porque Derek se acercó y me susurró:
—No dejes que te intimide.
—¿Intimidarla? —dijo Liam—. Es ella quien no se cansa de mi compañía —volvió a bajar la mirada hacia mí—. Como iba diciendo, si quieres respuestas, encuéntralas tú sola. E intenta divertirte un poco mientras te dedicas a eso, porque tengo la sensación de que voy a volver a verte muy pronto, pero mucho… En este lado.
La mano de Derek se cerró alrededor de mi brazo. Al intentar soltarme, se inclinó y susurró:
—Deja que se vaya. No merece la pena.
—Haz caso a tu novio, monada —dijo Liam mientras se alejaba con paso decidido.
Me puse muy erguida.
—¿Qué te parecen mis zombis?
Liam se detuvo, volviéndose despacio.
Señalé con un gesto al perro muerto.
—¿Sabes cómo lo hice?
—¿Crees que me importa?
—Debería. Los nigromantes levantamos a los muertos enviando a su espíritu, a un fantasma como tú, de regreso a su cadáver, donde queda bajo nuestro control, como has podido observar. Funciona igual con animales que con personas. Así que, o respondes a mis preguntas o te meto ahí dentro —señalé a su cadáver.
Se rió.
—Diría que los tienes bien puestos, sí, pero eso sería bastante inadecuado.
—¿Crees que bromeo?
Respondió dándome la espalda y alejándose caminando. Cerré los ojos y me imaginé tirando de él hacia su cadáver, sólo un pequeño tirón.
—Oye —exclamó—. ¡Oye!
Abrí los ojos para verlo pugnando contra una fuerza invisible.
—¿Creías que estaba echándome un farol?
Tensé un poco más y trastabilló. Di otro tirón. El fantasma se deslizó un par de pasos hacia su cadáver.
—Vale, está bien —me espetó—. ¿Qué quieres saber?
—¿Quién te contrató?
—Tienes el teléfono. Averígualo.
Le conté a Derek lo que dijo Liam, y después pregunté:
—¿Fue el Grupo Edison?
Arrugó el semblante.
—¿La compañía eléctrica?
—¿Fue un hombre llamado Marcel Davidoff?
—¿Quién?
—¿Diana Enright?
—Tiene razón —murmuró Derek—. Tienes el teléfono. Pregúntale otra cosa.
—La primera vez que nos encontraste, en el parque infantil, dijiste que salisteis de la autopista y olfateasteis a Derek. Eso era mentira, ¿verdad?
—Todo el mundo miente, cariño. Ya puedes ir acostumbrándote.
—Alguien te contrató para librarte de Derek.
—Bien, ya lo has averiguado. Así que no me necesitas…
—¿Por qué?
—¿Por qué qué?
—¿Por qué lo quieren muerto? —pregunté.
—Porque soy un hombre lobo —respondió Derek—. Como dijo Andrew, nadie quiere tenernos cerca.
—Bingo, cachorrillo. Ésa es una lección que es mejor aprender cuanto antes. Todos nos temen —avanzó hacia Derek con paso firme—. Intentas ser un buen chico, ¿verdad? Crees que eso demostrará que se equivocan. ¿Y qué tal te va? ¿Sabes una cosa? No les importa. Para ellos eres un monstruo, y nada de lo que hagas, o no hagas, hará que cambien de opinión. ¿Quieres un consejo? Dales lo que quieren. Es una vida breve y brutal —sonrió—. Vívela.
Derek se quedó mirando al frente, aguardando con paciencia.
—No puede oír una palabra de lo que le estoy diciendo, ¿verdad? —dijo Liam.
—No.
Escupió una palabrota retorcida.
—Y aquí estoy, intentando legar unas perlas de sabiduría a la siguiente genera…
Liam desapareció. Di un respingo, sobresaltada, y después miré buscando a mi alrededor.
—¿Chloe?
—Se ha ido.
—¿Se ha marchado?
—No, simplemente… —continué mirando, pero no pude ver ningún destello fantasmal—. Estaba hablando y de pronto desapareció, como si alguien hubiese tirado de él desde el otro lado.
—¿Qué dijo? —preguntó Derek.
—Nada que no…
Derek giró sobre sus talones. Un hombre apareció unos siete metros sendero abajo. Ramón. Derek se situó por delante de mí.
Ramón levantó una mano con la palma hacia afuera, mostrando que no iba armado. Su brazo roto colgaba inerte a un costado. Mientras caminaba hacia nosotros pude ver traumatismos en su mandíbula y sangre empapando un lado de su camiseta. Hacía un gesto de dolor a cada paso.
—No he venido aquí para pelear contigo, chaval —dijo—. De todos modos, si insistes intentaré hacerlo lo mejor que pueda, aunque la verdad es que prefería llamar a esto un empate.
Reparó en el cuerpo de Liam, se detuvo y negó con la cabeza.
—Fue un accidente —dije.
—Descarao, bueno, estoy seguro de que se lo buscó —hizo otro gesto de negación con la cabeza, pero en sus ojos se reflejaba un genuino pesar. Un momento después arrancó su mirada del cadáver y la levantó hacia Derek.
—Entonces, ¿qué? —dijo Ramón.
—Llamémoslo empate, como has dicho. Pero si vuelves a acercarte a cualquiera de nosotros…
Ramón lanzó una seca carcajada.
—¿Te parece que estoy en condiciones de darte caza? Que va, ese plan fue cosa de Liam. Loco hijo de…
—A vosotros dos os contrató alguien. ¿Quién fue?
—Pregúntale a él —señaló con el pulgar hacia Liam—. Él es el hombre del plan. Siempre lo fue. Yo sólo aprovechaba el viaje.
—¿No tienes idea de quién lo contrató?
—Alguna clase de sobrenatural. Un tipo, un sanador.
—¿Un hechicero? —pregunté—. ¿Un chamán?
—Ni idea. No estoy puesto en ese rollo. Sea como fuere, alguien puso a Liam en contacto con el tipo que quería a un licántropo para darte caza —asintió hacia Derek—, y entregarte a la Manada. Dio la casualidad de que nosotros ya teníamos problemas con la Manada… Por culpa de Liam, como siempre.
—Y ésa era la solución perfecta —intervine—. Entregar a Derek a la Manada, acusarlo de comer hombres y recibir un pago por vuestras molestias. Si no podíais atraparlo con vida, también valía.
—No al principio. El tipo quería que te entregásemos a la Manada, al parecer creía que eso estaría bien. O eso simulaba, en cualquier caso.
—Y si la Manada resultaba ser una caterva de asesinos, no sería culpa suya —añadió Derek.
—Ya ves. Después de que te perdiésemos por primera vez, el tío comenzó a ponerse un poco nervioso. Sólo quería que desaparecieses, de uno u otro modo. ¿Quieres mi consejo? —miró a Derek—. Coge a tu novia y comenzad a correr. Sea lo que sea eso que intentas hacer aquí, vivir con otros sobrenaturales o hacer como si fueses uno de ellos no funcionará. Siempre estarán vigilándote, esperando a que pierdas el control —Ramón negó con la cabeza—. ¿Sabes mucho acerca de los lobos, chico?
—Un poco.
—Hay una razón por la cual viven tan lejos de los humanos como pueden. Siglos de experiencia. A la gente no le gusta tener a otros depredadores por las cercanías. Hacen que se ponga nerviosa. Cuando la gente se pone nerviosa, intenta acabar con la amenaza. Y ahora, voy a daros las buenas noches y llevarme de aquí a mi colega.
—¿Y darle un enterramiento adecuado? —pregunté.
Una carcajada cortante.
—No nos damos esa clase de lujos. Voy a cobrar el trabajo y después pienso entregar su cuerpo a la Manada y arreglar las cosas con ellos. Sí, descarao, es una salvajada hacerle eso a un amigo, pero ahí fuera impera la ley del más fuerte —miró a Derek a los ojos—. Para nosotros siempre impera la ley del más fuerte.
Ramón se las arregló para cargarse al hombro el cadáver de Liam, con la ayuda de Derek, haciendo chirriar sus dientes a causa del peso extra. Luego desapareció en la noche, cojeando.