¿De quién huíamos a la carrera? Había visto suficientes películas de miedo para saber que ese aullido había salido de un lobo, y ya no quedaban lobos en libertad dentro del estado de Nueva York. Eso significaba que se trataba de un licántropo.
Liam y Ramón, los dos que el otro día habían intentado apresar a Derek, habían dicho que todo el estado de Nueva York era territorio de la Manada, y que ésta se lanzaría a la caza para matar a cualquier hombre lobo que entrara en él. Resultaba evidente que eso no era del todo cierto, pues Derek había vivido en esa zona toda su vida. Pero, ¿y si al final lo habían encontrado?
Si no era nadie de la Manada, entonces, ¿quién había silbado? Andrew dijo que el Grupo Edison no trabajaba con licántropos. ¿Se equivocaba? Si querían que alguien siguiese el rastro de sus elementos de experimentación perdidos, un hombre lobo sería el mejor sabueso sobrenatural disponible.
En ese preciso instante no importaba. Derek sabía quién había silbado y, aunque no era capaz de decírmelo, sus actos indicaban que teníamos problemas, y todo lo que podíamos hacer era huir de ellos a la carrera.
—Por allí hay un arroyo —anuncié, señalando—. Si es un hombre lobo a quien intentamos despistar, el agua ocultará nuestro rastro, ¿no?
Contestó virando en esa dirección.
* * *
El arroyo no era mucho más que un hilillo de agua, pero suficiente para tragarse nuestro rastro. A medida que corríamos éste se hundía más en el terreno, y sus riberas se elevaban en cada orilla como pequeños acantilados. Si continuábamos avanzando podríamos acabar atrapándonos a nosotros mismos.
Derek tomó la delantera, rebasando como pudo el talud de la ribera conmigo a la zaga, y mis zapatillas empapadas de agua resbalando en el cieno mientras me agarraba a las raíces para ayudarme a subir. Me movía tan en silencio como me era posible, consciente de que todos los hombres lobo tenían la agudeza auditiva de Derek.
Corrimos a lo largo del terraplén hasta llegar a una espesa arboleda. Derek me llevó hasta un claro abierto en el centro. Se agazapó, con las patas delanteras estiradas y la cabeza y la cola gachas. Intentaba volver a sufrir la transformación y recuperar su forma humana. Tras unos minutos de estirarse y gruñir, lo dejó.
—No podemos quedarnos aquí —le dije—. Si se trata de un hombre lobo…
Gruñó, confirmándolo.
—Entonces al final terminará encontrando nuestro rastro. Esta arboleda tampoco es tan grande.
Otro gruñido. «Lo sé».
—Creo que la casa está hacia allá.
Negó sacudiendo la cabeza y apuntó con el hocico un poco más a la izquierda.
—Bien, vale —admití—. Sólo necesitamos…
Volvió a quedarse muy quieto, con el morro levantado y moviendo las orejas. Yo me acurruqué a su lado. Él continuaba olfateando, emitiendo un profundo suave gruñido desde lo más profundo de su garganta, como si hubiese detectado un olor que no era capaz de volver a encontrar. Al final me empujó hacia la boca del claro haciendo un ruido que interpreté como «¡corre!», pero al lanzarme yo hacia adelante me agarró con los dientes por el dobladillo de la chaqueta.
—¿Más despacio? —pregunté—. ¿En silencio?
Un gruñido. «Sí».
Se deslizó por delante de mí y avanzó un paso. Después otro. Una nube se desplazó hasta situarse frente a la luna y el bosque se sumió en las tinieblas. Nos detuvimos. Una ramita chasqueó a nuestra derecha. Derek se volvió tan rápido que chocó contra mí, haciéndome retroceder a empujones mientras yo me tambaleaba, apremiándome si no me movía con la suficiente celeridad.
Al retirarme hacia el claro pude adivinar una silueta oscura en el borde. Tras otro chasquido de ramas, Derek me dio un golpe, empujándome, haciéndome correr hasta que me encontré al otro lado del claro y metiéndome después entre la espesa maleza.
—No puedo… —susurré.
Golpeó y gruñó. «Sí, sí puedes».
Me puse a cuatro patas y me introduje entre los arbustos, con las manos por delante de mi cara para despejar el paso. Sólo habría avanzado uno o dos pasos cuando choqué contra un árbol. Unos matorrales espesos bloqueaban ambos lados. Me volví para decirle a Derek que no podía continuar, pero él se había detenido al borde del agujero, con su espalda bloqueando la entrada.
La pantalla nubosa se deshilachó y en el sendero pudimos ver una figura. Era otro lobo. Tan negro como Derek. Parecía desplazarse hacia nosotros, silencioso como la bruma, virando despacio y a ritmo constante en nuestra dirección.
Al final, las nubes dejaron atrás la luna, pero el lobo continuaba siendo negro como la noche desde el hocico hasta la cola. Advertí unas líneas más claras a lo largo de uno de sus flancos. Al bizquear intentando distinguirlo mejor, vi que se trataba de estrías donde le faltaba pelaje, piel rosácea, descubierta y fruncida por el reciente tejido cicatrizante. Había visto esas cicatrices apenas unos días antes.
—Ramón —susurré.
Derek gruñó erizando el pelo del lomo, hinchando la cola y sacando a relucir sus colmillos. Pero el otro lobo seguía avanzando hacia nosotros a paso firme y constante. Al final, lanzando un rugido, Derek se abalanzó contra él.
Ramón se detuvo. No retrocedió. Ni siquiera gruñó. Se limitó a mantener su posición hasta que Derek estuvo casi encima de él, después fintó a un lado y corrió directamente hacia mí.
Derek intentó detenerlo, pero había tomado demasiado impulso en el ataque y acabó patinando hasta un matojo.
Gateé intentando huir mientras Ramón venía disparado hacia mí, pero la maleza era demasiado espesa. Por fortuna, también resultaba demasiado espesa para él y no pudo llegar más lejos de lo que fuese Derek, sólo lo bastante cerca para que yo pudiese oler el hedor de su aliento mientras intentaba abrirse paso empujando con los hombros para introducirse más entre los arbustos.
Entonces chilló y retrocedió como un rayo con los dientes de Derek hundidos en las ancas. Ramón se soltó y se lanzó contra él. Derek se agachó y rebasó a Ramón para bloquear la entrada de mi escondite.
Por un instante, todo lo que pude ver fue la cola de Derek. Después un destello de Ramón a un lado, retrocediendo, mirando alrededor de Derek, como si evaluase la situación.
Avanzó hacia su izquierda. Derek se movió en esa dirección, soltando dentelladas y gruñendo. Ramón fintó a la derecha. Derek bloqueó. De nuevo a la izquierda. Un nuevo bloqueo. Era como aquel atardecer en el parque de juegos, cuando Liam hacía como si pretendiese cogerme, provocando a Derek y riéndose cada vez que él reaccionaba.
—Sólo te está picando —susurré—. Intenta agotarte. No caigas en eso.
Derek gruñó. Se tensó, como si estuviese fijando las patas. Pero no sirvió de nada. Cada vez que Ramón hacía un movimiento hacia mí, Derek saltaba, gruñendo y chasqueando las mandíbulas.
Al final Ramón se cansó del juego y corrió a toda velocidad hacia Derek. Chocaron con un golpe capaz de partir huesos y cayeron mordiendo y gruñendo, rugiendo y gañendo cada vez que uno hundía sus colmillos en el otro.
Mi mano se cerró con fuerza alrededor de la navaja. Era consciente de que debía hacer algo. Saltar a la refriega. Proteger a Derek. Pero no podía. El otro día, al ver a Liam y Derek pelear con su apariencia humana, ya había advertido que se movían demasiado rápido para que yo pudiese intervenir. Aquello fue a cámara lenta comparado con esto, un frenético remolino de pelaje y cuero rodando por el claro, un revoltijo de pelo negro, colmillos brillantes y salpicaduras de sangre.
Tenía que hacer algo, porque Derek tenía una seria desventaja: yo. Parecía no poder olvidar que me encontraba allí, y cada vez que Ramón giraba hacia mí, Derek dejaba de pelear para volver a situarse entre nosotros. Yo me encontraba en lugar seguro, bien metida en la madriguera y armada, y no había rastro de Liam, el compañero de Ramón. Aunque sabía que eso no significaba nada bueno. El instinto de supervivencia anulaba la razón.
Me levanté, estirándome tan alta como pude y me sujeté a la rama más baja del árbol situado a mi espalda. Mi brazo se resintió de la herida, pero no le hice caso. Me encaramé, que era la parte fácil. Lo difícil era no mirar abajo cada vez que oía un gruñido o un gañido.
Al fin llegué a un lugar demasiado alto para que me alcanzase Ramón. Llamé a Derek para que viera que yo estaba a salvo. Él aún tuvo que comprobarlo, por supuesto, lanzando un vistazo y logrando sufrir un desgarrón que le hizo perder un trozo de pellejo del cuello. Pero, una vez vio donde estaba, pudo concentrarse en la pelea.
Sin embargo, por grande que fuese Derek, no era rival para un licántropo adulto y experimentado. Al enfrentarse a Liam, Derek había tomado la actitud opuesta, admitiendo que sería vencido. Tal vez hubiera un punto de arrogancia en Derek, pero no era ningún bravucón. Si no podía ganar una pelea, no tenía ningún problema en salir corriendo.
No obstante, esta vez no podía correr.
Empuñé la navaja y serpenteé a lo largo de la rama hasta llegar a situarme encima de los contendientes.
«Hablando de bravucones…»
Me detuve al sentir una punzada de culpa por haber siquiera pensado en hacer algo tan estúpido. Tendría suerte, en caso de caer sobre ellos, si no conseguía que matasen a Derek al intentar protegerme.
Odiaba estar allí acobardada como una heroína indefensa. Pero yo estaba indefensa ante Ramón. No tenía fuerza sobrehumana, sentidos sobrehumanos, colmillos, garras o poderes mágicos.
«Deja de lloriquear por lo que no tienes. Tu cerebro todavía funciona, ¿no?»
No estaba muy segura de ello, dadas las circunstancias.
«Limítate a usarlo. Piensa».
Me quedé mirando hacia abajo, a la pelea, devanándome los sesos para trazar un plan. Al observarlos me di cuenta de que podía distinguir a Ramón por las cicatrices. Si pudiese…
Las cicatrices.
Me incliné hacia abajo tanto como me atreví.
—¡Derek! ¡Su costado! Donde tiene las cicatrices.
Me esforcé por encontrar el modo de explicarlo sin darle a Ramón una pista del plan, pero no necesité añadir otra palabra. Derek se retorció y tomó medidas drásticas contra el costado de Ramón. Sin pelaje que lo protegiese, los dientes de Derek se hundieron con facilidad. Ramón soltó un aullido. Derek lanzó su cabeza hacia atrás, arrancándole a Ramón un buen mordisco del flanco.
La sangre salió a borbotones. Derek retrocedió contoneándose mientras se apartaba y dejaba caer el trozo de carne. Ramón se abalanzó contra él, pero le falló la pata trasera. Derek rodeó a Ramón y volvió a morderle el flanco.
Ramón rugió de ira y dolor, y giró, librándose así de la mordida de Derek. Brotó sangre al revolverse tan rápido y coger a Derek por el pescuezo. Cayeron, con Derek debatiéndose y arañando hasta que una de sus zarpas acertó en el flanco abierto de Ramón. Un gañido de éste, y Derek quedó libre. Después retrocedió hacia la ribera del arroyo. Había al menos unos cinco metros de caída y llamé para advertirle, pero él continuó retrocediendo.
Ramón se abalanzó contra él, gruñendo y con el pelo erizado. Entonces un silbido lo detuvo en seco. Liam. Ramón detuvo su ataque, lanzó la cabeza hacia atrás y comenzó a aullar. Derek saltó sobre él. Ramón cortó el aullido de pronto y apartó a Derek, y después continuó avanzando en su dirección, empujándolo de vuelta al…
—¡Derek! ¡El precipicio!
Esta vez su mirada se desvió, encontrándose con la mía. Pero no se detuvo, sino que continuó con la vista de nuevo fija en los ojos de Ramón.
Derek viró a la izquierda en el último segundo, girando y golpeando de lleno el flanco herido de Ramón. Éste perdió el equilibrio. Derek saltó sobre él. Sus colmillos se hundieron en la masa de carne desgarrada. Ramón soltó un lastimero aullido de agonía.
Ramón se las arregló para ponerse en pie con trabajo, de espalda al barranco. Derek cargó contra él. Su rival retrocedió. En el último segundo vio la inminente caída y comenzó a retorcerse apartándose del camino, pero la cabeza de Derek lo golpeó en su flanco herido, mandándolo volando por el borde de la ribera.
Descendí del árbol y corrí hacia donde estaba Derek, colocado junto a la ribera y mirando a Ramón, que aún se encontraba consciente e intentando ponerse en pie, con una de sus patas delanteras retorcida formando un ángulo horrible.
De nuevo se oyó el silbido. Derek se volvió en redondo, golpeándome primero las piernas y empujándome después con el morro, indicándome que me pusiese en marcha.
—¿Liam? —pregunté.
Hundió el hocico en señal de asentimiento.
No dejaba de preguntarme por qué Liam iba a estar con forma humana. Aun así, suponía una amenaza formidable. Para nosotros, la única ventaja era que si no tenía la forma de lobo iba a ser un poco más lento en rastrearnos.
—Vino de cerca de la casa —susurré mientras corríamos—. Deberíamos dirigirnos a la carretera. ¿Sabes dónde…?
Contestó rebasándome como un rayo. Corrimos durante unos minutos, pero yo no podía evitar quedarme atrás. Él se apresuró a colocarse detrás de mí para proteger la retaguardia.
—Lo siento —susurré—. No veo nada y no hago más que tropezar…
Me cortó con un gruñido. «Ya veo. Pero corre».
Tomé la delantera, dejando a Derek que me diese un golpe cada vez que me salía del camino. Al fin pude ver unas luces a través de los árboles. Derek me empujaba hacia ellas y…
—Pues menúo follón que montáis, ¿eh, xavales? —las palabras de Liam resonaron a través del bosque, arrastrando las vocales al estilo tejano.
Derek me derribó de un golpe. Di un buen topetazo contra el suelo, raspándome la barbilla en la tierra y llenándome la boca de porquería. Intenté levantarme, pero Derek se había puesto encima de mí. Me pasé la lengua por los dientes, asegurándome de no haber perdido ninguno.
Derek se alegró y me golpeó en la nuca. Yo pensaba interpretarlo como una disculpa, tanto si lo era como si no.
—Salid, salid, de allá donde estéis… —canturreó Liam.
Derek me empujó con suavidad hacia un matorral tan pequeño que tuvimos que meternos apretujados y se me llenó la boca con el pelaje del bicho. Al intentar concederle un poco más de espacio me gruñó para que me estuviese quieta. Me senté y se apretó contra mí, introduciendo en la maleza el resto de su masa hasta situarse prácticamente sobre mi regazo.
Levantó la cabeza para husmear el aire. Soplaba desde la misma dirección que procedía la voz de Liam, lo cual implicaba que él no podría olernos.
Cerré los ojos para oír mejor. Podía sentir el acelerado martilleo del corazón de Derek. El mío debía de estar latiendo con la misma fuerza, pues me tocó el brazo hasta que abrí los ojos y me encontré con los suyos, nublados de preocupación.
—Estoy bien —susurré.
Se movió, intentando apartarme de las piernas algo más de peso. Al moverse, mi mano rozó un área húmeda en su pelaje. La retiré para ver mis dedos manchados de sangre.
—Estás…
Me cortó con un gruñido. «Estoy bien. Y ahora… Silencio». Intenté averiguar la gravedad de su herida, pero volvió a moverse, esta vez para mantenerme abajo.
Nos quedamos allí sentados, en silencio, escuchando. Sus orejas giraban y, de vez en cuando, daban una sacudida como si hubiesen detectado algún ruido. Pero comenzaba a relajarse en vez de ponerse tenso.
—¿Se está alejando? —cuchicheé.
Asintió.
Me arrellané. Resultaba difícil temer por la vida de una cuando se tiene en el regazo a un lobo de cien kilos. Suponía una comodidad extraña. Entre el calor de su cuerpo, la suavidad de su pelaje y los latidos de su corazón, me encontré parpadeando para tratar de mantenerme despierta.
—¿Se ha marchado? —susurré.
Derek negó con la cabeza.
—¿Cuánto tiempo debemos quedarnos…?
Derek se irguió. Escudriñé la noche, pero al mirar a Derek advertí que no tenía la pose de «perro-de-punta-marcando-la-presa». Su cabeza aún estaba gacha. Tenía los ojos abiertos de par en par y se mantenía en completa inmovilidad.
Entonces lo sentí. Sus músculos se estaban sacudiendo.
—Estás listo para volver a transformarte —señalé cuchicheando.
Gruñó, tenso, con la preocupación estampada en los ojos.
—No hay problema. Siempre pasa un rato antes de que se presente el primer síntoma, ¿no? Tendremos tiempo de regresar a casa. Puedes transformarte allí…
Tuvo una convulsión, y sus patas delanteras se estiraron al frente. Cayó de costado, y sus cuatro patas se pusieron rígidas, la cabeza se echó hacia atrás y sus ojos giraron desenfrenados.
—Está bien. De todos modos, aquí es mejor. Sólo deja que suceda.
Como si tuviese elección. Me arrastré pasando por encima de él, apartándome de aquellas zarpas que se agitaban como las aspas de un molino. Me acuclillé a su espalda, frotándole los hombros y diciéndole que lo estaba haciendo bien, que todo iba bien.
Su cabeza se hundió, y después se lanzó hacia atrás produciendo un crujido de huesos rotos. Dejó escapar un gañido, acabado en un gruñido al intentar mantenerse en silencio, pero las convulsiones llegaban cada vez más rápido y se le escapaba un gemido con cada nuevo espasmo. Cuando por fin terminó, todo a nuestro alrededor quedó en silencio. Pero ambos sabíamos que Liam lo habría oído.
Me incliné sobre Derek, susurrando palabras de ánimo, confiando en bloquear cualquier ruido que pudiera hacer Liam e impedir así que se aterrorizara. Aunque, de todos modos, la cabeza de Derek no tardó en levantarse y en ese momento supe que Liam se acercaba.
Entonces Derek estaba en pleno proceso de transformación, con su hocico acortándose, las orejas desplazándose a los lados y creciéndole el pelo según se retraía el pelaje. Me incliné acercándome a su oído.
—Tú sólo continúa con lo que haces, ¿vale? Yo voy a ocuparme de eso.
Se tensó e hizo un ruido que supe que significaba «no». Me levanté. Intentó hacer lo mismo, sólo para acabar siendo golpeado por otra convulsión.
—No te preocupes —le dije, sacando mi navaja—. No haré ninguna estupidez. Sólo lo distraeré hasta que estés bien.
—No —su voz brotó confusa, gutural.
Me volví para marcharme. Él me agarró por una pierna, pero sus dedos aún eran sarmientos nudosos y me zafé con facilidad. Corrí saliendo de la espesura sin mirar atrás.