Capítulo 19

Nos mantuvimos entre las sombras del patio por si alguien estaba mirando por la ventana. Una vez llegamos al sendero, Derek se quedó a mi lado, miradas de soslayo en mi dirección, dedicándome esa expresión alicaída que tanto me cabreaba, pues no quería sentirme culpable y, a pesar de ello, así es como me sentía.

Quería dejar aquello a un lado y volver a la normalidad. Pero en cuanto me miraba, me bastaba con recordar aquella otra mirada, la horrorizada al oírme decir que a Simon le parecía que me gustaba Derek, para desbaratar cualquier impulso por arreglarlo.

—Querías hablar acerca de lo sucedido en el cementerio —dijo, al fin.

No respondí.

—Deberíamos hablar de ello —insistió.

Negué con la cabeza.

Anduvimos con cuidado por el sendero. Yo intentaba retrasarme, dejando que él tomase la delantera con su visión nocturna superior, pero se quedó a mi lado.

—Acerca de lo del otro día, cuando te grité por haber invocado sin el collar… —empezó.

—No pasa nada.

—Ya, sí, vale, pero… Sólo quería decirte que probar sin él es una buena idea. Deberíamos intentar…

Me volví hacia él.

—No hagas eso, Derek.

—¿Hacer qué?

—Te acompaño por la transformación, no es necesario que, a cambio, te sientas obligado a ayudarme.

Se rascó el brazo con fuerza.

—Yo no…

—Sí, tú sí. Y ahora vamos a encontrar un lugar antes de que comiences a transformarte en medio del sendero.

Continuó rascándose, con la sangre formando líneas al manar por su brazo.

—Yo sólo quiero…

Cogí su mano.

—Te estás haciendo sangrar.

Se quedó mirando hacia abajo, esforzándose por enfocar.

—¡Ay!

—Vamos —le apremié, saliendo del sendero en dirección a un claro que había visto antes.

—Oí lo que Andrew dijo esta mañana —comentó—. Acerca de mí.

—Eso suponía —dije con más suavidad de la que pretendía, y después me aclaré la garganta intentando volver a encontrar la ira.

—Tenía parte de razón. No soy un…

—Tú estás bien. Andrew es un idiota —salté. Genial. Cuando por fin encontraba la ira, la estaba lanzando en la dirección equivocada—. Se equivoca, ¿vale? Y lo sabes. Así que vamos a dejarlo.

—Cuando te eché la bronca por lo del cementerio, yo… No pretendía eso. Me siento frustrado y…

—Por favor —le dije, girando hacia él—. Déjalo ya, ¿vale?

Lo hizo, durante unos cinco pasos.

—Me sentía frustrado por la situación. Por estar atrapado aquí. La transformación que se aproxima lo hace todo aún peor. Sé que eso no es una excusa…

Levanté la mirada hacia él. Él me observó, expectante. Pretendía que le dijese que quizás eso sí explicase las cosas. Que no me mostrara tan dura. El problema era que no me daba la gana. Si lo hacía, la próxima vez que le apeteciese desahogarse conmigo, lo haría.

—¿Chloe?

Me detuve antes de entrar en un pequeño claro.

—¿Está bien?

No respondió, y yo creí que estaría inspeccionándolo, pero, al volverme, vi que se había quedado quieto, con la barbilla alzada y la vista clavada en el bosque.

—¿Has oído eso?

—¿Qué?

Negó con la cabeza.

—Nada, supongo.

Salió al claro y miró a su alrededor murmurando.

—Bueno, bueno. —Después se quitó la sudadera y la dejó en el suelo—. Puedes sentarte aquí. ¿Recuerdas la otra noche, en casa de Andrew, cuando saliste a hacerme compañía e intentamos hacer algo de entrenamiento? Creo que deberíamos volver a hacerlo.

Suspiré.

—No vas a dejarlo, ¿verdad? Crees que bastará con decir la cosa adecuada para que todo se arregle, ¿no?

Sus labios se fruncieron formando algo parecido a una sonrisa.

—Puedo tener esperanzas, ¿no?

—Pues claro. Y si eso funciona, ¿qué supondrá para mí? Vas a tratarme del modo que te parezca y en cuanto decidas hacerte el majo todo te será perdonado.

—Lo siento, Chloe.

—Por ahora —me volví, apartándome—. Déjalo ya, ¿vale? Limitémonos…

Me cogió por el codo. Sentí su piel ardiendo incluso a través de la tela de mi chaqueta.

—Lo digo en serio. Lo siento de verdad. Cuando me cabreo de ese modo, no es… No es —me soltó el brazo y se frotó la nuca. Por su rostro corrían regueros de sudor. La piel de sus brazos desnudos se tensó.

—Necesitas prepararte.

—Estoy bien. Dame sólo un segundo.

Se tomó el segundo. Después otro. Y otro después, quedándose allí en pie, mientras se frotaba el brazo con furia y mantenía la vista fija en la operación.

—Derek, necesitas…

—Estoy bien. Pero dame… —respiró profundamente.

—Derek…

—Sólo un segundo.

Comenzó a rascarse de nuevo. Al avanzar para sujetarle la mano, dejó de hacerlo.

—Vale, vale —murmuró. Flexionó la mano y después formó un puño, como esforzándose en no volver a rascarse—. Te digo que no te asustes de mí. Te hablo con brusquedad cuando te echas para atrás. Pero a veces…

Cruzó los brazos para rascarse los hombros, haciendo un gesto de dolor al clavarse las uñas.

—Derek, tienes que…

—A veces eso es exactamente lo que quiero —dijo—. Eso es lo que intento hacer: asustarte.

—Así que no me hieres por accidente —suspiré—. No vas a…

—No, no es eso. Es…

Su mano se dirigió hasta el antebrazo, y entonces se detuvo de pronto al brotar de él recias cerdas oscuras.

—Estás transformándote, Derek. Ya hablaremos luego.

—Vale. Descarao. Luego. Bien —las palabras salieron como una bocanada de alivio.

Miró a su alrededor, parpadeando en cuanto el sudor comenzó a correr por sus ojos.

—Tienes que agacharte —le dije con suavidad.

Como a pesar de todo no se movía, lo cogí de la mano y tiré. Se inclinó con cierta dificultad, después se puso a cuatro patas, la postura inicial de la transformación.

—A menos que Margaret te haya traído un montón de camisas nuevas, deberías quitarte ésa —le dije.

—Vale.

Tiró del dobladillo, intentando sacársela por arriba, pero su brazo no llegaría a doblarse del modo adecuado para pasarla por encima de la cabeza, como si sus articulaciones ya se estuviesen reposicionando, soldándose. Así que le ayudé. Pero no estaba dispuesta a quitarle sus pantalones. Por suerte, utilizaba pantalones de deporte para dormir y, con torpeza, fue capaz de bajárselos hasta las rodillas, y no tuve problemas con quitárselos desde allí. Se quedó en calzoncillos. Si se desgarraban a causa de la Transformación, sólo esperaba que el cambio se encontrase en un estado lo bastante avanzado para… Bueno, qué más da.

Apenas se había quitado la ropa cuando unos espasmos recorrieron todo su cuerpo, su espalda se disparó hacia arriba, su columna vertebral se dobló en un ángulo que parecía imposible, arrancándole un extraño gemido al tiempo que su rostro se crispaba con la agonía, gemido que se interrumpió al vomitar la cena sobre las matas.

El asunto continuó así durante un rato. Los espasmos, las convulsiones, su piel y sus músculos tensándose como si se tratase de algo sacado de una película de miedo. Respiraba con dificultad, buscando aire, los sollozos y los gemidos de dolor entre náuseas y arcadas secas. El hedor de los vómitos y el sudor…

Cualquiera pensaría que eso curaba cualquier idealización romántica que pudiera tener respecto al muchacho. Pero ya era la tercera vez que lo veía, y lo observé en cada ocasión sabiendo que si apartaba la mirada, o me alejaba permitiéndole creer que me asustaba y me daba asco, sólo lograría empeorar las cosas.

Ni estaba asustada ni me daba asco. Lo que veía no era a un muchacho retorciéndose y contorsionándose de un modo grotesco. A quien veía era a Derek sufriendo una agonía increíble, y asustado a más no poder.

Bastó un solo asalto de tremendos espasmos para que acabase de borrar mis últimos flecos de ira. Más tarde ya habría tiempo para eso. En vez de continuar enfadada, me arrodillé a su lado y le froté los hombros, diciéndole que se pondría bien, que lo estaba haciendo bien y que se limitase a seguir así.

Al fin cesaron las arcadas y se quedó allí, en cuclillas, con la cabeza baja y el pelo colgando ocultándole el rostro, con el cuerpo cubierto de pelo negro y corto, los músculos de sus hombros encorvados, brazos y piernas estiradas y unos dedos parecidos a garras hundidos en la tierra. Resollaba, respirando profundamente.

—Te estás acercando —anuncié—. Esta vez viene más rápido. —Verdad o no, poco importaba, lo importante es que lo aceptó, asintiendo y relajándose un poco.

Lo golpeó otro espasmo. Su cuerpo se convulsionó oleada tras oleada. Sus brazos y piernas continuaban cambiando, convirtiéndose en unos miembros más delgados y cortos, al igual que sus manos y pies. El cabello de su cabeza se replegó mientras que el vello de su cuerpo creció pasando de unas cerdas duras a un espeso pelo animal. En cuanto a su rostro, sabía que también estaba cambiando, pero él lo mantenía apartado.

Su cuerpo continuó convulsionándose hasta que tuvo que parar de nuevo, sufriendo náuseas mientras hacía esfuerzos para respirar. Le froté la espalda y se inclinó hacia mí. Podía sentir sus músculos temblando, como si apenas pudiese sostenerse a cuatro patas. Me acerqué más, dejando que descansase contra mí, colocando la cabeza sobre su hombro, sintiendo su corazón martillando deprisa y con fuerza mientras sus estremecimientos iban ralentizándose.

—Ya casi estás. Continúa. Esta vez vas a terminar. Sólo…

Se tensó. Entonces su espalda se levantó, apartándome con un golpe. Su cuerpo se puso rígido, con la cabeza aún abajo y la espalda levantándose más y más, como si alguien estuviese tirando de ella; pero su cabeza aún colgando, baja, y su negro pelaje animal brillando a la luz de la luna.

Se oyó un crujir de huesos. Derek profirió un profundo gemido que me hizo volver a acercarme, frotarle la espalda y decirle que todo iría bien. Luego, con un último estremecimiento, acabó. Levantó la cabeza, se volvió para mirarme, y era un lobo.