Capítulo 16

Nos habíamos internado poco más de veinte metros en el bosque cuando Simon se detuvo y soltó un taco.

—¿Qué pasa? —pregunté.

Hizo un gesto hacia la arboleda.

—Debería haber comprobado la zona contigo. ¿Está todo bien? Me refiero a andar por aquí fuera.

Le aseguré que todo estaba bien.

—Derek me advirtió que los bosques te ponen nerviosa, que te preocupa levantar animales muertos —me echó un vistazo—. Ni siquiera pensabas en eso hasta que saqué el tema, ¿verdad? —volvió a renegar, y esta vez con más imaginación.

—No pasa nada —le dije—. Siempre y cuando no invoque nada o me quede dormida, todo irá bien.

—Y si llegas a quedarte dormida, es que necesito trabajar muy en serio mi habilidad conversadora.

Caminamos un poco más.

—Hablando de conversación, ¿cómo, esto…? —Hizo una mueca—. Lo siento, estoy un poco nervioso.

—¿Tuviste lección con Andrew?

Un dramático resoplido de alivio.

—Gracias. Sí, la tuve. Aburrida, aburrida, aburrida. Nada de un poder saliendo de repente de mi interior. Sólo soy un vulgar… —se calló—. Vale, de acuerdo, ha sido una tremenda falta de sensibilidad. ¿Te he dicho que estoy nervioso? Debería sentirme feliz por tener poderes normales. Y lo estoy.

—Pero, aun así, debe de ser molesto ver a Tori lanzando nuevos hechizos sin más, cuando tú tienes que entrenarte durante años.

Descarao. No sería tan malo si no fuese por Tori.

—Entonces, ¿qué hechizos puedes lanzar?

—Ninguno que valga la pena. Primero uno debe dominar las cosas básicas. Eso ya lo hago, pero, justo ahora, todo lo que me importa son hechizos que nos sirvan de ayuda, y perfeccionar mi hechizo de niebla no va a servirnos.

—El hechizo defensivo era bueno.

Se encogió de hombros.

—Quizás Andrew pueda enseñarte el hechizo de sujeción que hace Tori.

Negó con la cabeza.

—Eso es magia de brujas.

—¿Y acaso es diferente?

—¿Quieres la respuesta rápida o una lección magistral acerca de las distintas razas de lanzadores de hechizos?

—La segunda opción, por favor.

Sonrió, apretando su mano alrededor de la mía.

—Hay dos razas principales dentro de los lanzadores de hechizos. Los hechiceros son masculinos y tienen hijos, todos ellos hechiceros. Las brujas son de sexo femenino, y les pasa lo mismo, pero con las hijas. La magia de los hechiceros emplea gestos de mano junto con los conjuros, la mayor parte en griego, latín o hebreo. Y, no, no hablo ni griego, ni latín ni hebreo; sólo sé recitar los conjuros. Serviría de ayuda saber esas lenguas, pero de momento bastante difícil es memorizar los hechizos. La magia del hechicero es ofensiva; se emplea para atacar. Las brujas emplean las mismas lenguas para la pronunciación de conjuros, pero se ahorran los gestos con las manos. Su magia es defensiva.

—Se emplea, pues, para detener un ataque…

—O para huir de uno, lo cual nos resultaría útil…

—¿No podéis aprender la magia de las brujas?

—Podemos, pero con muchísimo esfuerzo, pues no es lo natural en nuestra especie. De momento debo limitarme a la mía, aunque algún día me gustaría aprender algunos hechizos de brujería. Sólo que no de Tori.

Simon compró el helado al llegar a la gasolinera y después, de regreso, llegamos hasta un tronco y nos sentamos.

—Para mí habría bastado una bola —dije.

—Qué dices.

—Pero…

—Soy diabético desde que tengo memoria, Chloe. Nunca he comido helados dobles, así que no los echo de menos. Si eso me molestase, jamás podría comer junto a Derek, ¿verdad? Y, puesto que terminaré primero, puedo hacerte una demostración de hechizos como parte del espectáculo de sobremesa.

Y lo hizo, con mucha parafernalia y haciéndome reír. Después regresamos paseando, cogidos de la mano y charlando un poco más. Estaba oscureciendo. Cuando pudimos ver las luces de la casa a través de la arboleda, se detuvo y me sujetó frente a sí. Mi corazón martillaba por lo que yo pensaba que sería impaciencia, pero más bien se me antojaba terror.

—¿Todo bien? —preguntó.

Sonreí.

—Mejor que bien.

—Entonces, ¿he ganado el pase para una segunda cita?

—Sí, señor.

—Perfecto.

Su rostro bajó hacia el mío y supe lo que venía a continuación. Aun así, di un respingo cuando sus labios tocaron los míos.

—Lo si-siento. Y-yo…

—Asustadiza como una gata —murmuró. Su mano se deslizó por mi nuca y me levantó la cara—. Voy demasiado rápido…

—N-no.

—Bien.

Esa vez no salté. No me estremecí. No hice nada. Simon me besó y yo me limité a quedarme plantada, como si alguien hubiese cortado la conexión entre mi cerebro y mi sistema muscular.

Al final la conexión volvió a hacer contacto y también yo lo besé, pero con cautela, con una parte de mí aún conteniéndose, sintiendo un espasmo en las entrañas, como si estuviese haciendo algo malo, cometiendo un grave error, y…

Simon se detuvo. Durante un instante se quedó allí, indeciso, con su rostro por encima del mío hasta que aparté la mirada.

—El tipo equivocado, ¿no? —dijo, con una voz tan suave que apenas pude oírlo.

—¿Có-cómo?

Retrocedió y sus ojos se vaciaron de expresión, haciéndose indescifrables.

—¿Hay alguien más? —dijo. No era una pregunta, en realidad. Era una afirmación.

—¿Hay a-alguien…? ¿Te refieres a un novio? ¿De antes? No. Nunca. No habría…

—Salido conmigo si lo hubiese. Lo sé —retrocedió otro paso, sentí cómo se alejaba el calor de su cuerpo y cómo entraba el frescor del aire nocturno—. No me refiero a un chico de antes, Chloe. Me refiero a alguien de ahora.

Me quedé mirándolo. ¿De ahora? ¿Quién más…? Sólo había otro muchacho…

—¿De-Derek? ¿Tú crees…?

No pude acabar. Quería reír. ¿Crees que me gusta Derek? ¿Estás de guasa? Pero no me salió una carcajada, sólo aquel estruendo en mis oídos y la pérdida de respiración como si me hubiesen machacado el pecho.

—Derek y yo no estamos…

—No, todavía no. Lo sé.

—A m-mí n-no…

Sólo dilo. Por favor, déjame decirlo. «A mí no me gusta Derek».

Sin embargo, no lo hice. No pude.

Simon hundió las manos en sus bolsillos y nos quedamos allí en medio de un silencio espantoso hasta que me las arreglé para decir:

—No es como esto.

—No lo era. No al principio —se quedó mirando los árboles—. Empezó a cambiar después de lo del pasadizo aquel. Vosotros comenzasteis a andar juntos por ahí, las… Cambiaron las vibraciones. Me dije que sólo lo estaba imaginando. Cuando Tori y tú os fugasteis del laboratorio, me pareció que estaba en lo cierto. Pero luego, tras la parada en el bar de carretera, cuando volvisteis… —se quedó callado y después me miró—. Estoy en lo cierto, ¿verdad?

Había una nota de súplica en su voz. «Chloe, dime que estoy equivocado. Por favor». Y la verdad es que todo mi ser quería hacerlo. Ése era Simon. Todo lo que había soñado en una pareja estaba allí, frente a mí, para que lo cogiese. Sólo tenía que decir las palabras adecuadas, y lo intenté. Lo intenté. Pero todo lo que pude lograr decir fue otro débil:

—No es como esto.

Descarao, sí lo es.

Comenzó a caminar, alejándose en la dirección por la que habíamos llegado. Entonces se detuvo y, sin darse la vuelta, buscó en la chaqueta y me tendió un cartucho de papel, murmurando:

—Esto es para ti.

Lo cogí y él continuó caminando.

Desenrollé el papel con dedos trémulos. Era el dibujo que había hecho de mí, pero coloreado. Parecía incluso mejor de lo que el boceto auguraba. Segura, fuerte y bonita.

La imagen se emborronó cuando mis ojos se llenaron de lágrimas. Me apresuré a volver a enrollarlo antes de que lo echase a perder. Di unos pasos tras él y lo llamé, podía ver su silueta a lo lejos, todavía caminando, y sabía que me había oído, pero no se detuvo.