Tori entró a las cuatro y pareció sorprendida de encontrarme aún en la cama.
—¿Vas a pasarte aquí toda la tarde? —preguntó—. Creí que estabas fuera, con los chicos.
—¿Qué me he perdido?
—A mí fregando el suelo.
Eso me hizo sonreír.
—¿Crees que estoy de broma? —dijo.
—No, supongo que debemos poner de nuestra parte para hacer las cosas de casa. No podemos esperar que Andrew haga toda la limpieza por nosotros.
Ella puso los ojos en blanco.
—¿De verdad puedes imaginarte a Andrew asignando tareas? Ese tipo se disculpó porque el lugar no estuviese lo suficientemente limpio y preparado para recibir huéspedes. Me ofrecí a ayudarle, sólo para hacerme la simpática.
Al ver que no le decía nada, negó con la cabeza y añadió:
—Eso era un chiste, Chloe. Andrew me paga lo mismo que daría a un ama de llaves, aunque probablemente yo tarde el doble de tiempo. Así que ahora soy el ama de llaves oficial y, por lo tanto, si encuentro toallas húmedas en el suelo, te las esconderé entre las sábanas.
Si un par de semanas atrás alguien me hubiese dicho que Tori, aunque le pagasen por ello, llegaría alguna vez a limpiar una casa por su propia voluntad, no lo hubiese creído de ninguna manera. Ni siquiera podía imaginarla manejando una fregona. Pero también había visto lo duro que podía resultarle andar a la fuga con nosotros sin tener dinero propio. Aunque estaba segura de que no era su modo idóneo de obtener dinero, al parecer prefería fregar servicios que pedir unos billetes.
Eso me hizo darme cuenta de algo. ¿Qué pasaría con Tori cuando todo esto terminara? ¿Tenía parientes con los que pudiese vivir? ¿Pensaba ella en eso mismo? ¿En apresurarse a hacer dinero sólo por si acaso?
—Gwen ha vuelto —dijo—. Primero hablará con Andrew. Aunque, la verdad, después de lo que ha pasado en la tuya, no tengo mucha prisa por recibir sus lecciones.
—Te irá bien. Limítate a no cabrearte con ella.
Sonrió, y en el gesto pude ver nerviosismo, pero también entusiasmo. Estaba deseosa de aprender el modo adecuado de emplear sus poderes. Sabíamos que éramos un peligro, y no queríamos serlo. ¿Por qué nadie lo comprendía? ¿Por qué continuaban tratándonos como críos insensatos y descuidados?
—¿Estás bien? —preguntó.
—Pues claro.
Se puso una mano en el bolsillo trasero y sacó unas hojas de papel dobladas.
—Quizás esto haga que te sientas mejor.
Lo abrí. Papeles en blanco, los que sobraron en el cementerio después de tomar nota del mensaje del fantasma.
—Estoy segura de que por alguna parte debe de haber un lápiz —dijo.
—¿Un lápiz?
—Esto… Descarao… Como en las pelis. ¿Qué hacen en las películas cuando alguien escribe una nota en un cuaderno y se lleva la hoja?
Sonreí.
—Emplear un lápiz para sacar la impresión del escrito.
—Dudo que pasemos cerca de una oficina de correos en un futuro próximo, pero ya podrás enviar la carta en cuanto tengas una oportunidad.
—Gracias.
Se marchó. Un poco más tarde, al oír movimiento en el pasillo pensé que regresaba Derek, pero fue Tori quien abrió la puerta de un empujón, caminó hasta su cama y se dejó caer sobre ella.
—Para mí no hay lecciones —anunció.
—¿Qué ha pasado?
—Según la versión de Andrew, el grupo ha decidido posponer el entrenamiento hasta que comprendan mejor nuestras habilidades. En otras palabras: están cagados de miedo —negó con la cabeza—. Andrew es un buen tipo, pero… Demasiado buen tipo, ¿sabes?
—¿Cómo yo?
—No exactamente. Sé que Andrew intenta ayudarnos, pero me gustaría que tuviese más… —se esforzó por encontrar la palabra.
—¿Fibra? —espeté, y mis mejillas ardieron—. Yo no qui-quiero decir…
—¿Ves lo que te decía? Ésa es tu manera de ser «demasiado buena». No quieres herir los sentimientos de nadie, ni siquiera a sus espaldas. Fibra es justo la palabra adecuada —se reclinó sobre su cama—. Bueno, lo que sea, vale ya de esto. Simon anda buscándote, como de costumbre. Ve a jugar, Chloe. Ahora me toca a mí quedarme tumbada aquí.
* * *
Por supuesto que Simon me había buscado. Al parecer, aquella mañana los muchachos habían sido totalmente incapaces de entrar en el sótano; Andrew se había empeñado en andar con ellos por ahí fuera, dando patadas a un balón.
En ese momento Andrew estaba encerrado en el estudio con su ordenador portátil, así que Derek se coló en el sótano. Simon montaba guardia, cosa que resultaba más fácil disimular si tenía a alguien que le hiciera de compañía. Estábamos en una de las habitaciones sin uso, observando las fotografías colgadas en las paredes, cuando Andrew pasó por allí. Nos vio mirando las fotos.
—Son del anterior propietario —dijo al entrar—. En ninguna salimos nosotros, como podéis ver.
—Hay que volar por debajo del radar —dijo Simon. Andrew añadió:
—Los sobrenaturales siempre hemos de pensar en eso, Chloe; en todas las maneras en que, por un simple accidente, podemos quedar expuestos o llamar la atención sobre nosotros. Incluso la compañía de otros sobrenaturales en lugares públicos puede suponer un peligro. No quiero decir con eso que no tengáis amigos sobrenaturales. Los tendréis, y eso ayuda. Pero siempre hay que andarse con ojo.
Le dije que lo comprendía.
—Son fotos de familia pertenecientes al hombre que poseía esta casa, Todd Banks. El fundador del proyecto Génesis. El doctor Lyle tuvo la idea original, pero falleció antes de que la modificación genética fuese una posibilidad real. Fue Todd, el doctor Banks, quien a partir de esas ideas comenzó el experimento. También fue el primero en dar la voz de alarma en cuanto a los posibles riesgos. Advirtió al Grupo Edison, pero ellos estaban demasiado prendidos con sus posibilidades para admitir que hubieran cometido errores. El doctor Banks se marchó y fundó nuestro grupo, el de los antiguos trabajadores preocupados. A su muerte, hace ya unos cuantos años, nos legó esta casa.
Mientras Andrew hablaba, yo reparé en una fotografía del doctor Banks…, con un niño de cabello oscuro a su lado. En la instantánea parecía tener unos trece años de edad, pero aun así reconocí su rostro. Era el del fantasma, el del volo semidemonio.
—¿Ése es el hijo del doctor Banks? —pregunté en un tono tan despreocupado como pude simular.
—Su sobrino. Ése debía ser… —los labios de Andrew se tensaron—. No recuerdo su nombre. No llegué a conocerlo. Sé que vivió aquí durante una temporada, con su primo y su tío. Ése es el mayor, y sólo sé que lo es porque el menor era rubio.
Recordé el cadáver de la cama. El cuerpo golpeado de modo horrible…, correspondiente al de un chico de cabello rubio y unos cuantos años más joven que el semidemonio que había conocido.
—¿Qué pasó con ellos cuando el doctor Banks os legó esta casa?
—Se fueron a vivir con otro pariente. Un abuelo, creo.
Ambos muchachos estaban muertos, y yo lo sabía. La cuestión era si Andrew lo sabía también o ésa era de veras la historia que le habían contado.
¿Los chicos eran parte del proyecto Génesis? Parecía que sí. No obstante, el muchacho que vi era mayor que yo. Aun en el caso de haber sobrevivido a su tío, tenía que haber muerto más o menos un par de años antes, dada la edad de la foto. Eso implicaba que, de estar vivo hoy, sería unos pocos años mayor que Derek, quien se supone era uno de los primeros sujetos del experimento.
—¿Vivía aquí con ellos alguna mujer? —preguntó Simon.
—¿Mmm? —masculló Andrew, mientras nos indicaba con un gesto que saliésemos de la sala.
—Anoche Chloe oyó una voz femenina, y pensamos que quizá se tratara de un fantasma. ¿Vivía alguna mujer con ellos?
—No, que yo sepa. Aunque podría estar equivocado. Bueno, y ahora yo debería empezar a preparar la cena. Sé que debes comer a tus horas. Y también sé que vosotros dos tenéis preparado algo especial para después —me guiñó un ojo, y estoy segura de que me sonrojé.
Mientras Andrew se dirigía a la cocina, Derek apareció, sigiloso, regresando del sótano. Los tres fuimos al piso de arriba, nos metimos en la habitación de los chicos y cerramos la puerta.
—Es un almacén —dijo Derek—. Dos salas grandes llenas de cosas y una habitación cerrada.
—¿Cerrada con llave? —preguntó Simon.
—La abrí con un golpe. Es un taller. Sólo hay herramientas.
—Entonces, ¿por qué iba a estar cerrada? —pregunté.
—Me encantaría decir que parece sospechoso —comentó Simon—. Pero si ese tipo, Banks, tenía chavales andando por ahí, no me parece tan raro. Mi padre no es que fuese precisamente Manny Manitas, pero siempre tenía su caja de herramientas cerrada con llave. Ya sabéis cómo son los padres. Paranoicos.
—Descarao —dijo Derek—. Sobre todo después de que su hijo se aplastara un dedo al intentar clavar un dibujo en la pared.
—Oye, yo no fui el genio que propuso la idea —Simon me miró—. El celo no era suficiente para sostenerlo, y el Niño de la Ciencia me dijo que el papel era demasiado pesado para la cinta aislante. Así que pillé unas cuantas chinchetas.
Derek puso los ojos en blanco.
—Entonces, ¿eso es lo que es? —pregunté—. ¿Un almacén y un taller? ¿Ninguna pista de ninguna clase?
—Yo no he dicho eso. Hay cajas etiquetadas con ropa y otras cosas. Tres nombres: Todd, Austin y Royce. Las cosas de Todd corresponden a un adulto.
—El doctor Banks —anunció Simon—. El antiguo propietario de esta casa. Y, déjame adivinar, las otras cajas contenían cosas propias de adolescentes.
Derek asintió cuando le contó lo dicho por Andrew.
—Pues Royce es el nombre de tu semidemonio. Sus ropas son más grandes. Entonces, ¿Andrew dijo que se había mudado a otro sitio después de morir Banks? Quizá regresó una vez muerto.
—No lo creo. Estoy bastante segura de que fue el cuerpo de Austin el que vi anoche.
Una familia muerta. Dos adolescentes incluidos. Todos relacionados con el Grupo Edison, y quizá con el proyecto Génesis. Y nosotros estábamos refugiándonos en la misma casa.
—No podemos ir a ninguna otra parte —dijo Derek.
Eso, por supuesto, era lo que todos estábamos pensando. Huir. Pero, ¿adónde? Ninguno de nosotros creía que Andrew estuviera vinculado en secreto al Grupo Edison y nos retuviese allí mientras ejecutaba aquella elaborada treta de conspirar para atacarlos. Sin embargo, ¿qué les había pasado al doctor Banks, a Austin y a Royce? ¿Tenía algo que ver con nosotros?
—Continuaré buscando —dijo Derek—. Quizá le pregunte a Andrew unas cuantas cosas. Vosotros, chicos…
—Nosotros nos iremos un rato por ahí después de cenar —anunció Simon.
—Ah…, claro, eso está bien —la mirada de Derek voló en dirección a mí, pero antes de que pudiese mirarle a los ojos, la volvió hacia Simon—. Entonces, esto… ¿A Andrew le parece bien?
—Has perdido la apuesta, tronco. Por supuesto, me dio todo un ramillete de avisos; anda por el bosque y no por la carretera, Chloe no puede entrar en la tienda… Bla, bla, bla. Pero podemos ir.
—Ah —dijo Derek, mirando por encima del hombro, como si hubiese esperado que Andrew dijese que no era seguro. Un momento después, asintió y añadió—: Entonces, vale.
—Antes de ir a cenar podríamos matar un poco de tiempo —señaló Simon—. ¿Qué te parecería una lección de defensa personal?
—Pues claro —acepté—. Iré a buscar a Tori… Y no pongáis esa cara. Ahora nos llevamos bien. Derek, ¿te apuntas?
—No —dio la vuelta y se dirigió pasillo abajo—. Id vosotros, muchachos.
* * *
Simon nos dio una lección de defensa personal en el patio trasero, enseñándonos algunas llaves básicas que Tori, con su hechizo de sujeción, consideró un poco inútiles. Pero se limitó a susurrármelo a mí y no restregárselo a Simon.
Hubo un instante durante la lección, cuando Simon intentaba enseñarle una llave a Tori y ambos se situaron en pie uno junto a otro, conmigo sentada en una silla del patio, observándolos, en el que… Por un segundo pensé que quizás estaban emparentados. No sé a qué se debió. Tal vez los ángulos de sus rostros, creo, algo que ver con los pómulos, la boca. Ojos oscuros, la misma altura, la misma constitución esbelta.
Entonces Simon se apartó y desapareció cualquier cosa que fuera la que yo hubiese visto. Decidí que estaba aprovechando un puñado de parecidos casuales y dejar que mi imaginación rellenase el resto.
* * *
Llegó la cena. Se fue la cena. Me dirigí al piso de arriba para prepararme.
Siempre creí que no pertenecía a la clase de chica que dedica muchos pensamientos a ese tipo de cosas: la primera cita, el primer beso. Que nadie me entienda mal. Deseaba esas cosas. Pero no fantaseaba acerca del gran día, de lo que llevaría puesto y de cómo iba a actuar. O eso creía yo.
Supongo que, a pesar de todo, aún tenía una idea de mi primera salida. Me compraría un conjunto nuevo y quizá fuese a la peluquería. Desde luego, llevaría maquillaje y probablemente las uñas pintadas. En resumen, luciría mejor aspecto que nunca y, al abrir la puerta para recibir en casa al primer chico, lo vería reflejado en sus ojos y su sonrisa.
Cuando Simon llamó a mi puerta ya me había cepillado el pelo y pintado los labios con vaselina para darles algo de brillo. Ni siquiera pude ducharme, pues Tori había puesto la lavadora. En cuanto a la ropa, tenía puestos los mismos vaqueros y la misma camiseta que había vestido desde que escapamos del laboratorio, aunque me las había arreglado para quitar de la manga una mancha de salsa de pizza… Bueno, en cualquier caso, la mayor parte.
Sin embargo, al abrir la puerta y sonreírme, todo fue tal como lo había imaginado, y supe que todo iba a salir bien.