Capítulo 13

¿Estáis bien, chicas? —preguntó el hombre.

Tori asintió.

—Creo que sí.

—¿Qué fu-fue eso? —pregunté—. ¿Un terremoto?

El hombre asintió.

—Eso parece. No habíamos tenido ni un temblor desde hacía veinte años.

Una mujer joven ataviada con un abrigo largo de piel se acercó por detrás de él.

—Y ahora tampoco habríamos tenido ninguno, de no haber sido por la reapertura de la cantera el pasado verano.

—No podemos culpar a nadie mientras no estemos seguros —replicó el hombre.

—Vamos, pero yo sí estoy segura. Hay una razón por la que esos ecologistas deseaban mantenerla cerrada, y por eso se cerró la primera vez…, hace veinte años, después de los últimos temblores. ¿Crees que es una coincidencia? Todas esas excavaciones y andar dinamitando las placas teutónicas, y mira ahora… —señaló con un gesto hacia la sima y frunció el ceño—. La cantera tendrá que pagar por esto.

—¿Están todos bien? —pregunté—. Me pareció oír gritos.

—Oh, eso sólo fue… —hizo un vago ademán hacia el ataúd, todavía tirado en el suelo, rodeado de dolientes que esperaban que alguien más se presentara voluntario para ocuparse del cadáver—. Íbamos a enterrar hoy a mi tío abuelo; él rebotó dentro del féretro cuando el suelo tembló, así que los muchachos se asustaron y lo dejaron caer.

El hombre carraspeó, indicando a la mujer que los detalles morbosos no nos harían ningún bien.

—El ataúd se abrió de par en par. Tío Al cayó, el suelo volvió a temblar y… —la mujer intentó no reírse por lo bajo—. Pensaron, ya sabéis, que se estaba moviendo…

—¡Vaya! —dijo Tori—. También yo hubiese chillado.

—Bueno, en cualquier caso —cortó el hombre—. Chicas, veo que vuestra abuela quiere que os metáis en el coche. No la culpo. Puede que la Madre Naturaleza aún no haya terminado con nosotros.

Le dimos las gracias y nos dirigimos hacia el aparcamiento, Margaret aún se mantenía andando a poco más de seis metros por detrás de nosotras.

—¿Ha dicho placas teutónicas? —dijo Tori—. ¿Es que por aquí entierran a los muertos con alfarería alemana?

No pude reprimir la risa al oír eso, pero la carcajada sonó un poco temblorosa.

Ella prosiguió.

—Las placas tectónicas necesitan una falla para causar un terremoto, y ésta está, me parece, en el otro extremo del país.

—El caso es que parecía una buena explicación. Y eso es lo que importa. Derek y Simon dicen que eso es lo que hace la gente cuando ve algo sobrenatural; busca una explicación lógica. Si no supieses nada de nigromantes y hubieras visto lo que acaba de suceder, ¿qué habrías pensado? ¿Se trata de un terremoto, todo lo raro que tú quieras, pero terremoto a fin de cuentas? ¿O de alguien levantando muertos?

—Tienes razón, sí. Pero placas teutónicas…

* * *

Esa vez me senté atrás, junto a Tori. Margaret se mantuvo en silencio hasta que llegamos a la autopista.

—¿Quién te enseñó a hacer eso, Chloe? —preguntó.

—¿Cómo?

Su mirada se encontró con la mía a través del retrovisor.

—¿Quién te enseñó a levantar a los muertos?

—Na-nadie. Yo nu-nunca me había encontrado con otro nigromante antes de conocerte a ti —no era la pura verdad. Había tenido un breve encuentro con el fantasma de uno, pero no fue de gran ayuda.

—¿El Grupo Edison te prestó libros? ¿Manuales?

—Sólo un li-libro de historia que hojeé un po-poco. No tra-traía nada de rituales.

Hubo un momento de silencio mientras me escudriñaba a través del espejo.

—Intentabas salirte con la tuya, ¿verdad, Chloe?

—¿Có-cómo?

—Dije que no podías levantar a los muertos; has demostrado que puedes. Visualizabas haciendo volver a un alma…

—No —mi tartamudeo desapareció de repente—. ¿Hacer que un fantasma regrese a su cuerpo corrupto para salirme con la mía? Jamás haría eso. Estaba haciendo exactamente lo que me pedías… Intentaba sacar a ese fantasma. Lo estaba invocando. Pero si lo hago con cadáveres alrededor, soy capaz de levantar a los muertos. Eso es lo que intentaba decirte.

Siguió conduciendo durante un minuto más, bajo un denso silencio. Después volvió a levantar su mirada hasta el espejo, y se encontró con la mía.

—¿Me estás diciendo que puedes levantar a los muertos sólo con invocarlos?

—Sí.

—¡Dios mío! —susurró, mirándome con fijeza—. ¿Qué han hecho?

Al oír sus palabras y ver su expresión, supe que anoche Derek tenía razón: Había hecho algo peor que levantar a los muertos; había confirmado sus peores temores respecto a nosotros.

* * *

Al llegar a casa, el único que andaba por allí era Andrew. Margaret lo llamó a la cocina, y cerraron la puerta tras ellos.

No tenía demasiado sentido cerrarla. Margaret no pretendía hablar a gritos, pero su voz adoptó un tono estridente que resonó por toda la casa.

El resultado final de su invectiva fue que yo era la semilla del diablo y debía ser encerrada en una torre bajo siete llaves, antes de que desencadenase hordas de muertos vivientes que los descuartizasen a todos mientras dormían. Bueno, quizá fuese una exageración, pero tampoco muy descabellada.

Tori abrió la puerta de la cocina de un trompazo e irrumpió en ella, conmigo pisándole los talones.

—Perdonad. ¿Quién llevó al cementerio a la nigromante modificada genéticamente?

Andrew se volvió hacia ella.

—Tori, por favor. No necesitamos…

—Chloe no quería ir allí. ¿Margaret te ha dicho eso? ¿Te ha dicho que le advertimos de que Chloe era capaz de levantar a los muertos? ¿Te ha dicho que yo lo había visto y que no nos creyó?

Juro que vi chispas en las puntas de los dedos de Tori, mientras hablaba.

—¿Te ha contado que Chloe le pidió que parara una y otra vez? ¿Te ha contado que Margaret la instó a continuar? Margaret la obligó a seguir invocando incluso después de que Chloe levantase a aquella ardilla muerta.

—No obligué…

—Le dijiste que había atrapado a un fantasma entre dos dimensiones.

—De acuerdo —aceptó Andrew—. Está claro que necesitamos debatir…

—Oh, sí, tendríamos que debatir muchas cosas —dijo Margaret.

Andrew nos echó de allí. La pelea se reanudó en cuanto salimos. Tori y yo escuchamos al otro lado de la puerta.

—No estábamos preparados —comentaba Margaret—, y no lo estamos, en absoluto.

—Entonces necesitamos conseguir estarlo.

—Andrew, escucha lo que te estoy diciendo: ¡acaba de abrir la tierra! La mismísima tierra se abrió en canal para liberar a los muertos. Fue… Fue… —Tomó una respiración profunda e indignada—. Fue como en los viejos cuentos que solía contar mi abuelo. Relatos terribles que me provocaban pesadillas, relatos sobre nigromantes tan poderosos que podían levantar cementerios de muertos.

Recordé entonces lo que me había dicho el semidemonio: «Cuando llamaste a tu amiga respondieron los espíritus de un millar de muertos, batiendo sus alas para regresar a sus esqueletos putrefactos… Un millar de cadáveres dispuestos a convertirse en un millar de zombis. Un vasto ejército de muertos para que los comandes».

—Es capaz de levantar muertos a los quince años —continuó Margaret—. Sin ningún entrenamiento. Sin rituales. Sin pretenderlo siquiera.

—Entonces ha tenido que aprender cómo…

—¿Sabes qué le dijo Victoria a Gwen? Que jamás había aprendido un solo hechizo, pero que puede lanzarlos. Si lo ve, lo puede hacer. Nada de entrenamiento. Ninguna indicación. Por supuesto, creímos que sólo se estaba pavoneando, pero ahora…

Respiró profundamente.

—No podemos manejar este asunto. Sé que sólo son criaturas, y que lo que les ha pasado es trágico y terrible. Pero mayor tragedia sería hacer que albergaran alguna esperanza de volver a llevar una vida normal.

—Baja la voz —dijo Andrew.

—¿Por qué? ¿Para que puedas tranquilizarlos diciéndoles que todo va a ir bien? No pasará. Esos críos van a tener que estar vigilados durante el resto de sus vidas. Este asunto sólo puede ir a peor.

Tori me llevó aparte.

—Sabe que lo sucedido es culpa suya, así que está cubriéndose las espaldas. No hay ninguna necesidad de escuchar nada de esto.

Tenía razón. Margaret la había pifiado y estaba asustada. Tampoco pertenecía a la clase de gente que admitiese las cosas con facilidad, así que debía echarle la culpa a alguien; a nosotros, haciéndonos parecer malos hasta el punto que no podían confiar en dominar la situación.

Y, a pesar de todo…

Ésos eran nuestros aliados. Nuestros únicos aliados. Sabíamos que Margaret y Russell ya antes habían mostrado sus recelos a la decisión de Andrew al llevarnos allí. En esos momentos yo les había proporcionado la munición que necesitaban.