—Es fácil invocar a un fantasma que quiere ser llamado —dijo Margaret—, pero a veces necesitas hablar con uno reacio a hacerlo. Si bien es cierto que intentamos respetar los deseos de los difuntos, también es verdad que debes comprender la importancia de dominar la relación nigromante-fantasma. Algunos creen de verdad que sólo existimos para ayudarles, y a ésos debemos sacarlos de su error cuanto antes. Ser firme en tu invocación es un modo de establecer una relación adecuada.
Margaret se puso en cabeza, yendo de una tumba a otra. Visitamos a cuatro fantasmas y charlamos con ellos un minuto antes de que encontrase a uno que no quería contestar a su llamada.
Me dejó intentarlo. El fantasma tampoco me respondió a mí.
—¿Sabes cómo incrementar el poder de una invocación? —me preguntó Margaret.
—¿Concentrándome más?
—Exacto. Ve incrementando poco a poco el grado de concentración y aguzando la atención. Empieza a hacerlo ahora. Gradualmente, gradualmente…
Seguimos así durante un rato, con Margaret acumulando frustración por la lentitud de mi aceleración. Al final sentí una punzada en mi interior que decía «es suficiente» y así se lo hice saber.
Ella suspiró.
—Comprendo que estés nerviosa, Chloe. Quien fuese el que levantó a esos cuerpos muertos te ha asustado.
—Yo levanté…
—Eso no es posible. Sí, está claro que eres una nigromante joven y poderosa, pero sin las herramientas y rituales adecuados no puedes hacerlo así, sin más. Y yo ni siquiera traigo conmigo los elementos necesarios.
—Pero, ¿qué pasa si esto fuese una de las modificaciones que me hicieron? Sí, hacer que me resultase más fácil levantar a los muertos.
—No habría ninguna razón para…
—¿Por qué no? —intervino Tori—. Levantar a los muertos debe de tener alguna utilidad.
«Ejércitos de muertos», pensé, e intenté no recordar las viejas películas que había visto, con nigromantes majaretas levantando hordas de no-muertos.
—De acuerdo —dijo Margaret—. Chicas, vosotras estáis preocupadas porque no sabéis qué os han hecho. Pero el único modo de superar ese temor es comprender el alcance de vuestros poderes y aprender a controlarlos. No pido que des todo lo que tienes, Chloe, sino sólo un poco más.
Lo hice, y por primera vez advertí el resplandor de una aparición espectral.
—Maravilloso. Y ahora sólo un poquito más. Tómate tu tiempo. Eso es. Despacio, pero con firmeza.
Entonces la alarma interior sonaba con más fuerza.
—No más —dije—. No me da buena sensación.
—Pero si estás haciendo progresos.
—Quizá, pero no me siento a gusto yendo más allá.
—Si ella no quiere hacerlo… —empezó a decir Tori.
—¿Victoria? —Margaret le tendió las llaves—. Por favor, ve a sentarte al coche.
Tori se quedó donde estaba.
—Vamos, Chloe.
Me levanté. Los dedos de Margaret se cerraron alrededor de mi pierna.
—No puedes marcharte y dejar a un espíritu así. Míralo.
El aire brilló. Un brazo apareció atravesando el resplandor. Un rostro comenzó a tomar forma y después se desvaneció antes de que pudiese distinguir ningún rasgo.
—Está atrapado entre el limbo y el mundo de los vivos —dijo Margaret—. Tienes que acabar de tirar de él hasta aquí.
—¿Por qué no lo haces tú? —dijo Tori.
—Porque es la lección de Chloe.
Tori comenzó a discutir de nuevo, pero la silencié negando con un movimiento de cabeza. Margaret tenía razón. Yo debía aprender cómo arreglar ese problema. No tenía intención de ser responsable de dejar a un fantasma atrapado entre dos dimensiones.
—Lo empujaré para que regrese —propuse.
—¿Hacer que se desvanezca? Eso no funciona con los espíritus atrapados.
Negué con un gesto.
—Me refiero a empujarlo. Es como invocarlo, sólo que al revés. Ya lo he hecho antes.
La mirada que me echó me hizo recordar cuando tenía siete años e informé orgullosa a nuestra ama de llaves que había donado la mitad de mi ropa a una campaña caritativa de la escuela. A mí me había parecido perfectamente sensato, tampoco necesitaba tantas cosas, pero ella se quedó mirándome igual que entonces me miraba Margaret, con una mezcla de horror e incredulidad.
—Nunca, jamás, empujes a un fantasma para hacerlo regresar, Chloe. He oído decir que es posible, pero… —tragó saliva como si no tuviese palabras para eso.
—Creo que se trata de algo malo —susurró Tori.
—Es una cosa terrible y cruel. No tienes idea de adónde los empujas. Pueden perderse en algún… En algún… —negó con la cabeza—. No pretendo inquietarte, pero no puedes correr ese riesgo de nuevo. ¿Lo comprendes?
Asentí.
—Así que continúo tirando de éste…
—Eso estaría bien.
Me arrodillé y proseguí con ello hasta que el sudor me resbaló sobre los ojos. Rebasé todos los estadios de alarma mental y, por fin, el fantasma comenzó a materializarse.
—Eso es, Chloe. Casi lo has conseguido. Dale un último…
Tori chilló. Abrí los ojos de par en par. Ella tenía la vista fija en un roble cercano, y sus ojos estaban desorbitados. Algo se movía bajo el árbol; la maraña informe de un pellejo gris ennegrecido estirado sobre un armazón de huesos.
—Mándalo de vuelta —susurró Tori—. Rápido.
—Olvídate de eso y acaba de invocar a ese espíritu —dijo Margaret.
Me volví hacia ella sin poder dar crédito.
—¿Estás chalada? —gritó Tori—. ¿Es que no ves…?
—Sí, lo veo —la voz de Margaret poseía una inquietante calma—. Al parecer, estaba equivocada respecto al alcance de los poderes de Chloe.
—¿Tú crees? —ironizó Tori.
Me quedé mirando a Margaret. Tenía el semblante inexpresivo. ¿Estaba aterrada? Tenía que estarlo. A pesar de que no parecía de la clase de gente que flipa, lo cierto es que acababa de verme levantar a un animal muerto; sin rituales, sin ingredientes y sin siquiera intentarlo. Quedarse boquiabierta del susto, como Tori, supondría una respuesta muy razonable. Sin embargo, ella se limitaba a observar aquella cosa reptando hacia nosotros, tirando de su destrozado cuerpo durante el recorrido.
La cosa levantó la cabeza, como si pudiese sentirme observándola. Y a pesar de no tener ojos, de faltarle el hocico y carecer de orejas, pues sólo era un cráneo cubierto con trozos de pellejo raído y piel, su cabeza se inclinó, bamboleándose como si intentase ver quién lo había llamado para salir.
—Chloe —dijo Margaret en tono seco—, por horrible que sea esa cosa —¿le temblaba un poco la voz?—, tu prioridad ahora es el fantasma del humano. Tira para que cruce rápido.
—Pe-pero si yo…
Me agarró del brazo y, con una voz que traslucía pánico, dijo:
—Has de hacerlo, Chloe, rápido.
La criatura estaba estrechando la distancia entre nosotros. Era una ardilla: podía ver los mechones de cuero con largos pelos grises que aún quedaban en su cola ratonil.
Aquello comenzó a parlotear, unos chirridos horribles, un sonido vibrante. Levantó la cabeza, después volvió sus cuencas vacías hacia mí y continuó su avance a rastras, dejando tras de sí un rastro de pellejo y pedazos de piel mientras el viento llevaba a nosotras la fetidez de la carne putrefacta.
Tori se tapó la boca con la mano.
—Haz algo —susurró.
Apuntalé mi temple, cerré los ojos y golpeé con fuerza empleando todo lo que llevaba dentro para ejecutar un tirón máximo, imaginándome tirando del fantasma…
El suelo tembló bajo nuestros pies. Tori chilló. Margaret ahogó un grito. Abrí los ojos de par en par. La tierra se estremeció, crujió y después, con un estruendo ensordecedor, se resquebrajó justo frente a nosotras.
Tori me agarró del brazo, levantándome de un tirón. Retrocedimos mientras el suelo se hendía con un estallido atronador, al tiempo que salía tierra de la grieta, volando, y su hedor húmedo se desparramaba por el ambiente.
El abismo se abrió haciéndose más ancho y profundo, avalanchas de tierra y porquería brotaban por todas partes y las lápidas temblaron haciendo ruido. Una cayó y, a pesar de eso, la tierra se abrió hasta aparecer la tapa de un ataúd, vibrando con un sonido trepidante.
—Ay, no —dijo Tori—. No, no, no…
Volvió a cogerme del brazo e intentó tirar de mí y hacerme retroceder. Me zafé de un tirón, caminé hasta un lugar lo bastante apartado para considerarlo seguro y allí cerré los ojos concentrándome en liberar a los espíritus. Y si ese acto pareciese muy sereno para tratarse de mí, digamos para ser sinceros que la tierra no era lo único que temblaba. Tuve que caer de rodillas antes de que se marchasen.
Cerré los ojos con fuerza y así los mantuve incluso cuando Margaret llegó y me agarró por los hombros. Me gritó que me levantase, pero yo estaba concentrada en liberarlos. Liberar, liberar, liberar…
Alguien chilló. Después alguien más también lo hizo. Me levanté de un salto y miré a mi alrededor, pero no había nadie cerca de la grieta abierta en la tierra, entonces con al menos una longitud de más de seis metros, y había media docena de sarcófagos al descubierto.
El suelo se había quedado quieto. Todo lo que pude oír fue el susurro de las hojas. Levanté la vista. Las ramas del árbol estaban cubiertas de pequeños brotes tiernos. No era eso lo que hacía el ruido.
Seguí el sonido hasta los ataúdes. No era de traqueteo, sino de raspadura, de uñas arañando el interior de los féretros. Después llegaron los débiles y ahogados gemidos de los fantasmas atrapados en aquellos cuerpos, intentando abrirse paso con las uñas…
Volví a caer de rodillas.
«Libéralos. Ahora ése es tu trabajo. Tu único trabajo. Libera a esos espíritus antes de que los zombis…»
Otro chillido, esta vez a mi espalda. Un grupo de dolientes recién llegados venía en nuestra dirección, y los portadores del féretro llevaban el ataúd hacia una tumba abierta al borde de la sección antigua.
Se detuvieron y bajaron sus miradas fijándolas en el sarcófago. Comencé a dirigirme hacia ellos, despacio, con cautela y la vista fija en aquel ataúd, diciéndome que se habían detenido a causa de los temblores de tierra.
Un grito ahogado surgió de entre la gente. Después oí lo mismo que ellos… Un bump-bump-bump procedente del interior del féretro.
«Relájate. Relájate y libera. Libera, libera, lib…»
Un gemido débil salió del ataúd y se me erizó hasta el último pelo del cuerpo. Otro gemido, más fuerte. Ahogado. Después un grito sofocado procedente del interior.
Dos de los portadores soltaron las asas. Su extremo del sarcófago se inclinó y los otros cuatro, asustados, también lo soltaron. El féretro se desplomó, golpeó una lápida al caer y su tapa se abrió con un crujido.
El puñado de dolientes me bloqueaba la vista, pues cada uno se sujetaba a quien tuviese más cerca… Unos en busca de apoyo y otros para apartarlos de su camino al salir corriendo.
Al despejarse el gentío vi un brazo descansando sobre el suelo, con el resto del cuerpo aún oculto tras la lápida. Sencillamente, estaba allí, con la palma vuelta hacia abajo y el brazo cubierto con la manga de un traje. Entonces los dedos se movieron, curvándose como garras, aferrándose al suelo mientras el cadáver tiraba de sí hacia delante, volviéndose en mi dirección, hacia quien lo había invocado y…
«Hacia quien lo enviaba de regreso. ¡Ahora!»
Cerré los ojos con fuerza e imaginé al hombre, una figura vaga enfundada en un traje. Me imaginé liberando su alma, enviándole una disculpa al hacerlo, soltándolo…
—Bien —susurró Tori a mi lado—. Ha dejado de moverse. Está… No, espera. Sigue moviéndose. Sigue… Bien, vale, ha dejado de hacerlo —una pausa—. Aún está quieto —su voz sonaba entrecortada de alivio—. Lo has conseguido.
Quizá fuese así, pero no abrí los ojos para comprobarlo. Mientras Tori continuaba evaluando la situación, yo continuaba liberando espíritus, imaginándome a gente con trajes y vestidos, a gente de todas las edades, espíritus de animales y espíritus de toda clase; y, mientras lo hacía, pude oír no sólo los gritos y alaridos de los vivos, sino también los golpes sordos, topetazos y arañazos de los muertos vivientes.
Al abrir los ojos vi a Tori viniendo por un sendero hacia mí, manteniéndose apartada del borde de la grieta. La gente se alineaba entonces a ambos lados, observándola con recelo, esperando que la tierra se moviese. Pero no lo hizo.
—Los muertos vuelven a estar muertos —murmuró Tori al llegar a mi lado—. Todo está en calma.
Margaret se encontraba cerca del abismo, junto a los demás. Al llamarla, ella se volvió despacio, sus ojos se encontraron con los míos y en ellos vi miedo. No, no era miedo. Era horror y repulsión.
«Tú no eres como ella. Ahora lo comprende, ahora comprende qué eres y qué puedes hacer, y eso la asusta. La asusta y le repugna».
Nos hizo un gesto para que regresásemos al coche, pero ella no se movió, como si no pudiese soportar estar de nuevo a mi lado.
—Putón majadero —farfulló Tori—. Ay, vamos a llevar al cementerio a la nigromante con superpoderes. Por supuesto que no vas a levantar a ningún muerto, niña estúpida.
—Le dije que se lo mostraría, pero la verdad es que preferiría no haberlo hecho.
La risa de Tori tembló.
—Deberíamos salir de aquí antes de que alguien empiece a hacer preguntas.
—Tampoco demasiado deprisa —dije—. No debe parecer que huimos de la escena del crimen.
—Cierto.
Mirábamos embobadas a nuestro alrededor mientras caminábamos, pues habría parecido sospechoso no hacerlo. Nos quedamos boquiabiertas ante la grieta. Entornamos los ojos mirando hacia el cielo. Señalamos al ataúd caído y susurramos, y todo eso mientras caminábamos tan deprisa como nos atrevíamos, intentando parecer tan asustadas y confusas como los demás.
—¡Chicas! —llamó un hombre—. Aguardad.
Me volví despacio y vi a un hombre de mediana edad avanzando hacia nosotras. Intenté llamar la atención de Margaret, decirle que podíamos tener problemas, pero ella miraba hacia otro lado, dejándonos a nosotras ocuparnos del asunto.