—En definitiva, ¿qué es lo que hemos conseguido? —preguntó Siobhan una vez más.
Habían regresado a Edimburgo y estaban en un bar de Broughton Street cerca de su casa.
—Tú entrega las fotos del parque de Princes Street y tu amigo rapado tendrá la pena de cárcel que merece —dijo Rebus.
Ella le miró y forzó una carcajada.
—¿Y ya está? Cuatro personas muertas por culpa de Stacey Webster, ¿y eso es todo?
—Tenemos salud —replicó Rebus— y todo un bar pendiente de nosotros.
Algunos clientes desviaron la mirada.
Ella había tomado ya cuatro gin tonics y Rebus una cerveza y tres Laphroaigs en el compartimento que ocupaban en aquel local lleno y animado, hasta que comenzaron a hablar de los tres asesinatos, la muerte no aclarada, puñaladas, delincuentes sexuales, George Bush, el Departamento Especial, los disturbios de Princes Street y Bianca Jagger.
—Tenemos que recapitular el caso —dijo Rebus.
Ella replicó con una pedorreta.
—¿Y de qué nos serviría si es imposible probar nada? —inquirió.
—Hay mucha evidencia circunstancial.
Siobhan lanzó un bufido y comenzó a contar con los dedos.
—Richard Pennen, SO12, el gobierno, Cafferty, Gareth Tench, un asesino en serie, el G-8… En principio nos parecían relacionados. ¡Sí, claro, relación la hay! —añadió mostrándole siete dedos. Como Rebus no replicó, bajó las manos y se miró los dedos—. ¿Cómo puedes tomártelo con tanta tranquilidad?
—¿Quién dice que esté tranquilo?
—O sea que te refrenas.
—Tengo mi experiencia.
—Pues yo no —replicó ella negando con la cabeza grotescamente—. En estas circunstancias me dan ganas de gritarlo a los cuatro vientos.
—Yo diría que hemos dado los pasos previos.
Siobhan miró su vaso medio vacío.
—¿Así que la muerte de Ben Webster no tenía nada que ver con Richard Pennen?
—Nada —contestó Rebus.
—Pero a él también le ha hundido, ¿no?
Rebus asintió escuetamente con la cabeza. Ella musitó algo, él no lo entendió y le pidió que lo repitiera.
—Ni Dios ni amo. No dejo de darle vueltas en la cabeza desde el lunes, suponiendo que sea cierto… ¿A quién recurrir? ¿Quién manda?
—Siobhan, no me considero capaz de responder a eso.
Ella torció el gesto, como quien confirma algo sospechado. Sonó su móvil anunciando un mensaje. Pero Siobhan simplemente miró la pantalla.
—Qué éxito tienes hoy —comentó Rebus, pero ella negó con la cabeza—. A ver si lo adivino, ¿no será Cafferty?
Siobhan le miró furiosa.
—Y si fuera, ¿qué? —espetó.
—Más vale que cambies de número.
Siobhan asintió con la cabeza.
—Pero sólo después de haberle mandado un buen mensaje de texto diciendo lo que pienso de él. ¿Es mi ronda? —añadió mirando la mesa.
—Tal vez si comemos algo…
—¿No has tenido bastante con las ostras de Pennen?
—Es un alimento poco sustancial.
—En esta calle hay un restaurante barato.
—Lo sé.
—Sí, claro que lo sabes. Llevas toda tu vida yendo allí.
—Casi toda mi vida —puntualizó él.
—Nunca hemos tenido una semanita como esta —añadió ella para motivarle.
—Nunca —asintió él—. Acábate la copa y vamos a ese restaurante.
Ella asintió con la cabeza cogiendo el vaso crispada.
—El miércoles mis padres fueron a cenar a un restaurante indio y yo sólo les acompañé a los postres.
—Puedes ir a verlos a Londres.
—Estaba pensando cuánto vivirán —añadió ella con los ojos casi bañados en lágrimas—. ¿Se supone que es esto la raigambre escocesa, John? ¿Tomarse unas copas y ponerte sensiblera?
—Es nuestra condena mirar siempre al pasado —dijo él.
—Y luego va una al DIC y es todavía peor. La gente muere y nosotros rebuscamos su vida sin poder cambiar nada —sentenció Siobhan sin fuerza para alzar el vaso.
—Podemos darle una patada a Keith Carberry —propuso Rebus.
Ella asintió despacio con la cabeza.
—O, ya puestos, a Big Ger Cafferty… o a quien nos parezca. Somos dos —dijo él inclinándose ligeramente tratando de mirarla a los ojos—. Dos contra la naturaleza.
Ella le miró taimada.
—¿Es la letra de una canción? —aventuró.
—El título de un álbum de Steely Dan.
—¿Sabes que siempre me ha intrigado de dónde tomaron el nombre? —dijo ella reclinándose en el asiento.
—Te lo diré cuando estés sobria —añadió Rebus apurando la copa.
Rebus notó que los miraban mientras la ayudaba a levantarse y salían del bar. Hacía un viento frío y comenzaba a lloviznar.
—Quizá fuera mejor ir a tu casa y encargar la comida por teléfono —sugirió él.
—¡No estoy tan borracha!
—Vale; muy bien.
Comenzaron a subir la cuesta uno al lado del otro sin decirse nada. Era la noche del sábado y la ciudad había vuelto a la normalidad: quinceañeros a tope de bebida en sus coches recargados; dinero en busca de sitios para gastarlo y el ronroneo del motor diésel de los taxis. En un momento dado, Siobhan se cogió del brazo de Rebus y dijo algo que él no entendió.
—Ese «bien» que has dicho —repitió— no es cierto. Es sólo metafórico… porque es inútil hacer nada.
—Pero ¿de qué hablas? —replicó él con una sonrisa.
—De nombrar a los muertos —contestó ella apoyando la cabeza en su hombro.