Un sabio norteamericano del siglo XIX acuñó una frase que desde entonces se utilizó con gran éxito en las envolturas de cada tableta de Hipersueño Feliz: "La masa de los hombres está viviendo una vida de tranquila desesperación". Thoreau acertó, evidentemente, cuando observó esa ansiedad e incluso la miseria alimentada en el pecho de aquellos que con frecuencia muestran una mayor preocupación por aparentar felicidad. Con todo, la condición de la naturaleza humana es tal, que lo contrario aparece igualmente como verdadero y, bajo condiciones consideradas comúnmente como más adecuadas para engendrar miseria, un hombre puede llevar una vida de tranquila felicidad.
Las puertas de la prisión de San Albano se abrieron de par en par para dejar salir el autobús de la institución penitenciaria. Pasó bajo el letrero de aluminio colocado sobre el portal, donde se leía "Comprender es perdonar", y se dirigió hacia la región de la metrópolis denominada Ghetto Gay.
Aquel era el nombre con que se conocía más generalmente la zona. Sus habitantes la llamaban Las Castañuelas o Joburg, El País de las Maravillas o la Ciudad de los Novatos o le daban cualquier otro nombre menos afortunado que se les ocurriera. La zona había sido establecida por un Gobierno bastante ilustrado como para darse cuenta de que algunos hombres, aunque lejos de tener intenciones criminales, eran incapaces de vivir dentro del marco establecido de la civilización (lo que equivalía a decir que no compartían los objetivos ni los incentivos de la mayoría de los ciudadanos, lo que, a su vez, significaba también que no veían la finalidad de trabajar desde las diez hasta las cuatro, día tras día, por el privilegio de mantener a una mujer en matrimonio y a un determinado número de hijos).
Este grupo de hombres, que comprendía a los genios y los neuróticos en iguales proporciones (y frecuentemente bajo una misma anatomía) tenía permiso para establecerse dentro del Ghetto Gay. Éste, al no estar supervisado en modo alguno por las fuerzas de la ley, pronto se convirtió en un terreno de cultivo apropiado para criminales. Se formó así una sociedad única dentro de la ruinosa milla cuadrada de aquella reserva humana; sociedad que miraba hacia la monstruosa maquinaria que existía más allá de sus muros con la misma mezcla de temor y desaprobación moral con que la monstruosa maquinaria miraba hacia ella.
El coche de la prisión se detuvo al final de una empinada calle de ladrillo. Los dos prisioneros que habían dejado en libertad, Rodney Walthamstone y su ex compañero de celda, saltaron fuera. En seguida, el automóvil dio la vuelta y se alejó, mientras se cerraban automáticamente las puertas traseras.
Walthamstone miró en torno suyo con desasosiego. Las melancólicas casas de muñecas a ambos lados de la calle parecían esconder sus fachadas detrás de verjas ensuciadas por los perros, apartando su contemplación de la fila de escombros que comenzaba donde ellas terminaban. Más allá de los escombros se levantaba el muro del Ghetto Gay. Sólo en parte era realmente una pared, el resto estaba constituido por pequeñas casas viejas sobre las que se había vertido cemento hasta que quedaron sólidamente unidas.
—¿Es esto? —preguntó Walthamstone.
—Sí, es esto, Wal. Esto es la libertad. Aquí podemos vivir sin que nadie nos moleste.
El sol de la mañana, un viejo embaucador de dientes hacia afuera, derramaba su oro fugaz, rompiendo las sombras en aquel inhóspito flanco del Ghetto, de Joburg, del Paraíso, del monte de los Granujas, de la calle del Misterio o de los Fracasados. Tid se dirigió hacia allí y, al ver que Walthamstone vacilaba, le agarró de la mano y tiró de él.
—Debería haber escrito a mi vieja tía Flo y a Harry Quilter y decirles lo que voy a hacer —dijo Walthamstone.
Se encontraba entre la vida pasada y la nueva y, naturalmente, tenía miedo. Aunque Tid tenía su misma edad, estaba mucho más seguro de sí mismo.
—Ya pensarás en eso más tarde —le dijo Tid.
—Había otros individuos en la nave estelar…
—Como te he dicho, Wal, sólo los novatos se alistan en las naves espaciales. Tengo un primo, Jack, que firmó para ir a Charon; y allí lo tienes, preso en aquella miserable bola de billar luchando contra los brasileños. Vamos, Wal.
Y de nuevo le sujetó fuertemente la muñeca.
—Tal vez soy un estúpido. Tal vez lo he mezclado todo en la cárcel —dijo Walthamstone.
—Eso es lo que se espera de la cárcel.
—Mi pobre tía… Ella ha sido siempre muy cariñosa conmigo.
—No me hagas llorar. Ya sabes que yo también seré cariñoso contigo.
Renunciando al penoso trabajo de explicarse a sí mismo, Walthamstone siguió hacia delante, conducido como un alma perdida hacia la entrada del averno. Pero la subida a aquel averno no era fácil. No existían portales abiertos de par en par. Treparon por los escombros y desperdicios hacia las casas sólidas.
La puerta de una de las casas crujió al abrirse cuando Tid tiró de ella. Una lengua de luz penetró con ellos, que miraron desconfiadamente el interior. El cemento solidificado había formado una especie de chimenea con peldaños a un lado. Tid comenzó a trepar sin dirigir palabra alguna a su amigo. Walthamstone, al no tener otra opción, le siguió.
En la oscuridad, observó la existencia de diminutas cuevas, algunas tan pequeñas como una boca abierta. Allí había huellas y burbujas, parches y abultamientos, todo formado por un elemento líquido que había sido inyectado desde arriba para endurecer toda la estructura de la vieja casa.
La chimenea les llevó hacia una ventana superior de la parte trasera. Tid dejó escapar un grito de alegría y se volvió para ayudar a Walthamstone.
Se sentaron sobre el antepecho de la ventana. Desde allí el terreno se inclinaba hacia abajo, formando un terraplén sin otro propósito aparente que servir de terreno abonado para que creciera el perejil, las altas hierbas silvestres y los matojos, tan antiguos como uno pudiera desear. Aquella especie de pequeña jungla urbana estaba dividida por senderos, algunos de los cuales rodeaban las ventanas exteriores de las casas sólidas, y otros conducían al interior del Ghetto. La gente ya se movía por allí. Un chiquillo de unos siete años corría como una cabra loca, completamente desnudo, tocándose con un gorro hecho de papel de periódico y yendo de puerta en puerta. Las antiguas farolas aparecían recubiertas por la pátina del polvo antiguo y la acción del sol.
—¡Mi querida y vieja ciudad de las cabañas! —gritó Tid. Y comenzó a correr por uno de los senderos, con las plantas silvestres cubriéndole hasta las rodillas. Walthamstone vaciló sólo un momento, y luego echó a correr siguiendo a su amante.
Bruce Ainson se puso la chaqueta con un leve aire de desesperación. Enid se hallaba al otro extremo del salón con las manos entrelazadas. Al principio, Ainson pretendía que fuera su esposa quien comenzase a hablar, pero pronto le dijo:
—¡No digas nada!
Ella no tenía ciertamente nada que decir. Ainson la miró de soslayo y sintió una súbita compasión.
—No te preocupes.
Enid sonrió e hizo un gesto de agradecimiento. Bruce Ainson subió, cerrando tras de sí la puerta.
Ya en la calle, colocó las monedas en la ranura del elevador de la esquina, que le subió hasta el nivel del tráfico local. Profundamente abstraído, se sentó en una silla móvil para acceder a la zona de tránsito ininterrumpido, y una vez allí tomó uno de los monobuses robot. Mientras salía disparado para el distante Londres, Ainson volvió a sumergirse en las emociones que le habían agarrotado y revivió la escena que había tenido con Enid al leer las noticias del periódico.
Sí, se había comportado muy duramente. Pero la verdad era que no habría podido comportarse mejor. Se podía ser tan moral, tan bienintencionado, tan bien controlado, tan inteligente y tan decente como él; pero luego, en un momento, la corriente de los días acababa con todo, como si algo vil y fétido procedente de unas aguas fantasmales e invisibles se viniera encima. Era algo a lo que había que hacer frente y vencer. ¿Por qué tendría que comportarse de forma diferente ante una bestialidad semejante?
El profundo mal humor, que ya había descargado sobre Enid, se fue disipando. Tendría que conducirse mejor ante Mihaly.
¿Por qué la vida tendría que proporcionar tales sinsabores? Sombríamente, reconoció que uno de los impulsos que le habían llevado a estudiar durante años para obtener su diploma de jefe explorador se había debido a la esperanza de encontrar un mundo escondido, fuera del alcance terrestre, entre el inmenso espacio de los tenebrosos años luz; un mundo de seres para quienes la existencia diurna no fuese una carga tan pesada sobre el espíritu. Deseaba saber cómo estaría formado.
Ahora parecía como si jamás fuese a tener la oportunidad de conseguirlo.
Al llegar hasta el enorme y nuevo cinturón exterior, que circundaba las afueras del gran Londres, Ainson cambió a otro nivel de distrito y se encaminó al edificio donde trabajaba sir Mihaly Pasztor. Diez minutos después esperaba con impaciencia ante la secretaria del director del Exozoo.
—Dudo que pueda verle esta mañana, señor Ainson, ya que no está usted citado.
—¿Qué?
Mirándose indecisa las uñas nacaradas de sus finos dedos la joven desapareció en la oficina interior. Poco después reapareció y se hizo a un lado para dejar paso a Ainson. Éste cruzó irritado frente a ella. Era una chica la que siempre había saludado y sonreído con deferencia; la amabilidad con que ella le había respondido no había sido sincera.
—Lamento interrumpirte en un momento en que te encuentras tan ocupado —dijo a Mihaly. Éste no respondió inmediatamente. Luego aseguró a su viejo amigo que todo estaba bien. Se acercó a la ventana y finalmente preguntó:
—¿Qué es lo que te trae por aquí, Bruce? ¿Cómo está Enid?
Ainson ignoró la impertinencia de la segunda pregunta y repuso:
—Ya debes de imaginar qué es lo que me ha traído aquí.
—Es mejor que tú me lo digas.
Ainson sacó un periódico del bolsillo, y lo arrojó sobre la mesa de Pasztor.
—Deberías haber visto este periódico. Esa maldita nave americana, la "Gansas", o como la llamen, sale la semana próxima para inspeccionar el planeta de los ETA.
—Espero que tengan buena suerte.
—Pero… ¿es que no te das cuenta de la ofensa que eso supone? No he sido invitado a ir en esa expedición. He estado esperando, día tras día, sus noticias. Pero no han llegado. Seguramente se trata de un error, ¿no crees?
—No creo que se trate de una equivocación, Bruce.
—Comprendo. Entonces, es una ofensa pública.
Ainson se quedó mirando fijamente a su amigo. ¿Era realmente un amigo? ¿No estaría desvirtuando el significado de esa palabra? ¿Eran amigos sólo porque se habían conocido hacía un buen número de años? Ainson había admirado los aspectos positivos del carácter de Pasztor, le había admirado por el éxito de sus tecnidramas, por su éxito como jefe de la primera expedición al planeta Charon. También porque era un hombre de acción. Pero ahora que ahondaba más en el problema comprendía que era solo un aficionado de la acción, la idea lisa y llana de un hombre de acción, una falsa imitación, como revelaba la calma con que desde su seguro puesto en el Exozoo observaba el desconcierto de su amigo.
—Mihaly, aunque soy un año mayor que tú, todavía estoy dispuesto para ostentar un puesto de seguridad en la Tierra; soy un hombre de acción, y aún tengo capacidad para entrar en acción. Puedo decir, sin falsa modestia, que todavía necesitan de hombres como yo en las fronteras del universo conocido. Yo descubrí a los ETA y no lo he olvidado, aunque otros lo hayan hecho. Debería estar en la "Gansas" cuando la nave salga al espacio la semana próxima en vuelo transponencial. Si tú quisieras podrías mover tus influencias y conseguir que yo participe en ese viaje. Te ruego que hagas esto por mí y juro que jamás volveré a pedirte otro favor. No puedo soportar la ofensa de quedar marginado en un momento vital como éste.
Mihaly puso una cara de circunstancias, miró a Ainson y se rascó la barbilla.
—¿Qué te parece un trago, Bruce?
—No, gracias. ¿Por qué insistes siempre en ofrecerme un trago, cuando sabes que no bebo?
—Bien, permíteme que me sirva un poco, aunque no tengo por costumbre beber a estas horas de la mañana —mientras abría las puertas dobles del mueble bar siguió diciendo—: No sé si te sentirás mejor o peor si te digo que no estás solo en ese olvido. Aquí, en el Exozoo, tenemos también nuestras decepciones. No hemos hecho ningún progreso con esos pobres ETA, nada de lo que esperábamos obtener.
—Pues tenía entendido que uno de ellos ha comenzado súbitamente a chapurrear en inglés…
—Sí, chapurrear es la palabra justa. Una serie de frases entrecortadas, con una sorprendente y precisa imitación de las voces que originalmente se las han dirigido. Yo reconocí perfectamente mi propia voz. Por supuesto, todo eso ha sido grabado en cinta magnetofónica. Pero, desgraciadamente, este progreso no ha llegado lo bastante pronto para evitar que todo se venga abajo. Ya he recibido noticias del ministro de Asuntos Extraterrestres en el sentido de que toda la investigación sobre los ETA está próxima a cerrarse.
Ainson estaba un tanto abstraído en sus propios pensamientos, pero al oír esto se quedó perplejo y asombrado.
—¡Por el universo busardiano! ¡No pueden cerrarla!. Tenemos entre manos lo más importante que haya podido ocurrir en toda la historia del hombre. Ellos… Bueno, no lo comprendo. No pueden archivar el caso así como así.
Pasztor se había servido un poco de whisky y lo paladeó con lentitud.
—Desgraciadamente, la actitud del ministro es bastante incomprensible. Estoy tan sorprendido como tú, querido Bruce, por el cariz que han tomado las cosas, pero adivino cómo ha ocurrido. No es fácil hacer que el público en general, incluso el ministro, vean que la cuestión de comprender a otra raza, o incluso decidir cómo tiene que medirse su inteligencia en comparación con la nuestra, es algo que no puede realizarse en un par de meses. Déjame decírtelo brutalmente, Bruce: sospechan que eres indisciplinado e inepto, y la sospecha se ha ido extendiendo como una sensación en el aire, si tú quieres, pero es así, y todos tenemos parte de culpa. Esa sensación ha vuelto la tarea del ministro un tanto más fácil, eso es todo.
—Pero no puede detener el trabajo que Bodley Temple y los demás están haciendo.
—Fui a verle anoche. Ha detenido todo el trabajo. Esta noche, los ETA serán llevados al Departamento de Exobiología.
—¡A Exobiología! Pero, ¿por qué, Mihaly? ¿Por qué? ¡Esto es una conspiración!
—El ministro razona así, con un optimismo que, personalmente, considero infundado. Dentro de un par de meses, la "Gansas" habrá localizado más ETA. De hecho, todo un planeta lleno de ellos. Se aclararán muchas de las cuestiones básicas, tales como en qué medida están avanzadas esas criaturas. Se obtendrán respuestas y, sobre la base de tales respuestas, se llevará a cabo un nuevo y efectivo intento de comunicar con estas criaturas.
Un fuerte estremecimiento recorrió todo el cuerpo de Ainson. Aquello confirmaba lo que había estado sospechando acerca de las fuerzas desatadas contra él. Mecánicamente, tomó uno de los cigarrillos de mezcal, lo encendió y, aspiró su fragancia. Su visión se aclaró lentamente.
—Supongamos que todo esto ha sido así; tiene que haber algo más tras la decisión del ministro.
Mihaly se sirvió otro trago.
—Anoche obtuve una deducción muy aproximada. El ministro me dio una razón que, nos guste o no, tenemos que aceptar.
—¿Cuál es esa razón?
—La guerra. Nos hallamos aquí muy confortablemente, y no podemos olvidar la tremenda guerra que el Brasil ha mantenido por tanto tiempo. El Brasil ha capturado la estación Cinco Cero Tres de Charon y parece que nuestras bajas han sido mucho mayores que las anunciadas. Lo que interesa ahora al Gobierno, mucho más que la posibilidad de comunicarse y hablar con los ETA, es el hecho de que no experimentan el dolor. Si hay alguna sustancia que circula por sus arterias y les confiere una completa analgesia, el Gobierno quiere conocerla. Sería un arma de guerra potencial. Siguiendo ese razonamiento oficial, tenemos que descubrir, por tanto, cómo responden esos seres. Es preciso que hagamos el mejor uso de ellos.
Ainson se frotó la cabeza. ¡La guerra! ¡Más locura! Aquello nunca le había cabido en la cabeza.
—¡Sabía que ocurriría! ¡Sí, tenía que suceder! Así es como van a despedazar a nuestros dos ETA —y su voz chirrió como una puerta de goznes oxidados.
—Van a manipularlos de la manera más refinada. Les insertarán electrodos en sus cerebros para ver si es posible inducir el dolor. Intentarán, igualmente, recalentarlos o enfriarlos. En pocas palabras: tratarán de descubrir si los ETA están realmente libres del dolor y, en caso contrario, comprobar si se debe a una insensibilidad natural o es algo producido por un anticuerpo. Yo he protestado contra todo el programa, pero hubiera sido mejor no haberlo hecho. Estoy tan trastornado como tú.
Ainson apretó vigorosamente un puño contra su estómago.
—Lattimore está detrás de todo esto. ¡Supe que era mi enemigo desde que le vi! No deberías haberle dejado que…
—Oh, vamos, Bruce, no seas tonto. Lattimore no tiene nada que ver con todo esto. ¿No comprendes que esto se produce cada vez que surge algo importante? Son los políticos, no los que sólo disponen del conocimiento, quienes tienen la última palabra. A veces pienso que el género humano está un poco loco.
—Todos están locos. Sólo de imaginar que no me han dejado que vaya en la "Gansas"… ¡Yo he descubierto a las criaturas, las conozco! ¡La "Gansas" me necesita! Tienes que hacer cuanto puedas, Mihaly. ¡Hazlo por nuestra amistad!
Pasztor meneó la cabeza con aire sombrío.
—No puedo hacer nada por ti. Ya sabes por qué. Yo tampoco gozo ahora del favor del poder público. Tienes que hacerlo por ti mismo, como todos. Además, hay una guerra que continúa adelante.
—Estás utilizando la misma excusa. La gente ha estado siempre contra mí. Lo estuvo mi padre, lo están mi esposa y mi hijo… Y ahora tú. Tenía mejor concepto de ti, Mihaly. Es una deshonra pública que yo no me encuentre a bordo del "Gansas" cuando se lance al vacío. No sé qué debo…
Mihaly se removió inquieto en su asiento, levantó su vaso de whisky y miró fijamente al suelo.
—Bruce, realmente no tenías que haber esperado nada de mi parte. Con el corazón en la mano, sabes muy bien que no se puede esperar nada bueno de nadie.
—No lo esperaré en el futuro. No te imaginas lo amargado que un hombre puede volverse… ¡Dios mío, qué queda entonces digno de vivirse!
Ainson se puso en pie y dejó la colilla del cigarro de mezcal en el cenicero.
—Estoy acabado.
Y en un estado de completo desquiciamiento abandonó la habitación de Pasztor. Pasó sin mirar a la secretaria, aunque con ella no se sentía tan mal como en presencia de aquel engreído húngaro, capaz de contemplar con toda calma el sufrimiento de los demás.
Su pensamiento retrocedió para considerar mejor la situación. Uno no se lanza a la terrible aventura de buscar nuevos planetas, con todo el esfuerzo que ello supone, sólo porque se confía en descubrir algún día una especie de seres para quienes la vida no sea una carga tan pesada; pero la moneda tiene otra cara. Uno se embarca en la aventura porque la vida en la Tierra es un infierno y porque convivir con otros seres humanos es algo terrible.
No era tan maravilloso hallarse a bordo de una nave espacial (aquel bastardo de Bargerone, a quien tenía que culpar de todos los problemas surgidos), pero por lo menos en una nave todo el mundo ocupaba una posición: la que le correspondía; había reglas que obedecer y observar, y en caso contrario existía el castigo. Tal vez aquél fuera el secreto del espíritu explorador. Sí, tal vez aquél había sido siempre el conocimiento existente en los corazones de los grandes exploradores. Por muchos que fueran los peligros del reino de lo desconocido, no eran comparables a los que se escondían en el corazón de los amigos y los miembros de la familia. Eran preferibles los males desconocidos; los que ya se conocían…
Se dirigió a casa con una especie de irritada satisfacción. ¡Jamás habría podido imaginar que las cosas se presentaran así!
Cuando el jefe explorador abandonó su oficina, sir Mihaly Pasztor apuró su vaso, lo dejó sobre la mesa y caminó preocupado hacia la sala contigua a su despacho.
Un joven permanecía sentado en una cómoda butaca. Estaba fumando un mezcal y parecía como si estuviera comiéndoselo. Era un tipo esbelto, con una barba incipiente que le hacía aparentar más edad que sus dieciocho; su rostro inteligente tenía un aspecto sombrío y preocupado cuando se volvió interrogativamente hacia Mihaly.
—Tu padre acaba de marcharse, Aylmer.
—Sí, ya he reconocido su voz. Sonaba tan estentórea como siempre. Ambos se dirigieron a la oficina.
Aylmer aplastó su cigarro de mezcal en el cenicero de sobremesa.
—¿Qué le ocurre? ¿Es algo que tenga que ver conmigo?
—Pues no, realmente no. Quería que yo hiciese todo lo posible para que le admitan en la "Gansas".
Los ojos de padrino y ahijado se encontraron. El joven rostro de Aylmer esbozó una sonrisa, y ambos estallaron en una sonora carcajada.
—¡Tal padre, tal hijo! Espero que no le hayas dicho que he venido aquí con idéntica pretensión, ¿verdad?
—Por supuesto que no. Ya tiene bastante para sentirse desgraciado por todo el día. Y ahora, jovencito, no te ofendas si te despacho pronto, pero tengo muchísimas cosas que resolver. ¿Estás seguro de que todavía sigues queriendo alistarte en el Cuerpo de Exploración?
—Ya sabes que sí, tío Mihaly. Siento que no puedo permanecer en la Tierra por más tiempo. Mis padres me lo han estado haciendo imposible, por lo menos hasta ahora. Quiero ir al espacio, alejarme.
Mihaly hizo un gesto de asentimiento con simpatía. Había oído expresar aquellos mismos sentimientos con mucha frecuencia, sin desalentarlos nunca, aunque sólo fuera porque, una vez, él mismo los había experimentado. Cuando eres joven nunca se comprueba que no existe la lejanía —incluso la más distante galaxia— lugares sin fin capturados por el ego. Puso algunos documentos sobre la mesa.
—Éstos son los papeles que necesitarás. Un amigo mío, Grant Lattimore, del Consejo de la Fuerza Aérea de la JN, ha explicado las cosas a David Pestalozzi, que capitanea la "Gansas" en este viaje. Puesto que tu padre es muy conocido, será más prudente que te embarques con nombre supuesto. De acuerdo con esto, te llamarás Samuel Melmoth. Espero que no te importe…
—¿Por qué tendría que importarme? Te estoy muy agradecido por haberlo hecho, y no siento ninguna particular simpatía por mi propio nombre.
El joven levantó los puños por encima de la cabeza y lanzó un grito de triunfo.
¡Qué fácil resultaba sentirse excitado cuando se era joven!, pensó Mihaly. Y qué duro mantener una verdadera amistad entre dos generaciones. Con frecuencia era como dos especies distintas haciéndose señales recíprocamente; a través de un abismo.
—¿Qué ocurrió con esa chica con la que andabas mezclado? —preguntó Mihaly a su ahijado.
—Ah, ella… —Por un momento, a sus ojos volvió la mirada sombría de antes—. Fue tiempo perdido.
—Espero que perdones mi curiosidad, Aylmer, pero ¿no fue ella la causa de que tu padre te echara de casa? ¿Qué hicisteis para que tu padre lo considerase algo imperdonable?
Aylmer parecía molesto e intranquilo.
—Vamos, hijo, cuéntamelo —insistió Mihaly, con impaciencia—. Soy un hombre de mentalidad abierta, un hombre de mundo que no se parece a tu padre.
Aylmer sonrió.
—Resulta divertido. Siempre creí que tú y mi padre os parecíais mucho. Tenéis una experiencia parecida en viajes espaciales; ninguno de los dos tomáis alimentos sintéticos, seguís aferrados a comer cosas pasadas de moda, como esos trozos de animal cocido… —Aylmer hizo un gesto de disgusto y continuó—: Pero si eso satisface tu curiosidad, te diré que mi padre llegó una noche a casa, inesperadamente, cuando tenía a mi chica en la cama. La estaba besando entre los muslos, cuando él abrió la puerta. ¡Aquello casi le hizo perder la cabeza! ¿Te sorprende a ti también?
Mihaly desvió la vista y contestó:
—Mi querido Aylmer, lo que me sorprende es que me creas parecido a tu padre. Eso de la comida… ¿no te das cuenta de que generación tras generación nos estamos divorciando cada vez más de la naturaleza? Este deseo exagerado de tomar los alimentos sintéticos, por ejemplo, es la negación de la naturaleza animal del hombre. Somos una mezcla de animal y de espíritu, y negar un lado de nuestra naturaleza es empobrecer el otro.
—Supongo que los hombres de la Edad de Piedra utilizaron ese mismo argumento contra cualquiera que comenzara a cocinar sus alimentos. Pero ahora vivimos en un universo busardiano, y tenemos que pensar de acuerdo con él. Tienes que comprender, tío, que ya no estamos en condiciones de discutir qué es "natural" y qué no lo es.
—Ah… ¿Y por qué te disgusta que coma… "trozos de animal"?
—Porque eso va inevitablemente ligado a… Bueno, sencillamente es desagradable.
—Será mejor que te vayas, Aylmer. Tengo que resolver la cuestión de mis dos extraterrestres con los vivisectores. Te deseo lo mejor, hijo.
—Adiós, tío. Te traeremos muchos más para que sigáis experimentando.
Y con aquellas palabras pronunciadas sin pensar, como aliento para su padrino, Aylmer Ainson se guardó los documentos en el bolsillo, hizo un alegre gesto de despedida con la mano y se marchó.
Vista desde el espacio, en una escala acelerada del tiempo, la Tierra y sus habitantes podrían haber sido tomada por un organismo que hubiera sufrido una convulsión. Moviéndose como microbios por las arterias de un cuerpo, las motas humanas se habrían deslizado a sus pasajes de tráfico para converger en diversos puntos del globo, hasta que aquellos puntos comenzaron a parecer como úlceras sobre la superficie de la esfera.
La inflamación iría creciendo, convirtiendo el globo en una masa enfermiza, hasta que se produjese un cambio. Las motas humanas retrocederían hasta un punto central con una apariencia de orden. Este objeto central sería como una pústula, el principio de una infección. Entonces estallaría y saldría disparada al exterior. Como si hubiera sido librada de una intolerable presión, la gente que diera la impresión de motitas a un observador cósmico posiblemente se dispersaría, para volver a reunirse más tarde en otro lugar de infección. Mientras tanto, la burbuja de materia proyectada, haría que el ojo cósmico se apartase de la observación y atendiera a sus propios asuntos.
Aquella particular burbuja de materia proyectada se denominaba "S. S. Gansas". Este nombre estaba grabado con letras de reluciente berilio de tres yardas de altura en sus costados. Sin embargo, una vez fuera del sistema solar, el nombre se haría completamente ilegible, incluso para el hipotético observador, ya que la nave entraba en vuelo transponencial.
EI vuelo transponencial es una de esas ideas que han estado presentes en el límite de la mente humana desde que el hombre descubrió que podía expresarse con la lengua, y probablemente antes, puesto que el menos poderoso es quien sueña más intensamente con la omnipotencia. Desde un punto de vista semántico, el vuelo transponencial consiste, precisamente, en lo más opuesto al viajar: la nave permanece inmóvil y es el universo el que se mueve en la dirección deseada.
EI doctor Chosissy lo explicó mejor y con mayor precisión en su conferencia del Congreso Mundial del año 2033, cuando dijo: "Por muy sorprendente que parezca a quienes han sido educados en la cómoda certidumbre de la física de Einstein, el factor variable de las nuevas ecuaciones tardianas demuestra ser el propio universo. Puede demostrar que la distancia ha quedado aniquilada, reducida a cero. Reconocemos al fin que la distancia es solamente un concepto matemático, sin existencia real en el universo tardiano. Durante el vuelo TP (transponencial) ya no es posible seguir afirmando que el universo rodea a la nave espacial. Diríamos, con mayor precisión, que la nave es la que rodea al universo".
Se habían logrado los antiguos sueños de poder, y la montaña había venido obedientemente hacia Mahoma.
Hank Quilter, con la alegre inconsciencia de la injusta idea que tenía sobre el universo, refería las aventuras de su último permiso a sus nuevos compañeros de tripulación.
—Hank, ciertamente tienes toda la suerte del mundo —dijo un hombre cuya sonrisa siempre dulzona le había proporcionado el apodo de Piña de Miel—. Te envidiaría esa suerte si no pensara que estás inventando la mitad de las cosas que cuentas sobre ella… ¡Ja! ¡Ja!
—Si no aceptas mi palabra, te voy a dar de palos hasta que lo hagas —dijo Quilter.
—¡La verdad mediante la violencia! —se oyó decir a alguien con una risotada.
—Mostradme una forma mejor —repuso Quilter, haciendo un guiño y riendo a su vez.
Puesto que lo que había dicho era muy poco exagerado, no le molestaba que hubiesen puesto en duda sus palabras. Si hubiera mentido, habría sido diferente.
—Os contaré otra cosa divertida que me ocurrió —continuó Quilter—. Un día antes de subir a bordo de la nave recibí la carta de un tipo que había servido conmigo en la "Mariestopes", un simpático individuo llamado Walthamstone, un británico. En su primera noche en la Tierra se emborrachó y armó un escándalo. Los policías le cogió y le enviaron una pequeña temporada a la sombra. Parece que estaba un tanto chiflado en aquel entonces. De cualquier forma, se encontró en la cárcel con un marica, el cual pervirtió al pobre Walthamstone; le trabajó, ya sabéis… Y cuando les soltaron, Wal se fue a vivir con su marica Ghetto Gay. ¡Ahora parece que se han casado y son felices!
Quilter estalló en una carcajada al pensar en lo sucedido.
Un joven barbudo, que hasta entonces no había dicho palabra, llamado Samuel Melmoth, dijo entonces:
—Pues a mí no me parece tan divertido. Todos necesitamos el amor de una forma u otra, como han demostrado tus historias anteriores. Creo que deberías ser más considerado con tu amigo.
Quilter dejó de reír y miró fijamente a Melmoth. Se limpió la boca con el dorso de la mano.
—¿Qué intentas decirme, Mac? Yo sólo me río de las cosas que les ocurren a la gente. Y… ¿por qué Walthamstone merece algún tipo de consideración? Es libre para elegir, ¿no? Hizo lo que le dio la gana al salir de la cárcel ¿no?
Melmoth comenzó a parecer tan testarudo y ofendido como su padre, cuyo nombre era diferente.
—Por lo que has dicho, le sedujeron.
—Está bien, está bien, le sedujeron. Y ahora, dime si todos nosotros no somos seducidos en una ocasión u otra de una u otra manera. Por ejemplo, cuando nuestros principios son traicionados. Pero si fueran más fuertes no nos entregaríamos, ¿verdad? Así que lo ocurrido a Wal es de su propia incumbencia.
—Pero si hubiera tenido algunos amigos…
—No tiene nada que ver el tener amigos, enemigos, ni nada parecido. Es lo que intento aclarar. Incumbe únicamente al propio Wal. Todo cuanto nos sucede es de nuestra propia incumbencia.
—Ah, vamos; todo eso no es más que basura —protestó Piña de Miel.
—Vuestro problema es que estáis todos enfermos —dijo Quilter.
—Piña de Miel tiene razón —insistió Melmoth—. Todos comenzamos a vivir con más problemas de los que podemos resolver nunca.
—Mira, amigo, en primer lugar nadie te ha pedido tu opinión. Habla por ti mismo —dijo Quilter.
—Es lo que hago.
—Bien, entonces haz el favor de no abrir la boca en mi nombre. Yo llevo mis problemas sobre mi propia espalda; además, creo que el hombre posee el libre albedrío. Hago lo que quiero hacer, ¿entiendes?
En aquel momento, el sistema de altavoces dejó sentir su voz fuerte y mecánica:
—¡Atención! Hank Quilter, tripulante Tres Cero Siete, Quilter, tripulante Tres Cero Siete, proceda inmediatamente a presentarse en la oficina del consejero de vuelo en la cubierta de reconocimiento. Repetimos: oficina del consejero de vuelo, cubierta de reconocimiento. Eso es todo.
Refunfuñando, Quilter se dispuso a obedecer la orden.
El consejero de vuelo Bryant Lattimore estaba descontento de su oficina situada en la cubierta de reconocimiento. Estaba decorada al estilo moderno Ur-Organic, con paredes, suelo y techo llenos de bajorrelieves de plástico en dos tonalidades. El diseño representaba la superficie de los cristales de óxido de molibdeno aumentados setenta y cinco mil veces. Un diseño para ponerle a uno en armonía con el universo busardiano.
Al consejero de vuelo, Bryant Lattimore, le agradaba su trabajo.
Cuando oyó tocar en la puerta y entró el tripulante Quilter, Lattimore le hizo un gesto amigable, invitándole a tomar asiento.
—Quilter, usted sabe por qué vamos al vacío. Intentamos descubrir el planeta de origen de esos extraterrestres, vulgarmente conocidos por los hombres-rinoceronte. Mi misión consiste en formular por anticipado las líneas de comportamiento a seguir cuando hayamos llegado a ese planeta. He repasado la lista de la tripulación y me he fijado en su nombre. Usted estaba en el "Mariestopes", cuando el primer grupo de hombres-rinoceronte fue descubierto, ¿no es así?
—Estaba en el cuerpo de exploración, señor. Fui uno de los que encontraron a esas criaturas. Maté a tres o cuatro de ellas cuando cargaron sobre nosotros. Verá usted…
—Esto es muy interesante, Quilter, pero ¿no cree que será mejor que vayamos más despacio?
Quilter relató su historia con todo detalle, mientras Lattimore escuchaba y miraba los cristales de molibdeno entre los cuales se hallaba aprisionado. Afirmaba con la cabeza, quitándose intermitentemente un poco de moco seco del interior de su nariz.
—¿Está usted seguro de que esas criaturas le atacaron? —preguntó Lattimore.
Quilter vaciló, sopesó la autoridad de Lattimore y decidió contar la verdad de lo ocurrido tal como él lo vio.
—Digamos que venían sobre nosotros, señor. Por tanto, decidimos crear un comité de recepción.
Lattimore sonrió.
Cuando hubo despedido al tripulante, presionó un botón y apareció la señora Hilary Warhoon. Estaba muy elegante con su resplandeciente uniforme que simulaba el de un hombre, pero con unos claveles estampados; y el brillo de su mirada reflejó lo encantada que se encontraba, inmersa en el universo busardiano.
—¿Ha dicho Quilter algo interesante? —preguntó, sentándose en la mesa, cerca de Lattimore.
—Sólo sin darse cuenta. Superficialmente su actitud es honrada. No se sabe mucho de los hombres-rinoceronte, como les llaman, y a los que concedemos el beneficio de la duda hasta que descubramos si son o no unos cerdos educados. Por debajo de su charla se advierte que él los considera como piezas de caza mayor, porque les ha disparado como si fueran tales. Creo que si luego resulta que son unos brillantes pensadores y todo lo demás, nuestra relación con ellos va a ser condenadamente difícil.
—Sí, comprendo. Si son pensadores brillantes, su pensamiento debe ser notablemente diferente del nuestro.
—¿Jaque! Y no solamente eso. Los filósofos que viven en el barro no van a hacer muy buenas migas con los que viven en la Tierra. Las masas se sienten siempre mucho más apasionadas por el barro que por los filósofos.
—Afortunadamente, lo que piensen las masas no va a importarnos aquí.
—¿Cree que no? Diablos, usted es la cosmoclética, Hilary. Pero yo he estado antes en vuelo TP y conozco las extrañas reglas psicológicas que rigen a bordo. Es como una condenada versión del libro Al este de Suez, de Rudyard Kipling. ¿Cómo sería ahora? "Llévame a alguna parte al este de Suez, donde lo mejor es como lo peor, donde no hay los mandamientos…" Lo mejor viene a ser como lo peor cuando se pone el pie sobre un planeta que recibe luz del sol, Hilary. Y usted siente que… Bueno, es como una especie de irresponsabilidad… uno siente que puede hacer cualquier cosa porque nadie de la Tierra va a juzgarle luego; mientras que, al mismo tiempo, "lo que le gusta" es parte de lo que las masas de la Tierra desearían hacer, si tuvieran licencia para ello.
La señora Warhoon tamborileó sobre la mesa con cuatro dedos.
—Eso suena algo siniestro.
—¡Diablos, los impulsos irracionales del hombre son siniestros! No piense que estoy generalizando. He visto cómo ese talante aparece en un hombre con demasiada frecuencia. Probablemente eso fue lo que arruinó a Ainson. Y lo siento en mí mismo.
—Ahora creo que no entiendo qué quiere decir.
—No se sienta ofendida. Yo podría sentir lo que Quilter disfrutó al disparar a nuestros amigos. ¡Es la excitación de la caza! Si yo viese a un puñado de ellos por la pradera no me importaría dispararles.
La voz de la señora Warhoon sonó ligeramente helada.
—¿Qué pretende hacer si encontramos el planeta de origen de los ETA?
—Usted ya lo sabe: actuar de acuerdo con la lógica y la razón. Todo este equipo está hecho para los negocios, no para el placer. Pero también soy consciente de que hay una parte de mí mismo que dice: "Lattimore, esas criaturas no sienten el dolor, ¿cómo puede algo tener un espíritu, un alma, o ser inteligente, o apreciar algo inimaginable, equivalente a los poemas de Byron o a la segunda sinfonía de Borodin, si no sufre?" Y me digo a mí mismo que cualesquiera que sean los dones que tengan, si no poseen el sentido del dolor están para siempre más allá del alcance de mi comprensión.
—Pero ése es precisamente el reto. Por eso debemos tratar de comprender ese…
Ella parecía mucho más atractiva con los puños cerrados.
—Sí, ya sé. Pero usted me está hablando con la voz del intelecto —dijo Lattimore, retrepándose en su sillón. Resultaba placentero disparar contra Hilary con su especial mentalidad varonil—. Estoy escuchando también una especie de voz de Quilter, una vox populi, un grito, no sólo salido del corazón, sino de las entrañas. Y esa voz dice que sea cual sea el talento de esos animales, son menos que búfalos, cebras o tigres, y el impulso primitivo surge en mí al igual que lo hizo en Quilter, y también deseo dispararles.
Ahora Hilary tamborileaba con ocho dedos sobre la mesa, pero se las arregló para mirarle a la cara y sonreír.
—Bryant, está usted jugando a una partida intelectual contra sí mismo. Estoy segura de que incluso Quilter presentó excusas por su acción. En consecuencia, incluso sintió la culpabilidad de sus acciones, y usted, que es más inteligente, puede saborear su culpabilidad de antemano y, ante todo, controlarse.
—Al este de Suez un hombre inteligente puede encontrar más disculpas para sí mismo que un cretino —Lattimore cedió al ver la vejación en el rostro de la señorita Warhoon—. Como usted dice, probablemente estoy jugando una partida conmigo mismo. O con usted.
Abandonó una mano sobre los dedos de Hilary como si fueran cristales de molibdeno. Ella se apresuró a retirarlos.
—Bryant, cambiemos de tema. Tengo una sugerencia que puede resultar más fructífera. ¿Cree usted que podría encontrarme un voluntario?
—¿Para qué?
—Para abandonarle en un planeta extraño.