Sobre el terreno, las nuevas hojas de hierba surgían con su envoltura de clorofila. En los árboles sobresalían las lenguas de verdor, envolviendo tallos y ramas —pronto el lugar se asemejaría al imbécil intento de un niño de la Tierra que dibuja árboles de Navidad— pues la primavera nuevamente estimulaba a todo lo que crecía en el hemisferio austral del planeta Dapdrof.
No es que la naturaleza fuese más amable en Dapdrof que en cualquier otra parte. Aunque enviara los vientos cálidos sobre el hemisferio sur, reunía la mayor parte de los del norte en un gélido monzón.
Apoyado en sus muletas, el anciano Aylmer Ainson se hallaba erguido en la puerta, rascándose pausadamente la calva, mientras observaba atentamente los árboles. Incluso las más extremas y delgadas ramitas apenas se agitaban, aunque soplaba una fuerte brisa.
Aquel efecto pesado estaba causado por la fuerza de la gravedad; incluso las ramitas, como todas las cosas en Dapdrof, pesaban tres veces más que en la Tierra. Ainson hacía ya mucho tiempo que estaba acostumbrado al fenómeno. Su cuerpo se había desarrollado cargado de espaldas y con el pecho hundido, y así llegó a acostumbrarse. También su cerebro había crecido un tanto redondeado en el proceso.
Afortunadamente, no le afligía el anhelo de revivir el pasado, que derriba a tantos humanos incluso antes de llegar a la edad madura. La visión de aquellas nuevas hojas verdes sólo despertó en Ainson una vaga nostalgia, que le evocaba el remoto recuerdo de que su niñez había transcurrido entre un follaje más sensible a los céfiros de abril; céfiros que, por lo demás, se hallaban a cien años luz de distancia. Era libre de estar a la puerta, gozando del más exquisito lujo del hombre: una mente en blanco.
Observaba distraídamente a Quequo, el utod hembra, mientras caminaba entre sus lechos vegetales, bajo los árboles ammp, lanzando finalmente su cuerpo dentro del barro acogedor. Los árboles ammp permanecían siempre verdes, a diferencia de los restantes árboles en el recinto de Ainson. En lo más alto de ellos, reposando entre el follaje, había grandes pájaros blancos de cuatro alas, que decidieron emprender el vuelo cuando
Ainson los miró, revoloteando en el aire como inmensas mariposas y extendiendo sus sombras por la casa al pasar.
Pero la casa ya estaba salpicada con sus sombras. Obedeciendo al impulso de crear una obra de arte para quien les visitara, quizás una sola vez en cien años, los amigos de Ainson habían arrancado el blanco de sus paredes, esparciendo atolondradamente siluetas de alas y cuerpos, como impulsándolo todo hacia arriba. El airoso movimiento del conjunto daba la impresión de que la casa de achatados aleros se elevaba contra la gravedad; pero aquello era sólo una apariencia, ya que esa primavera descubrió cómo el árbol de neoplásico del tejado se había combado, y cómo las paredes que soportaban la estructura estaban alabeadas y más cerca del suelo.
Era la cuadragésima primavera que Ainson había visto pasar en su pequeña zona de Dapdrof. Incluso la sazonada pestilencia procedente del estercolero ahora olía sólo a hogar. Mientras la respiraba, su grorg —el comedor de parásitos— le rascaba la cabeza y, para agradecérselo, Ainson levantó la mano y dio unos golpecitos cariñosos en el cráneo de aquella criatura parecida a un lagarto. Ainson supuso que era lo que su grorg deseaba realmente, pero en aquella hora, con sólo uno de los soles en el cielo, hacía demasiado frío para unirse a Snok Snok Karn y Quequo Kiffúl con sus grorgs y darse un revolcón en el lodo.
—Tengo frío aquí en la entrada. Voy adentro para echarme un rato —dijo a Snok Snok en lengua utodia.
El joven utod levantó la mirada y extendió dos de sus miembros en señal de comprensión. Aquello era grato. Incluso después de cuarenta años de estudio, Ainson encontraba el lenguaje utodiano lleno de acertijos. No estaba seguro de no haber dicho: "El arroyo está helado y me voy dentro para cocerlo". No era fácil captar el correcto grito flexionado y silbante de aquellas criaturas; sólo disponía de un orificio para emitir sonidos, contra los ocho con que contaba Snok Snok. Blandió las muletas y entró en la casa.
—Su discurso se hace menos comprensible de lo que era antes —comentó Quequo. Ya tuvimos bastantes dificultades para enseñarle a comunicarse. No es un mecanismo eficiente, este hombre-con-piernas. Te habrás dado cuenta de que se mueve con más lentitud que antes.
—Sí, madre, ya me he dado cuenta. Él mismo se queja sobre eso. Menciona cada vez más ese fenómeno al que llama dolor.
—Es difícil cambiar ideas con estos hombres-con-piernas de la Tierra, pues su vocabulario es muy limitado y su espectro vocal mínimo. Pero llego a la conclusión, por cuanto estuvo intentando decirme la otra noche, que si fuese un utod, sería ahora un anciano de casi mil años de edad.
—Entonces sólo queda esperar que pronto evolucione hacia la fase de carroña.
—Según creo, eso es lo que significa el cambio al color blanco de los hongos de su cráneo.
Aquella conversación se llevó a cabo en lenguaje utodiano, mientras Snok Snok yacía de espaldas contra el inmenso corpachón simétrico de su madre, empapado de aquel maravilloso légamo. Sus grorgs se les subían encima, lamiendo y saltando. La pestilencia, enriquecida por el ligero brillo del sol, era magnífica. Sus excrementos, abandonados en la delgada capa de lodo, suministraban valiosos aceites que se filtraban por la piel y la hacían más suave.
Snok Snok Karn era ya un gran utod, un rollizo retoño de la especie dominante del pesado mundo de Dapdrof. En realidad era un adulto, aunque todavía neutro y en el perezoso ojo de su mente se vio a sí mismo, de todos modos, convertido en un macho en las próximas décadas. Cambiaría de sexo cuando Dapdrof cambiara de sol, y para aquel acontecimiento —el periódico trastorno entrópico solar orbital— Snok Snok se hallaba, desde luego, bien preparado. La mayor parte de su dilatada niñez había estado ocupada con disciplinas, preparándole para aquel acontecimiento. Quequo había sido muy buena en las disciplinas y en la crianza mental: apartada del mundo, ya que los dos estaban allí con Ainson, el hombre-con-piernas, les había proporcionado toda su imponente y maternal concentración.
Lánguidamente, sacó uno de sus miembros, recogió una masa de lodo y se recubrió el pecho con ella. Después, poniendo en práctica sus buenas maneras, se apresuró en tomar un poco del barro recogido y esparcirlo por la espalda de su madre.
—Madre, ¿crees que el hombre-con-piernas se está preparando para el esod? —preguntó Snok Snok, retrayendo el miembro a la suave superficie de su flanco.
Hombre-con-piernas era el nombre que le daban a Aylmer, y esod una forma práctica de referirse al desarreglo entrópico solar orbital.
—Es difícil de decir, debido a la barrera del lenguaje que se interpone entre nosotros —dijo Quequo, parpadeando entre el barro—. Hemos intentado charlar sobre ello, pero sin gran éxito. Lo intentaré de nuevo; debemos hacerlo. Si no estuviese preparado, sería para él un grave problema, pues podría pasar súbitamente al estado de carroña. Pero seguramente tienen ese mismo problema en el planeta del hombre-con-piernas.
—Ya no tardará mucho, ¿verdad, madre?
Como la madre no se molestó en responderle, pues los grorgs se movían activamente sobre ella, subiendo y bajando por la espina dorsal, Snok Snok continuó descansando y pensó en el tiempo, ya cercano, en que Dapdrof abandonaría el sol actual —Azafrán Sonriente— y quedaría en la órbita de Ceñudo Amarillo. Sería un período difícil, y para afrontarlo tendría que ser viril, duro v bravo. Luego vendría finalmente la estrella Blanca Bienvenida, la estrella feliz, el sol bajo el cual había nacido, y que tanto había influido en su naturaleza perezosa y risueña. Bajo la luz de Blanca Bienvenida podría hacerse cargo de los cuidados y las alegrías de la maternidad, educando y entrenando un hijo igual que él.
La vida resultaba maravillosa cuando se pensaba profundamente en ella. Los hechos del esod podrían resultar prosaicos para algunos, pero a Snok Snok, aunque era sólo un muchacho del campo educado con excesiva sencillez, sin noción alguna sobre la incorporación al sacerdocio y la navegación por los reinos estelares, la naturaleza le parecía espléndida. Incluso la suave caricia del sol, que cubría sus trescientos noventa kilos de peso, contenía una poesía sin paráfrasis adecuada. Se acercó a uno de los lados y excretó en el estercolero, como un pequeño tributo a su madre. Ensucia a los demás como quisieras ser ensuciado.
—Madre, ¿fue a causa de que el clero se atrevió a abandonar los mundos de los Soles Triples por lo que se encontraron con los hombres-con-piernas terrestres?
—Estás muy charlatán esta mañana. ¿Por qué no vas y hablas con los hombres-con-piernas? Ya sabes cómo te divierte su versión de lo ocurrido en los reinos estelares.
—Pero madre, ¿qué versión es la auténtica, la suya o la nuestra?
La madre vaciló unos instantes antes de responderle, pues la contestación era tremendamente difícil, pero sólo una respuesta precisa permitiría la comprensión de las cosas.
Finalmente, le dijo:
—Con frecuencia existen varias versiones de la verdad, hijo mío. El muchacho ignoró la indicación de su madre.
—Pero fue el clero que llegó hasta más allá de los Soles Triples quien encontró primero a los hombres-con-piernas.
—¿Por qué no sigues descansando y madurando?
—¿No dijiste que los encontraron en un mundo llamado Grud rodd, sólo unos cuantos años después de que yo naciera?
—Ainson te lo dijo primero.
—Fuiste tú quien me dijo que surgirían problemas de ese encuentro…
El primer encuentro entre el utod y el hombre ocurrió diez años después del nacimiento de Snok Snok. Como éste había dicho, aquel encuentro tuvo lugar en el planeta que su raza denominaba Grudgrodd. Si se hubiera producido en un planeta distinto, si hubieran estado implicados otros protagonistas, el resultado final de aquel hecho habría sido muy distinto. Si alguien… Pero de poco vale embarcarse en conceptos condicionales. En la historia no había "síes", solamente se hallan en la mente de los observadores que la revisan, y por lo que sabemos, nadie ha demostrado que la casualidad sea algo distinto a una ilusión estadística inventada por el hombre. Sólo podemos decir que lo sucedido entre el hombre y el utod se produjo en tal o cual forma.
Esta narración se ocupará de aquellos acontecimientos con el menor número de comentarios posible, y el lector deberá recordar que lo que Quequo dijo es aplicable tanto al hombre como a los seres extraños: las verdades llegan en formas tan diversas como las mentiras.
Grudgrodd pareció bastante tolerable a los primeros utods que lo inspeccionaron.
Una nave utodia del reino de las estrellas se había posado sobre el planeta en un amplio valle inhóspito, rocoso y frío, y cubierto de cardos salvajes que llegaban hasta la altura de la rodilla en la mayor parte de su extensión. Sin embargo, su apariencia recordaba la de algunos remotos lugares que podían hallarse en el hemisferio septentrional de Dapdrof. Salió un par de grorgs por la escotilla. Regresaron hora y media después, intactos y respirando pesadamente. Existían diferencias, pero el lugar resultaba habitable.
Practicaron en el suelo el ceremonial de la inmundicia con la intención de persuadir al sagrado cosmopolitano a que excretara fuera de la escotilla, en un universal gesto de fertilidad.
—Creo que es una equivocación —dijo.
La palabra utodia correspondiente a "una equivocación" era Grudgrodd (transcripción de un gruñido átono, todo lo aproximada que permite la escritura terrestre), y de allí en adelante el planeta fue conocido como Grudgrodd.
Todavía resuelto a protestar, el cosmopolitano salió seguido por sus tres politanos y el planeta fue proclamado como una dependencia de los Soles Triples.
Cuatro acólitos se dispusieron a limpiar laboriosamente de cardos salvajes un círculo de terreno junto a la orilla del río. Trabajaron rápidamente con sus seis miembros extendidos; dos de ellos extraían tierra fuera del círculo y después dejaban que el agua entrara por un lado mientras los otros dos convertían el barro resultante en un rico légamo.
El cosmopolitano permaneció al borde del creciente cráter, observando el trabajo abstraídamente con sus ojos traseros, y discutió con tanta fuerza como solía hacerlo un utod, sobre los aciertos y los errores de tomar contacto con un planeta que no pertenecía a los Soles Triples. Los tres politanos, a su vez, le respondieron con toda la fuerza de que fueron capaces.
—La Sensación Sagrada está completamente clara —dijo el cosmopolitano—. Como hijos de los Soles Triples, nuestras defecaciones no tienen que tocar los planetas que no alumbren esos soles; existen límites para todas las cosas, incluso para la fertilidad. —Y extendió un miembro hacia arriba, donde un gran globo malva del tamaño de una fruta ammp observaba fríamente la ceremonia sobre un banco de nubes—. ¿Justifica eso a un sol como Azafrán Sonriente? ¿Lo tomáis por Blanca Bienvenida? ¿Acaso podéis confundirlo con Ceñudo Amarillo? No, no, amigos míos, esa claridad purpúrea es un extraño, y desperdiciamos nuestra sustancia en ella.
Habló entonces el primer politano.
—Todo cuanto dices es incontrovertible. Pero no estamos aquí sólo por nuestra voluntad. Caímos dentro de una turbulencia del reino de las estrellas que nos ha arrastrado a varios millares de órbitas fuera de nuestra ruta. Este planeta ha sido nuestro refugio más cercano.
—Dices la verdad, como siempre —dijo el cosmopolitano—. Pero no teníamos necesidad de descender aquí. Un mes de vuelo nos habría devuelto a los Soles Triples y a Dapdra o a uno de los planetas hermanos. Parece un tanto impuro para nosotros.
—No creo que debas preocuparte por ello, cosmopolitano —dijo entonces el segundo politano.
Tenía la piel verde grisácea de los nacidos durante el proceso del esod, quizás el paso más fácil de todo el sacerdocio.
—Míralo de este modo: los Soles Triples alrededor de los cuales gira Dapdrof sólo son tres de las seis estrellas del Grupo Patrio. Esas seis estrellas poseen ocho mundos capaces de albergar vida tal y como la conocemos. Aparte de Dapdrof, tenemos otros siete mundos igualmente sagrados y apropiados para el utod-ammp, aunque algunos de ellos, Buskey por ejemplo, giran alrededor de una de las tres estrellas menores del grupo estelar. No es necesario que se tenga que girar alrededor de uno de los Soles Triples para pertenecer al utod-ammp. Ahora preguntemos…
Pero el cosmopolitano, que era más partidario de hablar que de escuchar, como correspondía a un utod de su posición, interrumpió a su compañero.
—No preguntemos más, amigo. Acabo de observar que parece un poco impío. No quería hacer ninguna crítica Pero estamos sentando un precedente.
Dicho esto, rascó a su grorg con aire de juez.
Con gran tolerancia, el tercer politano (cuyo nombre era Blue Lugug), dijo:
—Estoy de acuerdo con cuanto has dicho, cosmopolitano, pero no sabemos si estamos sentando un precedente. Nuestra historia es tan antigua, que podría ser que muchas tripulaciones hubiesen viajado por el reino de las estrellas, y en cualquier parte, en algún planeta lejano, hubieran establecido una nueva ciénaga para la gloria del utod-ammp. Incluso si miramos a nuestro alrededor, podríamos descubrir utods establecidos aquí.
—Me convences por completo. En la Era de la Revolución, algo así pudo haber sucedido muy fácilmente —dijo, aliviado, el cosmopolitano. Extendiendo seis de sus miembros, hizo un amplio y ceremonioso gesto señalando el cielo y la tierra.
—Yo digo: toda esta tierra que pertenezca a los Soles Triples. Que comience la defecación.
Y fueron felices. Y su felicidad creció. ¿Quién no iba a ser feliz? Con comodidades y la fertilidad a mano, se hallaban como en casa.
El sol malva desapareció, y casi inmediatamente surgió del horizonte un satélite brillante como una bola de nieve, acompañado de un halo de polvo, que se colocó velozmente sobre ellos. Acostumbrados a los grandes cambios de temperatura, a los ocho utods no les importó el creciente frío de la noche. Se revolcaron en su ciénaga recién construida. Sus dieciséis grorgs asistentes se revolcaron con ellos, agarrándose fuertemente con sus dedos a sus anfitriones cuando éstos se hundían en el fango.
Lentamente, les fue invadiendo la impresión de estar en un mundo nuevo, que les acariciaba el cuerpo, produciéndoles unas sensaciones que no podrían ser traducidas en palabras.
Arriba, en el firmamento, resplandecía el Grupo Patrio. Seis estrellas dispuestas en la forma —o por lo menos así lo afirmaban los acólitos— de uno de los cálices que flotaban en los tempestuosos mares de Smeksmer.
—No teníamos por qué habernos preocupado —dijo alegremente el cosmopolitano—. Los Soles Triples continúan brillando aquí sobre nosotros. No tenemos que apresurarnos en volver. Tal vez al final de la semana plantemos unas cuantas semillas de ammp, y después volveremos a casa.
—… O al final de la semana siguiente —comentó el tercer politano, confortablemente hundido en su baño de lodo.
Para completar su satisfacción, el cosmopolitano les dio una breve arenga religiosa. Permanecieron echados, escuchando su discurso a medida que era emitido por sus ocho orificios. Resaltó cómo los árboles ammp y los utods dependían unos de otros, y cómo el beneficio de cada uno dependía del beneficio de los demás. Recalcó la significación de la palabra "beneficio" antes de continuar relatando de qué forma tanto los árboles como los utods (manifestaciones ambas de un espíritu) dependían de la luz procedente de cualquiera de los Soles Triples que se movían en el espacio. Aquella luz era el excremento de los soles, absurdo y milagroso. Nadie debía olvidar que ellos también participaban de lo absurdo al igual que de lo milagroso. Jamás deberían exaltarse ni ensoberbecerse, pues, ¿no estaban incluso sus dioses constituidos en la divina forma de un excremento?
El tercer politano disfrutó mucho con el monólogo, pues lo que resulta más familiar es también lo que produce más seguridad.
Descansaba, mostrando sólo el extremo de un hocico sobre la burbujeante superficie del cieno, y hablaba con la voz sumergida, mediante sus orificios ockpu. Miró atentamente con uno de sus ojos no sumergidos la oscura mole de su nave del reino de las estrellas, bellamente bulbosa y negra que se destacaba en el cielo. Sí, la vida era buena y rica, incluso a tanta distancia de su amado planeta Dapdrof. Cuando llegara el próximo esod tendría que cambiar de sexo y convertirse en madre, como correspondía a su especie, pero incluso aquello… Bueno, como frecuentemente oyó decir a su madre, todo resultaba agradable para una mente en calma. Pensó amorosamente en su madre. La amaba aunque había cambiado de sexo, convirtiéndose en un sagrado cosmopolitano.
Entonces chilló a través de todos sus orificios. Unas luces aparecían por detrás de la nave.
El tercer politano llamó la atención a sus compañeros y todos miraron en la dirección indicada.
No solamente se veían luces. Un ruido extraño crecía sin cesar.
Y no se trataba sólo de una luz. Eran cuatro focos de luz que se abrían paso entre la oscuridad, y una quinta luz que se movía sin descanso, como un miembro en acción. Esta última se detuvo finalmente junto a la nave.
—Me parece que se aproxima alguna forma de vida —dijo uno de los acólitos.
Al tiempo que hablaba, todos pudieron ver con más claridad. A lo largo del valle, y en dirección a ellos, aparecieron dos formas rechonchas. Ellas emitían aquel ruido extraño. Llegaron hasta la nave y se detuvieron. Entonces cesó el ruido.
—¡Qué interesante! Son más grandes que nosotros —dijo el tercer politano.
Unas formas más pequeñas saltaban de los dos objetos rechonchos. Entonces, la luz que bañaba la nave volvió su foco hacia la ciénaga. Los utods desviaron al unísono la vista, para evitar quedar deslumbrados, hacia una banda de radiación más cómoda, y vieron aquellas formas más pequeñas, cuatro en total, alineadas en la orilla del río.
—Si producen su propia luz, deben ser bastante inteligentes —dijo el cosmopolitano—. ¿Cuáles creéis que tienen vida? ¿Esos dos objetos rechonchos con ojos, o los otros cuatro?
—Tal vez las formas más pequeñas son sus grorgs —sugirió un acólito.
—Creo que sería más cortés salir a su encuentro y ver qué sucede —dijo el cosmopolitano.
Enderezó su corpachón y comenzó a moverse hacia las cuatro figuras. Sus compañeros se levantaron para seguirle. Oyeron unos ruidos procedentes de las figuras de la orilla, las cuales comenzaron a alejarse.
—¡Qué delicioso! —exclamó el segundo politano, acercándose rápidamente—. Creo que tratan de comunicarse de un modo primitivo.
—¡Qué suerte que hayamos venido! —dijo el tercer politano, pero su observación no se dirigía por supuesto al cosmopolitano.
—¡Saludos, criaturas! —gritaron dos de los acólitos.
En aquel momento, las criaturas que se hallaban en la orilla levantaron sus armas —fabricadas en la Tierra— a la altura de sus caderas y abrieron fuego. El capitán Bargerone adoptó una de sus posturas características. Se quedó rígido, con las manos colgando hasta tocar las costuras de su pantalón corto de color azul cielo, y con el rostro inexpresivo. Era una forma de autocontrol que había practicado varias veces durante aquel viaje, particularmente cuando tenía que enfrentarse con su jefe explorador.
—¿Supone que voy a tomar en serio todo cuanto me dice, Ainson? ¿O simplemente intenta demorar el despegue?
El jefe explorador, Bruce Ainson, tragó saliva; era un hombre religioso, y suplicó silenciosamente al Altísimo que le ayudase a tratar con aquel imbécil que no veía nada aparte de lo que constituía su deber.
—Las dos criaturas que capturamos anoche han intentado seriamente comunicarse conmigo, señor. Según las definiciones de la exploración del espacio, cualquiera que intente comunicarse con un hombre tiene que ser considerado por lo menos como subhumano, hasta que se pruebe lo contrario.
—Así es —intervino el explorador Phipps, parpadeando nerviosamente, en un intento de apoyar a su jefe.
—No tiene usted que convencerme de lo que sólo son perogrulladas, señor Phipps —repuso el capitán—. Me limito simplemente a cuestionar lo que usted entiende por un "intento de comunicarse". Cuando esas criaturas le arrojaron coles, sin duda lo interpretó como un intento de comunicación.
—Esas criaturas no me arrojaron ninguna col, señor —dijo Ainson—. Permanecieron quietas al otro lado de los barrotes y me hablaron.
La ceja izquierda del capitán se arqueó como un acero probado por un maestro de esgrima.
—¿Hablaron, señor Ainson? ¿En qué idioma de la Tierra? ¿En portugués, o tal vez en swahili?
—En su propia lengua, capitán Bargerone. Con una serie de silbidos, gruñidos y expresiones sonoras, con frecuencias superiores al límite audible. Sin embargo, se trata de una lengua, y hasta es posible que sea una lengua muchísimo más compleja que la nuestra.
—¿Y en qué basa usted su deducción, señor Ainson?
Al jefe explorador no le arredró la pregunta, pero las profundas arrugas de su rostro subrayaron más intensamente su aspecto preocupado.
—En la observación. Nuestros hombres sorprendieron a ocho de esas criaturas, señor, e inmediatamente mataron a seis de ellas. Debería usted haber leído el informe de la patrulla. Las dos restantes quedaron tan sorprendidas que fueron fácilmente capturadas y conducidas aquí, a la "Mariestopes". En tales circunstancias, la preocupación de cualquier viviente es conseguir misericordia o, si es posible, intentar la huida. Desgraciadamente, hasta ahora no hemos encontrado ninguna forma de vida inteligente en la zona de la galaxia cercana a la Tierra. Todas las razas humanas suplican del mismo modo, con gestos o verbalmente. Esas criaturas, en cambio, no utilizan gesto alguno, su lenguaje tiene que ser de tal modo rico en matices, que no tienen necesidad de gesticular, incluso cuando suplican por sus vidas.
El capitán Bargerone dejó escapar un bufido atrozmente civilizado.
—Entonces, no están ustedes seguros de que suplicaran por sus vidas. Bien, ¿qué hicieron entonces, aparte de gruñir como cerdos enjaulados?
—Creo que debería usted venir y verlo por sí mismo, señor. Tal vez eso le ayudara a ver las cosas de un modo distinto.
—Ya vi anoche a esas sucias criaturas, y no creo que sea preciso volver a verlas. Por supuesto, reconozco que constituyen un valioso descubrimiento, y ya lo expresé así al jefe de la patrulla. Serán transportadas al Exozoo de Londres, señor Ainson, en cuanto regresemos a la Tierra. Entonces podrá usted hablar con ellas cuanto guste. Pero, como he dicho antes, ya es hora de que salgamos de este planeta; no puedo dedicar más tiempo a su exploración. Recuerde que esta nave pertenece a una compañía privada y no a las Fuerzas del Espacio, y que, además, tengo un programa que cumplir. Ya hemos perdido toda una semana en este miserable planeta sin hallar algo vivo mayor que el excremento de un ratón. No puedo perder ni otras doce horas aquí.
Bruce Ainson se incorporó. Detrás de él, Phipps hizo una imitación de su gesto, que pasó inadvertido.
—Entonces tendrá que marcharse sin mí, señor. Y sin Phipps. Desgraciadamente, ninguno de nosotros estaba anoche con la patrulla, y es esencial que investiguemos el lugar donde esas criaturas fueron capturadas. Debe usted comprender que el objetivo de la expedición quedaría incompleto si no tenemos idea de su hábitat. Ese conocimiento es más importante que el riguroso cumplimiento del programa.
—Hay una guerra en curso, señor Ainson, y yo tengo instrucciones.
—Entonces tendrá que marcharse sin mí, señor. Y no sé cómo sentaría eso a la USGN.
El capitán sabía rendirse sin dar la impresión de derrotado.
—Salimos dentro de seis horas, señor Ainson. Lo que usted y su subordinado hagan hasta entonces es cosa de su incumbencia.
—Gracias, señor —dijo Ainson, recalcando sus palabras con toda la intención de que fue capaz.
Ainson y Phipps se alejaron apresuradamente de la oficina del capitán, tomaron un elevador que les llevó a la cubierta de desembarque y descendieron por la rampa a la superficie del planeta, provisionalmente denominado 12B.
La cantina funcionaba todavía y los dos exploradores, guiados por su instinto, fueron al encuentro del cuerpo de exploración, cuyo personal estaba implicado en los acontecimientos de la pasada noche. En la cantina, construida con materiales prefabricados, se servían los alimentos sintéticos tan populares en la Tierra. En una mesa se hallaba sentado un joven norteamericano, rechoncho y musculoso, de cuello grueso y cabellos cortados a cepillo. Se llamaba Hank Quilter, y quienes le conocían de cerca afirmaban que llegaría lejos. Tenía ante sí un vaso de vino sintético (conseguido de algo tan vulgar como eran las uvas criadas en el tosco suelo y maduradas con elementos sin refinar), y, con su rostro juvenil animado, se burlaba del punto de vista que sostenía Ginger Dullfield, el astuto abogado de la nave.
Ainson, interrumpió sin ceremonias la conversación. Quilter había dejado la patrulla la noche anterior.
Quilter apuró su vaso e hizo resignadamente una seña a un joven delgado, llamado Walthamstone, que también había estado en la patrulla, y los cuatro se encaminaron al parque de vehículos —ya casi demolido a causa de los preparativos del despegue— y tomaron un todo terreno.
Ainson firmó el recibo del vehículo y partieron en él. Walthamstone iba al volante y Phipps distribuyó las armas. Este último dijo:
—Bargerone no le ha concedido mucho tiempo, Bruce. ¿Qué es lo que espera encontrar?
—Deseo examinar el lugar donde esas criaturas fueron capturadas. Por supuesto que me gustaría encontrar algo que obligara a Bargerone a comer el pastel de la humildad.
Percibió la rápida mirada de alarma que Phipps dirigió a los demás hombres, y se apresuró a añadir:
—Quilter, usted estuvo anoche de servicio, y su dedo se movió con demasiada celeridad, ¿no es así? ¿Pensó que se encontraba en el salvaje oeste?
Quilter se volvió para mirar a su superior.
—El capitán me ha felicitado esta mañana —fue toda su respuesta. Ainson decidió cambiar de táctica.
—Esas bestias tal vez no sean inteligentes, pero si uno es sensible, puede percibir que hay en ellas algo especial. No muestran pánico ni temor de ninguna clase.
—Tanto podría ser un signo de estupidez como de inteligencia —opinó Phipps.
—Bueno, tal vez… Con todo… Hay otra cosa que vale la pena investigar, Gussie. Sea cual sea el aspecto de esas criaturas, no encaja con el de los grandes animales que hemos descubierto hasta ahora en otros planetas. Oh, ya sé que sólo hemos descubierto una docena de planetas que alberguen alguna forma de vida, pero hay que considerar que el viaje estelar apenas cuenta con treinta años de existencia. Parece como si los planetas de gravedad ligera produjeran seres de poco peso, y los planetas pesados criaturas voluminosas y compactas. Esas criaturas, son excepciones a la regla.
—Ya comprendo lo que quiere decir. Este mundo no tiene una masa mucho mayor que Marte y, sin embargo estos animales están constituidos como rinocerontes.
—Cuando los encontramos se estaban revolcando en el barro como hacen los rinocerontes —intervino Quilter—. Eso parece descartar la posibilidad de que tengan inteligencia.
—Pero no debió haberles tiroteado en esa forma. Puede que sea una especie rara, y tiene que serlo pues, de lo contrario, les habríamos encontrado antes en otros lugares. En planetas Doce B.
—Pero uno no puede detenerse a considerar eso cuando está recibiendo la embestida de un rinoceronte.
—Sí, comprendo.
Avanzaron en silencio por una llanura. Ainson intentó experimentar de nuevo la sensación de felicidad que le había inundado en su primer paseo por aquel planeta nuevo. Los nuevos planetas renovaban su gusto por la vida, pero aquella vez el placer había durado poco, destruido, como de costumbre, por las personas que le acompañaban en aquel viaje. Había cometido el error de embarcarse en la nave de una compañía privada. En las naves de las Fuerzas del Espacio la vida era más rígida y sencilla, pero desgraciadamente la guerra anglo-brasileña ocupaba todos los aparatos en maniobras por el sistema solar y no estaban disponibles para empresas pacificas de exploración. De todos modos, Ainson pensó que no merecía estar a las órdenes de un capitán como Edgar Bargerone.
Era realmente una lástima que Bargerone no se decidiese a despegar sin él. Prefería estar consigo mismo, alejado de la gente; en comunión con la naturaleza, como solía decir su padre.
La gente acudiría al planeta 12B. Al igual que en la Tierra, pronto comenzarían a surgir problemas de superpoblación. Pero había sido explorado con vistas a la colonización. Ya se habían determinado y marcado los lugares adecuados para las primeras comunidades al otro lado de aquel mundo. En un par de años, los pobres y miserables, forzados por la necesidad económica, tendrían que abandonar la Tierra y ser transportados al planeta 12B, que ya había sido bautizado con un bonito nombre de fuerte sabor colonial, como Clementina o cualquier otro igualmente inocuo y extravagante.
Sí, abordarían aquella llanura con todo el valor de su especie, convirtiéndola en una extensión de sucios cultivos y hacinamiento humano. La fertilidad era la maldición de la raza humana, pensó Ainson. Su exagerada procreación continuaría; los lomos prolíficos tendrían que eyacular de nuevo su progenie no deseada sobre los planetas vírgenes que permanecían a la espera. Y bien… ¿qué más aguardaban?
Por Cristo, ¿qué otra cosa? Tendría que ser otra cosa, o hubiera sido mejor permanecer en el hermoso, inofensivo y bienaventurado verdor del pleistoceno.
Los amargos pensamientos de Ainson fueron interrumpidos por las palabras de Walthamstone.
—Ahí está el río. Justo a la vuelta de aquel recodo.
Al llegar hallaron unos bancos bajos de arenisca donde crecían árboles con púas. Sobre ellos, un sol de color malva les envolvía en un extraño resplandor. Aquel sol producía un fantástico brillo gracias al reflejo de las innumerables hojas de los cardos silvestres que crecían alrededor del río hasta donde su vista podía alcanzar. Sobre el terreno resaltaba un objeto que atrajo su atención. Era una gran masa de forma singular que se encontraba a cierta distancia, frente a ellos.
—Eso… —dijeron al mismo tiempo Ainson y Phipps— parece otra de esas criaturas.
—La ciénaga donde les capturamos está precisamente en la orilla opuesta —precisó Walthamstone.
Y lanzó el vehículo a través de los cardos, frenando a la sombra de aquel objeto prominente, solitario y extraña como un trozo de madera grabada de Liberia sobre la repisa de una chimenea en Escocia.
Descendieron del vehículo y continuaron su marcha a pie, con los rifles preparados.
Se detuvieron al borde de la ciénaga y la inspeccionaron. Un lado del círculo había sido lamido por las aguas de la corriente. El barro era marrón y pastoso, ampliamente estriado de rojo en los lugares donde cinco grandes cadáveres habían tomado su último baño de barro, con las descuidadas posturas en que les sorprendió la muerte. El sexto cuerpo hizo un esfuerzo para volver la cabeza hacia ellos.
Una nube de moscas levantó el vuelo, irritadas ante aquella intromisión. Quilter dispuso el rifle para disparar y mostró una expresión ceñuda cuando Ainson le detuvo el brazo.
—No lo mate —ordenó Ainson—. Está herido. No puede hacernos daño.
—No podemos estar seguros. Deje que acabe con eso.
—Le digo que no, Quilter. Lo meteremos en la parte trasera del vehículo y lo llevaremos a la nave. Será mejor que recojamos también a los muertos. Así podremos estudiar su anatomía. En la Tierra no nos perdonarían que perdiésemos semejante oportunidad. Usted y Walthamstone tomen las redes y levanten esos cuerpos.
Quilter consultó su reloj con aire de desafío y luego miró a Ainson.
—Vamos, muévanse —ordenó Ainson.
De mala gana, Walthamstone se dispuso a llevar a cabo lo que su jefe le ordenaba; al contrario de Quilter no estaba hecho de la pasta de los rebeldes. Quilter apretó los labios y obedeció igualmente. Sacaron las redes y se colocaron en el borde de la charca. Antes de ponerse al trabajo, miraron atentamente los restos medio sumergidos de la carnicería de la noche anterior. Aquella visión suavizó a Quilter.
—¡Suerte que los detuvimos! —dijo.
Era un joven musculoso, con los cabellos rubios bien recortados. Allá, en Miami, le esperaba su querida y anciana madre, que contaba con una fortuna anual gracias a la pensión que obtenía por su divorcio.
—Sí, si no los liquidamos nos hubieran barrido —dijo Nalthamstone—. Yo mismo maté a dos de ellos. Deben de ser esos dos de ahí, los más cercanos.
—Son una porquería si se les mira de cerca. Algo horrible. Peor que cualquiera de las cosas más asquerosas que tengamos en la Tierra. No están tan contentos como cuando les disparamos, ¿verdad, Quil?
—Se trataba de ellos o nosotros. No tuvimos otra alternativa.
—En eso tienes razón —dijo Walthamstone, rascándose la barbilla y mirando con admiración a su amigo. Había que admitir que Quilter era todo un tipo. Y repitió la frase de Quilter—: No tuvimos otra alternativa.
—Me gustaría saber para qué diablos sirven.
—Y a mí también. Pero realmente les detuvimos, ¿no?
—Se trataba de ellos o nosotros —repitió Quilter.
Las moscas volvieron a zumbar airadas, al chapotear por el barro en dirección a aquel ser entre humano y rinoceronte.
Mientras seguía aquella escaramuza filosófica, Bruce Ainson se aproximó lentamente al enorme objeto que señalaba el lugar de la matanza. Le impresionó su enorme tamaño. Aquella forma, como la de las criaturas a las que parecía imitar, le impresionaba no sólo por su tamaño; había algo en ella que le afectaba estéticamente. Podría estar a una altura de cien años luz, y aun así sería —¡que no se diga que no existe la belleza!— bella.
Trepó por aquel hermoso objeto. Apestaba terriblemente, y aquél parecía ser su cometido. Cinco minutos de observación disiparon cualquier duda; aquello era… bueno, parecía un enorme capullo, y producía la sensación de serlo, pero era… El capitán Bargerone tendría que haberlo visto: era una nave espacial.
Una nave espacial atestada de excrementos.
Muchas cosas habían ocurrido en la Tierra en el año 1999. Quins había nacido de una joven madre de veinte años en Kennedyville, en Marte. Un equipo robot había sido admitido, por primera vez, en los encuentros deportivos mundiales. Nueva Zelanda había lanzado al espacio su propia nave espacial. El primer submarino atómico español fue botado por una princesa de la casa real española. En Java se produjeron dos revoluciones de un solo día, seis en Sumatra y siete en Sudamérica. Brasil declaró la guerra a Gran Bretaña. La Europa comunitaria derrotaba a la URSS en los campeonatos de fútbol. Una estrella de cine japonesa se casaba con el Sha de Persia. La valiente expedición Todotexas intentó cruzar el lado brillante del planeta Mercurio en exotanques, pereciendo un hombre en el intento. Todoafrica puso en marcha su primer criadero de ballenas controlado por radio. Y un gris y pequeño matemático australiano llamado Buzzard, entró en tromba en el dormitorio de su amante a las tres de la madrugada de un día de mayo, gritando desaforadamente:
—¡Lo tengo, lo tengo! ¡El vuelo transponencial!
Dos años después, se construyó el primer sistema de impulsión transponencial, en un cohete no tripulado y a título experimental. Fue lanzado al espacio y tuvo éxito. Nunca se consiguió recobrarlo. Este no es el lugar adecuado para explicar la fórmula del vuelo transponencial, el TP, como se le conoció a partir de entonces. En cualquier caso, el editor rehusa dedicar al tema tres páginas llenas de símbolos matemáticos. Baste decir que un recurso favorito de la ciencia ficción —para asombro y bancarrota consiguiente de los escritores del género— quedó súbitamente incorporado a la realidad. Gracias a Buzzard, las inmensas distancias del espacio dejaron de ser barreras, para convertirse en una puerta de entrada a los lejanos planetas. En el año 2010 se podía ir desde Nueva York a Procyon más confortablemente y con mayor rapidez de lo que había supuesto, un siglo antes, ir desde Nueva York a París.
Eso es lo aburrido del progreso. Nadie parece capaz de dar un paso fuera de aquella monótona y vieja curva exponencial.
Mencionamos todo esto para mostrar que, como el viaje entre el planeta 12B y la Tierra, en el año 2035, se hacía en menos de una quincena, todavía quedaba mucho tiempo para escribir Cartas. O para redactar cablegramas como era el caso del Capitán Bargerone cuando enviaba los cables TP a sus jefes del Almirantazgo.
En la primera semana, cablegrafió:
POSICIÓN TP: 355073 X 6915 (12B). REFERENCIA CABLE 97747304.
ORDEN CUMPLIMENTADA. DE AHORA EN ADELANTE CRIATURAS CAUTIVAS A BORDO CONOCIDAS COMO EXTRAÑOS EXTRATERRESTRES (ABREVIADO ETA).
SITUACION RELATIVA LOS ETA: DOS VIVOS Y BIEN DE LOS TRES QUE LLEVAMOS. DEMAS CADAVERES HAN SIDO DISECCIONADOS Y ANALIZADOS
PARA ESTUDIAR ANATOMIA. AL PRINCIPIO NO PUDE DARME CUENTA DE QUE FUESEN MAS QUE ANIMALES. JEFE EXPLORADOR AINSON ME EXPLICO
SITUACION. LE ORDENÉ IR CON PATRULLA LUGAR CAPTURA ETA.
ENCONTRADA ALLI EVIDENCIA QUE ETA TIENEN INTELIGENCIA. NAVE ESPACIAL DE EXTRAÑA MANUFACTURA TOMADA EN CUSTODIA. LA LLEVAMOS
EN ESPACIO PRINCIPAL DE CARGA TRAS OPORTUNA REDISTRIBUCION DE ÉSTA. PEQUEÑA NAVE ESPACIAL CAPACIDAD SOLO 8 ETA. NO HAY DUDA NAVE
PERTENECE A ETA. MISMA BASURA POR TODAS PARTES. HEDOR TREMENDO.
EVIDENCIA QUE ETA TAMBIÉN HAN EXPLORADO 12B.
ORDENADO AINSON Y SU PERSONAL COMUNICARSE CON ETA RAPIDEZ
POSIBLE. ESPERO PROBLEMA LENGUAJE RESUELTO ANTES ATERRIZAR.
EDGAR BARGERONE, CAPITAN MARIESTOPES.
GMT. 1750: 6.7.2035
Otros redactores también se hallaban ocupados a bordo de la "Mariestopes". Walthamstone escribió extensamente a una tía residente en un suburbio occidental de Londres, llamado Windsor:
Mi querida tía Flo:
Volvemos a casa y te veré de nuevo. Espero que tu reumatismo haya mejorado. En este viaje no he sufrido mareos. Cuando la nave entra en vuelo transponencial, si sabes lo que es, uno se siente un poco trastornado durante un par de horas. Mi compañero Quilt dice que eso es debido a que todas las moléculas se vuelven negativas. Pero después uno se siente perfectamente.
Cuando nos detuvimos en un planeta que no tiene nombre, porque nosotros fuimos los primeros en visitarlo, Quilt y yo tuvimos ocasión de ir de caza. El lugar estaba lleno de grandes animales, fieros y sucios, tan grandes como la nave. Viven en charcos de barro. Los matamos por docenas. Tenemos dos vivos a bordo de esta vieja bañera y les llamamos hombres-rinoceronte. Particularmente, se llaman Gertie y Mush. Son apestosos. Tengo que limpiarles la jaula, pero no muerden. Producen muchos ruidos extraños. Como de costumbre, la comida es mala. No solamente es una porquería, sino escasa. Da mis recuerdos a la prima Madge. Me pregunto si ya ha completado su educación. Espero que se haya ganado la guerra Contra el Brasil!
Esperando que esta Carta te encuentre tan bien como yo estoy ahora, te envía muchos besos tu sobrino que te quiere,
RODNEY
Augustus Phipps estaba escribiendo una carta de amor a una chica chino-portuguesa, de la que tenía una foto sobre su litera. Phipps la miraba frecuentemente mientras escribía.
Queridísima Ah Chi:
Este viejo y valiente autobús apunta ahora hacia Macao. Mi corazón, como tú bien sabes, está siempre orientado hacia ese bello lugar donde tú estás ahora de vacaciones, pero es magnífico saber que pronto estaremos juntos y no sólo en espíritu.
Espero que este viaje nos traiga la fama y la fortuna. Hemos encontrado aquí una extraña forma de vida en este rincón de la galaxia, y llevamos dos muestras vivas a la Tierra. Cuando pienso en ti, tan grácil, tan dulce e inmaculada con tu cheongsam, me pregunto para qué necesitamos unas bestias tan sucias y feas en el mismo planeta; pero hay que servir a la ciencia.
¡Maravilla de las maravillas! Se supone que son criaturas inteligentes, de acuerdo con mis superiores, y, por el momento, nos hallamos empeñados en hacer que hablen. No, no te rías, recuerdo muy bien la gracia de tu sonrisa. Cuánto anhelo el momento en que pueda hablarte, mi dulce y apasionada Ah Chi… ¡Y, por supuesto, no sólo hablaremos! Tienes que dejarme que (Nota del editor: dos páginas censuradas)
Hasta que podamos volver a hacer lo mismo, tu devoto, que te adora, admirador y excitado.
AUGUSTUS
Mientras tanto, abajo, en el interior de la "Mariestopes", Quilter también se enfrentaba al problema de comunicación con una chica:
¡Hola, cariño!
En este momento, mientras te escribo, voy derecho hacia Dodge City con la rapidez de las ondas de la luz que llevan hasta ahí. Voy con el capitán y los muchachos, pero me los quitaré de encima antes de pasar por el número 77 de la calle del Arco Iris.
Bajo una feliz apariencia exterior, tu amante, hasta ahora se siente amargado. Estas bestias, los hombres-rinoceronte de los que te hablé, son lo más sucio que jamás hayas podido ver; es algo que no puedo explicarte por correo. Supongo que será porque te gusto que me siento orgulloso de ser moderno y limpio; pero esas cosas son todavía peores que los animales.
Era lo que me faltaba para decidir abandonar el Cuerpo de Exploradores. Al término de este viaje, lo dejaré y me alistaré en las Fuerzas del Espacio. Conseguiré fácilmente una plaza. Como ejemplo, ahí está el capitán Bargerone, que salió de la nada. Su padre es el guardián de un bloque de pisos en Amsterdam, o algo así. Bien, así es la democracia. Imagino que yo podré hacerlo igual, y puede que también llegue a capitán. ¿Por qué no?
Bueno, cariño, todo esto parece girar sólo alrededor de mi persona, pero cuando llegue a casa, puedes apostar a que estaré siempre a tu alrededor.
Tu enamorado
HANK
En su cabina de la cubierta B, el jefe explorador, Bruce Ainson, escribía sobriamente a su esposa:
Mi querida Enid:
No sabes con qué frecuencia rezo para que tu problema y la prueba a que te ves sometida con Aylmer acabe cuanto antes. Tú ya has hecho todo cuanto podías por el muchacho, sin tener nada que reprocharte. Es una desgracia para nuestro nombre. Sólo el cielo sabe qué va a ser de él. Temo que tenga una mente tan sucia, como sucias son sus costumbres.
Mi pena es que tenga que estar tanto tiempo lejos, particularmente cuando nuestro hijo está causando tantos problemas. Pero, como consuelo, te diré que este viaje ha tenido al fin su recompensa. Hemos localizado una forma de vida de gran tamaño. Bajo mi supervisión, dos individuos vivos de esta extraña forma de vida viajan con nosotros a la Tierra. Le llamamos ETA.
Te vas a sorprender mucho más cuando te diga que estos individuos, a pesar de su extraña apariencia y costumbres, parecen manifestar inteligencia. Y lo que es más, parecen pertenecer a una raza que ya conoce el viaje por el espacio. Hemos capturado una nave espacial que, indudablemente, está relacionada con ellos, aunque todavía queda por aclarar si saben controlarla. Estoy intentando comunicarme con ellos, pero por ahora no he tenido el éxito apetecido.
Permíteme describirte lo que es un ETA: la tripulación les llama hombres-rinoceronte a falta de un nombre mejor que ya tendrán oportunamente. El hombre-rinoceronte camina sobre seis miembros. Cada uno de ellos termina en una especie de mano capacitada. Son unas manos anchas y provistas de seis dedos, de los cuales, el primero y el último se oponen entre sí y que podrían ser considerados como dedos pulgares. El hombre-rinoceronte es omnidiestro. Cuando no los utilizan, retraen los miembros a su caparazón, de modo semejante a como lo hacen las patas de una tortuga. Así retraídos, apenas se les puede distinguir.
Con sus miembros retraídos, un hombre-rinoceronte es simétrico y en cierto modo está conformado como dos segmentos de una naranja que se adhieren entre sí; la parte curva deprimida sería la espalda y la más sobresaliente, el vientre, y los dos extremos son dos cabezas. Sí nuestros cautivos parecen ser bicéfalos; estas cabezas carecen de cuello y están dispuestas de forma que pueden girar varios grados. En cada cabeza tienen dos ojos, pequeños y de color oscuro, provistos de finos párpados que deslizan hacia arriba para cubrirse los ojos mientras duermen. Bajo los ojos tienen unos orificios que parecen similares; uno es el ano del hombre-rinoceronte, y el otro es la boca. Tienen también otros varios orificios diseminados por su enorme corpachón, que deben ser tubos para la respiración. Los exobiólogos están diseccionando algunos cadáveres que también llevamos a bordo. Su informe aclarará muchas cosas.
Nuestros cautivos están capacitados para emitir un amplio espectro de sonidos, que van desde agudos silbidos hasta roncos gruñidos y otras sonoridades extrañas. Me temo que todos los orificios estén en condiciones de contribuir a esta gama de sonidos. Estoy convencido de que algunos de ellos están por encima del umbral perceptivo del hombre.
Hasta ahora ninguno de los especímenes se muestra comunicativo, aunque todos los sonidos que se intercambian quedan registrados en una cinta magnetofónica; pero estoy seguro de que esto se debe a la conmoción producida por su captura, y espero que en la Tierra, con más tiempo disponible y en un entorno más adecuado para su conservación en condiciones higiénicas, pronto comenzaremos a obtener resultados positivos.
Como siempre estos largos viajes resultan tediosos. Evito al capitán tanto como puedo; es un hombre desagradable que no puede ocultar las maneras adquiridas en la escuela pública y en Cambridge. Yo me dedico completamente a los ETA. A pesar de sus desagradables hábitos, producen una cierta fascinación, lo que no sucede con la mayoría de mis compañeros humanos.
Ya hablaremos largo y tendido sobre todo esto a mi regreso.
Tu servicial marido.