EPÍLOGO

New York Times, página 1:

DECENAS DE LÍDERES MUNDIALES

MUERTOS EN INCENDIO MONSTRUOSO

EN UNA CASA DEL ESTADO DE WASHINGTON

Se cree que ha sido culpa de un cable defectuoso en «Digital San Simeon»

SEATTLE, estado de Washington. Una conferencia espectacular sobre Nueva Economía Global, que tenía lugar en la mansión de alta tecnología de Lakeside, perteneciente al fundador y director general de Systematix, Gregson Manning, acabó hoy en tragedia cuando decenas de funcionarios prominentes de todo el mundo quedaron atrapados en un incendio que redujo a cenizas la propiedad de 100 millones de dólares.

Un portavoz del Departamento de Bomberos de Seattle, que habló con los periodistas esta mañana temprano, conjeturó que el incendio pudo haberse originado en los delicados circuitos electrónicos ocultos en las paredes de esta casa completamente computarizada, residencia del pionero de la informática y anfitrión de esta conferencia. Según el portavoz, un defecto en los chips de los ordenadores pudo haber sido la causa de que las puertas de salida en la sala de banquetes, donde se llevaba a cabo la cena de gala, se cerraran automáticamente.

MANNING ES INTERROGADO

WASHINGTON (A. P.). El presidente de Systematix, Gregson Manning, cuya mansión de Seattle se incendió en una noche, atrapando a más de cien funcionarios gubernamentales de todo el mundo, fue detenido al mediodía de hoy por el Departamento de Justicia. Fuentes de la Fiscalía General insisten en que el arresto del señor Manning, acusado de violaciones a la seguridad nacional que no han sido especificadas, no tenía relación con la tragedia de esta mañana. Se dice que el señor Manning ha estado bajo sospecha durante semanas.

Si bien una sala cerrada del tribunal es muy inusual, no es la primera vez que ocurre. En casos que atañen al secreto gubernamental, el Fiscal General tiene el derecho legal de convocar un tribunal especial de seguridad nacional, no abierto al público…

Wall Street Journal, página 1:

EL ASESOR PRESIDENCIAL

DE SEGURIDAD NACIONAL,

RICHARD LANCHESTER,

SE SUICIDA A LOS 61 AÑOS

Richard Lanchester, el prestigioso asesor de la Casa Blanca y director del Consejo de Seguridad Nacional, se quitó la vida ayer por la tarde, según fuentes de la Casa Blanca.

Asimismo se informó que el señor Lanchester estaba desconsolado por la pérdida de varios de sus más íntimos amigos, que perecieron en el reciente incendio que destruyó la residencia del jefe de Systematix, Gregson Manning, junto a 102 funcionarios oficiales que participaban en la conferencia, y que además sufría de una depresión clínica y un fracaso matrimonial…

Un año después

Coger el periódico de la mañana era un ritual, su ritual. No porque a ella le gustara leer las noticias, que no le gustaba. Ésa era la costumbre de Nicholas, su necesidad de estar al tanto de lo que ocurría en el mundo que habían dejado atrás. Era una costumbre que ella criticaba, precisamente porque habían dejado atrás el mundo, al menos ese mundo de violencia y armas y mentiras.

Pero coger el periódico en la aldea era la manera que le gustaba de empezar el día. Se levantaba temprano e iba a nadar (el bungalow de ellos estaba justo encima de un acantilado, en una de las playas más hermosas, azules y aisladas que habían visto nunca), y después montaba a caballo e iba a la ínfima colección de chozas destartaladas que hacía las veces de aldea. Además de las provisiones que llegaban por avión desde una isla más importante que había cerca de allí, la dueña de la tienda recibía una pequeña pila de periódicos de Estados Unidos; siempre le guardaba uno a la simpática mujer con el melodioso acento extranjero y que venía a caballo todas las mañanas.

Luego Elena galopaba de regreso por la playa desierta, por los más de dos kilómetros que la separaban del bungalow. Para entonces, Nicholas ya estaba sentado en el patio de piedra que él mismo había arreglado, bebiendo café y leyendo. Después de desayunar, iban a nadar juntos. Así transcurrían los días. Era el paraíso.

Incluso cuando los resultados del análisis de sangre, que le hizo el único médico de la isla, confirmaron lo que había estado sintiendo por varios días, que estaba embarazada, Elena siguió montando, aunque con más cuidado. Eran felices, planeaban la llegada del hijo o de la hija, conversaban durante horas sobre cómo les cambiaría la vida sin que en realidad cambiara tanto, mientras el amor que se tenían aumentaba día tras día.

El dinero no era una preocupación. El gobierno les había indemnizado, y si invertían la suma con cautela, podían vivir perfectamente de ella. Rara vez hablaban de los motivos que los habían traído hasta aquí, por qué había sido tan importante para ellos escapar, por qué habían de vivir aquí con una nueva identidad. Quedaba claro entre ellos: eso era el pasado, un episodio terriblemente doloroso, y cuanto menos se hablara de él, tanto mejor.

El mini-DVD que ella grabó aquella noche a partir del sistema de vigilancia de Manning les había dado toda la protección que necesitaban. No porque les diera la oportunidad de usarlo como chantaje, en sentido estricto, sino porque los secretos explosivos que contenía eran secretos que todo el mundo prefería que quedaran enterrados. Sólo habría sido desestabilizante que el mundo se enterara de lo cerca que habían estado de un golpe incruento, de una toma de poder sin violencia por parte de unos individuos que creían que los gobiernos estaban obsoletos y que estaban a punto de crear una administración supranacional de seguridad que habría hecho parecer relajadas la Unión Soviética de Stalin o la Bundesrepublik de Hitler.

La mayoría de ellos habían muerto en el incendio de la mansión de Manning, quemados vivos en un final terrible. Pero había otros que habían sido cómplices de esos hombres y mujeres; y se produjeron arrestos. Discretamente y en silencio, entendieron los motivos sin necesidad de llegar a acuerdos específicos. Se creía que Gregson Manning se hallaba en unas instalaciones especiales del gobierno federal en Carolina del Norte, cumpliendo una condena por violaciones de la sección 1435 del Acta de Seguridad Nacional, que regulaba el espionaje económico; se rumoreaba que estaba incomunicado y aislado de todo contacto. Había voces influyentes en el Senado que llamaban a una nueva votación del Tratado, renunciando a votos hechos bajo presión. Algunos acusaban a Richard Lanchester de haber manipulado el proceso. Sin el apoyo americano, el acuerdo no tenía validez. Nunca habría de saberse la verdad.

Así que se hicieron dieciséis copias del DVD; una fue llevada a la Casa Blanca, usando un código que Bryson sabía era de uso exclusivo del presidente; una segunda copia fue para el Fiscal General de Estados Unidos. Otras fueron a Londres, Moscú, Pekín, Berlín, París y otras capitales. Los jefes de estado necesitaban saber lo que había estado a punto de ocurrir, de lo contrario el virus perduraría.

De las tres copias que quedaban, una la dejaron con un abogado de quien Bryson sabía que era una persona de máxima confianza; otra la guardaron en una caja fuerte, y la tercera estaba en su poder, escondida en alguna parte de la isla, protegida y aislada. Eran pólizas de seguro. Bryson y Elena esperaban que nunca tuvieran que recurrir a ellas.

Esa mañana, cerca de una hora después de traer el periódico de la mañana, Elena salió del agua límpida y vio que Bryson estaba absorto en la lectura del diario, que ondulaba y se arrugaba con el viento.

—Sólo cuando dejes esa mala costumbre serás por fin libre —se burlaba ella.

—Hablas como si fuera el tabaco.

—Es casi tan malo como fumar.

—Y probablemente tan difícil de dejar. Pero si lo hiciera, ¿qué excusa tendrías para salir a caballo por la mañana?

Ella se encogió de hombros.

—¿Leche? ¿Huevos? Ya pensaré en algo.

—Santo cielo. —Se acercó aún más al periódico.

—¿Qué ocurre?

—Escondido en la página 16 de la sección de negocios.

—¿Qué dice?

—Es una pequeña nota; parece la reescritura de un comunicado de prensa de la corporación Systematix, en Seattle.

—Pero… ¡pero Manning está en la cárcel!

—Sí. Pero entre tanto, algunos de sus asistentes llevan adelante la empresa. El despacho dice que la NSA acaba de adquirir una flota de satélites de vigilancia de baja órbita, manufacturados por Systematix.

—Tratan de esconder la noticia, pero no es lo que se dice muy sutil, ¿no? ¿Adónde vas?

Bryson se levantó de su silla de playa y subía por la duna en dirección al bungalow. Ella le siguió. El viento llevaba el sonido hasta ella, y así supo que Bryson tenía la televisión encendida. Era otra costumbre horrible que quería hacerle dejar: había instalado una antena parabólica para ver las noticias, aunque había prometido que reduciría el hábito al mínimo.

Bryson estaba mirando la CNN, pero estaba contrariado porque no había noticias, sólo un espacio de moda. La vio entrar.

—Ted Waller no murió en el incendio, ¿sabes? Vi los informes forenses, todo lo que había en la oficina de examinación médica de Seattle, y todos los cuerpos fueron identificados. Waller no estaba entre ellos.

—Ya lo sé. Hace un año que lo sabemos. ¿Qué quieres decir?

—Lo que quiero decir es que veo la mano de Waller en todo esto. Adonde quiera que haya ido, dondequiera que se haya escondido, ha de estar metido en esto. Estoy seguro.

—Hay que hacerle caso a la intuición, digo siempre —se oyó decir a la voz en la televisión.

Elena dio un grito y señaló al televisor. Bryson se dio la vuelta enseguida. El corazón le palpitaba con fuerza. El rostro de Ted Waller ocupaba la pantalla.

—¿Qué es esto? —jadeó Elena—. ¿Es un show…?

—Llámalo realidad TV —dijo Waller.

—¡Nos aseguraron que nos dejarían tranquilos! —estalló Bryson—. ¡Como quiera que hayas logrado infiltrarte en las imágenes de satélite, es una invasión!

Bryson comenzó a apretar botones del control de mandos y a cambiar frenéticamente los canales. En todos estaba la cara de Waller, mirándoles impávido.

—Aún lamento que no nos hayamos despedido como corresponde —dijo Waller en la pantalla de televisión—. Espero sinceramente que no te hagas mala sangre.

Enmudecido, Bryson miró a todas partes en la pequeña sala de estar. Los instrumentos microscópicos de vigilancia podían estar en cualquier parte, sin que nadie los detectara…

—Me comunicaré contigo cuando llegue el momento, Nicky. Ahora puede ser prematuro. —Waller miró a lo lejos como si estuviera por agregar algo, y luego esbozó una sonrisa—. Nos veremos pues.

—No si yo te veo primero, Ted —dijo Bryson con tono mordaz, y se reclinó de nuevo en su silla—. Tenemos muchas pruebas a seguro, pruebas que no dudaremos en dar a conocer.

—En la pantalla, Waller miró a otra parte.

—Recuerda, Ted: es lo que no ves lo que más te atrae.

De repente, la imagen de Waller desapareció, y volvió un programa de preguntas y respuestas.

Esa misma tarde, Bryson desmontó la antena parabólica y devolvió el televisor a la dueña de la tienda. También le hizo saber a la mujer que ya no recogería el periódico de la mañana.

Pero Elena siguió montando temprano por las mañanas, y los dos pasaban buena parte del día al aire libre, en la playa o en el patio. Bryson consiguió por fin cortar de cuajo con su vida anterior. No había ninguna necesidad de recibir noticias del mundo exterior.

Se tenían el uno al otro, y eso era suficiente.