Al apartó las manos del panel de mandos y se las llevó al casco receptor. Se lo quitó.
Frente a él se alzaba la curvatura de un armazón de la altura de un hombre. La superficie se arqueaba siete metros hacia la derecha y otros tantos hacia la izquierda. A través de ella se divisaba la imagen de Rene. Estaba sentado en una silla y tenía los ojos cerrados. Sus dedos se paseaban veloces sobre un teclado.
Al apretó un botón de su tablero de mandos y la imagen de Rene se desvaneció. En su lugar apareció una superficie cóncava de plástico blanco mate.
Al apretó otro botón de su tablero. Su silla de demostración rodó hacia delante y le acercó hasta una pared por la que asomaban una serie de tuberías plateadas acabadas en grifos curvados. Bajó una palanca y se abrió un ancho orificio. Se oyó un breve zumbido y luego apareció un palo de golf, que unas pinzas articuladas lo depositaron sobre un mostrador. El mango estaba ligeramente torcido, la madera se había encogido y la pintura había comenzado a descamarse, pero sólo eran detalles sin importancia. Al cogió el palo de golf y dirigió su silla hacia la pared de proyección. Levantó el palo y lo dejó caer con fuerza sobre la frágil superficie, una y otra vez. Las astillas saltaron contra su cuerpo y cayeron tintineando a su alrededor, hasta que se encontró en medio de un montón de trozos de plástico roto. Detrás de la pantalla apareció un embudo aplanado surcado por un sinfín de alambres que lo atravesaban en todas direcciones.
Al puso otra vez en marcha su vehículo y se desplazó hasta una mesa adosada a un panel oblicuo que llevaba incrustada una hilera de plaquitas rectangulares coloreadas de distintos tonos. Bajó una palanca y todo el cuarto se llenó de música. Perladas cascadas de agudos sonidos de júbilo se superponían a otros ritmos más apagados y al crepitante repicar de los tambores. El ambiente se llenó de perfumes a jazmín, flor de cerezo, lavanda, almizcle, alcohol propílico. Al levantó el palo de golf y lo dejó caer sobre el rectángulo. La música se descompuso en un conjunto de vibraciones errantes llenas de interferencias, los olores se entremezclaron en un terrible hedor que salía a borbotones, como impulsados con un fuelle.
A continuación, Al dejó caer el palo de golf sobre los mandos de su silla, hundiéndolo como si quisiera machacar algo en un mortero.
Luego apoyó los, codos en los brazos del asiento y se incorporó con un esfuerzo. Sus músculos temblorosos lucharon por conservar el equilibrio. Con el palo de golf a modo de bastón, Al avanzó con cautela un par de pasos hasta la puerta. Ésta se abrió por sí sola en cuanto hubo pisado el umbral. La luz del sol cayó sobre él, más brillante que el más intenso de los colores del órgano luminoso, obligándole a cerrar los ojos. Una brisa fresca le acarició las pálidas facciones. Un olor a polvo, tierra y plantas se depositó sobre sus membranas obligándole a toser.
Volvió a abrir los ojos y con gran esfuerzo logró avanzar otro par de pasos. Estaba sobre una superficie de hormigón gris que comunicaba con otras tres casas con su respectivo jardín, situadas a su derecha, a su izquierda y frente a él. Sus pies levantaban nubes de polvo al andar. Jadeaba con el esfuerzo y su corazón palpitaba desordenadamente. Tambaleándose y haciendo eses siguió avanzando calle adelante, hacia la libertad…
FIN