Al comenzó su explicación:
—Existe una ley universal que dice que es imposible el desplazamiento de la materia o la energía a velocidades superiores a la de la luz. En consecuencia, es completamente imposible que se trasladen a vuestro planeta otros seres vivos procedentes de algún lugar del universo. Pero nosotros no somos habitantes de la Tierra… Lo que tenéis ante vuestros ojos procede de vuestro propio planeta.
»La ley del límite de velocidad no se aplica a los desplazamientos que se efectúan sin energía. El desplazamiento que aquí entra en juego es un traslado de información. En la Tierra creímos durante largo tiempo que la información debía ir unida a un transporte de energía y que, por tanto, tampoco podía transmitirse información a velocidades hiperlumínicas. Sin embargo, los cibernéticos ya comenzaron a revisar esta noción antes de finalizar la era atómica. En todos los antiguos métodos de transmisión de información, el transmisor era simultáneamente la fuente de energía. Pero cuando se consiguió obtener del propio medio de transmisión aquella energía necesaria para la difusión, dejó de ser necesario que la información se desplazara unida a alguna forma de energía. Los científicos lo expresan de una forma un poco distinta: dicen que no se trata de un transporte de energía perceptible, sino que de hecho viene a ser un intercambio de energía. En cualquier caso, el resultado es el mismo: es posible transmitir información a velocidades hiperlumínicas. La formación y difusión de la información sigue siendo un proceso energético, pero el emisor ya no es la fuente de la energía empleada. A partir de este planteamiento, los físicos desarrollaron una reacción que permite hacer realidad el ya citado «intercambio virtual de energía»; se trata del «rayo sincrónico» gracias al cual se consigue un transporte prácticamente instantáneo.
»Cuando los astronautas de la Tierra llegaron a la conclusión de que sus cohetes no podían transportarles fuera del sistema solar, se les ocurrió utilizar el rayo sincrónico para la exploración del espacio sideral. Al principio se contentaron con simples reflexiones. El nuevo método les permitía contar con una especie de telescopio, con la diferencia de que podían ver lo que existía en ese momento y no lo que había sucedido tiempo atrás, como ocurría con el telescopio. Más tarde, con el perfeccionamiento de la cibernética, comenzaron a transmitir informaciones consistentes en modelos de células-robot capaces de multiplicarse de manera autónoma. Aparentemente, parece necesaria la intervención de la energía para imponer estos modelos de organización atómica a la materia ya existente. Pero, también en este caso, la energía no procede del transmisor, sino que se obtiene en el lugar mismo de la operación. Los múltiples aguijonazos individuales de la información que va llegando colocan a los átomos, como si dijéramos, en una posición en la cual entran en actividad y son capaces de construir algo. Aunque en este caso no se trata de vida orgánica, sino sólo de una máquina. Este método se fue perfeccionando hasta tal punto con el tiempo, que ahora es posible construir cualquier tipo de mecanismo y de automatismo a voluntad.
«Los mejores resultados se obtuvieron con agregados compuestos de instrumentos mecánicos y ópticos, micrófonos, termómetros, etcétera, que comunicaban directamente las impresiones al investigador, a través del sistema de proyección de películas vivas y en forma de experiencias sensoriales, de tal forma que aquél lo sentía todo en su propio cuerpo, igual como si se hallase en la región explorada. Sus impulsos motores eran recogidos y transformados en impulsos de radiación sincrónica para transmitirlos así al agregado. Su manipulación se efectuaba por este sistema. De esta forma se establecía una unidad de acción y reacción entre el investigador y el agregado. Cuando se dejó de investigar, el sistema se convirtió en un juego. Cada participante recibe un pseudocuerpo, fabricado de este modo, en el lugar de su elección.
»Su apariencia física queda a la libre elección de cada uno; la mayoría optan por reproducir la realidad, si bien los hombres suelen dotarse de cuerpos más grandes y vigorosos y las mujeres suelen escoger figuras más hermosas. Lo esencial, también en este caso, es que cada cuerpo disponga de instrumentos de recepción equivalentes a los órganos sensoriales habituales. Cada uno de estos órganos está en conexión con la central de emisión y recepción de la Tierra, desde la cual toda la información se transmite de inmediato al punto adecuado del cerebro del jugador, a través del casco receptor. La sensación física total, la impresión de experimentar y hacer personalmente una serie de cosas, era sólo un medio para los investigadores, que se valían de él para conseguir un fin; sin embargo, esa ilusión constituye la base indispensable de nuestro juego. Naturalmente, es posible reducir la intensidad de algunas sensaciones concretas, a fin de eludir cualquier impresión desagradable, pero ello se considera poco deportivo. De este modo nuestros cerebros desarrollan también las correspondientes sensaciones: satisfacción, fastidio, alegría, temor. Ello explica también nuestra indiferencia ante la desaparición de nuestros compañeros, caso de producirse, y el hecho de que aun así nos angustiasen y asustasen las situaciones peligrosas. Por último, explica también nuestra reaparición en este lugar a pesar de haber sido aniquilados por dos veces consecutivas. Simplemente, nos hicimos construir nuevos pseudo cuerpos. Y podemos volver a hacerlo tantas veces como queramos. Creo que ahora comprenderéis por qué no podéis hacernos nada.
Al guardó silencio. Entonces habló el robot:
—Nos gustaría conocer algunos detalles técnicos sobre vuestro método.
—Ignoro mayores detalles técnicos —explicó Al—. Pero, aunque los supiera, no os los comunicaría. En fin, ahora ya sabéis que no podéis obligarnos a hacer nada. ¿Estáis dispuestos a cumplir nuestros deseos?
—Sí —respondieron los altavoces del cubo.
Las paredes que les rodeaban se separaron y se abrió una amplia perspectiva de columnas, hileras y bloques de cubos separados.
Ya no estaban prisioneros.
El espacio se había transformado en una plataforma cubierta, y esa plataforma comenzó a hundirse en las profundidades. El techo permaneció fijo en su lugar.
—¿Hasta dónde conocéis la historia de los hombres de este planeta? —preguntó el defensor.
—Hasta el momento en que los transportasteis a las plantas subterráneas.
El robot comenzó a hablar:
—Los hombres construyeron los primeros aparatos automáticos para ponerlos a su servicio. Luego construyeron autómatas capaces de seguir desarrollándose de forma autónoma, y así ha ido sucediendo hasta hoy. Pero nuestra principal obligación sigue siendo el cuidado y protección de los hombres. Todo lo que hemos hecho por ellos y las transformaciones que hemos introducido en nosotros mismos sólo tenían una finalidad, cuidar y proteger a los hombres cada vez mejor y de una forma más completa. Primero empezamos por hacernos cargo del trabajo y la reflexión. En la época en que vivían en la ciudad-jardín ya no tenían nada que hacer, excepto divertirse, pasar el rato, sentirse bien. Les permitimos conseguirlo sin esfuerzos ni incomodidades, con las pantallas de proyección y los cascos sensoriales que vosotros también conocéis. Aunque también ideamos todo eso porque sabíamos que dentro de sus casas estarían más resguardados de cualquier peligro. Por desgracia, seguían produciéndose accidentes. El último de ellos ocurrió cuando uno de los habitantes se hizo conducir hasta una nave flotante, montó en ella y se desplomó de forma inexplicable. Entonces decidimos trasladar a los hombres, naturalmente con su aprobación, a los sótanos de la central donde estarían más seguros. Nuestra técnica estaba tan desarrollada que podíamos satisfacer todos sus deseos a través de la estimulación directa de las células del cerebro. Creo que con ello les abrimos el camino hacia la felicidad, la paz y la seguridad absolutas.
El viaje hacia las profundidades había tocado a su fin. Estaban sobre tierra firme. El suelo también era del material negro, que tanto abundaba en el lugar, igualmente dividido en cuadrados, y aunque éstos no estaban más firmemente asegurados que los cubos libremente superpuestos de las plantas superiores, la sensación que producían al pisarlos era reconfortantemente distinta.
El cubo comenzó a deslizarse sobre el suelo y los dos le siguieron.
La arquitectura tampoco se diferenciaba básicamente de la curiosa estructura de juego de construcción de la armazón superior. Atravesaron amplias salas donde a todas luces se desarrollaban procesos químicos de fabricación. Enormes excrecencias de tubos transparentes, capilares, probetas, embudos, batidoras, centrífugas y cosas por el estilo llenaban las habitaciones. A través de ellos circulaban columnas líquidas, como otros tantos reptiles sintéticos, que se ramificaban, confluían, se teñían de colores, goteaban en gruesos recipientes ventrudos. Un ligero olor impregnaba el ambiente; Al recordó en el acto el olor de tomillo que flotaba sobre el paisaje al aire libre.
—Es nuestro medio esterilizante —explicó el robot—. Hay que impedir la penetración de cualquier germen extraño. También nosotros tendremos que descontaminarnos otra vez por razones de seguridad.
Entraron en una cámara cerrada por compuertas, y la pared se cerró a sus espaldas como una puerta corredera. Una suave brisa de gas antiséptico con olor a tomillo. Luego se abrió la pared de enfrente.
Se encontraron nuevamente en una especie de laboratorio. En un rincón se alzaba un cilindro de vidrio en el que brillaba algo indefinido de color verde. Una serie de varillas unían el cilindro con numerosas escalas graduadas sobre las que palpitaban las blancas líneas indicadoras. De vez en cuando se oía un leve bufido procedente de unos cuerpos de color marfil en forma de pera.
—Éste es el centro de control —dijo el robot, y siguió avanzando en línea recta.
Al y Rene le siguieron. Cruzaron un estrechamiento, algo así como un marco sobre el que parecía oscilar una cortina de bruma.
—Es el último control —les explicó el abogado defensor—. Un aparato de radioscopia.
Un reflejo gris velludo recorrió la superficie de sus cuerpos y los atravesó. Se encontraron frente a una pared. El robot se aplastó contra ella. La pared se abrió.
—Estamos entrando en la zona más recóndita —dijo.