3

En escasos minutos había variado por completo el estado de ánimo de los dos expedicionarios. Antes de aparecer las campanas de pruebas, les parecía tener ya el éxito en el bolsillo, como si sólo les faltara superar un par de irrelevantes obstáculos técnicos para poder alcanzar su meta. Pero ahora el otro bando había vuelto a tomar la iniciativa, y de una forma que en nada les aclaraba los motivos de su reacción.

—¿Qué significa esto? —preguntó Rene.

Al reflexionó unos instantes.

—Nos han examinado y han llegado a una conclusión. Ésa es la respuesta.

—¿Crees que esa torre negra ha brotado allí para nosotros?

—En cierto modo, sí. —Al tomó una decisión—. ¡Vamos a mirarla de cerca!

La sugerencia no gustó demasiado a Rene.

—Podría ser una trampa.

—Esa torre parece ofrecernos una posibilidad de llegar hasta abajo. Y eso es exactamente lo que queremos. Si su intención es cogernos prisioneros, secuestrarnos o hacernos cualquier otra cosa, ¿qué podemos hacer para evitarlo? ¿O acaso pudiste hacer algo contra esas campanas? —Hizo una pausa y esperó una respuesta, pero Rene aún vacilaba—. ¿Qué opinas? A mí me parece más bien una invitación de tipo amistoso. Yo al menos pienso aceptarla.

—La verdad es que no tienes ninguna posibilidad de saber si sus intenciones son buenas o malas. Tú mismo has reconocido que su manera de pensar es distinta de la nuestra.

—No lo niego. Pero, ¿crees que tiene sentido intentar penetrar de otro modo en el mundo subterráneo, dadas las presentes circunstancias? ¿Pretendes cavar una galería o hacer volar otra vez la hondonada? ¿Crees que eso sería más seguro?

—De acuerdo —dijo Rene, después de meditar un rato—. Adelante.

La marcha fue fácil mientras avanzaron sobre terreno firme, pero luego tuvieron que vérselas con la arena. Sus pies se hundieron en ella como si fuese nieve en polvo, pero a unos veinte centímetros de profundidad ya tocaban fondo y así consiguieron acercarse, lentamente, pero sin mayores dificultades, hasta las proximidades de la torre.

Ésta también estaba construida con la negra aleación reluciente, el mismo material del que estaban hechos todos los objetos procedentes de las regiones inferiores que habían tenido ocasión de ver hasta el momento. Parecía haber brotado directamente del suelo… pero cuando Rene intentó acercarse un poco, su pie se deslizó en una grieta rellena de arena que se abría entre la pared de la torre y el fondo de roca. Si no se hubiera apoyado con la rodilla, se habría hundido aún más. Al le alargó la mano y lo izó otra vez a la superficie.

—¡Uf! —exclamó Rene, asustado—. Aquí hay un pozo.

Al le guiñó un ojo con gesto de bienintencionada burla.

—Para bajar, te sugeriría que lo hiciéramos desde dentro de la torre, no por los lados.

Señaló una abertura que no habían advertido hasta el momento: un rectángulo de un metro y medio de altura y tres metros de un ancho abierto en la pared curva.

—Por mi parte, estoy de acuerdo —dijo Rene, resignado ya a su destino.

Al se dirigió hacia la puerta y allí se detuvo sorprendido.

—¡Mira, qué conveniente!

Del umbral había salido proyectada una rampa de acceso. La similitud de ese mecanismo con la rampa de acceso a la barca flotante era también evidente.

—Tengo la impresión de que estos autómatas han decidido calentar un poco el cuchillo antes de descuartizarnos —dijo Rene, con cómica desesperación.

Los dos juntos entraron agachados en la habitación. Ésta tenía la forma de un cilindro aplastado y estaba vacía. Una franja oblicua de paneles luminosos surcaba el techo, montados sobre unos bloques articulados que llamaron la atención de Rene.

Continuaba absorto en su contemplación cuando Al tropezó con él. La puerta corredera se cerró. Se desvaneció la luz del sol y el cuarto quedó iluminado sólo por la tenue luminosidad blanca de los círculos de luz. Entonces comenzó a ceder el suelo bajo sus pies. Se hundieron en las profundidades.

—Un montacargas —dijo Rene.

—¿Preferirías tener que bajar escaleras? —preguntó Al.

A medida que iban perdiendo peso, se les hacía más y más evidente la rapidez del desplazamiento. Aun así, les pareció increíblemente larga la espera hasta que comenzaron a notar una presión cada vez más fuerte bajo sus pies, señal de que el vehículo comenzaba a detenerse. Luego tuvieron la impresión de que se desplazaban otra vez hacia arriba. Sólo al abrirse la puerta deslizante comprendieron que era una ilusión.

Reconocieron el lugar: estaban directamente encima de la plataforma que separaba los sótanos de la colina de las plantas superiores. Cruzaron la puerta y pudieron comprobar que el pozo por el que habían descendido estaba situado directamente encima de la depresión ovalada. Pisaron un zócalo cuya superficie conectaba con el suelo del montacargas y desde allí descendieron por una rampa en espiral hasta una plataforma situada cuatro metros más abajo. Sólo entonces descubrieron la puerta. La tapa inferior estaba levantada: tenían vía libre.

—Cada vez estamos más a merced de una voluntad desconocida —dijo Rene.

—Sólo podemos confiar que ésta no sea una fuerza destructiva —dijo Al—. Ya es demasiado tarde para volver atrás.

Cruzaron el umbral, preparados para cualquier posible sorpresa, y desaparecieron bajo el suelo. El vestíbulo parecía haber cambiado un poco desde su anterior visita. La tapa que cerraba el sótano tenía aspecto de nueva; antes era de un material gris, en cambio ahora estaba veteada de amarillo lechoso y marrón. El número de columnas que unían el techo con el suelo había aumentado muchísimo, y la visibilidad era muy reducida.

—Otra novedad —dijo Rene.

—¿Las columnas? —preguntó Al, que había seguido la dirección de la mirada sorprendida de su amigo.

—Su distribución. Es completamente irregular. Una distribución estática. En un momento podría citarte toda una serie de razones por las cuales esta distribución tiene menos posibilidades de derrumbarse que cualquier patrón regular. Me gustaría calcularlo.

—Pero no ahora, por favor —le rogó Al con sutil ironía; miró por el agujero—. ¡Yo me arriesgo!

Se sentó en el borde de la abertura y dejó colgar las piernas. Poco a poco fue agachándose con cuidado, buscó un punto de apoyo con las puntas de los pies y fue descansando gradualmente el peso sobre él. Le faltaba el suelo y Al tuvo que recurrir a toda su capacidad de concentración para descender de su estrecho soporte horizontal hasta un lugar situado a unos cuatro metros de profundidad, donde al menos podría descansar sin balancearse como un equilibrista sobre la cuerda floja.

Sólo entonces levantó los ojos hacia Rene, que iba avanzando a cuatro patas: parecía un número de circo… En lento descenso de saliente en saliente, el ejercicio parecía arriesgado, pero no fue eso lo que hizo subir la sangre a la cabeza de Al… La tapa se había cerrado sin el menor ruido. Habían caído en la trampa.

Rene encontró puntos de apoyo más seguros para sus codos, pies y asentaderas, y entonces advirtió el motivo de que Al se hubiera quedado tan atónito; él mismo tuvo que hacer un esfuerzo para sobreponerse.

—Se ha cerrado la tapa. ¿Acaso no lo esperabas? —preguntó.

—En realidad no debía sorprenderme. Pero no se me ocurrió pensar en ello.

Hasta entonces se habían movido en un medio aún conocido intelectualmente; un medio extraño, pero a cuyas particularidades podían aplicarse cánones humanos. Habían descendido unos cuantos metros y durante el descenso sólo habían percibido el aspecto sobrenatural de las inmediaciones más próximas. Pero ahora, cerrada ya toda posibilidad de volver atrás, tuvieron la clara sensación, no sólo física, sino también mental, de hallarse en un mundo distinto.

Estaban suspendidos de una especie de armazón que parecía componerse de un solo elemento de construcción: de aquellos bloques que ya les habían llamado la atención en el sistema de iluminación de la cabina del ascensor. Sin embargo, parecían ser bastante más que simples lámparas. Cada bloque tenía la forma de un cubo perfecto. Las superficies laterales eran inconcebiblemente lisas, a pesar de que no estaban vacías ni mucho menos. Al contrario: además de las láminas luminosas había diversas manchas más oscuras que parecían incrustadas en la superficie con tanta precisión como las anteriores, y también líneas: rectas y paralelas a los bordes, o bien formando círculos concéntricos en torno a las láminas circulares. Rene deslizó el dedo sobre la superficie lisa como el hielo de uno de los cubos y apretó.

—Haz la prueba dijo.

Al, que no sentía un interés tan inmediato por los detalles, prefirió intentar hacerse una idea de conjunto. Todo el lugar estaba construido con esos cubos, que se alineaban como ladrillos, aunque sin formar paredes, sino una estructura llena de múltiples entrantes y salientes. Parecían estar unidos por un sistema muy resistente, hasta el punto de que la fuerza de gravedad no influía para nada en su distribución. Varios cubos contiguos formaban largas columnas de las que partían ramales laterales, unidos a veces con otras torres de cubos, aunque en ocasiones también acababan en el vacío. En algunos casos las columnas sostenían grandes bloques de cubos ordenadamente superpuestos. Tampoco había paredes, ni suelo: la habitación se extendía en las tres dimensiones. Sobre las caras descubiertas de los cubos lucían unas láminas, cada una de las cuales emitía sólo un débil destello, aunque todas juntas llenaban la habitación de una luz mate y uniforme, incorpórea y sin sombras, un fluido turbio y lechoso que llenaba los intersticios.

Y el conjunto no estaba quieto y callado, sino que toda la estructura parecía conmovida por una curiosa agitación y, ora más próximos, ora más remotos, se oían chirridos, chasquidos, crujidos, gorgoteos, repiquetees y zumbidos.

Sólo entonces siguió Al la sugerencia de Rene. Palpó una de las caras de un cubo próximo a él y de inmediato comprendió lo que quería indicarle su amigo.

—Estos dibujos significan algo —dijo—. Aquí hay una zona más caliente…, y aquí se nota una vibración.

—Parecen ser órganos… que emiten no sólo luz, sino también sonidos, calor y vete a saber cuántas cosas más.

—Y que seguramente les sirven también para captar sensaciones —añadió Al—. ¿Crees que pueden tener incorporados unos transmisores que comuniquen la información a otros puntos?

—Yo más bien diría que la información pasa de un cubo a otro. —Volvió a examinar detenidamente el dibujo de la superficie del cubo y señaló dos puntos más claros—. Éstos podrían ser los puntos de contacto.

—Luego, nos están observando —comentó Al—. Los mástiles con los objetivos esféricos eran inofensivos en comparación con esto. —Alargó la mano para coger un cubo y lo sacudió—. Parece increíblemente fuerte. No se ha movido en absoluto.

—Al menos no tendremos que preocuparnos de que todo el tinglado se hunda bajo nuestro cuerpo.

Al ya se había desentendido de los cubos.

—¿Y si intentáramos una pequeña escalada?

—Si no hay más remedio…

Al buscó un camino, como un escalador estudia una ruta difícil sobre la ladera, y luego comenzó a trepar. La escalada resultó sorprendentemente fácil, pronto lograron establecer un ritmo satisfactorio y ya no lo abandonaron.

—¿Crees que esto continúa indefiniblemente? —preguntó Rene al fin.

—No —respondió Al—. En algún lugar debe de haber otras cosas. El centro de control, por ejemplo.

—¿El cerebro? Me temo que estás pensando en términos demasiado humanos. ¿Por qué habían de tener todas las funciones mentales concentradas en un lugar concreto? ¿Porque así suele ocurrir en los seres vivos orgánicos? Eso ya quedó superado hace tiempo; incluso en la Tierra hemos conectado todos los cerebros electrónicos a través de grandes distancias. Imagínate qué no habrán conseguido aquí. Yo más bien diría que cada uno de estos cubos es una parte igualmente importante del conjunto. En ese caso, nuestras pesquisas serán inútiles.

—Es posible que todo lo que dices sea cierto. Pero, aun así, tiene que haber otras cosas. A mi entender, este sistema tiene su origen en los autómatas de la ciudad mecanizada. Su finalidad no puede agotarse en sí misma. Tiene que cumplir una función. Y estoy convencido de que la cumple a la perfección.

Rene dobló por un trecho de pared escalonada, que parecía una escalera deforme. Los infinitos puntos de luz parecían reagruparse en nuevas filas y dibujos a cada paso que daban. Había momentos en que toda la habitación parecía formada sólo por puntos oscilantes de luz.

—¿Cuál podría ser esa función? —preguntó Rene, que había llegado a un trecho horizontal donde poder tomarse un reposo—. Desde luego, no puede ser la función habitual de este tipo de máquinas, o sea, cuidar de los hombres. Te has equivocado si creías poder encontrar aquí algún rastro de los últimos habitantes de este planeta… Supongo que ahora lo comprendes. Aquí no hay ninguna señal humana. Esta estructura no está adaptada en absoluto al uso de los hombres. ¿Qué clase de función tendrá, pues?

Al también se había sentado. El esfuerzo de la escalada le había hecho sudar copiosamente.

—¿Qué clase de función? —repitió—. Reconozco que la situación es contradictoria, pero estoy convencido de que todo debe tener una explicación lógica. Simplemente, aún no hemos logrado examinar la situación de manera consecuente. Tenemos que encontrar algo que nos indique la pista a seguir.

—Pero, ¿qué quieres buscar?

Al estuvo silbando un rato por lo bajo, sin decir palabra; luego declaró:

—Al menos nos falta encontrar una cosa: las figuras en forma de flores en ese largo pasillo. Las orquídeas en sus cajas. Debe existir una razón de peso para que la película del laboratorio de historia acabara justamente allí. Tal vez ahí esté la clave del enigma.

Rene no compartía la confianza de Al.

—Para serte sincero —dijo—, ya empiezo a estar harto de este lugar. No resisto más. ¡Esta armazón, este aire, esta luz!

Tengo la sensación de que me espían.

—¿Qué quieres hacer? —preguntó Al, decepcionado.

—¡Volvamos atrás! —sugirió Rene.

—La tapa está cerrada… ¿Cómo esperas poder escapar?

—Volverán a abrirla, Al. ¿Para qué iban a detenernos? Seguro que nos dejarán salir.

Cerró los ojos para no verse obligado a seguir mirando el desconcertante juego de luces.

—Desde luego, Rene —dijo Al, en tono tranquilizador—. Es evidente que sus intenciones no son malas. Yo también creo que saldremos sanos y salvos de aquí. Pero, por otra parte, seguro que no actúan sin tener sus motivos. ¡Todo esto es demasiado razonable y organizado! Ha de tener un sentido. ¿No podrías esperar a descubrirlo?

Rene aún no había conseguido recomponerse del todo, pese a sus esfuerzos.

—Este lugar es horrible. Cada minuto que pasa me resulta más horroroso. Yo también quisiera… ¡Pero no puedo evitarlo! Este espacio vacío me da vértigo. Estoy mareado…

Al comprendía lo que sentía su amigo. El lugar donde se encontraban no dejaba de ejercer también sus efectos sobre él. No era posible engañarse, por mucho que intentara darse ánimos.

Ponía todo su empeño en concentrar la mirada en puntos fijos próximos a él, pues los puntos luminosos comenzaban a relampaguear, a girar y a bailotear ante sus ojos cuando los dejaba vagabundear tan a lo lejos. A ratos tenía la sensación de que todo daba vueltas a su alrededor, como si los puntos donde intentaba buscar apoyo comenzaran a ceder bajo sus pies y sus manos, como si nada estuviera fijo en su lugar.

—¿Tan mal te sientes? —preguntó—. Yo tampoco estoy demasiado bien. Pero quiero intentar aguantar hasta el final. Si quieres, Rene, puedes dejarme solo. No tienes más que desconectar. Yo continuaré por mi cuenta. ¿Qué te parece?

Rene estaba encaramado sobre una viga oblicua, y parecía la imagen misma de la vacilación. No alzó la mirada, pero movió negativamente la cabeza.

Al continuó su parlamento:

—Puedes graduar la intensidad de las sensaciones, si no quieres dejarme solo. Esta vez no hay reglas ni códigos de honor. Nadie se molestará si lo haces.

—No sigas hablando, Al —le rogó Rene.

Los dos permanecieron un largo rato sin pronunciar palabra. Luego Rene se incorporó.

—¿Te importaría pasar delante, Al? —dijo.