2

El helicóptero los transportó al otro lado del desierto radiactivo. El viento sacudía el aparato, lo levantaba para luego dejarlo caer, y se balanceaban de un lado a otro. Tal como les había ocurrido en la Tierra en casos similares, tenían la impresión de que una fuerza subterránea estaba levantando el paisaje bajo sus pies.

—¿Has considerado la posibilidad de una pantalla protectora… como la que recubría la ciudad? —preguntó Rene.

—Sí —dijo Al, con la mirada fija en el centelleante vacío.

—¿Qué haremos entonces? —preguntó Rene.

—Entonces habrá que llevar los instrumentos a cuestas.

Sus expectativas volvieron a resultar erróneas. Nada les detuvo, no apareció ningún espejismo destinado a engañarles.

—El centro debe de estar por aquí —dijo Rene.

Al tiró de la dirección.

—Voy a descender.

—Planeó hacia una roca lisa. Varios surtidores de arena brotaron de pequeños agujeros abiertos en su superficie. El aparato aterrizó suavemente, Al abrió la portezuela y saltó al suelo. Olfateó, comprobando con sorpresa que también allí olía a tomillo.

Rene le alcanzó las cargas explosivas y las angarillas con el sismógrafo. Al cogió las cápsulas y las depositó unos veinte metros más allá, sobre la plataforma rocosa, luego las adhirió al suelo y llevó otra vez la mecha hasta el helicóptero. Colocó el extremo sobre un conmutador conectado a un polo de la batería y hundió el otro en el suelo.

Rene había ajustado el sismógrafo y lo puso en marcha para probarlo. Sobre la banda móvil apareció una línea ligeramente ondulada. Rene comenzó a manipular nervioso el aparato.

—¿Qué ocurre? —preguntó Al.

—La capa de resonancia es demasiado débil —explicó Rene.

—¿Qué significa eso?

—El suelo sigue vibrando y el aparato capta esas sacudidas. Por eso tenemos una línea nula ondulada. Pero las vibraciones son menores aquí que en otros puntos.

—Probemos otra vez —sugirió Al—. ¿Preparado?

—Sí.

Al apretó el detonador… En el lugar donde antes estaba el explosivo se levantó un pequeño chorro de piedras y arena, y de inmediato le siguió el ruido de la fuerte explosión.

Los dos tenían la mirada fija en la hendedura que se iba extendiendo rápidamente desde el orificio abierto por la explosión. No habían transcurrido ni dos segundos… El indicador comenzó a moverse y la aguja trazó un par de agudos zigzags sobre el papel. Rene acababa de incorporarse satisfecho cuando volvieron a oír un nuevo rugido, seguido de un estruendo. El ruido les pareció doblemente intenso, debido a que entre uno y otro había reinado un silencio total.

—El eco —dijo Al.

Rene le miró meneando la cabeza.

—Sí…, pero, ¿de dónde?

—Seguramente de las montañas —aventuró Al.

—Ese ruido no ha venido de las montañas —dijo Rene—. Ha sido demasiado rápido.

Al miró a su alrededor, desconcertado.

—Por aquí cerca no encontrarás nada capaz de producir un eco tan fuerte —dijo Rene—. Además, me ha parecido que el eco venía de arriba.

—Vaya —dijo Al, admirado.

—Prepara otra carga —le rogó Rene—. ¡Tenemos que averiguar qué ha sido!

Al accedió a su deseo y encendió la materia explosiva. Ladearon la cabeza para poder determinar mejor la dirección del eco.

La cápsula explotó con un fuerte ruido… Siete segundos de silencio, y luego el estrépito de las ondas sonoras reflejadas.

—¡Por todos…! —exclamó Al—. ¡Realmente viene de arriba!

Rene arrugó la frente, sumido en profunda reflexión.

—Sólo puede ser una cosa —exclamó al fin—. ¡La pantalla invisible!

—¡Has dado en el clavo! —dijo Al, con gran admiración—. ¡Claro, la pantalla! ¡La han puesto más alta!

—Pero, ¿por qué? —preguntó Rene.

—¡Para lograr una protección más completa!

—Lo cual significa que no saben cómo hemos llegado hasta aquí.

—Exactamente —corroboró Al—. El rayo sincrónico atraviesa la pantalla, pues no tuvimos dificultades de recepción cuando estábamos debajo.

—Desconocen su existencia —dijo Rene—. Los hemos sobrevalorado. En algunas cosas somos superiores a ellos. ¡Esto me hace recuperar la confianza en mí mismo!

Los dos estaban tan excitados como si hubiesen logrado una victoria. Muy animados, se volvieron a examinar el sismógrafo.

—¿Qué opinas de esta curva? —preguntó Al.

—Una cosa es segura: aquí abajo, a unos dos kilómetros de profundidad, hay una capa reflectante…

Al le interrumpió:

—¿Podría ser la tapa de los sótanos?

—Es posible. Y creo que ahora también puedo explicar la débil reacción. Entre esa capa y la superficie de plástico debe de haber un material muy amortiguante…

—¡Extraordinario! —exclamó Al—. ¡Ahora se explica todo! Por primera vez logro comprender el significado de lo que ha ocurrido aquí. Lo importante para ellos es proteger lo que hay aquí debajo. Todo indica que las dependencias inferiores, donde no pudimos penetrar, aún se conservan intactas. Ahí se oculta algo valioso. La explosión atómica ha demostrado que la pantalla protectora que recubría la ciudad y las ilusiones ópticas no bastaban para protegerlo… Por ello han adoptado medidas más eficaces. La pantalla abarca una superficie mucho mayor, hasta las alturas de las montañas, tal vez incluso por encima de las cumbres…

—¡Tal vez recubra todo el planeta! —insinuó Rene.

Al asintió ante la sugerencia.

—También cabría dentro de lo posible. Pero, además de la pantalla, han instalado otra protección, una gruesa plancha situada directamente encima de los sótanos. Está hecha de un material amortiguante, y su función es absorber las vibraciones. ¡Eso es!

Rene manifestó abiertamente su acuerdo con los resultados de las reflexiones de Al.

—Podría ser muy bien como dices. Incluso la profundidad de la capa reflectante podría coincidir con la de la anterior cobertura.

—¿A qué profundidad está?

—No podría decirlo con exactitud; para ello tendría que conocer la velocidad del sonido sobre esa plancha amortiguadora. Pero, como te decía, debe de estar aproximadamente a la altura del fondo del antiguo valle, o sea, al mismo nivel donde encontramos la misteriosa entrada bajo la colina.

Rene arrancó la banda de papel perforada y rayada con el sismograma, la dobló y la guardó en una cajita acoplada a la pared lateral del aparato. Luego cerró la tapa.

—El gran problema es saber cómo podemos introducirnos allí abajo —dijo, y se echó la correa del sismógrafo al hombro.

Ese gesto le obligó a fijar la mirada en el oeste… La sorpresa le dejó súbitamente paralizado: una sombra se deslizaba a toda velocidad sobre el suelo, una mancha oscura, que subía y volvía a bajar según las ondulaciones del terreno, sin dificultad; surcaba rauda y veloz los tramos llanos, saltaba las depresiones… y avanzaba directamente hacia ellos. En el acto levantó la mirada, intentando localizar el objeto que producía la sombra. El Sol le deslumbró y no consiguió una visión clara; sin embargo, pudo ver lo suficiente: un cuerpo oscuro de tamaño indeterminado, en forma de campana suspendida. Apenas tuvo tiempo de emitir un grito; luego la sombra se posó sobre él y ya no vio nada más.

El grito fue la primera advertencia que tuvo Al de que ocurría algo. Vio posarse la campana sobre Rene, y echó a correr hacia el helicóptero. No había tenido tiempo de llegar a él cuando también le dio alcance una sombra. Vio unas negras fauces abiertas sobre su cabeza y algo le rodeó y se cerró bajo sus pies. Sintió que le izaban un par de metros en el aire, luego se hizo una oscuridad absoluta.

Alargó la mano para palpar a su alrededor e intentó acercarse a la pared… Avanzó un par de pasos, pero no encontró ninguna pared. Tuvo la sensación de que el suelo se adaptaba de una forma misteriosa a los movimientos de sus pies, como si en cierto modo los movimientos se compensaran. Permaneció inmóvil durante un instante y luego se agachó, tratando de tocar el suelo… Sus manos se posaron sobre algo firme, pero elástico, como una tabla montada sobre muelles con bisagras. Pero era consciente de lo primitivo de esa comparación y comprendió que la realidad escapaba por completo a su capacidad de imaginación.

De pronto algo se movió, una luz parpadeó fugazmente, se oyó un sonido, que sin embargo quedó ahogado de inmediato, y antes de que consiguiera ver lo que era, algo comenzó a palpar su cuerpo. Sintió una leve punzada de dolor, tan breve que no hubiera podido decir con certeza si era real o no…

Veloces como el rayo se desarrollaban esos hechos a su alrededor, tierna, suavemente, pero con una inconfundible repercusión, sin limitar en lo más mínimo su libertad de movimientos, pero sin ofrecerle al mismo tiempo tampoco la menor posibilidad de rechazarlos.

«Es un test —se dijo—, un test como los que tuvimos que pasar, hace poco más de quince días, cuando entramos por primera vez en el parque de máquinas. Todo aquel que traspasa la barrera es sometido a estas pruebas… Eso está claro. Y cuando vuelve, debe pasar otra vez por las pruebas.»

En cualquier caso, aquella campana se diferenciaba bastante del vestíbulo desde donde les habían ido trasladando de celda en celda y habían recibido un trato relativamente brusco. Allí no ocurría nada desagradable, doloroso ni terrorífico… Estaba ante la perfección. Existía una similitud inconfundible entre ambos procesos, pero las primitivas condiciones del primero habían alcanzado allí una increíble superioridad técnica. En dos semanas el método parecía haber evolucionado desde su forma más primitiva hasta la perfección. Sin embargo, Al comprendía que eso no era posible de ningún modo. Aquel sistema altamente desarrollado también debía de haber existido antes, aunque no llegara a intervenir. Había delegado las tareas de seguridad en manos de otros mecanismos automáticos más sencillos, pero ésos habían quedado destruidos, y Al se encontraba ahora en manos de algo frente a lo cual se veía aún más impotente que ante los tests sufridos en la ciudad de las máquinas. Entonces habían sido declarados inofensivos. Las viejas máquinas se habían equivocado. Los tests habían dado un resultado erróneo. ¿Se equivocaría también el nuevo mecanismo? Y en caso contrario, ¿qué sería entonces de ellos?

Llegó el momento decisivo. Al no tuvo que esperar demasiado a que se dictara el veredicto, pero no supo de qué lado se había inclinado la balanza. Descendió aproximadamente un metro… Nuevamente pisó tierra firme… Comenzó a brotar del suelo un cilindro luminoso de una claridad cegadora… La campana se elevó y le dejó en libertad. La sombra fue difuminándose a lo lejos, y el cuerpo de metal macizo se perdió en la distancia, convertido en un puntito.

—¡Eh, Al! ¿Estás vivo?

Al se volvió. Rene estaba de pie detrás de él, exactamente en el mismo lugar donde le había atrapado la campana. Al tampoco se había apartado en absoluto de su anterior posición. Pero donde antes estaba el helicóptero, se había instalado ahora otra campana, mucho más grande que las que habían caído sobre él y Rene. Estaba hecha del mismo reluciente metal negro que ya conocían por haberlo visto en la puerta del mundo subterráneo, en la plataforma concéntrica de la base de la colina. Al se disponía a acercarse a ella, pero en ese momento el cuerpo, del tamaño de una casa, también comenzó a elevarse con la misma suavidad con que lo habían hecho los dos ejemplares más pequeños, y desapareció a toda prisa de allí.

—Ya empiezo a estar harto de estos sustos —refunfuñó Rene.

—Nosotros mismos lo hemos provocado con nuestras explosiones experimentales —comentó Al—. Tal vez son alérgicos a las explosiones. Para mí lo más interesante sería saber qué resultado arrojarán estos exámenes. Hasta el helicóptero ha sido puesto a prueba.

—Aparentemente todo sigue igual… Parecen seres pacíficos. Nos han dejado en libertad.

—Me extrañaría mucho que todo saliera tan bien esta vez musitó Al.

Escudriñaron la planicie vacía con una leve desconfianza. De pronto algo extraordinario sucedió exactamente en la dirección donde estaban mirando. La arena se levantó, como movida por algún extraño ser que quisiera incorporarse, y del suelo comenzó a emerger luego un cilindro negro. El cilindro fue alargándose hasta destacar sobre el desierto como una pequeña torre achatada perdida entre la arena.