No llevaban ninguna escalera, conque tuvieron que volver a la plataforma. Ese pequeño inconveniente no dejaba de tener también sus ventajas: ya conocían el camino a partir de allí, y de ese modo siempre les quedaba, además, la posibilidad de poder replegarse directamente desde el interior hasta su campamento provisional, caso de considerarlo conveniente. Bajaron la escalera con gestos decididos, tras la experiencia adquirida, y sin prestar la menor atención a los curiosos juegos ópticos.
Formaban un extraño cuadro, con sus armas antiguas en medio de las máquinas y las construcciones ultramodernas. «Es francamente demencial —se dijo Al—. ¿Tal grado ha alcanzado ya nuestra apatía, que somos incapaces de tomarnos nada en serio, que sólo nos interesa divertirnos, pasar el tiempo, y renunciamos voluntariamente a todo aquello que podría ayudarnos a adelantar un paso más, porque supondría privarnos de un poco de diversión y algún buen rato?»
Sin decirse nada, procuraron no entrar en la planta de transmutación de materia. Dieron un rodeo en torno a la fábrica, aunque les supondría una pérdida de tiempo; doblaron hacia la derecha y siguieron por una calle que sólo Don había visto, y sólo bajo la luz de las estrellas.
—Tuvo que salir más o menos por aquí —dijo Don, y señaló una hilera de aberturas bajo las cuales había instalado unos moldes semiesféricos, preparados para recibir cualquier objeto que pudiera caer.
Se acercaron más a ellos. Rene se agachó curioso, recogió un objeto y no pudo contener una exclamación de estupor. En la mano tenía un cuerpo del tamaño de una bola de billar, con la superficie lisa, pero no esférica, sino ligeramente achatada por ambos lados.
—¡La piedra! —exclamó Al—. ¡Sí, es mi piedra, la que arrojé ayer a las ranuras!
Rene le dio vueltas en la mano, intentó aplastarla, la olió.
—Tienes razón, Al, es la piedra. ¡Pero ahora es de azufre! ¡Es inconcebible!
El increíble objeto plano pasó de mano en mano.
—Éstos sabían lo que se hacían —dijo Don con admiración—. Pero, ¡vámonos ya! No nos entretengamos. Ya es más de mediodía.
Los edificios aparecían más próximos a medida que iban avanzando; las columnas, mástiles y torres estaban más apretadas y disminuía el espacio libre para seguir avanzando a nivel del suelo. Ahora el edificio recordaba muchísimo un gigantesco transformador de la época en que la energía eléctrica aún constituía el principal medio de distribución de energía. Aunque las hileras de pilastras, rejillas de alambre, armazones, todas aquellas diversas y curiosas construcciones de metal, vidrio y materiales sintéticos no tenían sin duda iguales funciones que los transformadores, aislantes y conducciones que ellos conocían. Y, a pesar de que Don, Al, Kat y Rene habían atribuido a las máquinas la capacidad y la intención de proteger a los hombres, no por eso dejaron de avanzar un poco asustados entre ellas, como si en cualquier momento pudiera producirse una descarga destructiva, y procuraron no traspasar ni un momento los límites del sendero.
Ya no les faltaba mucho para alcanzar la colina.
—Es una verdadera colina —dijo Don—. Los caminos suben hacia la cumbre.
—Eso no significa que deba ser una colina —le contradijo Al—. También puede tratarse de una gigantesca construcción. Los caminos podrían subir hasta el tejado… Aunque lo más probable es que no sean caminos.
—¿Qué pueden ser si no? —gruñó Don.
—Espacio libre, para poder construir, introducir innovaciones y hacer reparaciones.
Rene meneó la cabeza pensativo.
—Si es un edificio, debe tener alguna función especial. Está protegido del exterior, el techo es opaco.
Habían llegado al punto a partir del cual comenzaban a elevarse las bandas lisas que habían venido utilizando como senderos. A falta de otra posibilidad para seguir adelante, comenzaron a ascender por la suave pendiente. A derecha e izquierda seguían alzándose los aparatos, máquinas, autómatas, o lo que fuese, pero saltaba a la vista que ahora dominaban otro tipo de modelos, escaseaban los objetos compactos, casi todo eran armazones de varas estrechas, redes extendidas, altos pilares, entre los que colgaba muy arriba una trama de hilos grises que casi se fundían con el color del cielo.
—Tengo la sospecha de que son antenas —murmuró Rene.
Don cogió al vuelo su comentario.
—Ello concordaría con nuestra suposición de que esto es una especie de central.
—En ese caso, debe encontrarse forzosamente bajo nuestros pies —dijo Al.
—Ahí hay una puerta —exclamó Katia, que hasta entonces había avanzado pegada a Don sin decir palabra.
Un involuntario titubeo estremeció su ánimo.
—¿Crees que Jak podría estar ahí dentro? —preguntó Al, dirigiéndose a Don.
—Es de suponer —respondió éste.
—¿Os parece prudente meternos ahí sin más? —preguntó Rene—. ¿No creéis que podría ser una trampa?
Don empuñó la pistola que llevaba al cinto.
—Estamos armados. ¡Sacad las pistolas!
Y entró sin vacilar por el agujero circular abierto en la pared inclinada, al que Kat había llamado puerta. El pasillo que les acogió también tenía una sección circular de aproximadamente tres metros de diámetro. Una estrecha franja descubierta en el techo dejaba entrar una luz mortecina. Tras sólo un par de metros de recorrido, llegaron a una encrucijada que formaba un pequeño vestíbulo.
—También aquí tienen instalados sus ojos —rezongó Rene, y señaló las lentes semiesféricas de cristal adosadas a las paredes.
—Aquí hay unas salas de mandos —exclamó Al, con voz ahogada.
Se había asomado al pasillo de la derecha. El espacio abierto se ensanchaba allí hasta constituir una gran sala en forma de gigantesca burbuja elipsoide y alargada. El suelo, o más exactamente las partes más bajas y aproximadamente horizontales de la superficie envolvente, estaban cubiertas de hileras de tableros de mandos macizos, que llevaban acoplados millares de botones, palancas, cuadrantes y cosas por el estilo.
—El sistema central de mandos —susurró Rene, con algo muy parecido al respeto en su voz—. El corazón de la ciudad.
Don ya se había introducido entre las mesas, miraba atentamente hacia delante decidido a descubrir a Jak y los otros dos lo más pronto posible. Rene iba examinando al pasar las inscripciones jeroglíficas grabadas junto a los conmutadores, y en más de una ocasión estuvo a punto de perder el equilibrio sobre el suelo desusadamente curvo. Al repartía su atención entre la observación del lugar y la de las instalaciones. Kat intentaba rehuir la inquietante situación a base de imaginar incitantes combinaciones de perfumes.
Así recorrieron un buen trecho, sin encontrar rastro de Jak. Atravesaron salones, casi todos vacíos a excepción de las instalaciones de control, otros con unos objetos parecidos a pantallas, marcos que sostenían una trama de alambres y objetos similares, en general colgados de las paredes o empotrados en ellas. Atravesaron interminables pasillos, entraron en estancias en forma de cúpula, desde las cuales accedieron a pisos superiores a través de rampas circulares.
Por fin. Rene descubrió una huella: la pared de una sala aparecía levantada y detrás se vislumbraban varias conexiones eléctricas provistas de muchos elementos desconocidos, pero a pesar de todo identificables como tales.
—Deben de estar cerca —susurró Don.
Atravesó cautelosamente la sala, con todos los sentidos alerta, penetró en el pasillo contiguo, lo atravesó… Llegó a la entrada de la sala siguiente, y ahí estaban: Jak, alto y fornido, vestido con un dos piezas beige, botas blancas y gorro también blanco; Tonio, de mediana estatura, delgado y con los cabellos negros, completamente vestido de azul; y Heiko, con el pelo rubio cortado a cepillo, un pantalón de color gris y una corta chaquetilla negra. Sus movimientos eran totalmente despreocupados y hablaban en voz alta, aunque las fuertes resonancias impedían entender nada. No estaban examinando ningún tablero de mandos, sino que parecían ocupados en inspeccionar una de las paredes.
—Vamos a animar un poco la cosa —murmuró Don—. Al, Rene, voy a contar hasta tres, y luego disparamos todos a una. A continuación atravesaréis rápidamente la sala en dirección a la otra salida, pero a toda velocidad, sin darles tiempo para comprender lo que pasa, suponiendo que no los hayamos herido antes… ¿Me has oído, Katia?
—Sí, claro.
Avanzaron cautelosamente otro par de pasos, para disponer de un amplio campo de tiro.
—Atención. ¡Uno, dos, tres!
Los disparos estallaron al unísono, se levantaron varias nubes de humo, las esquirlas saltaron en todas direcciones… y Al y Rene echaron a correr.
Cuando se hubo disipado el humo, vieron un cuerpo tendido en el suelo, totalmente destrozado, descuartizado en varios pedazos, con las distintas partes retorcidas y aplastadas.
—Los demás están escondidos detrás de las mesas de control —les gritó Don—. Cargad enseguida y disparad de manera que siempre esté funcionando una de las pistolas. Nos limitaremos a tirar contra la pared.
Apretó otra vez el disparador; del otro bando salió también un disparo.
Don estaba rebosante de alegría.
—No te lo esperabas, ¿eh, Jak, viejo amigo? —gritó—. ¿Qué me dices ahora?
Aguardó un par de segundos, luego comentó a Kat:
—No quieren revelar sus posiciones. —Y a los demás—: Escuchad atentamente. Al y yo nos lanzaremos sobre ellos, mientras Kat y Rene nos cubren. ¿Comprendido?
Entonces oyó un zumbido a sus espaldas; una ligera corriente de aire se acercaba por el túnel… Ante sus ojos apareció una superficie esférica, recubierta de un brillo mate en la parte superior y con varias aberturas, pantallas y otros adminículos en la parte de abajo. El artefacto extendió un brazo con unas pinzas, dos blandas pero firmes tenazas se cerraron en torno a su cintura… Don pataleó un instante en el aire, luego se encontró tendido entre suaves almohadones. Un momento después, Katia estaba a su lado. Un ligero movimiento deslizante, un salto… y se habían detenido. Entonces entró flotando Rene. Otra leve sacudida, apenas perceptible, y Al también se unió al grupo…
Estaban dentro de una barca flotante. Aún tuvieron tiempo de ver a Jak y Heiko que asomaban la cabeza detrás de una mesa… luego se encontraron envueltos en la superficie gris del pasillo, borrosa a causa de la velocidad. La franja luminosa se curvó ligeramente, luego salieron a la luz del día, sol, cielo azul… Diversos objetos fueron deslizándose raudos junto a ellos, metal, materiales sintéticos, vidrio…
Continuaron en veloz vuelo, sin poder hacer nada para impedirlo, sin paradas, sin sacudidas, hasta llegar a la muralla de la ciudad, al punto exacto en donde colgaba su escalera. Entonces se abrió la puerta corredera y bajaron del aparato. La puerta se cerró otra vez, la barca se puso en movimiento y pronto desapareció: un reflejo parpadeante en medio del bosque de máquinas de la ciudad.
Aún no habían tenido tiempo de asimilar su nueva situación. Se quedaron inmóviles, mirando cómo se alejaba la barca.