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No llevaban ni veinticuatro horas allí y ya habían tenido que soportar el primer descalabro. Don se había tendido malhumorado sobre su litera y Katia permanecía sentada a su lado con expresión de fastidio.

Al transportó el maletín de análisis hasta el fondo del valle y lo dejó en el suelo al comienzo de la planicie. Comenzó a realizar los análisis físicos y químicos de rutina, recogiendo diversas muestras del suelo y de las rocas, para luego dedicar su atención a las plantas. Seleccionó muestras de flores, hierbas y musgos, y separó las especies que más parecían diferenciarse de las de la Tierra para su preparación. Pero obtuvo unos resultados verdaderamente insignificantes.

Don y Kat se le reunieron al cabo de un rato. Don aún estaba de mal humor. Deambulaba alicaído de un lado a otro, arrancando una que otra flor para luego deshojarla.

—¡Al! —exclamó al cabo de un rato.

Al estaba inclinado sobre un microscopio y emitió un murmullo ininteligible como única respuesta.

—¿Has encontrado algo?

—Nada de particular hasta el momento.

—¿Sabes qué se me acaba de ocurrir?

Al estaba golpeando un trozo de roca con un martillo de geólogo e iba recogiendo las esquirlas.

—¿Qué se te ha ocurrido, Don?

—Este lugar parece estar demasiado muerto. No hay pájaros, ni cuadrúpedos, ni hormigas, ni moscas. Ni siquiera una pulga. ¿Has visto algún animal?

—Mira por el microscopio. ¿Qué me dices de esto?

Don pegó el ojo al ocular.

—¿Qué es eso?

—Una gota de agua. He disuelto un poco de tierra en el agua. Ahí tienes una gota de la solución.

—¿Y qué tiene de particular? No veo nada.

—Precisamente. —Al retiró el portaobjetos de las grapas que lo sujetaban—. Nada, ni tan sólo microorganismos. Sin embargo, también aquí debe de haberse producido una evolución desde los niveles de vida inferiores hasta los más elevados, incluido el nivel superior. ¿De dónde han salido si no los constructores de la ciudad?

Don no supo qué responderle.

—Quiero que veas otra cosa. Tal vez ello te haga cambiar de opinión en cuanto a la inutilidad de los análisis de rutina. ¿Conoces esta fórmula?

Le mostró un papelito.

—El resultado de una reacción química. ¿Sabes tú lo que es?

Mientras Don seguía meneando la cabeza, Al continuó diciendo:

—No existe un nombre para designarlo, pero es sumamente potente. Presta atención: voy a realizar un pequeño experimento para ti.

Introdujo un portaobjetos de polipéptidos en la cámara de vacío del microscopio, conectó la ampliación ionóptica y le hizo un gesto a Don para que se acercara a examinar la imagen.

—Rectángulos alargados. ¿Qué es eso?

—Son bacterias procedentes de nuestro material experimental.

Al introdujo una varilla de vidrio en una probeta y extrajo una gota de líquido cristalino. Retiró el portaobjetos, esparció la gota sobre su superficie y volvió a colocarlo bajo los rayos del microscopio. Echó un vistazo por el ocular para asegurarse de que había ocurrido lo que esperaba. Luego le indicó a Don que se acercara.

—¿Qué ves?

—Los rectángulos se están deshilachando. ¡Habla de una vez, Al! ¿Qué significa esto?

Al se agachó y arrancó un par de hojas de hierba del prado donde se encontraban.

—Según la fórmula, es una especie de antibiótico. Su acción es extraordinariamente rápida y potente.

—¿Dónde lo has encontrado?

—Está por todas partes. Forma una pequeña capa sobre las plantas y encima de las rocas. Está disuelto en el agua y flota en el aire en forma de polvillo.

Don se encogió de hombros sin saber qué decir.

—Bueno, pero, ¿cómo te explicas…?

—No puedo explicar absolutamente nada. Me limito a constatar. Y todavía queda otra sorpresa. —Señaló unas esquirlas que había desprendido de la roca más grande con el martillo—. He cogido una muestra de allí —dijo Al, y señaló una empinada pared de piedra entre las montañas—. Ya la he estudiado con todo cuidado, pero para asegurarme voy a hacer ahora un análisis espectral completo.

Don y Katia seguían atentamente sus rápidos y precisos movimientos. Cogió una lámina de platino —muy parecida a una lima para las uñas— y rascó con ella un poco de polvo del fragmento de muestra. Depositó parte de ese polvo en la estructura de cristal de un rotor de rayos X e introdujo la lámina en un espectógrafo; luego esperaron el resultado: Don con nervios e impaciencia, Katia con ignorante admiración, Al con fingida calina. Pronto oyeron chirriar las ruedecillas de la cinta transportadora y dos serpentinas de papel de diez centímetros de largo asomaron la cabeza al exterior. Al alargó la mano y luego sonrió.

—No nos dejes aquí plantados como unos imbéciles —le espetó Don—. ¿Qué has averiguado?

Al seguía sonriendo.

—Plástico. Las rocas son de plástico.

Los tres enmudecieron por un instante. Luego Al volvió a tomar la palabra:

—De nada nos servirá esconder la cabeza en la arena. Ahora sí que hemos topado con un verdadero misterio. Un terreno estéril y rocas artificiales… Imposible formarse un cuadro razonable con estos elementos. Pero, ¿sabéis qué es lo más grave? Lo más preocupante es lo que nos ha ocurrido al sobrevolar la ciudad. Aunque ni siquiera ello constituye un verdadero motivo de inquietud. ¡Desde luego no deberías haberte lanzado contra esa fuerza contraria como un salvaje!

—¡Vamos, Al, déjalo ya! —le rogó Katia, y Don le lanzó una mirada llena de ira.

—¿Por qué no iba a hablar de ello? —Incluso el sereno Al revelaba ahora un cierto disgusto—. La tarea que nos hemos propuesto está empezando a resultar bastante menos sencilla de lo que imaginábamos. Si no queremos renunciar a nuestros propósitos, tendremos que empezar por dejar de actuar como crios. ¿O preferís abandonar?

Katia miró a Don y éste pronunció un no categórico.

—Yo tampoco, como es lógico —dijo Kat.

—Estupendo. Entonces lo mejor será establecer un plan un poco sistemático. Hemos constatado unos cuantos hechos que aún no sabemos explicar. En el futuro procuraremos no desperdiciar ninguna oportunidad de obtener mayor información. ¡Estoy seguro de que todo debe tener una explicación lógica!

Don se había sentado sobre la hierba y jugueteaba con un par de briznas.

—¿No puede ser perjudicial para nosotros ese antibiótico? —preguntó con desconfianza al ver que el polvillo se había quedado adherido a los dedos.

—Tranquilízate —dijo Al—. No puede hacerte nada, ya lo sabes.

Don acarició el cuello de Kat con una hierba y se rió al verla retroceder.

—Tienes razón, Al —dijo, recuperando su buen humor—. Tienes razón. ¿Qué sugieres que hagamos ahora?

—Lo mejor será completar los análisis. Mientras tanto podemos ir pensando en la manera de llegar hasta la ciudad.

—¿Quieres decir que quizá se pueda superar esa barrera?

—¿Qué fue lo que nos cerró el paso, en realidad? —preguntó Al—. ¿Una corriente? ¿Un fuerte viento? ¿O una fuerza?

—Sí, tuvo que ser algo por el estilo. En cualquier caso, no era una cosa sólida. ¿Tal vez un objeto blando invisible?

—No creo en los objetos invisibles. En este caso me inclinaría más bien por una fuerza… Una especie de antigravitación. Pero eso no es lo más importante. Para nosotros lo más esencial es saber para qué sirve esa barrera.

—Bueno, una cosa sí está clara… La ciudad está cerrada. Nadie puede entrar en ella. Tal vez el dispositivo sea un resto de tiempos pasados.

—Es posible. Pero, ¿has considerado alguna otra posibilidad? No me parece probable, pero, ¿no podría ser que Jack…?

—¿Jack? Humm… Sería muy propio de él. Pero, ¿cómo podría haberlo logrado?

De pronto ocurrió algo extraño, al principio imperceptible… Un agudo y musical tintineo estremeció el aire. Una bola al rojo blanco cayó del firmamento, como un rayo, luego se oyó un siseo cada vez más intenso que terminó con un golpe seco. Todo volvió a quedar como antes, excepto una cosa: sobre la ladera del montículo contiguo —una colina vulgar y corriente— se abría ahora otro negro cráter.

Los tres seres humanos habían palidecido, podían oír los latidos de sus corazones. Se quedaron allí paralizados como si alguien los tuviera atrapados, y tardaron un rato en recuperarse. Por fin un grito de Al rompió el silencio:

—¡Ya lo tengo!

—¿Qué tienes? —preguntó Don, con voz ronca.

—¡Mañana entraremos en la ciudad!

—¿Sí? ¿Y cómo piensas lograrlo?

—Lo que acabamos de ver era un meteorito. Las hendeduras que hemos visto son cráteres de meteoritos. ¿Has visto alguno en las proximidades de la ciudad?

—No recuerdo.

—Yo sí, y no había ninguno. Ahora ya sé lo que significa ese campo de fuerzas repelentes: es una pantalla protectora contra los meteoritos, que a todas luces abundan mucho por aquí.

—Parece razonable. Pero, ¿qué relación tiene eso con nuestra visita a la ciudad?

—¡Pero si está clarísimo! —dijo Al—. La ciudad sólo tiene que estar protegida por arriba. Estoy seguro de que debe de haber un margen sin obstáculos debajo de la pantalla. Antes había caminos que salían de la ciudad. ¡Si volamos a ras de suelo, conseguiremos entrar!

Don le dio una palmada en el hombro.

—¡Cielos, eso significa que ese simpático campo de fuerzas no está dirigido contra nosotros! ¡Nada se interpone ya en nuestro camino!

Al asintió con expresión esperanzada.

—Eso parece —dijo secamente.