XIV

ROMPIMIENTO

Al pasar por San Juan de Luz fui a visitar a doña Mercedes, la madre de Corito, que me recibió muy secamente. Me dijo que Corito estaba en Laguardia, que no salía porque no había seguridad en los caminos, ocupados por los carlistas.

La muchacha deseaba venir a San Juan de Luz; pero su madre había pensado trasladarse definitivamente a Madrid.

Doña Mercedes añadió con cierta energía que pensaba casar a su hija con una persona seria, religiosa y de buenas costumbres.

—¿Y ella está de acuerdo con usted? —la dije yo, emocionado.

—Completamente de acuerdo.

—Creo que tengo derecho a una explicación.

—¡Usted! ¡Derecho!

—¿Por qué no? Aunque yo tenga una posición modesta…

—Aquí no se trata de la modestia de su posición. Se trata de la vida que está usted haciendo —me dijo doña Mercedes.

—¡Yo!

—Sí; tengo informes ciertos y fidedignos. Hace usted la vida de un hombre vicioso, sin fe y sin conciencia. No quiero hablar.

—Es que me he metido en una clase de asuntos… Su amigo de usted, don Eugenio…

—No sea usted mentiroso. No creo que Eugenio le haya aconsejado el seducir muchachas y abandonarlas, ni el desunir matrimonios.

—¿Yo he hecho eso?

—Sí, y no me tiente usted la boca. Eugenio siempre ha sido un hombre honrado. Habrá tenido ideas falsas en política y en religión, pero ha sido un caballero.

—¿Y yo, no?

—Usted, no.

—Señora…

—Qué, ¿me va usted a desafiar, me va usted a mandar los padrinos?

—Me atropella usted.

—No, usted es el atropellador.

—No creo que haya que juzgar los hechos sin aclararlos.

—Los hechos están suficientemente aclarados, y, en su consecuencia, le tengo que decir que no se acuerde usted para nada de mi hija, ni la escriba tampoco, porque ella está enterada de todo y no le contestará.

—Bueno. Está bien. Está bien —y me marché a la calle sin saber qué decir.

Me voy

Cuando vi a Aviráneta en Bayona le conté lo que me había pasado, y le dije que, para matar la pena, iba a ir a París.

—¿Cuánto tiempo vas a estar allá?

—Un mes, si no hay algún asunto importante que me obligue a volver.

—¿Tanto?

—Sí.

—¿Qué presupuesto vas a hacer?

—Unos treinta francos al día; con el viaje, unos mil doscientos francos. Llevaré dos mil; creo que tendré de sobra.

Llevaba, por si acaso, mil más.

—¿A dónde vas a ir a vivir?

—No sé. Veremos Valdés adónde me lleva.

—¿Vas con Valdés?

—Sí.

—Este te meterá en algún lío.

—¡Bah! No soy ningún niño.

—Bueno. Un consejo: reserva el dinero para la vuelta. Gástate el resto del dinero en una semana o en un día, pero resérvate siempre el dinero para la vuelta, porque es un poco ridículo tener que pedir para volver.

—¡Qué desconfianza tiene usted en mí!

—Es un consejo; tú síguelo, si quieres.