En Saint-Moritz

Cada nueva parte de mi libro la voy escribiendo en distintos lugares. Ahora he venido a Saint-Moritz, sitio de moda, por el que tenía alguna curiosidad, pero pienso pasar poco tiempo. Este hotel, grande como un cuartel, con tanto millonario, me ha dejado espantado.

El enorme edificio está lleno de judíos, de americanos, de japoneses, casados con francesas e inglesas, y hasta de chinos.

¡Qué decadencia la de nuestro continente! Por todas partes no se ven más que amarillos, negros y achocolatados. ¡Qué pisto! Dentro de algunos años, en Europa no quedará un europeo de verdad, todos serán mestizos y habrá una extraña mezcla de sangre de todas partes.

Entonces, esta vieja Europa, que no tiene ya ideales, no tendrá tampoco razas un poco limpias, y la común basura humana será el patrimonio de sus ciudades y de sus campos.

La contemplación de la Naturaleza no me compensa del desagradable espectáculo de esta jaula de micos que me parece el hotel.

Es curioso el poco entusiasmo que siento por la naturaleza alpina. Acostumbrado al país vasco, con sus montes pequeños y claros, estas enormes montañas me cansan, me abruman, me parecen extrahumanas y casi desagradables.

El resplandor de las manchas de nieve en los montes, como trozos de porcelana sobre el cielo azul, me hace daño a la vista.

Esta Naturaleza grandiosa no la encuentro atrayente. Es una Naturaleza de aire cósmico, nada humanizada, monótona de color, que se ofrece, como una virgen selvática, al hombre joven y fuerte, y que desdeña la debilidad y el cansancio.

Creo que el artista no debe encontrar grandes inspiraciones en estos paisajes, que son para el turismo y la fotografía más que para la literatura y el arte.

Me dicen que aquí puede haber una inspiración de algo grandioso y colosal. Yo cada vez tengo más antipatía por lo grandioso y por lo colosal. No creo en nada colosal. El hombre es, como decía el filósofo griego, la medida de todas las cosas. Lo que pasa de nuestra medida no es nada, al menos para nosotros.

Yo me contento con lo que abarca la medida humana; creo que hay en sus límites materia bastante con que llenar el corazón y la cabeza de un hombre, y no aspiro a más.