MANIOBRAS DE FRECHÓN
CUANDO Matías Frechón comprobó que el viejo Chipiteguy se la había jugado por él asunto de Pamplona, pensó, tarde o temprano, en tomar venganza. La ocasión se había de presentar a la larga o a la corta, y, efectivamente, se presentó. Frechón urdió pronto un proyecto, que le pareció soberbio.
Para realizarlo necesitaba cómplices, decididos y valientes; Roquet, por entonces, estaba ya, a las órdenes de Aviraneta, dedicado a maniobras políticas; Cazalet, el bohemio, no era hombre más que para intrigas de ciudad; perezoso y borracho, no podía actuar más que en el rincón del café o de la taberna.
Frechón, que espiaba a todos los españoles que venían de Bayona, supo que Gabriela la Roncalesa visitaba la posada de Iturri y conferenciaba con Aviraneta.
Frechón se presentó a la muchacha, y la dijo que tenía algunos asuntos comerciales con los carlistas, y que, para resolverlos, necesitaba una persona de inteligencia que tuviera conocimientos entre los partidarios de Don Carlos.
Gabriela habló de su novio, Luis Arreche; dijo que este era subteniente del quinto batallón de Navarra y que conocía algunos personajes importantes del partido.
Frechón preguntó a Gabriela si él no podría hablar en algún lado con el subteniente Arreche, y ella contestó que una semana después su novio estaría en Vera y que allí podría entenderse con él.
Frechón entró en España, y habló con Luis Arreche, a quien llamaban Bertache, por el nombre de su casa.
Frechón contó a Luis la jugada que le había hecho Chipiteguy en Pamplona, y le confesó que él pensaba preparar una emboscada para sacarle parte o todo el dinero que el viejo se había agenciado con el negocio de las cruces.
Luis Arreche le advirtió que él no podía estar mucho tiempo en la frontera, y que, para preparar la emboscada contra Chipiteguy, lo mejor que podía hacer era dirigirse a su hermano Martín. Frechón mandó un aviso a Martín Arreche, alias Bertache, alias Martín Trampa; hablaron los dos, se entendieron y se pusieron de acuerdo en la manera de apoderarse del viejo trapero, de secuestrarle y de sacarle los cuartos.
Frechón volvió a Bayona, y sondeó a Claquemain. Claquemain era un borracho que no tenía afecto a nadie. Con la promesa de dinero se decidió a hacer traición a su amo.
Entre los dos hombres engañaron a Chipiteguy, hablándole de una compra de armas en la venta de Inzola.
Fueron Claquemain y el viejo a San Juan de Luz, en coche; alquiló allá Chipiteguy una mula para subir a la venta de Inzola, y en la venta de Inzola aparecieron Frechón y Claquemain, que le obligaron a seguir adelante, y le llevaron al final del robledal, donde esperaban Martín Trampa, Malhombre y Perico Beltza.
A los dos días de la desaparición de Chipiteguy se presentó Frechón en la casa del Reducto, de Bayona. Dijo a Manón y a la andre Mari que había estado en Dax, y se manifestó muy asombrado de la desaparición de Chipiteguy.
Luego, en la tienda, delante de Alvarito y de algunos clientes, afirmó que a Chipiteguy lo habían engañado y llevado a España los curas carlistas al enterarse de que había sacado cruces y custodias de Pamplona.
—¿Qué custodias? —preguntó Alvarito.
—Tú eres un imbécil que no te enteras de nada —le dijo Frechón—. Cuando el viejo estuvo con nosotros en Pamplona trajo plata y piedras preciosas, que debe tener guardadas aquí.
Alvarito se quedó asombrado, y habló con Manón del tesoro de Pamplona, y decidieron un día registrar la cueva.
Alvarito estaba haciendo gestiones para averiguar el paradero de Chipiteguy, y fue a ver a María Luisa de Taboada por si esta le podía dar alguna indicación. María le preguntó si no conocía a don Eugenio de Aviraneta.
Álvaro le dijo que sí.
—Pues vaya usted a verle.
Aviraneta vivía entonces en la fonda de Francia.
Álvaro explicó a don Eugenio lo ocurrido: la desaparición de Chipiteguy y la de Claquemain. Aviraneta hizo que Álvaro contase todo lo que sabía. Alvarito relató las incidencias del viaje a Pamplona, cómo habían entrado en la ciudad, cómo el patrón había dicho a su dependiente que le esperase en Valcarlos, y cómo después, en vez de ir por San Juan de Pie de Puerto a Bayona, había ido a San Sebastián y embarcado aquí con sus figuras de cera.
—¿Usted no sospecha de nadie? —le preguntó Aviraneta.
—No.
—¿Ni siquiera de Frechón?
—A ese hombre le considero capaz de cualquier cosa, pero parece que estos días de la desaparición de Chipiteguy estaba en Dax.
—¡Quién sabe! Quizá esto no sea más que una coartada.
Aviraneta prometió al joven Sánchez de Mendoza que pondría todos los medios para averiguar el paradero de Chipiteguy, suponiendo que el viejo se hallara en España.
Los amigos de Chipiteguy, muy extrañados de su desaparición, hacían mil cábalas; para unos era una fantasía del viejo, que se había marchado de casa por capricho; otros creían que estaba secuestrado, y otros, que muerto.
Unos quince días después de la desaparición de Chipiteguy, Alvarito recibió una carta, que fue a leerla a Manón y a la andre Mari. La carta decía así:
Mi querido amigo:
Me han traído a España y me tienen preso. Para dejarme libre exigen que dé dos mil onzas. Vete a ver a Manasés León con esta carta, y él te proporcionará la cantidad indicada. La tendrás dispuesta para entregársela inmediatamente al emisario que se presente ahí dentro de poco con una carta mía desde la frontera, que irá dirigida a don Álvaro Sánchez de Mendoza y estará firmada por Juan Dollfus.
No hay que avisar a la Policía española, porque ella aquí, por ahora, no puede hacer nada, y la denuncia podría costarme la vida. Di a Manón que estoy bien y que pienso siempre en ella.
Tu amigo,
Chipiteguy.
Alvarito hizo lo que se le indicaba en la carta y esperó con el dinero en la caja a que apareciera el emisario, pero este no apareció.
Una semana después, Manón recibió otra carta, en la que se le decía que su abuelo se encontraba preso, y que si quería verle libre, enviara una letra de quince mil francos, a cobrar en Elizondo, a nombre de Juan Echenique, de Almándoz; que no avisara a la justicia, porque no podría hacer nada contra los secuestradores del viejo y porque si sabían que eran denunciados podían matarle.
Manón y Alvarito consultaron con Manasés, y este dijo que era una imprudencia enviar el dinero sin garantía, porque el Echenique podía quedarse con él y no librar a Chipiteguy.
Decidieron entre los tres escribir a Echenique, indicándole que le enviaban una carta de pago de quince mil francos a cobrar en casa de Rodríguez y Salcedo, de Bayona, y añadiendo que le pagarían desde el momento en que Chipiteguy estuviese libre en cualquier punto de la frontera de Francia.
Como esta carta tampoco dio resultado, Álvaro fue de nuevo a visitar a Aviraneta, quien le dio una carta para Luis Arreche, alias Bertache.
Don Eugenio le decía en ella que se enterara de quiénes tenían secuestrado a Chipiteguy y en dónde; que les dijera a los secuestradores que no pidieran más de lo que habían pedido, porque el viejo no era tan rico como decían, y que, aunque lo fuera, quizá en la misma familia del viejo hubiera gente que le conviniese que Chipiteguy desapareciera.
—No, no hay nada de eso —dijo Alvarito.
—Seguramente que no —replicó Aviraneta—; pero es un argumento para gente un tanto canalla, que desconfía de todo menos de las malas intenciones.
Alvarito se dispuso a ir a España a ver a Bertache. Antes de salir, Aviraneta le llamó. Había sabido por Gabriela la Roncalesa que Martín Trampa, el hermano de Luis Arreche, era uno de los complicados en el secuestro de Chipiteguy. Martín vivía en Almándoz, y Aviraneta pensaba que se le podía escribir a él directamente. Le escribieron. Alvarito y Manón decidieron esperar una semana, por si Martín Trampa contestaba; pero no contestó…