EL PEINADO
LA dueña de la fonda de Molina y don Juan Juvenal el cura, le recomendaron a un arriero. El arriero iba a Albarracín. Se llamaba Antonio Gómez, el Peinado.
—El Peinado no es hombre simpático —advirtió el cura a Alvarito—; es un manchego muy pagado de sí mismo, pero hombre de confianza. Eso sí, muy pedante. Le dirá a usted que la diferiencia que hay entre una cosa y otra es grande, y si usted le dice que sí, que, efectivamente, que la diferencia es grande, él le corregirá y volverá a decir diferiencia, para que usted se fije bien y tome nota. Le dirá también aptitud por actitud, ojepto por objeto, etcétera, etcétera.
A Alvarito esto no le importaba gran cosa; no iba a tratar con un arriero de asuntos gramaticales.
Llamaron al Peinado. Alvarito se entendió con él respecto al precio, y al día siguiente salieron juntos.
El Peinado, hombre pequeño, moreno, de cara juanetuda, pelo negro entrecano, frente estrecha y color oscuro; usaba bigote grueso y patillas cortas. Muy sabihondo, muy redicho, de gran sentido práctico sanchopanceso y de gran seriedad, no reía nunca.
El Peinado se manifestaba muy puntilloso, con una idea de la honra exageradísima, muy mala opinión de las mujeres y no muy buena de los hombres. Tipo con alma de seminarista o de leguleyo, para él el refrán a tiempo o el juego de palabras oportuno constituía una victoria. Los triunfos en la conversación envanecían al Peinado y los consideraba de gran importancia. Era también el arriero el hombre de los distingos.
—¿Esto es así o no? —le preguntaban.
—Puede que sí y puede que no —contestaba él, puntualizando y echándoselas de ingenioso.
—Pero ¿es bueno o es malo?
—Según. Es bueno y malo. Es bueno en tal caso y malo en tal otro.
Todos aquellos distingos y sutilezas impacientaban e irritaban a Alvarito, que recordaba el buen sentido tranquilo de Chipiteguy.
El Peinado, muy partidario de los refranes, como el señor Blas, recordaba, sobre todo, con fruición los mal intencionados y crueles.
Al comenzar el viaje, hablaron Álvaro y el arriero manchego de la fonda de Molina, y el Peinado contó que la dueña estaba reñida con su hijo, y para explicar las disensiones de la familia añadió:
—Ya se sabe que humo, gotera y mujer vocinglera, echan al hombre de su casa fuera.
El Peinado siempre hacía el comentario malévolo. Poco después de salir de Molina, al pasar por una encrucijada del camino, en el puente del río Gallo, al parecer lugar de mala fama, dijo con intención aviesa:
—Aquí, desde tiempo inmemorial, se asegura que suelen apostarse los ladrones.
—¡Bah! No tengo miedo a los ladrones —saltó Alvarito—. Lo que me choca es que los arrieros que andan por estos caminos tengan siempre tanto miedo.
El Peinado protestó, y dijo que él no conocía el miedo
—Pues yo creía que estaba usted asustado —le replicó, con sorna, Alvarito.
—Se lo advertía a usted.
—¿Para qué? Si se presentan ladrones en ese sitio es inútil advertirlo de antemano, a no ser que quisiera uno renunciar al viaje, y yo no pienso en ello.
—El Peinado contempló a su compañero con sorpresa. Alvarito, acostumbrado a viajar sin premura, se iba olvidando de todos sus asuntos y preocupaciones; ya apenas recordaba nada; Manón se le presentaba como una imagen borrosa; lo próximo era la jornada del día, el comer, el cenar, el dormir…
Hablaron mucho el Peinado y Álvaro. El arriero, además de su tendencia conceptuosa, manifestó un espíritu agresivo en coplas contra los pueblos. Al hablar de las mujeres de Molina, el Peinado cantó:
Carlistas, las de Molina
las de Sigüenza, valientes;
bonitas, las de Brihuega,
y p… las de Cifuentes[80].
Estas chicas de Cifuentes, aunque probablemente sin más culpa que las de otros pueblos, tenían mala fama, y en otra relación del Peinado, Alvarito le oyó decir:
No compres mula en Tendilla,
ni en Brihuega compres paño,
ni te cases en Cifuentes,
ni amistes en Marchamalo.
La mula te saldrá falsa,
el paño te saldrá malo,
la mujer te saldrá p…
y hasta el amigo contrario.
El Peinado advirtió con malicia que los de Cifuentes, en vez de decir: «Ni te cases en Cifuentes», decían: «Ni te cases en Sigüenza».
Verdaderamente, la hidalguía castellana andaba muy por los suelos en estos dichos.
Todavía el Peinado recitó otra relación desacreditadora, que decía así:
En Sayatón,
en cada casa un ladrón;
en casa del alcalde,
los hijos y el padre;
en casa del alguacil,
hasta el candil.
Musa, tan fríamente agresiva, no era muy del gusto de Alvarito, quien, ante todo, deseaba el sentimiento poético y popular o si no la alegría un poco loca y estruendosa.