PROYECTO DE NUEVO VIAJE
ALVARITO pasó así, triste, ensimismado y deprimido, varios meses. Su mal humor habitual, su aburrimiento, le impedían el gusto por todo.
A medida que se mostraba menos amable, los demás le trataban mejor. Tenía una tristeza melancólica, inquieta y sin calma. Lo único agradable para él era leer. Pero d’Arthez le prestaba libros y él se los tragaba. La literatura, y sobre todo la Historia, le entretenían mucho.
Sus ideas iban cambiando y comprendía que las absolutas verdades de antes podían muy bien no ser ciertas o llegar a lo más a verdades pasajeras. El carlismo suyo, herencia de su padre, descompuesto y evaporado, le parecía una de tantas cosas con mucha fachada y por dentro vacías.
Al comienzo de la primavera, don Francisco Xavier Sánchez de Mendoza recibió una carta de España. Acababa de morir el padre de su mujer, abuelo materno de Alvarito, en Cañete. Debía haber dejado alguna herencia. ¿Cuánto? No se sabía.
—¿No te parece que sería conveniente que Álvaro fuese allá? —preguntó don Francisco a su mujer.
—Sí, sí, pero todo aquello debe estar muy mal y no creo que tenga que cobrarse gran cosa.
—Tú has dicho muchas veces que tu hermano Jerónimo estaba rico, y hasta que había encontrado un tesoro.
—Sí, eso se contaba en el pueblo; pero yo no sé la verdad que hay en ello.
—Decías también que había alquilado un castillo.
—Sí, sí, todo eso es cierto, pero yo no sé si esa fortuna de Jerónimo es de verdad o es pura fantasía.
—Algo habrá cuando se habla de ello.
—Es posible, pero yo no quiero que Alvarito se exponga inútilmente y pierda el empleo que tiene en casa de madama Lissagaray. Todo aquel país debe de estar muy mal con la guerra.
—¡Bah, por allí no ocurre nada! Cree que más peligros que los que ha pasado en Navarra no se le presentarán.
—Sí, es cierto; pero no siempre se sale bien de los peligros.
Sánchez de Mendoza preguntó a su hijo qué le parecía el proyecto de ir a Cañete.
—Bien, muy bien —contestó con indiferencia Álvaro.
Al muchacho no le disgustaba la perspectiva de otro viaje aventurero. Sin datos fehacientes no creía gran cosa en la fortuna de su tío Jerónimo. Le había nacido cierta desconfianza por las grandezas de la familia.
Don Francisco Xavier habló a madama Lissagaray, y ella dijo que esperaría a Álvaro el tiempo necesario y le reservaría el empleo.
Madama Lissagaray notaba que su hija, muy interesada con Alvarito, no era correspondida; que este seguía pensando constantemente en Manón. Un viaje largo, y hasta un tanto peligroso, convenía a Alvarito y también a su hija.
Que el muchacho volvía con la misma pasión, o que no volvía, ella haría lo posible para que Rosa olvidara sus amores con la ausencia. Si volvía curado, la cuestión se hallaba resuelta.
Chipiteguy dijo a don Francisco Xavier que a Alvarito le convendría un viaje largo, pues le creía enamorado como un loco de su nieta Manón, que los había trastornado a todos.
Chipiteguy dio a Alvarito mil pesetas para el viaje; Álvaro comenzó sus preparativos; su madre le hizo grandes recomendaciones para que no se expusiera y para cuando viera en Cañete a su hermano Jerónimo. Su padre le dijo que debía acercarse a su casa de Iniesta, cerca de Minglanilla.
—No es una gran casa —advirtió el hidalgo—, quizá a ti no te guste; pero yo tengo la idea de que no está mal. Es una casa de pueblo, naturalmente.
El buen hidalgo, ensalzador de los esplendores de su casa solariega cuando nadie podía verla, en el momento que su hijo pensaba visitarla, iba quitando hierro y encontrándola sin grandes méritos. Alvarito compró el mapa de España en una librería y días después se dispuso a salir. Comprendió por instinto que el andar, el deambular, el dejar de ver el sitio de sus amores, le curaría seguramente de sus penas «¡Adelante y con valor!», se dijo a sí mismo ¡Vengan lluvias, nieves, tormentas y temporales! ¡Venga un buen catarro o una buena fiebre! ¡Venga el peligro de una emboscada! Eso me curará definitivamente de mis melancolías. ¡A digerir la tristeza, a seguir el camino más largo!
Esta idea no le impacientaba, sino que le agradaba.