II

LO QUE HACÍA AVIRANETA

ALVARITO fue a visitar a don Eugenio al Hotel de Francia con la esperanza de que el conspirador supiese algo de Manón; pero Aviraneta se encontraba preocupado con los acontecimientos políticos y no se enteró de lo que le contó Álvaro de Chipiteguy y de Manón.

—Vivimos en plena intriga —le dijo don Eugenio—. Hace unos días ha venido a visitarme Valdés el de los gatos en compañía de Pedro Martínez López, el del folleto contra María Cristina. ¿Sabe usted lo que me proponían?

—¿Qué?

—Trabajar en favor del infante Don Francisco, para hacerle a este señor regente. Me negué a ello. Valdés, en la conversación, quería convencerme de que los dos éramos compadres y de la misma escuela, pero yo puse los puntos sobre las íes. Valdés me oyó con una sonrisa amable, Martínez López estaba malhumorado porque yo no le hacía caso. Valdés quiso demostrarme que había sido liberal toda su vida. «Habrá sido en secreto», le dije yo. «¿Así que no puede usted trabajar por el infante Don Francisco?», me preguntó. «No». «¿No quiere usted tampoco trabajar con el marqués de Miraflores en la Embajada de París?». «¿Va a la Embajada Manuel Salvador?». «Sí». «Pues donde vaya él no iré yo, porque es el hombre que más odio». Y ahí tiene usted al marqués de Miraflores, nuestro embajador en París, llenando la Embajada de antiliberales y de carlistas, de gentes como Valdés, que trabajan por el infante Don Francisco, y de otros, como Salvador, que siguen siendo carlistas, y que será muy difícil saber a quién sirven y a quién traicionan.

Alvarito escuchó a Aviraneta un poco cariacontecido. ¡Estaba tan lejos el mundo del enamorado del mundo del político!

—¿Qué le importará que sea regente el uno o el otro? —pensó Alvarito—. Probablemente todo ha de seguir igual. ¡Cuánto más importante sería que me diera noticias de Manón!

Álvaro se despidió de don Eugenio, desilusionado.

En aquellos días se encontraba Aviraneta en plena actividad, en el dominio de todos los hechos necesarios y de todas sus facultades; las disposiciones que daba a sus agentes eran claras y precisas, sin vaguedades ni confusiones.

Conocía el tablero en que tenía que jugar la partida, conocía a los enemigos y a los suyos; sabía sus cualidades y defectos; sabía excitar su vanidad e insinuar sus propias ideas a los demás.

Pocos días después de la marcha de Roquet, cuando Aviraneta suponía ya inoculado el virus de la rebelión entre los carlistas y marotistas en Navarra a consecuencia del Simancas, don Eugenio comunicó sus instrucciones a los comisionados de la línea de Andoain para que allí se hiciera campaña a favor de Maroto, desacreditando a Don Carlos y ganando el espíritu de los sargentos a favor de la paz.

Por entonces se volvió a presentar de nuevo Gabriela la Roncalesa en Bayona, y fue a casa de don Eugenio a darle noticias y a pedirle instrucciones.

Aviraneta preguntó dónde estaba Bertache. Ella le dijo que en aquel momento debía encontrarse en Elizondo.

—Entonces, lo mejor sería que fueras a verle.

—¿Qué le digo?

—Dile que siga haciendo propaganda en contra de Maroto y de los demás generales castellanos, y que cuando el coronel Aguirre, que está en San Juan de Pie de Puerto, dé el aviso, intente arrastrar a todos los sargentos y soldados de influencia del Quinto de Navarra para que se subleven. Iturri, el posadero, será el encargado de enviar a Bertache el dinero que se necesite.

—Bueno —dijo Gabriela—. Pasado mañana estoy aquí.

Al mismo tiempo que a Bertache, se envió dinero a García Orejón, a Zabala y a otros para que provocaran la insubordinación de los batallones navarros.

A los tres días, Gabriela volvió. Se había visto con Bertache en Elizondo, y este necesitaba instrucciones, porque, según él, los acontecimientos se precipitaban.

Gabriela dio nuevos informes a don Eugenio. Bertache y la mayoría de los oficiales y sargentos del Quinto de Navarra estaban repuestos del espanto producido por las primeras medidas de Maroto. Se hallaban dispuestos a entablar la lucha contra el general francamente.

Respecto a García Orejón, perseguido por Maroto, se había refugiado en el pueblo de Gabriela, en el Roncal.

—¿Qué piensas hacer ahora? —preguntó don Eugenio a la Roncalesa.

—Voy a volver.

—Bueno, pues diles a Bertache y a los demás que se sabe positivamente que Maroto está ya en tratos con los cristinos.

—¿Sí?

—Sí; su plan consiste en entregar a Don Carlos y a la familia real al general Espartero, que fue compañero suyo.

—Mejor sería que escribiese usted todo eso.

Aviraneta lo escribió. Les inducía a los oficiales a desacreditar a Maroto por todos los medios y a trabajar en ganar los sargentos y en ponerse a la defensiva. Aviraneta explicaba lo ocurrido y lo que iba a ocurrir, y como los antiguos avisos suyos se cumplieron, los nuevos se consideraron como indudables. Al parecer, los oficiales y sargentos, al saber las noticias, manifestaron gran indignación contra Maroto, y se prepararon a defenderse.

Gabriela volvió del campo carlista rápidamente con recado verbal de Bertache. El oficial del Quinto de Navarra pensaba que don Eugenio había adivinado desde hacía tiempo los planes ocultos de Maroto; todos los jefes y oficiales de los batallones navarros, ya alarmados por los fusilamientos de Estella y la expulsión de los personajes del Cuartel Real, se veían amenazados por un desastre y estaban dispuestos a intentar algo contra Maroto, mas les faltaba dirección y jefe.

Bertache esperaba que Aviraneta les indicase inmediatamente qué debían hacer. Unos días después Aviraneta tuvo una conferencia en Bayona con Duffeau, el secretario de Maroto, y por él supo que Espartero y Maroto estaban en negociaciones para hacer la paz.

¿En qué condiciones? ¿Sobre qué bases? Eso es lo que no pudo adivinar.

Duffeau era un jefe de batallón francés. En otoño de 1833 se presentó en el cuartel general de Maroto, a donde llegó sin recomendaciones y sin dinero.

Maroto, brusco con los extranjeros, se negó varias veces a verle; pero, al fin, le vio, conferenció con él y le hizo su secretario particular.

Duffeau se puso en relación con el intendente Arizaga; hombre listo, corrido y cínico, y entre los dos empujaron a Maroto hacia el convenio.