LA ACTITUD DE GAMBOA
POR aquellos días, Gabriela la Roncalesa se presentó en Bayona. Citó a don Eugenio en la posada de Iturri.
—¿Qué dice tu novio y sus amigos? —le preguntó don Eugenio.
—Están indignados con la traición que prepara Maroto.
—¿Se han convencido?
—Sí; todo el mundo dice que Maroto es masón y republicano y que tiene cautivo a Don Carlos.
—¿Y qué piensa hacer Bertache?
—Por ahora, esperar las instrucciones de usted. Cree él y los demás que usted les irá diciendo lo que tienen que hacer.
Aviraneta recomendó a la muchacha que se presentara al cura Echeverría o al obispo de León para explicarles con detalles el estado del espíritu de las tropas, y como ella no se atrevía a ir sola, don Eugenio mandó en su compañía a Iturri, el posadero, en calidad de carlista fingido, que luego podría darle noticias.
El obispo, inconsolable como Calipso porque habían prendido a su amigo y confidente fray Antonio de Casares, fraile inquieto y turbulento, no quiso hablar nada ni manifestar sus opiniones. Se entregaba a los cuidados de su querida amiga doña Jacinta Soñanes, alias la Obispa.
Respecto a Echeverría, muy farruco, dijo a Gabriela que avisara a los navarros del quinto batallón y a su coronel, Aguirre, su inmediata llegada al campo, pues pronto se pondría él a la cabeza de todos ellos para acabar de una vez con el traidor Maroto.
El canónigo Echeverría profesaba a Maroto odio frenético, uno de esos odios de cura reconcentrados e implacables.
Aviraneta, al oír a Iturri, que le contó lo hablado en las visitas, se dio cuenta clara de que el eclesiástico, impulsado por el odio, provocaría la rebelión de los navarros. Al marchar a su hotel, don Eugenio comenzó a tomar las disposiciones necesarias para dar el golpe ya meditado desde febrero.
Era tal su confianza en el plan, que escribió al ministro Pita Pizarro estas palabras:
Ha llegado el momento crítico: la mina reventará y puede usted asegurar a Su Majestad la Reina que, tal como están atados los cabos del Simancas, el estampido va a ser tremendo; los carlistas se degollarán unos a otros y daremos fin a la rebelión.
En aquella época, y por orden venida de Madrid, Aviraneta se vio obligado a dar cuenta de sus gestiones al cónsul Gamboa, refiriéndole con detalles el estado de sus maniobras con relación al Simancas. Aviraneta explicó sus proyectos y añadió los planes que, según su criterio, podían realizarse, cómo Espartero debía cerrar la frontera para coger a Don Carlos y a dónde se debía internar después al pretendiente.
Gamboa escuchaba a Aviraneta siempre un poco asustado del maquiavelismo del conspirador.
—He de enviar de nuevo un confidente al campo carlista —concluyó diciendo don Eugenio—; pero como temo que la Policía francesa sorprenda al emisario y le quite los papeles, quisiera que usted indique al subprefecto que no molesten a mi enviado.
—Muy bien; yo le prometo a usted que así lo haré.
A pesar de la promesa, Gamboa, por envidia o por celos, hizo todo lo contrario de lo prometido, y pocos días después, Roquet fue preso en San Juan de Luz por los gendarmes y registrado minuciosamente.
El cónsul no se salió con la suya. Aviraneta y Roquet habían pensado realizar aquel primer viaje como mero ensayo. Al francés le encontraron papeles sin importancia. Estos papeles los recogió la Policía y se los llevaron al comisario, el comisario los envió al subprefecto, el subprefecto al cónsul y el cónsul se los presentó a Aviraneta, sin duda para demostrarle su omnipotencia.
Gamboa dijo a don Eugenio cómo él mismo había indicado a la Policía la conveniencia de registrar a Roquet, sospechándole portador de cartas del obispo de León al Cuartel real. Este subterfugio hizo sonreír al conspirador con sarcasmo, pues bien sabía Gamboa por sus confidentes que Roquet trabajaba por entonces al servicio de Aviraneta.
Dos días después, Gamboa, con sonrisa que quería ser amistosa y cordial, dijo a don Eugenio:
—Por ahora no conviene que figure su nombre en las comunicaciones oficiales referentes al asunto del Simancas. Más adelante diré al Gobierno quién es el autor y el director de la empresa.
Don Eugenio, con todo su orgullo puesto en sus proyectos, pensó que el cónsul pretendía anularle; dio su conformidad aparentemente, decidiendo en su fuero interno tomar otras disposiciones.
Siguió Aviraneta comunicando con Pita Pizarro por el Consulado inglés, lo cual sospechaba Gamboa y le sacaba de quicio.
Como no tenía más remedio que enterar al cónsul de sus tramas, Aviraneta le advirtió que iba a enviar de nuevo a Roquet con un paquete de documentos a España.
Gamboa dijo:
—Creo, la verdad, lo más acertado, que usted mismo, Aviraneta, los lleve hasta Irún.
Para dar a la comisión carácter oficial, estampó el sello del Consulado al paquete que contenía el Simancas y lo envolvió en un papel con las señas del gobernador militar de Irán.
Aviraneta dio orden a Roquet de ir dos días después al caserío llamado Chapartiena de Azquen Portu, entre Irún y Behovia, donde un señor Orbegozo le entregaría los documentos del Simancas a las nueve y media de la mañana. Al mismo tiempo escribió a Orbegozo para que le esperara un día antes en Irún, en la fonda de Echeandía.