II

ALVARITO Y MANÓN

DEJAMOS en Las figuras de cera[62] nuestros muñecos de carne y hueso, de carne y hueso literario, colocados como en un tablero de ajedrez antes de comenzar la partida, y vamos a continuar esta.

Pasaba el tiempo en Bayona, como pasa en todas partes ese principio que algunos filósofos pragmatistas califican de no homogéneos, y Chipiteguy no aparecía en la casa del Reducto, Alvarito y Manón discutieron mucho lo que debían de hacer. Consultaron con la andre Mari y con Marcelo, y decidieron marchar en busca del viejo.

Alvarito pensó ir él solo a España; Marcelo no sabía castellano, y no hubiera podido ayudarle.

Decidido a llevar a cabo su empresa, el joven Sánchez de Mendoza intentó orientarse, saber qué datos podría conseguir y con qué amistades podía contar. Su padre le habló mucho; pero como era su costumbre, no le dijo nada en concreto. Sabido era que el buen hidalgo no tenía el sentido de lo concreto.

El señor Silhouette le dio una recomendación para el cura de Sara, y Max Castegnaux dijo a Alvarito que en el ejército carlista había un pariente suyo, y también de Chipiteguy, llamado René Lacour. René había estado de oficial de Ingenieros con Zumalacárregui y servía en el batallón llamado Requeté[63]. Por entonces debía de ser capitán, si no tenía mayor graduación.

La señora Lissagaray y Rosa advirtieron a Alvarito que hacía mal en marchar a España y en exponerse a los mil peligros de la guerra, porque él no tenía la culpa de que el viejo Chipiteguy se metiera en asuntos difíciles y poco honrados.

Alvarito vacilaba; pero la idea de servir a Manón le daba nuevos impulsos.

—Nada, yo te acompaño —dijo Manón.

—¿De verdad?

—Y tan de verdad. No es broma, ni mucho menos. Yo no voy a bromear con una cosa que tanto me interesa; es un proyecto serio y firme.

—Eso es un disparate, un puro disparate —exclamó la andre Mari al saber la idea.

—¿Por qué?

—Porque sí. Es indudable que es comprometido y peligroso el que una muchacha joven y no mal parecida entre en la zona de la guerra, que, como se sabe, es un teatro de violencias.

—Bueno; me vestiré de chico.

—Y te conocerá todo el mundo que vas disfrazada.

Alvarito daba la razón a la andre Mari. No le parecía bien el viaje de la muchacha, aunque pensaba que acompañar a Manón sería para él una gran delicia.

Manón, decidida, se preparó para el viaje, y, sin ninguna pena, se cortó el pelo. Alvarito vio caer aquellos cabellos de oro con gran sentimiento, y guardó en su cartera uno de los bucles.

Como todo el mundo consideraba a Frechón cómplice en el secuestro de Chipiteguy, y el dependiente había desaparecido, se le siguió la pista.

Un mozo de un alquilador de caballos de la calle de las Carnicerías Viejas indicó que días antes del secuestro, Frechón tomó un coche con un caballo. Alvarito preguntó las señas del vehículo, y le dijeron que era un cabriolé amarillo, que siguió la dirección de San Juan de Luz.

Alvarito y Manón salieron de Bayona y fueron a San Juan de Luz. En este pueblo pararon en casa de una señora, pariente de Manón, que vivía cerca de la iglesia. La señora les alojó muy bien, y Alvarito durmió en una alcoba tapizada de rojo, con cortinas también rojas y dos grandes espejos.

Alvarito preguntó en dos o tres puntos por el cabriolé amarillo, y dio con él en el patio de una posada de Ciburu, en el camino de Behotegui.

La posada, próxima a la carretera, parecía una clásica posada española, con un patio grande, como una plazoleta, y un cobertizo en el fondo, debajo del cual había carros, de los que descargaban fardos, cajas y montones de cestos.

Alvarito preguntó por el cochero del cabriolé amarillo; pero no estaba. Se había marchado, según le dijeron, a Bayona, y de allí a Pau.

Alvarito y Manón siguieron en dirección a la frontera, y se detuvieron en la posada de Urruña. En el pueblo, Chipiteguy conocía a un vinatero republicano, padre de un muchacho joven. Este, a quien habló Alvarito, se encargó de seguir la pista de Frechón y de averiguar el camino seguido por él.

Por los datos que recogió el hijo del vinatero, el cabriolé amarillo, sin pasar de Urruña, volvió a San Juan de Luz. Frechón avanzó, sin duda, desde allí a caballo. Manón y Alvarito pensaron que el dependiente de Chipiteguy no había seguido a Irún; para ir a España, no hubiera dejado el coche. Probablemente debía haberse dirigido a Sara o a Vera.

—¿Qué hacemos? —preguntó Alvarito.

—¿Qué hemos de hacer? Seguir.

—¿Estás decidida a entrar en España?

—Yo, completamente decidida.

—¿Por dónde vamos?

—Por donde tú digas.

—Por Irún sería lo más rápido —indicó Alvarito—; pero me han dicho que estos días los liberales vigilan mucho la frontera y que han traído hasta perros para guardarla.

—Dejemos entonces Irún.

—Sí, creo que será lo mejor; además, que en el campo liberal no es donde nosotros tenemos que hacer nuestras indagaciones, sino en el carlista.

—Tú decides.

—Muy bien; pero yo quisiera consultarte siempre. A mí, lo que me parece mejor es ir a Sara. Tomar aquí informes entre los franceses amigos de los carlistas, y luego, si hay necesidad, entrar en España por Vera.

—Pues, nada; está decidido. Vamos.