Para Baroja, conforme al concepto que tenía de lo que es un historiador, la historia de la España contemporánea permanecía inédita o, por lo menos, abierta para el que quisiera iniciar la aventura. Así en 1917, en el Nuevo tablado de Arlequín nos dice:
El que busque razonamientos o datos en la Historia para orientarse y ver si hay unidad o variedad en el tipo español a través del tiempo, se encontrará con que la Historia de España está por hacer. Se conoce, sí, una narración anecdótica de los reyes y de sus familias; pero la vida de los pueblos y de las comarcas está en la oscuridad. No sólo los detalles, sino lo más fundamental, queda sin aclaración[22].
Pero Baroja, para iniciar esta nueva aventura, necesitaba encontrar una piedra angular de muy especiales características, necesitaba un personaje que reuniera una serie de cualidades sobre las que pudiera volcar los impulsos que alimentaba su espíritu aventurero y fantástico condenado a llevar una existencia más o menos monocorde, y con el que se sintiera sentimentalmente unido. Y este personaje lo encontró en don Eugenio Aviraneta, antepasado suyo y hombre singular y contradictorio que le llegaba envuelto en la incertidumbre. En su familia quedaba el recuerdo de Aviraneta como un personaje irreligioso, desprendido, político, viajero,… En los libros de historiadores del siglo XIX, como A. Fernández de los Ríos, Juan Rico y Amat, Antonio Pirala, Marqués de Miraflores,… su silueta quedaba contrastada y sumida en el misterio.
Pío Baroja pronto comenzó a interesarse con verdadero apasionamiento por Aviraneta. Encontró los folletos y vindicaciones que el conspirador había escrito sobre los sucesos en que había intervenido, y por noticias de historiadores llegó hasta rastrear su figura como guerrillero en la guerra de la Independencia a las órdenes de Juan Martín el Empecinado, o en un viaje a Egipto y Grecia, o incluso luchando al lado del cura Merino, o en la primera guerra carlista en el famoso asunto del Simancas que precipitó el final del enfrentamiento. Y al mismo tiempo, como hostigándole, se alzaba toda una literatura en la que se consideraba a Aviraneta como un traidor, como un oportunista, como un miserable.
Baroja ya tenía el punto de partida de lo que con el tiempo llegaría a formar la serie de veintidós novelas reunidas bajo el título de Memorias de un hombre de acción. Y desde su mismo inicio se declaró partidario de su personaje como nos dice en el prólogo de El aprendiz de conspirador:
Aviraneta era uno de esos hombres íntegros personalmente que buscan los resultados sin preocuparse de los medios; Aviraneta era un político que creía que cada cosa tiene su nombre y que no hay que ocultar la verdad, ni siquiera aderezarla,
o
Aviraneta quiso ser un político realista en un país donde no se aceptaba más que al retórico y al orador. Quiso construir con hechos donde no se construía más que con trapos. Y fracasó… Él vivió su época, con sus odios y sus cariños, con sus grandezas y sus roñerías, y vivió con intensidad[23].
Con Aviraneta, Baroja tenía el héroe a su medida, un
hombre que está por encima de la religión, de la democracia, de la moral, de la luz y taquígrafos, de los versos de Nuñez de Arce y de las aleluyas de Campoamor[24]…,
un héroe que, para suerte del novelista, había participado en una larga cadena de acontecimientos, un héroe que por su alto sentimiento de orgullo estaba más allá del fracaso material y que había tenido la suerte de vivir en una época en que el individuo sólo había encontrado cauces por los que manifestarse con todas sus fuerzas y pasiones bien distintas a la suya, en la que la masa parecía uniformar y ordenar desde los gestos hasta los actos de conciencia.
Ya ante la materia que debía novelar, sólo le restaba resolver el problema de la forma en que tenía que desarrollarla. Sin duda alguna, después de copiosas vueltas y dudas, el novelista decidió darle el enfoque de memorias, manera tradicional y apropiada para narrar una existencia intensa y dilatada y que, a la vez, permitía intercalar cuantos incisos creyera oportunos, pero a su vez, para poder mostrar estas memorias tuvo que recurrir al recurso literario de inventar una tercera persona, don Pedro Leguía y Gastelumendi, reservándose el papel de recopilador y ordenador del manuscrito.
Todavía, en los años últimos de su vida, cuando Pío Baroja comenzó a redactar sus memorias, tuvo la humorada de decirnos que
Yo no me he propuesto escribir novelas históricas. No. A mí lo que me ocurre es que me encontré con un personaje, pariente mío, que me chocó, me intrigó y me produjo el deseo de escribir su vida de una manera novelesca. Yo no quise hacer novelas de aire heroico, sino recoger datos de una vida y romancearla[25].
Pero demasiado bien sabemos que fue algo más, bastante más: pretendió buscar lo español en su misma raíz, que en su tiempo había llegado difuminado y empobrecido; presentar las luchas políticas y los móviles, a veces mínimos y personales, que determinaron muchos de los hechos culminantes del siglo XIX y cuyas consecuencias todavía se hacían presentes y, al mismo tiempo, acercarse al pueblo español desparramado por tierras y aldeas, por ciudades fortificadas y por caseríos perdidos en la soledad de los valles, visto todo ello con mirada directa y desnuda de prejuicios y pretensiones librescas de hombre de ciudad. Pero es que hay algo más en Pío Baroja que le llevó a tratar de describir todo este mundo. Baroja fue consciente de que era testigo último de todo un mundo que se transformaba y cambiaba, y del que había que dejar memoria:
Manifestaciones de menos fuste que el arqueólogo y el historiador no toman apenas en cuenta, y, sin embargo, curiosas e interesantes para el costumbrista, iban perdiéndose ya hacía tiempo y acabarán por perderse definitivamente[26].
Baroja fue un gran escritor costumbrista, y es precisamente en las Memorias de un hombre de acción donde se manifestó como tal en grado máximo[27]. Y con esta intención fue una y otra vez a los lugares en que se desarrolló la acción, transmitiendo así a sus escritos esa sensación de impresión directa que desprenden.
En la serie de novelas históricas titulada Memorias de un hombre de acción, por ejemplo, en El escuadrón del Brigante, los guerrilleros son tipos vistos en los pueblos de la provincia de Burgos el año 1914. Yo suponía que entre el hombre del campo de una tierra áspera y arcaica, como la de Castilla la Vieja, poco poblada, y el hombre de 1809 de esas mismas tierras no habría apenas diferencia. […] y creo que en esta época la vida sería en el campo muy parecida a la del tiempo de el Empecinado, del cura Merino y Aviraneta. Estuve en Barbadillo del Pez, Barbadillo del Mercado, Salas de los Infantes, Azanzo de Miel, Huerta del Rey, Hontoria del Pinar, Peñaranda de Duero, [… ] Algunos pueblos de estos tenían que ser iguales a como eran hace un siglo[28]….
Para Baroja, la España física del primer tercio del siglo XIX estaba relativamente cercana en las ciudades, y en el campo continuaba igual. Por otro lado, hemos de tener en cuenta el alto grado de documentación visual, aparte de la impresión directa del medio y del paisaje a que llegó el novelista siguiendo su afición de coleccionar grabados y estampas de paisajes y de escenas de la vida. Baroja, buscando en los cajones de los buquinistas del Sena, en París, o por las librerías antiguas de cualquier ciudad por las que pasó, fue reuniendo una inmensa colección de impresos que le ayudaron tanto en la descripción de los personajes como en la de ciudades[29].
En todo momento de su labor de novelista histórico, Baroja manifestó la misma escrupulosidad por reproducir el ambiente aun en sus mínimos detalles. Pisó el suelo que habían pisado sus personajes del pasado, recorrió los lugares donde sus héroes habían hecho y deshecho mil lances. Y buscó y manejó todas las fuentes y noticias que pudieran darle alguna luz.
De aquí que, junto a lo dicho, debamos puntualizar el enorme cuerpo documental y literario que Pío Baroja utilizó para redactar las Memorias de un hombre de acción. Pues, a pesar de su escepticismo sobre el valor de los datos, Pío Baroja llevó a cabo una labor de investigador, de auténtico erudito de la que en más de una ocasión se sintió orgulloso, labor que contrasta con la de Benito Pérez Galdós, más bien pobre, a pesar de los esfuerzos mostrados por galdosianos como Hans Hinterhaüser y otros[30].
De las peripecias que sufrió en su labor de investigador recorriendo la Biblioteca Nacional, el Archivo de las Clases Pasivas, el Archivo del Ministerio de Gobernación, el Archivo del Ayuntamiento de Aranda de Duero y otros; la imposibilidad de conocer el archivo de Antonio Pirala por impedirlo Cánovas, que lo quería sólo para su uso; de cómo fueron a parar a sus manos varios manuscritos del propio Aviraneta, hizo un detallado relato en sus Memorias y en el prólogo de El aprendiz de conspirador.
Y junto a estos documentos, Pío Baroja manejó un enorme cuerpo de libros que en buena parte fue reuniendo en su casa de Vera de Bidasoa[31], y de la que dimos puntual detalle en nuestro trabajo anteriormente citado. Cientos de libros apoyaron un conocimiento fiel de una época española terriblemente contrastada y difícil, procurando así una imagen poco menos que ignorada de nuestro novelista que, sin duda, ayudó él mismo a levantar dejándose llevar de su timidez y pudor.
Pero dejemos aquí lo que solamente podemos apuntar sobre el conocimiento profundo de Baroja de esta época, y adentrémonos en la estructura de las Memorias de un hombre de acción que desde una cronología más o menos dominante (téngase en cuenta que los veintidós volúmenes de las Memorias de un hombre de acción comprenden una cuarentena de relatos de mayor o menor extensión, de los que, a veces, varios de los incluidos bajo un título genérico son de épocas diversas) podemos clasificar del siguiente modo:
Fin del siglo XVIII y primeros años del siglo XIX:
El aprendiz de conspirador (Libros XVI y XVII)
Guerra de la Independencia:
El escuadrón del Brigante.
Periodo absolutista:
Los caminos del mundo. Incluye La mano cortada, narración de México en la que aparece Aviraneta.
Trienio Liberal (1820-1823):
Con la pluma y con el sable. Los recursos de la astucia (La canóniga y Los guerrilleros del Empecinado). La ruta del aventurero (El convento de Monsant y El viaje sin objeto). Los contrastes de la vida (El capitán Mala Sombra, El niño de Baza, Rosa de Alejandría, La aventura de Missolonghi, El final del Empecinado).
Década ominosa:
La veleta de Gastizar. Los caudillos de 1830.
Regencia de María Cristina:
La isabelina (1833-1834). El sabor de la venganza (La cárcel de Corte, La casa de la calle de la misericordia, Adán en el infierno, Mi desquite). Las furias (Los bastiones de la tragedia, El sueño de una noche de verano y flor entre espinas). El amor, el dandismo y la intriga. Las figuras de cera, La nave de los locos, Las mascaradas sangrientas, Humano Enigma, La senda dolorosa, Los confidentes audaces (Aviraneta preso. El número 101). La venta de Mirambel (Los expresidiarios) y los cinco primeros libros de El aprendiz de conspirador que continúa en El amor, el dandismo…, Crónica escandalosa.
Reinado de Isabel II:
(La muerte de Chico o la venganza de un jugador incluido en El sabor de la venganza). Desde el principio hasta el fin (Últimas intrigas, La vejez de Aviraneta. El sueño de las calaveras).
Por otro lado, Pío Baroja, dado sus conocimientos históricos de esta época, escribió un crecido número de artículos sobre determinados personajes o situaciones que reunió en un volumen titulado Siluetas románticas, y en los que podemos constatar las numerosas fuentes que utilizó y hasta dónde llegaban sus búsquedas por averiguar lo que sucedió en realidad[32], así como la biografía de Aviraneta.
Como hemos visto, Baroja, sobre la vida de Aviraneta trazó un amplio cuadro de la vida española del siglo XIX, aunque se detiene en determinadas épocas mucho más que en otras. Así podemos destacar la vida de los guerrilleros, el trienio liberal, y la regencia de María Cristina con especial atención, en esta última, a la primera guerra carlista.
Al tratar de situar la novela de que nos ocupamos, La nave de los locos, vamos a analizar en primer lugar la tercera parte de El amor, el dandismo y la intriga, en la que Aviraneta comienza a referirnos la situación en que se hallaba la guerra civil en el año 1838, trazando las siluetas de Maroto, jefe de la tendencia moderada carlista, y de Espartero, que por entonces era jefe adicto a la reina gobernadora y no estaba afiliado ni a los progresistas ni a los moderados, aunque se perfilase ya como jefe liberal al haber muerto Mina y estar en la emigración el general Córdova.
El carlismo, en este momento, es visto por Baroja del modo en que nos cuenta por uno de sus personajes:
para mí, al menos, hoy los elementos importantes en el carlismo son Maroto, Arias Teijeiro, el padre Cirilo y el cura Echevarría. Cada cual tira por su lado; la fuerza de un grupo balancea la del otro, y así se establece el equilibrio. El día que uno de estos soportes del carlismo se quiebre el equilibrio se perderá y todo el tinglado se vendrá abajo. Maroto tiene la fuerza material, pero no cuenta con la confianza del rey ni con los fanáticos; Arias Teijeiro cuenta con el rey, pero no con el Ejército; el padre Cirilo es inteligente, intrigante, capaz de todo, pero su fuerza está en una sacristía, en un palacio o en un salón, pero no en el campo; el cura Echevarría tiene partidarios entusiastas en el pueblo; pero es tosco, y con él están solamente los brutos, como se ha llamado a sí mismo el general Guergué.
Aviraneta, por aquel entonces, pretendió apoderarse por sorpresa de don Carlos una de las veces que estuviera en Azcoitia. El proyecto, aunque considerado factible por todos, al final hubo que abandonarlo.
En la última parte de la novela, Baroja nos relata cómo el general Maroto entró en Estella y se hizo dueño absoluto del carlismo tras fusilar a los generales García y Sanz, Guergué, al brigadier Carmona, al intendente Urriz y al oficial Ibáñez, líderes de los llamados puros dentro del carlismo.
Después, tomando como protagonista a un personaje de ficción que no había aparecido hasta entonces en la serie, estructura una trilogía en la que al mismo tiempo seguimos las andaduras e intrigas de Aviraneta. Estas novelas son Las figuras de cera, La nave de los locos y Las mascaradas sangrientas[33].
En la primera de ellas, Las figuras de cera, se nos refiere el robo sacrílego que un chatarrero de Bayona llamado Chipiteguy, viejo volteriano y amigo de andar escandalizando con sus opiniones, cometió en Pamplona. La trama de la novela se centra en Alvarito, un muchacho español, hijo de un hidalgo carlista que pasaba los días enteros errando por los cafés y tertulias sin consentir trabajar en nada. Seguimos a Alvarito en su oficio en la chatarrería de Chipiteguy, en su frustrado amor por Manón, nieta del chatarrero, en sus tropiezos con otros empleados, pero pronto esta trama comienza a trenzarse con otras más complejas. Baroja, con ironía, en el umbral de uno de los capítulos que refiere los trabajos de Aviraneta, nos dice:
Aquí el autor tendría que comenzar esta parte pidiendo perdón a los manes de Aristóteles, porque va a dejar a un lado, en su novela, las tres célebres unidades: tiempo, lugar y acción, respetables como tres abadesas, […] Iremos, pues, así, mal que bien, unas veces tropezando en los matorrales de la fantasía, y otras hundiéndonos en el pantano de la historia[34].
Aviraneta propuso un plan al Gobierno en el que se trataba de promover discusiones entre los marotistas, que se habían hecho con el poder dentro del carlismo a raíz de los fusilamientos de Estella. Indicaba la conveniencia de apoyar bajo cuerda a los absolutistas teocráticos e intransigentes para que se alzaran contra los moderados y, desde Bayona, esgrimía sus medios: escribió proclamas a los navarros, firmándolas con el nombre del capuchino fray Ignacio de Larraga. Escribió un papel en vascuence, que corrió mucho por las provincias, que era una carta que un labrador vasco escribía a un castellano, en la que le echaba la culpa de los derroteros que llevaba el carlismo. Estaba en constante comunicación con los comisionados que tenía nombrados en San Sebastián, Hernani, Andoain…, que le informaban puntualmente de todo lo que sucedía. Había introducido agentes en las facciones carlistas tanto en Bayona como en el mismo Real de don Carlos.
Baroja refiere la llegada a Bayona de los carlistas intransigentes expulsados por Maroto, las tertulias que había organizado el abate Miñano…, y una vez informados de la situación política de aquellos días, comienza a relatar todo el engranaje de la operación llamada Simancas, por la que pretendía introducir en el Real de don Carlos un acopio de documentos acusatorios del general Maroto. En primer lugar buscó a la persona que iba a llevar los documentos falsificados en los que se daba a entender que Maroto estaba en comunicación con Espartero. Encontró un impresor para hacer las planchas de los títulos masónicos de Maroto…
La novela vuelve a relatarnos la vida de Alvarito, de regreso de Pamplona, ignorante de que ha participado en un robo sacrílego, y la venganza que lleva a término un tal Frechón raptando al viejo Chipiteguy.
En este punto comienza La nave de los locos, título tomado de unos grabados que ilustraban una obra de Sebastián Brant, y que ha de servir para acabar su visión de España en ese momento de crisis total del final de la guerra civil.
La novela comprende los dos viajes que Alvarito Sánchez de Mendoza, por motivos bien distintos, hizo a España. El primero de ellos lo llevó a cabo en compañía de Manón en busca del abuelo de esta, el chatarrero Chipiteguy, haciendo su entrada por Vera y continuando aguas del Bidasoa arriba. Baroja describe las conversaciones de las gentes con que se tropiezan, por las que conocemos los sucesos que se han desarrollado en aquellos montes, como el relato que hace un viejo de uno de los encuentros que tuvieron Mina y Zumalacárregui. Escuchan en las tabernas a los soldados carlistas que se quejan de las penalidades que pasan y de los generales que les mandan. Cruzan pueblos por los que había pasado la guerra dejando su secuela de destrozos y de ruina. Baroja analiza, además, el estado de los ejércitos que se enfrentan y valora la ayuda de soldados extranjeros con que cuentan ambos bandos.
La Dama Locura se paseaba por los rincones de España asolados y destrozados por la guerra; pero la Dama Locura de los campos españoles no era mujer fina y sonriente, graciosa y amable, como la de las estampas de Holbein, sino una mujerona bestial que, negra de humo y de pólvora, borracha de maldad y de lujuria, iba quemando casas, fusilando gente, violando y quemando[35].
Baroja coloca, en paréntesis, dentro del relato las vicisitudes por las que en aquellos días estaba pasando Aviraneta, entregado por completo a la intriga del Simancas y las mil más que todos los días le asaltaban, como la proposición que le hacen de trabajar para el infante don Francisco. Aviraneta trabajaba enfebrecido para terminar cuanto antes con aquella guerra que estaba arrasando España.
El segundo viaje de Alvarito a España es con motivo de ir a Cañete, pueblo de la provincia de Cuenca en que acababa de morir su abuelo materno, para cobrar una herencia. Alvarito pasa por Vitoria, que estaba en Carnaval, y sigue por tierras castellanas donde conoce a personas que le hablan del Empecinado, del cura Merino, de Aviraneta, de Balmaseda, al mismo tiempo que contempla directamente las consecuencias de la guerra. Cuando el personaje se encuentra en la soledad de su habitación, reflexiona sobre aquel país, su país, que se le ofrecía tan distinto a como había imaginado: «Le empezaba a parecer su país un pueblo de locos, de energúmenos, de gente absurda[36]». Alvarito continúa por tierras pobres y pueblos arruinados: Aranda, Medinaceli, Albarracín, Teruel…, hasta llegar a Cañete.
Las ideas de Baroja sobre el estado en que se encontraba España son expuestas por el Epístola, que explica la guerra como un enfrentamiento entre el campo y la ciudad. Dice así:
Las ideas han sido un pretexto: la legitimidad, la religión, cierta tendencia de separación en las pequeñas naciones abortadas como Vasconia y Cataluña; pero en el fondo, barbarie. Después de estos fulgores de locura y de fanatismo, como un cuerpo enfermo después de la fiebre, España ha quedado casi muerta, y el individualismo se ha ensanchado de tal manera, que no se nota la sociedad. Desde que la Iglesia ha perdido su asentamiento universal, todo el mundo tira a Robinsón en esta tierra. El pobre se muere en un rincón sin ayuda ninguna; el rico se encierra en su propiedad a tragarse lo que tiene sin ser visto; el obispo ahorra su sueldo para la familia, y el cura recoge las migajas del suelo. De tragadores ahítos y de lameplatos hambrientos sin placer y sin gusto, de esta clase de gente se compone hoy España. Nuestra tierra es un organismo desangrado y anémico, no por esta guerra, sino por trescientos años de aventuras y de empresas políticas[37]….
Alvarito continúa por Cuenca hacia Andalucía. En Málaga se embarca para Francia después de recibir de manos de un tío suyo una pequeña suma que, más que como herencia, le es dada como caridad. Cuando llega a Bayona, su ánimo se llena de melancolía viendo la armonía que reina en aquel país y pensando en su patria como La nave de los locos, fielmente representada en aquellos grabados que reflejaban las alegorías de las estupideces de los hombres.
Pocos alegatos se habrán escrito contra la guerra civil española de este periodo con más vigor que los de este libro. Después, en Las mascaradas sangrientas, se hace un balance de la situación española:
En cada campo reinaba la división, la subdivisión, el parcelamiento, la anarquía, el odio, el encono, la insidia, y los honores presididos por la Discordia, la diosa maléfica hija de la Noche. En el campo carlista y rural: Maroto contra don Carlos; la Corte y Cabrera contra Maroto; los realistas puros contra los reformistas; los militares contra los burócratas; los guerrilleros contra los hojalateros; los castellanos contra los vascos. En el campo liberal y ciudadano: Narváez contra Espartero; Espartero contra Cristina; los exaltados contra los moderados; los progresistas contra los conservadores[38]….
La novela continúa refiriendo las peripecias de Aviraneta y las intrigas de sus agentes provocadores en el campo carlista, así como la formación de las bandas que se formaron con los restos del ejército carlista y sus destrozos y tropelías. El Simancas, por fin, la obra suprema de Aviraneta, llegó al real de don Carlos, y el 5 y 6 de agosto de 1839, don Carlos y Marcos del Pont leyeron con suma atención los documentos que con gran trabajo habían sido llevados desde Bayona. Inmediatamente comenzaron a salir despachos para los jefes del Ejército carlista de Navarra, Álava, Guipúzcoa y Vizcaya. Era el aviso de que la traición del general Maroto había sido descubierta. El 8 y 9 del mismo mes comenzaron las sublevaciones. El ejército carlista de Navarra en todo el País Vasco se deshacía, se convertía en hordas, en una serie de partidas de ladrones y forajidos. La rebelión triunfaba y, como un río salido de madre, como una enorme avalancha, se desbordaba, arrastrando todo lo que encontraba a su paso; el contagio se extendía con la fuerza expansiva de una peste, y lo que había sido un ejército ordenado se transformaba en una serie de bandas de ladrones y asesinos, que comenzaban a asaltar casas, a detener a los viajeros, a robarles y matarles[39].
En esta novela asistimos al final de la guerra en el norte con el abrazo de Vergara, en buena parte posibilitado por Aviraneta al precipitar el desastre final del ejército carlista, lo que después le ocasionó grandes persecuciones de Espartero celoso de su triunfo.
Por último, la novela nos conduce a Bayona con los personajes de ficción. Un epílogo nos lleva hasta Alvarito, ya viejo, que se conmueve recordando el mundo de su juventud. Después, las Memorias de un hombre de acción nos trasladan a Cataluña y Levante donde todavía continuaba la guerra.