13

EN la primavera del año siguiente, en medio de una tormenta torrencial, Merlín llegó a Avalón ya avanzada la noche. La Dama se quedó atónita al enterarse.

—En una noche como ésta, cuando hasta las ranas se ahogan —comentó—. ¿Qué le trae con semejante tiempo?

—No lo sé, señora —dijo el joven aprendiz de druida que le había llevado la noticia—. Ni siquiera mandó buscar la barca, sino que llegó por sí solo, utilizando los caminos ocultos; dijo que tenía que veros esta misma noche. Preguntó si podía cenar con vos.

—Dile que será un placer —dijo Viviana, con una expresión premeditadamente impasible. Pero cuando el joven se fue, se permitió fruncir el entrecejo, asombrada.

Hizo llamar a las mujeres que la atendían para que avivaran el fuego y llevaran, no su parca cena habitual, sino comida y vino para Merlín.

Al entrar, fue directamente hacia el hogar. Taliesin estaba ahora encorvado, con el pelo y la barba completamente blancos; había cambiado su ropa mojada por una túnica verde de novicio, demasiado corta para él. Viviana lo hizo sentar junto al fuego, al ver que aún temblaba, y puso a su lado un plato de comida y una taza de plata con buen vino de manzana. Luego se instaló en un taburete cercano para comer pan y frutos secos. Cuando le vio apartar el plato, dijo:

—Ahora cuéntamelo todo, padre.

El anciano le sonrió.

—Nunca pensé que te oiría llamarme así, Viviana. ¿Acaso crees que chocheo y que me he ordenado en la Iglesia?

Ella negó con la cabeza, diciendo:

—No, pero fuiste el amante de mi madre y engendraste a dos de mis hermanas. Juntos hemos servido a la Diosa y a Avalón durante más años de los que puedo contar. Tal vez ansío el consuelo de una voz paterna. No sé, pero en noches como ésta me siento muy vieja.

El druida sonrió:

—Sé qué edad tienes, Viviana, y pareces una muchacha. Aún podrías tener amantes, si así lo quisieras.

Ella desechó la idea con un gesto.

—Nunca conocí a un hombre que no fuera para mí una necesidad, una obligación o una noche de placer. Y sólo a uno, aparte de vos, que pudiera comparárseme en fuerza. —Se echó a reír—. Aunque si hubiera tenido diez años menos… ¿cómo me habría sentado el título de consorte del gran rey? ¿Y el trono a mi hijo?

—No creo que Galahad (o Lanzarote, como se hace llamar ahora) tenga madera de rey. Es un visionario, un junco sacudido por el viento.

—Pero si hubiera sido engendrado por Uther Pendragón…

Taliesin negó con la cabeza.

—De nada sirve llorar por la leche derramada, Viviana. De Uther vengo a hablarte. Está agonizando.

Ella levantó la cabeza para mirarlo fijamente.

—Conque ya ha sucedido. —Sintió que se le aceleraba el corazón—. Es demasiado joven para morir.

—Aún combate a la cabeza de sus hombres; a su edad tendría que dejar ese cometido a sus generales. Fue herido y eso le causó fiebre. Ofrecí mis servicios de sanador, pero Igraine y los curas lo prohibieron. De cualquier modo, no habría podido hacer nada. Ha llegado su hora; se lo vi en los ojos.

—¿Y cómo se comporta Igraine en el papel de reina?

—Como cabía esperar —dijo el anciano druida—. Es bella, digna y piadosa; viste siempre de luto por los hijos que ha perdido. El día de Todos los Santos tuvo otro varón, pero vivió sólo cuatro días. Y su sacerdote la ha convencido de que es el castigo por sus pecados. Desde que se casó con Uther no la ha rozado el escándalo, a no ser por el nacimiento de ese primer hijo, demasiado prematuro. Pero con eso bastó. Le pregunté qué haría tras la muerte de Uther y cuando hubo dominado el llanto me dijo que se retiraría a un convento. Le ofrecí el amparo de Avalón, donde estaría cerca de su hija, pero dijo que no era decoroso para una reina cristiana.

La sonrisa de Viviana se endureció un poco.

—Nunca pensé oír eso de Igraine.

—No la culpes por lo que tú misma tramaste, Viviana. Avalón la echó cuando ella más lo necesitaba y la pobre muchacha ha buscado consuelo en un credo más sencillo que el nuestro.

—Eres el único hombre de Britania que ve a la gran reina como una muchacha.

—Incluso tú me pareces a veces una niña, la misma que se subía a mis rodillas para pulsar las cuerdas de mi arpa.

—Y ahora apenas puedo tocar. Con los años, mis dedos han perdido la flexibilidad.

Merlín negó con la cabeza.

—Ah, no, querida —dijo enseñando sus dedos deformados—. Tus manos son jóvenes en comparación con éstas. Sin embargo, con ellas hablo diariamente con mi arpa. Pero las tuyas prefirieron el poder a la música.

—De no ser así, ¿qué habría sido de Britania? —le espetó ella.

—No te censuro, Viviana —dijo él con severidad—. Simplemente digo las cosas como son.

Ella apoyó la barbilla en las manos, suspirando.

—No mentí al decir que esta noche necesitaba a un padre. Así que ya ha sucedido lo que temíamos. ¿Y qué hay del hijo de Uther, padre mío? ¿Está listo?

—Tiene que estarlo —dijo Merlín—. Uther no llegará al verano. Y ya se están reuniendo a su alrededor las aves carroñeras, como cuando Ambrosio agonizaba. En cuanto al muchacho, ¿lo has visto?

—De vez en cuando veo un destello suyo en el espejo mágico. Parece sano y fuerte, pero eso no me dice nada, salvo que puede desempeñar el papel de rey llegado el caso. Lo has visitado, ¿verdad?

—Por voluntad de Uther iba de vez en cuando para ver cómo crecía. Vi que leía los mismos libros en los que tu hijo aprendió tanto de estrategia bélica. Héctor, que es romano hasta la médula, ha educado a sus hijos con las conquistas de César y Alejandro.

—Si Arturo es tan romano —objetó Viviana—, ¿estará dispuesto a entenderse con las Tribus y con los pictos?

—Ya me ocupé de eso —dijo Merlín—, pues lo induje a tratar con algunos, diciéndole que eran aliados de Uther en la defensa de nuestra isla. Con ellos ha aprendido a lanzar flechas encantadas y a moverse sin ruido… —Luego añadió con intención—: Sabe acechar a los ciervos y no teme caminar entre ellos.

Viviana cerró los ojos un momento.

—Es tan joven…

—La Diosa siempre escoge a los más jóvenes y fuertes para conducir a sus guerreros —dijo Taliesin.

Ella inclinó la cabeza.

—Que así sea. Será puesto a prueba. Si puedes, tráelo antes de que muera Uther.

—¿Aquí? —Merlín negó con la cabeza—. Sólo después de la prueba podemos enseñarle el camino de Avalón y los dos reinos sobre los que tiene que gobernar.

Viviana cedió una vez más.

—A la isla del Dragón, pues.

—¿Para el antiguo desafío? Uther no fue probado de ese modo.

—Uther era un guerrero; bastaba con hacerlo señor del dragón. Este muchacho es joven y no ha derramado sangre. Es preciso ponerlo a prueba.

—Y si fracasa…

Viviana apretó los dientes.

—¡No debe fracasar!

Taliesin esperó a que ella levantara la vista para repetir:

—Si fracasa…

—Lot ha de estar dispuesto, si llegara el caso —suspiró ella.

—Tendrías que haber educado en Avalón a uno de los hijos de Morgause. Gawaine es simpático. Apasionado y pendenciero… un toro, mientras que el hijo de Uther es un ciervo. Pero tiene madera de rey y también nació de la Diosa. Morgause y sus hijos llevan la sangre real de tu madre.

—No confío en Lot —aseveró la Dama con vehemencia—. Y en Morgause, menos aún.

—Sin embargo, él maneja a los clanes del norte. Y creo que las Tribus lo aceptarían.

—Pero no los que se aferran a Roma. Tendríamos dos reinos en guerra en Britania. No: el hijo de Uther no puede fallar. —Viviana se cubrió la cara con las manos—. ¿Has previsto qué pasará si esto fracasa, padre?

El anciano negó con la cabeza blanca. Su voz sonó compasiva:

—La Diosa no me ha dado conocer su voluntad. Has gobernado bien Avalón, Viviana, pero ten cuidado con el orgullo.

—Soy vieja —dijo ella alzando el rostro—. Un día de éstos, cuando ya no pueda ver lo que nos espera, habrá llegado el momento de ceder el mando. Y si ocurre demasiado pronto…

—Ocurrirá en su momento, Viviana. —Merlín se levantó, alto e inseguro, apoyándose pesadamente en el bastón—. Llevaré al muchacho a la isla del Dragón en el deshielo de primavera, para que veamos si está listo para ser gran rey. Entonces le darás la espada y la copa, como símbolo de que hay un vínculo eterno entre Avalón y el mundo exterior.

—La espada, al menos —dijo Viviana—. En cuanto a la copa…, no sé.

Él inclinó la cabeza.

—Dejo eso a tu juicio. Eres la voz de la Diosa, pero no serás la Diosa con él.

Viviana negó con la cabeza.

—Cuando triunfe conocerá a la Madre y de su mano recibirá la espada de la victoria. Pero antes tiene que probar su fuerza y enfrentarse a la Doncella cazadora. —El destello de una sonrisa le cruzó la cara—. Y después, suceda lo que suceda, no nos arriesgaremos como con Uther e Igraine. Tenemos que asegurar la sangre real.

Cuando Merlín se fue, Viviana pasó largo rato contemplando imágenes en el fuego, viendo sólo el pasado, sin la intención de mirar hacia el futuro a través de las nieblas del tiempo.

También ella, muchos años atrás, había entregado su virginidad al Astado, al Gran cazador, al Señor de la danza espiral. Casi sin pensar en la virgen que desempeñaría aquel papel en la próxima coronación, recordó otros tiempos y otras veces en que había representado a la Diosa en el Gran Matrimonio.

Nunca había sido más que una obligación, a veces placentera, a veces desagradable. De pronto, envidió a Igraine; una parte de su mente se extrañó de envidiar a una mujer que había perdido a todos sus hijos y que ahora tenía que soportar la viudez y los muros de un convento.

«Lo que le envidio es el amor que ha conocido. No tengo hijas: sólo varones que son extraños a mí. Nunca he amado —pensó—. Miedo, reverencia, respeto… eso se me ha dado. Amor, nunca. Y a veces creo que lo cambiaría todo por una mirada como la que Uther dedicó a Igraine durante la boda».

Suspiró con tristeza, repitiendo en voz baja lo que había dicho Merlín:

—Bueno, de nada sirve llorar por la leche derramada.

Levantó la cabeza y su ayudante se acercó sin hacer ruido.

—¿Señora?

—Llama a… No —dijo cambiando bruscamente de idea. «Dejemos dormir a la muchacha. No es cierto que no haya conocido el amor. Amo a Morgana sin medida, y ella a mí».

Ahora ese amor también podía terminar. Pero eso también estaba en manos de la Diosa.