Ruwer me tiró al frío suelo de la sala de las chimeneas como si fuera un saco de mierda. No me moví, no tenía fuerzas para hacerlo. Acababan de azotarme diez veces con el látigo y luego dejaron que dos orcos me golpearan a placer hasta perder el conocimiento. Recuperé el sentido de camino al castillo justo en el momento que el monstruo lagarto me dejó caer. Abrí los ojos a duras penas y miré alrededor. Las chimeneas estaban encendidas, por lo menos aquellas que mi campo de visión logró ver. Alcé la cabeza dejando escapar un gemido de dolor y, entonces, les vi.
Danlos y Bárbara se encontraban sentados en sus respectivos tronos con pose orgullosa y mirada altiva.
—Debiste matarle cuando te lo dije —le habló Bárbara a Danlos—. Acarrea más estorbos que beneficios.
Danlos no respondió, se limitó a lanzarme una mirada capaz de atravesar el más grueso de los muros.
Sentí un escalofrío y automáticamente empecé a temblar. Le miré con miedo, pánico.
Va a matarme, supe.
Por algún extraño motivo aquel pensamiento hizo que me tranquilizara. Se iban a acabar los latigazos, las palizas, las jornadas excesivas en la herrería… podría descansar, dejar de tener miedo. Volvería a ver a mi padre en el reino de Vlaar, y con mi muerte se salvarían la vida de cientos de personas.
Mis ojos se inundaron de lágrimas al recordar a mi primera víctima. Un anciano arrodillado en el suelo, temblando y suplicando por la vida de su mujer y su nieta.
Le arrebaté la vida y… luego la de su mujer.
Su nieta vivió, era joven, servía de esclava.
Era un asesino, y por las noches mis víctimas se me aparecían en sueños. Señalándome con un dedo acusador, preguntándome por qué les había matado.
—No tengo otra opción —les respondía llorando—. Son capaces de ejecutar una villa entera, solo para que me rinda y mate a aquel que me han ordenado.
Al siguiente día, Ruwer venía en mi busca para ir a cazar, como él lo llamaba. La diferencia era que las presas eran personas reales, de carne y hueso. Mujeres, niños, ancianos… no había miramientos con nadie.
—¿Lloras? —Me preguntó Danlos. Se había alzado de su asiento de amo del mundo sin darme cuenta. Y sus botas negras, impecablemente limpias, estaban a un palmo de mi cara—. Sabías lo que ocurriría si intentabas escapar de nuevo.
Cerré las manos en puños. Durante semanas obedecí, fingiendo ser sumiso, pero a la que tuve una oportunidad escapé cuando menos lo esperaron. Logré obtener la libertad durante diez días. Fue un sueño roto en cuanto Danlos apareció de improvisto por la senda que escogí para llegar a Barnabel y reunirme con mi hermana.
No tuve ninguna oportunidad contra el mago oscuro. Me devolvió de nuevo a Luzterm donde recibí mi castigo. Y, ahora, recibiría el último… la muerte.
Alcé la cabeza para mirarle.
—Mátame de una vez —dije enfrentándome.
Mis ojos lloraban, pero no perdería mi última oportunidad de desafiar a Danlos si de todas maneras iba a matarme. Me lo había quitado todo, la familia, los amigos, la libertad, el orgullo y la dignidad. Pero intentaría recuperar un poco de mi honor antes de reunirme con mi padre.
»¡Te odio! —Le escupí en las botas.
En respuesta recibí una patada en toda la cara quedando de espalda al suelo.
La sangre ya cubría mi rostro, pero noté como una segunda capa de rojo teñía mi nariz y mi boca.
En ese instante, un cuervo entró en la sala atravesando los muros del castillo. Volteó sobre nuestras cabezas y se aposentó en el brazo de Danlos que extendió para que aterrizara en él.
Esas criaturas negras daban escalofríos, no eran cuervos normales. Eran creados bajo la más profunda magia negra.
La puerta de la sala se abrió entonces, y entró Urso frotándose las manos.
—¡Noticias! —Dijo mientras se acercaba—. Le he visto sobrevolar el castillo. ¿Qué se cuenta nuestro pequeño amigo con plumas?
—Por desgracia no ha venido a anunciar tu muerte, Urso —le respondió Bárbara—. Ya que te tenemos aquí.
El mago hizo un gesto con la mano para que le dejara en paz. Y acto seguido volvió su atención a Danlos.
La expresión del mago oscuro, atento a lo que le contaba el cuervo en un mudo silencio, cambió a la sorpresa. Y miró a sus dos compañeros con un brillo nuevo en los ojos. Bárbara se alzó de inmediato de su trono al percibir ese cambio y todos esperamos a saber qué ocurría.
—La elegida ha vuelto a su mundo —dijo, por fin.
Algo en mi interior se contrajo al escuchar ese suceso.
—¿Ha vuelto? —Quiso cerciorarse la maga, extrañada—. Pero si…
—¡Ja! —Palmeó Urso, entusiasmado—. ¡Una buena noticia!
Una mala noticia, corregí en mi interior.
—Pero ¿por qué? —Quiso saber Bárbara ignorando a Urso—. No tiene sentido. ¿No será un truco?
—¿De quién? ¿Del propio colgante? —Analizaba Danlos, serio, tampoco lo entendía—. Desde la Tierra no puede vencernos, algo habrá ocurrido. Esa chiquilla tiene un poder que aún no sabe controlar, puede que sin quererlo haya pedido al colgante que la retornara al lugar de donde procede.
—Eso nos da la oportunidad de volver a restablecer nuestro poder —dijo Urso—. El ataque de Barnabel fue un auténtico fracaso. Es una ciudad fuerte gracias al apoyo del Norte.
—Más que eso, fue la elegida con el colgante quien ayudó en la batalla —añadió Bárbara—. La sumimos en la oscuridad y la muy zorra logró sobrevivir. Nadie lo había logrado hasta el momento. Y encima el Cónrad murió, echaremos en falta sus habilidades.
—Como decía —prosiguió Urso, sin tener en cuenta el punto que acababa de remarcar Bárbara, mirando en exclusiva a Danlos. Aquello enfureció a la maga, sus ojos se tornaron rojos, pero se limitó a apretar los dientes y fruncir el ceño—. Es hora de demostrar a todas las razas nuestro poder. Que sepan quién manda en Oyrun. El tiempo corre, a saber cuándo volverá a aparecer la elegida.
—Es decir, que quieres dominar el mundo por completo antes que regrese —simplificó Danlos—. No lo hemos hecho hasta el momento por falta de efectivos. Nos quedamos a cuadros en la gran guerra contra Mair. He tardado un milenio entero en volver a llenar mis tierras de orcos. Y acabamos de sacrificar un buen número en la batalla de Barnabel. Y solo quedamos tres.
—Pues empecemos por una ciudad que sí podamos conquistar y que nos de beneficios suficientes como para pagar a las tribus de Sethcar. —Danlos frunció el ceño—. Piénsalo, esos hombres del desierto no conocen la lealtad salvo que haya dinero de por medio. Podríamos comprar un ejército que nos sirviera. Sin necesidad de orcos, hasta que dupliquemos el ejército que fue derrotado a las puertas de Gronland.
—¿Y qué ciudad propones?
—Tarmona —sentenció—. Una ciudad costera, dominaremos otro pedazo de océano y cerca tiene una mina de diamantes. A partir de ese punto, podremos expandirnos por todo Yorsa. Esclavizar las aldeas vecinas, una a una. Tendremos la raza de los hombres dominada en pocas décadas.
—Entiendo que tú gobernaras Tarmona —dijo de forma indiferente Danlos, acariciando al cuervo—. Pero me estás pidiendo una parte de mi ejército.
—Te daré un cuarto de los diamantes que extraiga de las minas —apalabró—. Tú solo déjame ocho mil orcos, no necesito tantos como en Barnabel. Pensemos que el senescal de Andalen pidió refuerzos a la capital. Tarmona está indefensa para un ataque como el que planeo. En cuanto pueda contratar a las tribus de Sethcar te los devolveré.
Danlos suspiró e hizo que el cuervo saliera volando.
El animal alado desapareció, atravesando de nuevo la gruesa pared del castillo.
—Acepto, siempre y cuando no me pidas ninguna labor extra —dijo—. Te encargarás de prepararlo todo para dominar Yorsa, mientras, yo me ocuparé de aumentar nuestro número. La elegida se encontrará con más magos oscuros a los que derrotar que cuando se marchó.
Abrí mucho los ojos, dentro de lo que me permitían mis heridas.
—¡Bien! —exclamó Urso, ilusionado. Sus ojos eran tan negros, fríos y vacíos que dudaba que su locura tuviera límites—. Voy a prepararlo todo.
Se marchó.
Danlos bajó su mirada, clavando sus ojos marrón-chocolate en mí.
Suspiré.
—¿Piensas traer a los espías que trabajan para nosotros en Mair? —Le preguntó Bárbara—. Solo hay uno o dos que tengan aptitudes suficientes para unirse a nuestras filas.
—No —negó con la cabeza sin dejar de mirarme—. Necesitamos saber qué ocurre en Mair en todo momento. He pensado en otra manera. La elegida puede tardar mucho en volver, meses, años, décadas… siglos.
—Es humana.
—Y su abuela también lo fue, y hubo una diferencia de tiempo de cinco siglos entre su llegada y la llegada de la elegida. Lo que significa que el paso del tiempo entre los dos mundos es diferente.
—¿Entonces?
Silencio, los ojos del mago oscuro no se apartaban de mí.
—Tienes suerte de ser bueno trabajando el metal. —Me dijo inesperadamente—. Recuerda que nunca te dejaré marchar hasta que acabes la espada que te encargué. —Le miré sorprendido, ¿me dejaba vivir?—. Además, si, por el contrario, la elegida regresase pronto, puedes continuar siendo un rehén valioso. No olvidemos que tu hermana es amiga suya.
Miró a Ruwer.
»Si vuelve a escapar, te haré responsable y no habrá excusas que valgan. Te mataré.
Miré a Ruwer, el hombre lagarto bajó la cabeza en un gesto sumiso.
»Pasarás una temporada en las mazmorras, luego volverás a cazar con Ruwer.
Pese a que creí estar preparado para recibir la muerte, algo dentro de mí suspiró aliviado. No me mataría.
El hombre lagarto me cargó sobre sus hombros. Y mientras nos alejábamos de los magos oscuros, antes de salir de la sala, alcé la cabeza para mirarles.
—¿Y bien? —Le exigió saber Bárbara—. ¿Cómo aumentaremos nuestro número?
Danlos la agarró por la cintura aproximándola más hacia él. Sonrió y luego la besó.
—Tendremos un hijo.
Me desmayé en ese instante. Mientras la frase «Tendremos un hijo» se repitió en mi mente como una catástrofe que no tenía fin.
«Tendremos un hijo».
«Tendremos un hijo».
«Tendremos un hijo».
…
CONTINUARÁ…