NUMONÍ
Le tendí la bolsa de medicinas a Alegra. Numoní, al coger a Ayla por la cintura con su enorme tenaza rompió la tira de la bolsa que se cruzaba a un lado, dejándola caer y permitiéndonos conservar de esa manera el antídoto que contrarrestaba el veneno de la frúncida. Solo esperaba no tener que utilizarlo y en caso que fuera necesario poder administrarlo a tiempo.
El grupo miró el túnel subterráneo por donde Numoní había salido, era un lugar sin un ápice de luz, por lo que Aarón encaró la antorcha hacia la oscuridad pudiendo ver una distancia de alrededor de tres metros hasta llegar al suelo. Una especie de corriente salió de dentro de él y automáticamente todos dimos un paso atrás, pero solo era eso, corriente. Los nervios estaban a flor de piel, treinta segundos atrás Ayla estaba con nosotros y en ese momento nadie sabía qué era de ella.
Fruncí el ceño, prometí a Ayla protegerla dando mi vida si era necesario y por Natur que pensaba cumplir mi promesa. No consentiría que Numoní me arrebatara nuevamente un ser amado. Sin pensarlo me lancé al interior del túnel. Aarón y Alegra descendieron seguidamente, pero con mucho más cuidado, sujetándose a la pared. En el último metro de Aarón, le cogí la antorcha para facilitarle el descenso. Una vez llegaron los dos se la devolví y miramos frustrados a Akila que se debatía entre saltar o no. Gimiendo y haciendo un gran escándalo.
—¡Akila! ¡Baja! —Le ordené, haciendo un gesto con una mano.
El lobo se abalanzó encima de mí y lo cogí al vuelo.
—Vamos, —dijo Aarón, en cuanto dejé a Akila en el suelo.
Akila se puso de inmediato a olfatear el terreno, gruñó, y salió disparado por aquel mar de pasadizos y oscuridad. Automáticamente, todos le seguimos, y anduvimos cruzando varios pasillos a izquierda y derecha, cogiendo otras tantas bifurcaciones y rezando para que el olfato del lobo nos llevara hasta Ayla. El tiempo apremiaba.
De pronto, el sonido de decenas de pies se escuchó en cuanto llegamos a un punto donde el túnel tomaba cinco direcciones posibles distribuidas en forma de círculo. Por cuatro de ellas una luz centelleante se hacía presente aumentando de intensidad. Todos nos miramos.
—Orcos —dijo Alegra de inmediato y miró el túnel por el que habíamos venido—. Si retrocedemos Ayla estará perdida.
—No pienso abandonarla —dije alzando a Invierno—, que venga un ejército entero, nada podrá detenerme.
Aarón y Alegra se miraron por unos segundos y se colocaron en formación de círculo conmigo. De esa manera nuestras espaldas estarían protegidas.
No tardaron en aparecer. Un total de diez orcos por túnel, algunos portando grandes antorchas, salieron a nuestro encuentro y en apenas dos segundos nos vimos rodeados por completo.
Paré la estocada del primer orco que se me vino encima, hice un círculo con ambas espadas, me liberé de su ataque y con un movimiento rápido le rajé el tórax. Aún propinando mi golpe mortal al orco, saqué un puñal que llevaba escondido a mi espalda y lo lancé al cuello del siguiente. Antes que el puñal diera en su objetivo ya iba a por un tercero clavándole a Invierno en el abdomen. Seguidamente propiné una patada a otro orco mientras liberaba mi espada de las entrañas de mi anterior víctima. No me entretuve, el orco se tendió hacia atrás por el impacto, pero enseguida quiso volver a la carga por lo que lancé una estocada vertical partiéndole la cara en dos.
La sangre me hervía de rabia, y luchaba con toda la furia que circulaba por mis venas. Era rápido, certero y mortal, ninguno de aquellos orcos podría conmigo. Tenía una misión y por mi vida que la cumpliría. Alegra demostró una vez más su técnica con la espada matando tantos como yo; Aarón hacía partícipe toda su experiencia en incontables batallas contra los orcos. Y Akila ayudaba dentro de las posibilidades que podía ofrecernos un lobo joven, mordiendo los pies de aquellos que intentaban arremeter contra nosotros.
Un orco sonrió a unos tres metros de mi posición mientras le cortaba la cabeza a un camarada suyo. Este se llevó una especie de brebaje a la boca y, seguidamente, con la antorcha que llevaba en la mano escupió una llamarada de fuego. Me cubrí de inmediato el rostro, el resto de mis compañeros se apartaron también, y sin tiempo a reaccionar el resto de orcos que quedaban aún en pie nos atacaron desde todos los flancos. Teníamos la ventaja de estar luchando en un lugar pequeño, donde el número no jugaba en su favor, aun y así, aquello se convirtió en un juego de espadas mortal, viéndome envuelto por tres orcos que me atacaron al unísono.
Paré tres golpes con un solo movimiento, colocando mi espada por encima de mi cabeza en posición horizontal, retrocediendo involuntariamente. Akila mordió a uno de ellos en un brazo, ralentizando su ataque, por lo que pude cargármelo rápidamente gracias a la ayuda del lobo. Un instante después, vi a Alegra caer y sin tiempo a poder llegar hasta ella, un orco alzó su espada y…
Un aguijón atravesó el pecho del orco inesperadamente manchando a Alegra en un chasquido de sangre. El resto de orcos se detuvo de inmediato y todos miramos dirección al techo. Numoní se encontraba sobre nuestras cabezas.
—¡¿Cómo os atrevéis a quitarme mis presas?! —Gritó la frúncida con el orco ensartado en su horrible aguijón—. ¡Le dije a Danlos que no necesitaba vuestra ayuda!
Lanzó el cuerpo contra el resto de orcos y estos, atemorizados, intentaron huir por donde habían venido. La frúncida no obstante, no les permitió abandonar el lugar y se enzarzó contra los que quedaban, atravesando con su temible aguijón a todos ellos y cortando cabezas y miembros con sus enormes tenazas.
Aarón corrió a Alegra para ayudarla a levantar mientras yo me encaminé a aquel que nos lanzó la llamarada. Su cuerpo estaba inerte en el suelo a causa de la frúncida, pero aún conservaba la cantimplora de alcohol en la mano. La cogí, envainé a Invierno, me llevé el brebaje a la boca —supo a alcohol puro— y, seguidamente, cogí una de las antorchas que corrían por el suelo encarándola a medio metro del rostro. Escupí el brebaje directo a Numoní, causando una gran bola de fuego.
La frúncida dejó de inmediato el último orco que ensartaba con su aguijón y se encaminó asustada hacia un rincón.
—¡Para! —Pidió cubriéndose con los brazos y retorciéndose de dolor ante el fuego—. ¡Para!
Lo que más temían las frúncidas era el fuego y Numoní, pese a haber adquirido un poder superior gracias a la magia negra, no era la excepción. Continué lanzándole más llamaradas. Aarón se colocó a mi lado con su antorcha y le pasé el brebaje del orco sin siquiera mirarlo. Pronto, Numoní, tuvo dos llamaradas que la arrinconaban sin poderse defender.
—Last bel velte juntrem in carem… —empezó a formular un conjuro y rápidamente escupimos todo el alcohol que teníamos en ese momento en la boca, directo a su rostro. Paró de inmediato de pronunciar las palabras del maleficio para gritar desesperada.
No nos podíamos permitir que realizara magia negra contra nosotros. En principio, las frúncidas no tenían el don de practicar magia, pero Danlos le enseñó cómo hacerlo mediante los sacrificios. No obstante, la magia no era nata en ella y solo conocía hechizos muy simples que pocas veces utilizaba debido a que con su gran fuerza física y su velocidad ya le era suficiente para matar a sus contrincantes.
—¿Dónde está Ayla? —Le pregunté en un momento en que Aarón le disparaba otra llamarada de fuego—. ¡¿Dónde está?!
—¡Malditos! —Nos gritó.
Su enorme aguijón fue encarado hacia mi compañero y sin pensarlo me abalancé encima de él para desviarlo de la trayectoria del ataque. El aguijón impactó contra el suelo a tan solo unos centímetros de nuestras cabezas. Rodamos a un lado, apartándonos, mientras la frúncida desclavaba su temible arma de la dura roca. Alegra se agachó a nuestra altura para ayudarnos a levantar, pero antes que Numoní pudiera contraatacar me llevé el último trago de alcohol a la boca. Me vio y antes que pudiera emplear el fuego contra ella se distanció, evaluándonos. Continuaba siendo más fuerte que nosotros, pero por lo menos habíamos logrado quemarle buena parte del pelo, el rostro y el pecho, aunque el torso inferior, protegido por una coraza negra, no sufrió daño alguno.
Me alcé del suelo, con el líquido aún en la boca.
—La sangre de vuestra amiguita me dará fuerzas para volver más tarde y mataros —dijo con una sonrisa maliciosa.
Acto seguido, se encaminó a uno de los túneles sin poderla detener.
Devolví el alcohol a la cantimplora del orco y corrí hacia el túnel por donde se había marchado, sabiendo que no quedaba tiempo para dudar o pensar. Mis compañeros me siguieron unos metros por detrás de mí, aunque me adelanté lo suficiente como para que solo Akila pudiera seguir mi ritmo.
Finalmente, con el corazón a punto de salirme por la boca visualicé una luz al final del túnel y antes de llegar un grito desgarrador me partió el alma. Quedé paralizado en la entrada de una cámara parecida a la primera que encontramos, donde todo un seguido de cuerpos de hombres y mujeres, estaban presos en las paredes con las vísceras colgando. Uno de ellos estaba siendo sacrificado en ese mismo momento. Sus ojos verdes, me miraron llenos de horror, con unas lágrimas que inundaban su mirada mientras un monstruo estaba abalanzado encima de ella disfrutando de su sangre.
Numoní tenía cogida a Ayla por unos grilletes y la estaba mordiendo entre la clavícula derecha y el cuello. Disfrutando de la sangre de la elegida.
Dejé caer la antorcha, preparé mi arco y lancé una flecha contra Numoní. Le di justo entre medio de las escápulas. La frúncida dejó de inmediato su presa, encorvando la espalda hacia atrás y gimiendo de dolor. Se volvió, sus ojos negros me miraron con odio mientras Ayla luchaba por mantener la cabeza alzada.
—¡Ayla, tranquila! ¡Enseguida voy a por ti! —Le grité acercándome al tiempo que preparaba otra flecha.
No respondió, solo cerró un instante los ojos para luego volver a clavar su mirada verde en mí. Tenía sangre en el cuello y abdomen, y su cuerpo estaba suspendido de forma inerte sin fuerzas para resistirse.
Alegra y Aarón llegaron en ese momento y miraron horrorizados la escena.
Disparé, pero Numoní esquivó mi ataque.
—¿No te recuerda esta escena a algo Laranar? —Habló la frúncida, al lado de Ayla—. Tú abajo sin poder hacer nada, y yo aquí con la vida de esta patética humana a la que osáis llamar la elegida en mis manos —cogió un mechón de pelo de Ayla y empezó a olerlo—. Hmm… huele de maravilla, su sangre es deliciosa, me encantará probar su carne.
Preparé otra flecha, pero me quedé con la cuerda del arco en tensión sin atreverme a disparar, pues automáticamente Numoní puso su aguijón a tan solo unos centímetros de la herida del cuello de Ayla.
Ayla la miró muerta de miedo, temblando como un flan.
—Una simple gota de mi veneno y esta chica no tendrá ninguna posibilidad de sobrevivir —el aguijón empezó a formar una gota viscosa en la punta que en cualquier momento podía caer en la herida de Ayla. Si eso ocurría, era suficiente como para que el veneno se filtrara en el torrente sanguíneo sin necesidad de inyectarlo directamente para matarla—. ¡Soltad vuestras armas!
Apreté los dientes, si lo hacíamos moriríamos todos, y la conocía de sobra como para saber que tampoco Ayla se salvaría.
—Laranar… —intentó hablar Ayla.
Numoní la miró un breve segundo y me arriesgué, debía intentarlo. Disparé la flecha, la frúncida volvió su vista al grupo y logré alcanzarla en un ojo. Numoní se llevó una mano a la cara, gritando de dolor. Su sangre era oscura y cayó por todo su rostro, manchando incluso su pecho. El movimiento brusco al cubrirse hizo que el veneno suspendido en el aguijón cayera yendo a parar en la herida abierta de Ayla.
Numoní cayó al suelo, horrorizada por su ojo, gritando de dolor. Una segunda flecha impactó contra ella, esta vez proveniente de Aarón que le dio en el segundo ojo dejándola ciega por completo.
—¡Malditos! ¡No veo! —Gritó.
En cuanto Aarón le lanzó otra flecha que impactó en su brazo derecho, corrió a trompicones perdiéndose por otro túnel que se encontraba en el otro extremo de la cámara.
Un grito desgarrador se alzó dos segundos después. Ayla, aún presa, empezó a retorcerse y a gritar desesperada.
—¡Me arde! —Gritó—. ¡Apagad el fuego! ¡Me arde!
Aarón y yo corrimos de inmediato, escalamos la pared y llegamos hasta ella. Rompimos las cadenas de los grilletes con nuestras espadas, la liberamos y la sostuvimos con dificultad debido a su ferviente necesidad de agitarse. Una vez en el suelo, le miré el cuello y, horrorizado, comprobé que el veneno había llegado a su sangre pues la herida empezó a tornarse negra.
—¡Me arde! —Volvió a repetir con las mandíbulas apretadas.
—¡Alegra, el antídoto! —La apremié.
Fue rápida en dármelo, aunque el problema lo tuve con Ayla, que por más que intenté que abriera la boca solo se retorcía de dolor apretando las mandíbulas fuertemente.
—Ayla, vamos, debes tomártelo —le pedí desesperado, sosteniéndola en el suelo entre mis brazos—. Haz un esfuerzo, abre la boca.
Alegra, optó por presionarle la parte trasera de la mandíbula y finalmente conseguimos que la abriera. Pude suministrarle el antídoto.
—Te pondrás bien —dije acariciándole el pelo—, te hemos dado el antídoto a tiempo, ¿me escuchas? —me miró casi sin vida.
—¿Hay algo más que le podamos dar? —Me preguntó Alegra, mirando lo que había en la bolsa.
—Podemos hervir unas hierbas medicinales que hemos traído, le irán bien para lavarle la herida del cuello, notará alivio. Y también las puede tomar para que expulse cuanto antes el veneno del cuerpo —se las mostré y le saqué de dentro de la bolsa una pequeña cacerola para hacer las infusiones—, pero aquí…
Miramos alrededor.
—Utilizad los huesos que hay por el suelo como combustible —dijo Aarón—. Alegra coge la cantimplora del orco —se la tendí a la guerrera—, prenderán rápido con el alcohol, haz una hoguera y hierve las hierbas. Yo hago guardia.
Alegra se puso de inmediato a ello mientras Akila se movía nervioso alrededor de Ayla y de mí, gimiendo, sabiendo que algo malo ocurría.
—Me duele todo el cuerpo —dijo Ayla sufriendo constantes espasmos.
Intentaba controlar sus sacudidas descontroladas para que no se hiciera daño ella misma, cuando, de pronto, puso los ojos en blanco y empezó a convulsionar.
Tuve que dejarla tendida en el suelo.
—¡Aarón! —Se volvió de inmediato, dejando la guardia, y se agachó a Ayla para ayudarme a controlarla. Conseguimos que mordiera un hueso para evitar que se tragara la lengua y seguidamente nos concentramos en sujetarle brazos y piernas evitando de esa manera que se golpeara.
Miré a Alegra, desesperado porque acabara con su labor, ya había reunido unos cuantos huesos y algo parecido a jirones de tela. Les estaba echando lo poco que quedaba de la cantimplora del orco. Prendieron rápidamente y acto seguido puso a hervir las hierbas con el agua de su cantimplora.
Las convulsiones pararon, pero había perdido el conocimiento. Aarón le tomó la temperatura y abrió mucho los ojos.
—Está ardiendo —dijo preocupado—. ¿Aún…? ¿Aún respira?
La miré temeroso y en ese momento abrió los ojos mirándome fijamente. Suspiré aliviado, por un momento creí que la había perdido.
Su mirada reflejaba tristeza más allá del dolor que pudiera sentir por el veneno de Numoní. Sin pensarlo la cogí entre mis brazos, acunándola y quitándole el hueso de sus labios.
Aarón volvió a ponerse en guardia.
—Tenías razón —dijo Ayla con voz débil—, no pueden cumplir todos los deseos de la gente.
—¿Quiénes? —Pregunté.
—Las estrellas —respondió, luego se forzó por sonreír—. Pedí sobrevivir al mago oscuro que venía a por mí.
—No lo digas —supliqué—. Si lo dices no se cumple y tú vas a vivir, te lo prometo. Ya te hemos dado el antídoto, tú descansa y todo saldrá bien.
Alzó una mano y acarició mi mejilla como si fuese la última vez que lo pudiese hacer. Se la cogí, besándola, manteniéndola apretada contra mi rostro.
—Laranar —me nombró, cada vez más débil. Tuve que poner mi oído cerca de sus labios para poder escucharla—, gracias por haber sido mi protector, te… te quiero.
—Ayla —me aparté para ver su rostro pero solo pude ver como sus ojos se cerraban y su cuerpo se relajaba de golpe.
Puse mi mejilla cerca de su nariz y su boca para ver si respiraba, no percibí su aliento lo más mínimo. La dejé en el suelo y apoyé la cabeza en su pecho, el corazón también había dejado de latir.
—¡Ayla! ¡Ayla! —Empecé a llamarla. Le di dos bofetadas bien fuertes en la cara para que reaccionara, pero nada.
Empecé a bombearle el pecho empleando casi toda mi fuerza en empujar su tórax, comprimiendo y descomprimiendo a un ritmo constante.
—Vamos —dije desesperado—. ¡Ayla, reacciona!
Después de un largo minuto intentando que volviera a la vida, Alegra se puso a mi lado con el brebaje listo.
—¿Has mezclado el brebaje con agua fría para que no queme? —Le pregunté y esta asintió—. Pues échaselo sobre la herida —le pedí sin dejar de comprimir y descomprimir el pecho de Ayla—, quizá note alivio y despierte.
Así lo hizo, echó parte de las aguas medicinales sobre la mordedura del cuello. No hubo respuesta, pero continué masajeando su pecho con la esperanza que el corazón le volviera a latir.
—¡Maldita sea! ¡Ayla no me hagas esto! —Le grité desesperado—. ¡Otra vez no! —Paré y le di un golpe justo en el centro del pecho, como un puñetazo—. ¡Vamos! —Volví a golpearla—. ¡No te rindas! ¡Eres la elegida! —otro golpe.
—Laranar, para —intentó detenerme Alegra—. Está muerta.
La miré de forma fulminante volviendo a bombear el pecho de Ayla.
—Ni se te ocurra decir que está muerta —le advertí con furia—. Perdí a una hermana, no pienso perderla a ella también.
Continué masajeando su pecho durante interminables minutos, pero no hubo manera. Solo cuando ya no tuve más fuerza para bombear su corazón admití lo que me negaba a aceptar.
—¡Maldita sea! —Desistí—. ¡Ayla!
Empecé a llorar en el pecho de la humana, una chiquilla que me había llegado al corazón. La cogí entre mis brazos y la abracé desesperado.
—Laranar, lo siento —dijo Alegra—. Lo siento de veras.
Los ojos de Alegra también lloraban y alcé la vista para ver a Aarón que miraba la escena igual de consternado. Akila empezó a aullar viendo el cuerpo inerte de mi amada. No me había dado cuenta de cuanto significaba para mí hasta que había sido demasiado tarde. La quise desde la primera noche que llegó a Oyrun, fui consciente de ello, pero no pude imaginarme de hasta qué punto me había enamorado de esa humana que ahora yacía muerta en mis brazos.
—Ayla —acaricié su pelo—, yo también te…
Akila empezó a gruñir a mi espalda, retrocediendo, y Alegra abrió mucho los ojos alzándose de inmediato.
—Laranar, ¡cuidado! —Me advirtió Aarón.
Al volverme con Ayla aún en mis brazos, vi a la frúncida justo a nuestra espalda, dispuesta a acabar con todos nosotros. Alzó una de sus enormes tenazas, decidida a darnos el golpe definitivo. La esquivé por muy poco, agachándome y cubriendo el cuerpo de Ayla. Su enorme tenaza pasó a tan solo tres centímetros de mi cabeza, pero Aarón y Alegra recibieron el impacto de lleno. Fueron lanzados a varios metros de distancia, rodando por el suelo y deslizándose por la dura roca. Rápidamente cogí a Invierno que se encontraba a mi lado y aproveché que me encontraba prácticamente de Numoní para propinarle un profundo corte en el abdomen.
Numoní, gritó, estaba por completo ciega, aunque aún conservaba su olfato y su oído para seguirnos. Utilizando la misma técnica que cuando capturó a Ayla, salió por debajo de un montículo de piedra para pillarnos desprevenidos. Lo que no se esperó fue mi rápida reacción. No obstante, el contraataque fue inminente e intentó ensartarme con sus enormes tenazas para partirme en dos. Tuve que rodar por el suelo, dejando el cuerpo de Ayla por unos momentos. Numoní me siguió, pero antes que pudiera ubicarme con precisión le di una patada en el estómago, allí donde mi espada había amenazado con derramar sus tripas.
Se dobló hacia delante y empezó a babear una espuma sanguinolenta mientras sus pinzas intentaban tapar la herida del abdomen. Y, como algo inesperado, vomitó un fragmento del colgante, uno bien gordo, que fue a parar justo al lado de Ayla.